[*]

I. Introducción

Aunque la introducción del marxismo en España antes de la II República se ha estudiado adecuadamente [1], no ha ocurrido lo mismo con la específica difusión y recepción de El capital de Karl Marx. Por eso, al cumplirse 150 años de El capital (libro I), nos proponemos abordar esta cuestión llegando hasta nuestros días. Para ello: 1) repasaremos la serie de traducciones españolas del libro, analizando el papel de las editoriales, los traductores y otros sujetos implicados en su publicación; y 2) estudiaremos, aunque de forma no metódica, la aportación de algunos de los principales autores que han estudiado El capital, que son un pequeño subconjunto de los interesados en Marx y el marxismo, pues, como en otros países, lo que ha dominado en España es fundamentalmente un «marxismo sin El capital». Todo ello será estudiado brevemente en el contexto histórico correspondiente.

Como se sabe, Marx escribió bastante sobre España, entendiendo algunos de sus rasgos históricos como muy singulares, y, otros, como simple manifestación de rasgos generales de cualquier país europeo (Sacristán, 2001: 808). Es tentador intentar algo parecido, preguntándonos si la difusión y recepción en español de El capital ha seguido, o no, la misma pauta que en otros países (si es que hubo una única pauta), pero eso desbordaría los límites de este trabajo; sin embargo, sospechamos que, aunque los traductores españoles de esta obra compartan ciertos rasgos de su personalidad política y/o intelectual con los de otros países, no se puede decir que ellos y sus editoriales trabajaran siempre en las mismas condiciones sociopolíticas que en el extranjero (basta pensar en la dictadura franquista) [2]. En cualquier caso, estas diferencias interesarán a los estudiosos de la realidad española, máxime cuando entre nuestros traductores encontramos, por ejemplo, al internacionalista español más apreciado por Engels, amigo suyo y de Lafargue, y mentor de Jules Guesde; al fundador y presidente del partido socialista argentino, que nunca se consideró marxista; al dirigente del PSOE que pudo ser la alternativa a Pablo Iglesias antes de convertirse en cofundador del PCE; al último embajador de la República española en Moscú, un conde masón pronto exiliado en México; al catedrático de Derecho Romano acusado por algunos de haber participado en las campañas estalinistas contra Andrés Nin y el POUM (1937); o al epistemólogo comunista catalán (nacido en Madrid) que fue un falangista orteguiano antes que miembro del PCE y del comité ejecutivo del PSUC.

 

II. De la Primera Internacional al advenimiento de la Segunda República

Como se sabe, la influencia anarquista en el movimiento obrero español fue dominante desde que los primeros internacionalistas españoles, la mayoría catalanes y proudhonianos, se inclinaron por Bakunin en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). El mayor desarrollo industrial de Cataluña, la influencia de Proudhon y del republicanismo federalista, y la llegada a España, como primer representante de la AIT, del anarquista Giuseppe Fanelli, amigo de Bakunin, tienen mucho que ver con ese predominio y con que un pequeño grupo madrileño, expulsado de la Federación Regional Española de la Internacional, se viera obligado a formar una Nueva Federación madrileña para defender las ideas de Marx frente a las de Bakunin. Si bien estas dominaban en La Federación, publicada en Barcelona, la revista La emancipación, que dirigía en Madrid José Mesa, difundió las ideas marxistas, introducidas en España por Paul Lafargue, el yerno de Marx, que pasó aquí casi un año (1871-1872) huyendo de la represión contra los defensores de la Comuna de París. Mesa convirtió La emancipación en una revista marxista, y su correspondencia con Lafargue y Engels muestra cuánto valoraba este, dentro del panorama europeo, el papel de Mesa y su revista (S. Castillo, 1998: 23). Pues bien, fue en La Emancipación, para la que Mesa había traducido ya El manifiesto comunista (Gasch, 1983: p. 26), en donde aparecieron en 1873 los primeros fragmentos de El capital (traducidos del francés), que equivalían a la sección II del libro: «La transformación del dinero en capital» (S. Castillo, 1998: 24) [3].

La siguiente traducción parcial de El capital es obra de un periodista y político republicano, amigo y discípulo de Pi y Margall: Pablo Correa y Zafrilla. Correa presentó el libro como si estuviera terminado y traducido del alemán, pero en realidad era una mala traducción del francés de la mitad del libro de Marx (Ribas, 1990: 135, 182, 88-89). Esta versión «republicana» de El capital (Marx, 1887) no fue del gusto del PSOE, que quiso contrarrestarla traduciendo el resumen de El capital del socialista francés Gabriel Deville (1883): mientras que la traducción de Correa apenas se difundió, con el libro de Deville ocurrió todo lo contrario, convirtiéndose desde entonces en la «versión» (apócrifa) de El capital más editada en español, ¡hasta hoy!, con el agravante de haber pasado siempre, erróneamente, como la obra de Marx [4].

La primera traducción completa (del alemán) del volumen primero de El capital fue obra del insigne socialista argentino Juan B. Justo [5] (1898). Justo, que era un médico formado en Viena, conoció en España a un importante socialista español, el tipógrafo Antonio García Quejido («el gran perdedor en la historia del partido»; Bizcarrondo, 1992: 360), que hizo materialmente posible esta edición montando una imprenta ad hoc. A diferencia de Pablo Iglesias, Justo era un intelectual que nunca se declaró marxista y escribió varios libros de carácter socialista liberal; en cuanto a Quejido, «socio capitalista» de esta empresa intelectual, pretendía hacer rentable o posible una edición española de El capital, para lo cual invirtió su dinero en editar el libro y difundirlo, contando con escaso apoyo del PSOE. Bastantes años después, al no haberse agotado la edición [6], Quejido cedió los libros sobrantes al PSOE, que los vendió a precio de saldo.

Se ha escrito repetidamente que ni el PSOE ni ningún intelectual cercano tuvieron en este periodo una labor importante de difusión teórica (y mucho menos de producción) del marxismo [7]. Hay muy pocas excepciones y, si hablamos específicamente de El capital, esta actividad se reduce casi a cero. Jaime Vera, un joven y ya prestigioso doctor en Medicina considerado en el siglo XX uno de los introductores de la psiquiatría en España, fue autor en 1884 de un Informe del PSOE valorado como el documento teórico marxista más importante del primer medio siglo del partido. En realidad, este Informe resume ideas centrales de Marx, pero más del Manifiesto Comunista que de El capital, pero contiene también ideas socialistas expresamente condenadas por Marx, como la «ley de los salarios», de filiación lassalleana, esa «férrea» ley que Marx atribuye a Malthus. Esta cuestión de los salarios de «subsistencia» en El capital fue analizada por el obrero Quejido, en parte frente al intelectual Vera: según Quejido, el «mínimo» de subsistencia no es el valor de la fuerza de trabajo sino una cuantía inferior; por tanto, el salario no vendrá regulado por dicho mínimo sino por un nivel superior, en parte gracias a la actividad consciente de los trabajadores, que tienen motivo y posibilidad de luchar por aumentos salariales, algo que, según Lassalle y Vera, les estaría vedado (García Quejido, 1975: 110-111).

También abordan El capital dos trabajos «burgueses» de principios del siglo XX. Primero, el ejercicio de cátedra (1904) del prestigioso economista conservador Antonio Flores de Lemus [8] sobre el problema de la circulación del capital en Marx, que tiene la importancia adicional de versar sobre el libro II de El capital, y no sobre el primero (Flores de Lemus, 1971). Segundo, una obrita —de mayor importancia, pero habitualmente pasada por alto— de un discípulo de Flores, Francisco Bernis (1912), donde este profesor de Economía, de veleidades socialistas entonces, no sólo repasa los tres volúmenes de El capital, sino que lo defiende frente a sus críticos, socialistas de cátedra y teóricos de la utilidad marginal.

 

III. La época de la II República

Varias décadas después, hay un salto cualitativo en la difusión de Marx y El capital. En realidad, el cambio empieza antes de la II República, al final de la Dictadura de Primo de Rivera, años en que se gestan dos de las traducciones españolas más importantes.

A finales de los años veinte se inicia la primera traducción completa (del alemán) de El capital, publicada en 1931 por la editorial Aguilar y realizada por Manuel Pedroso. Pedroso, cuyo nombre completo era Manuel Martínez Pedroso, conde de Pedroso y Garro, fue un personaje singular: formado en Alemania durante casi una década, fue catedrático de Derecho político en la Universidad de Sevilla, donde también fue decano y rector; siendo masón, en 1918 se afilió al PSOE, inclinándose hacia posiciones terceristas cuando el partido se pronunció sobre su adhesión a la Tercera Internacional. No es seguro que se afiliara al PCE, pero su traducción se realizó en su casa de las afueras de Madrid, con ayuda de un grupo de militantes del PCE. Algunos consideran que esta actividad «marxiana» de Pedroso fue algo puntual, pero el novelista Carlos Fuentes recuerda que en su exilio mexicano este excelente profesor reunía a un grupo de estudiantes para estudiar temas marxistas (Fuentes, 1971: 57). Es verdad que en 1936 vemos a Pedroso como diputado del PSOE por Ceuta [9], pero es que en el PSOE nunca dejó de haber marxistas. En cuanto a su traducción, considerada superior a la de Roces pero inferior a la de Justo (Scaron 1975: XXI), se publicó en un único y lujoso volumen que, a pesar de su precio, se vendió muy bien [10]. Prueba de ello son las Memorias del editor Manuel Aguilar, quien se propuso ganar suficiente dinero con El capital como para comprarse un lujoso Chrysler Imperial, cosa que hizo; pero al empezar la guerra civil, gracias a las incautaciones de la zona republicana, el coche le fue expropiado y él tuvo que escribir: «Carlos Marx me lo dio y Carlos Marx me lo quitó» (Elorza, 1984, p. 153).

En esos años se crearon bastantes editoriales, muchas comunistas, al calor de la buena prensa que tenían entonces la URSS y todo lo soviético. Una de las más importantes fue Cenit (1929), a la que se incorporó Wenceslao Roces, el futuro traductor de la versión más difundida de El capital, cuya traducción ha sido siempre discutida. Roces publicó en Madrid el libro primero de El capital (Marx, 1934-35) en tres formatos distintos [11], y más tarde, en su exilio mexicano, la obra completa en el Fondo de Cultura Económica (1946-47).

En su etapa española, Roces fue un político importante, miembro del PCE. Era, como Pedroso, un catedrático de Derecho (en Salamanca) formado en Alemania, pero especializado en Derecho Romano. Durante la Dictadura de Primo comenzó a estudiar la obra de Marx, con intención de dedicarse —ya que el PSOE y el PCE no lo hacían— a la difusión de las ideas marxistas, empezando por la traducción de la obra de Marx, para lo que usó Cenit como plataforma. Al estallar la guerra civil, Roces fue nombrado subsecretario del ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (1936-37), cuyo titular era el comunista Jesús Hernández, y debido a ese cargo algunos lo acusaron de haber participado, no en el asesinato de Andrés Nin, pero sí en la campaña de difamaciones contra el POUM que llevó a cabo la policía secreta de Stalin en España [12].

En cualquier caso, la labor de Roces como traductor de El capital —y de otras obras de Marx, Engels y otros— se extendió durante décadas. La traducción mexicana de 1946-47, su primera edición completa de El capital, fue revisada en 1959 y de nuevo en los años ochenta (aunque no ha comenzado a aparecer hasta el siglo XXI), y su difusión ha sido tan mayoritaria que para muchos El capital de Roces ha sido El capital sin más (Scaron, 1975: XXI). Esta traducción es normalmente considerada «mala», y para demostrarlo Scaron publicó una larga lista de errores (Scaron, 1975: XXI-XXVIII); aunque Romano (1977) defendió a Roces —quien por cierto había sido durísimo con la traducción de Pedroso (Roces, 1932: 61)—, en realidad Scaron fue bastante más moderado que Josep Fontana, quien la atacó frontalmente como ejemplo supremo de traducción «instrumental», útil para la lucha política pero no en términos estrictamente científicos (Fontana, 2001: 752). ¿Cómo es posible, se quejaba Fontana, que hayan pasado desapercibidos, durante décadas, los errores y aberraciones de Roces, no sólo a él, sino a cuantos han estudiado su El capital? Su respuesta es que se debió al estalinismo reinante.

También en 1931, el editor valenciano instalado en Barcelona, Vicent Clavel, comenzó a traducir El capital con intención de publicarlo en 14 volúmenes; pero sólo aparecieron los dos primeros, «hasta el final del capítulo XII» del libro I, que «aunque seguía el capitulado de la edición alemana y no la francesa, parece que se hizo a partir de una versión en esta última lengua» (Gasch, 1983: 28).

En cuanto a la recepción de El capital, hay pocos trabajos teóricos en este periodo. Aparte de Leviatán, la revista del PSOE que expresaba «el más elevado nivel que alcanzó el marxismo español», donde dominaba un marxismo volcado en la lucha política inmediata y elaborado por políticos, mencionaremos las obras de Jordi Arquer (1937) y de Luis Araquistáin (1980), uno de los protagonistas de la «radicalización del PSOE», quien insistía en la necesidad de «una discusión sobre la lectura correcta de Marx» (sobre este autor, véase Ribas, 1990: 142, 218, 139, 141) [13].

 

IV. La larga dictadura franquista

Tras la derrota en la guerra civil, la represión de toda actividad política marxista, anarquista, etc., fue acompañada de la prohibición de sus publicaciones. Esto empezó a cambiar con la ley de prensa de 1966, pero ya antes circularon publicaciones ilegales, y escapó de la censura alguna legal, como el artículo sobre la teoría del salario de Marx aparecido en 1949 en una revista académica del régimen, Anales de Economía, donde un desconocido Juan Manuel García Ábalos demostraba un profundo conocimiento de El capital y otra literatura sobre el tema, tomando claramente partido por Marx.

Aparte de libros editados en Hispanoamérica que circulaban legalmente aquí, y de los editados en español en Francia (por editoriales de oposición, como Ruedo Ibérico), que lo hacían clandestinamente, en la década de 1960 se disparan las traducciones al español de libros marxistas y comienzan a aparecer obras con crecientes referencias a El capital.

Debe tenerse en cuenta que, tanto en esta época como en el postfranquismo, el número de obras ha crecido tanto que cualquier estudio de los diferentes estudios sobre El capital en diferentes campos resulta inabarcable, máxime cuando en realidad no estamos usando un método definido ni un esquema meta-teórico desde el que abordar dicho estudio crítico. Por ello, nos limitamos prácticamente a recorrer cronológicamente nuestra propia lista impresionista y un tanto arbitraria de obras, pretendidamente representativa del panorama general pero ciertamente seleccionada a base de juicios de valor del autor de estas líneas.

Así, en 1960 aparece, firmada por Manuel Entenza (pseudónimo de Manuel Sacristán) y reeditada en 1966, la primera obra de Marx publicada legalmente bajo el franquismo: los trabajos de Marx y Engels sobre España (Sacristán, 1960); en 1961 se publican unas conferencias pronunciadas en 1958 en la Universidad de Santiago de Compostela (París et al., 1961); y, tras la fugaz aparición en 1960 de la revista Praxis, publicada en Córdoba por José Aumente y Carlos Castilla del Pino, nacen Cuadernos para el Diálogo (1963), impulsada por Joaquín Ruiz-Giménez, y Cuadernos de Ruedo Ibérico en París (1965) (Díaz, 1995: 531-2). Según algunos, en vísperas de mayo del 68, «el marxismo estaba presente en los sectores intelectuales más dinámicos de la nación e informaba ya un elevado porcentaje de su producción bibliográfica» (Cuenca, 2016: 27-28) [14].

En 1967 [15] aparece la segunda traducción castellana completa de El capital, la publicada por EDAF [16] y reeditada en 1972: una edición en dos lujosos volúmenes, traducida del francés por un equipo de traductores cuyo director se ignora. La editorial encargó una Introducción al catedrático de economía Jesús Prados, quien escribió un largo texto crítico sin ofrecer explicación de las intenciones de esta edición. Prados, un economista heterodoxo pero liberal, veía una «tremenda contradicción interna» entre los libros I y III de El capital, y hacía una lectura incompleta y poco original, asegurando que Marx seguía a Ricardo y a Rodbertus en su teoría del valor, y limitándose a decir del libro II que critica «la ilusión monetarista de los economistas» (Prados, 1967: LII, XLIII, XXXI).

Entre los trabajos españoles influidos por El capital en los campos de filosofía, economía, historia y sociología, citaremos primero el del muy comprometido [17] Manuel Sacristán, de quien destaca la importancia de sus aportaciones, sin olvidar deficiencias e inconvenientes notables, como no distinguir suficientemente entre Marx y marxismo, o presentar una obra fragmentaria, publicada tardía pero no cronológicamente, consistente en notas y comentarios de El capital y otras obras, muchas veces al hilo de su tarea de traducción. Este «científico» de la lógica [18] —para quien la tradición marxista «no es una tradición de la ciencia, sino de la militancia revolucionaria» que debe «llevar y mantener el socialismo con una altura científica», sabiendo que «la filosofía de la praxis […] es la médula del materialismo histórico» (Sacristán, 2003: 216; 1983: 51, 132)— aborda la obra de Marx desde el punto de vista de la epistemología, la gnoseología, la metodología de la ciencia y la moderna teoría del conocimiento, tratando de traducirla al lenguaje actual. Y en esta época (hasta 1975) hace un genial apunte de sociología de la ciencia, poniéndonos en guardia contra el

tipo de estimación de El capital (…) característico de los grandes autores que no pueden permitirse, por su personalidad científica, una apología directa del capitalismo a través de una refutación grosera del libro de Marx, ni, por otra parte, pueden prescindir tampoco, dada su posición de clase, de una apología indirecta de ese orden por medio de una sesuda justificación de la tesis de la caducidad de El capital. Schumpeter es, probablemente, la más alta autoridad de esta distinguida categoría. (Sacristán, 2004: 48)

Varios filósofos exiliados son también importantes. En Venezuela, David García Bacca afirma que para entender a Marx hay que «escuchar» El capital, donde Marx emplea «transustanciación», equivalente a la hegeliana «Aufgebung», para llegar al «teorema básico y único de El capital», que muestra que «el hombre individual, o natural, la religión natural, el derecho natural… descomponen la máquina de producción e impiden el surgimiento y establecimiento del hombre como creador de sí y recreador para sí de la naturaleza» (García Bacca, 1965: 62-63, 15, 84). En México, Adolfo Sánchez Vázquez caracteriza al marxismo como una «filosofía de la praxis» basada en su «unidad indisoluble como ciencia e ideología del proletariado», y concluye que «El capital se integra plenamente en la teoría marxista de la revolución» (Sánchez Vázquez, 1967: 67, 303-304). En Francia, Manuel Ballestero observa que ya el joven Marx había comprendido «el nexo histórico-social, y por tanto teórico, que unía a la filosofía especulativa hegeliana y a la economía clásica» (Ballestero, 1967: 218). Y el represaliado Aranguren, para quien «el marxismo es una sociología englobante de la economía, y no una teoría económica abstracta», ve en Marx a un «reformador moral» que «atribuyó una función práctica —es decir, ética— al Saber”, de forma que «el movimiento real de la historia parece así a nuestros ojos (…) como un movimiento moral» (López Aranguren, 1968: 31, 35, 69, 78).

En el título de su libro sobre Razón mecánica y razón dialéctica, Enrique Tierno Galván contrapone «mentalidad científica» a «inteligencia literaria» (Tierno, 1969: 114). Tierno cree que el marxismo aspira a «que la Razón dialéctica y la inteligencia dialéctica expresen la Razón mecánica», cuyo principal supuesto es «la admisión de la matemática como único instrumento válido para interpretar la naturaleza en cuanto física», de forma que «las cualidades sólo son valiosas en cuanto son cuantificables (magnitudes matemáticas)» [19]; y esto se aplica a la economía y a la construcción del «socialismo científico», que no es sino un socialismo «que utiliza la Razón mecánica» (Tierno, 1969: 250, 147, 229-231). Por su parte, Gustavo Bueno pretende formular «el curso de la constitución categorial de la racionalidad económica, entendida como una racionalidad dialéctica», y señala que «El Capital no quiere refutar sólo el concepto de mercancía de Malthus o de Ricardo, sino la propia ‘encarnación’ de ese concepto en el trabajo asalariado: pero la ‘refutación’ del trabajo asalariado o, en general, la refutación del capitalismo, no puede hacerla un libro como El Capital sino la propia práctica del socialismo» (Bueno, 1972: 5, 37).

En el terreno de la economía, José Ramón Lasuén escribe que «el análisis económico cuantitativo moderno estaba contenido en Marx», y muestra «cómo los temas más importantes de la investigación económica moderna estaban ya apuntados y desarrollados parcialmente en Marx» (Lasuén, 1972: 53). Por la misma época, se abrían nuevos horizontes sobre El capital: José María Vidal Villa (1973) publica Iniciación a la economía marxista, primer libro de este tipo en España, mientras que Alfons Barceló (1972) introduce el enfoque sraffiano como nueva rama o extensión de la economía marxista. La lectura «marxista» de Vidal se basa más en Lenin que en Marx, pues la acción de la «ley del valor» transforma el capitalismo «de libre competencia» en «una nueva fase del capitalismo: el capitalismo monopolista», donde no rige la ley del valor (Vidal, 1973: 57-58, 101, 103). Barceló coincide con lo último, pues «existe la teoría del valor-trabajo, pero no existe la ‘ley del valor’», ya que las relaciones entre valores y precios de producción «han resultado ser mucho más complicadas de lo que Marx creía», mostrándose «superior» la visión sraffiana porque «corrige una serie de errores e imperfecciones de los planteamientos de Marx» (Barceló, 1986a: 235; 1986b: 282). Citaremos asimismo la crítica de Javier Pérez Royo a Bortkiewicz (y Sweezy) por comparar sesgadamente los libros II y III de El capital; en su opinión, frente a la «no-solución» de Bortkiewicz, Marx tiene «la solución formulada en palabras», y «lo que queda por hacer es expresarlo en lenguaje matemático» (Pérez Royo, 1975: 75, 66).

Pero no sólo hubo filosofía y economía [20]. En el terreno histórico se trataron fundamentalmente la revolución burguesa y el papel de la agricultura en la economía española. Respecto a la primera, el libro de Jordi Solé Tura (1967) vino seguido de uno del prolífico Ignacio Fernández de Castro (1968) y de otro, publicado en Francia, de Miguel Viñas (1972): lo que dice José Manuel Naredo en el prólogo a este último se aplica a los tres, que tienen «el interés de tratar con claridad, desde una perspectiva marxista» (en parte) algunos «aspectos esenciales de la historia política de la España contemporánea» (Viñas, 1972: 5). Por otra parte, varios trabajos aplicaron categorías marxistas al estudio de la agricultura española: los más precoces, los publicó en Francia Ruedo Ibérico (Fernández de Castro, 1962; Martínez Alier, 1968); seguidos por Naredo (1971), más marxista, quien, con el pseudónimo de Carlos Herrero (1972), realizó una crítica del «pseudomarxismo» de Tamames (1960), aplicable a más libros de ese género.

En sociología, Fernández de Castro y Goytre (1974) siguen El capital y «el análisis de Poulantzas» de forma «totalmente libre», como con el «trabajo productivo», donde incluyen a todos los asalariados, «tanto dedicados a la actividad de producir como a la de convertir dichos productos en mercancías» (Fernández y Goytre, 1974: 14-15, 237). En 1972, Manuel Castells dedica un libro en francés a la sociología urbana desde una perspectiva marxista, precedido de otro en español (1971); y en 1969 Carlos Castilla del Pino compara las «axiologías» de Marx y Freud, basándose en parte en El capital, pero sorprende su confusión entre teoría del valor (economía) y axiología (filosofía de los valores) (Castilla del Pino, 1969: 26).

 

V. Desde la muerte de Franco a la actualidad

Tras la muerte de Franco aparecen nuevas traducciones de El capital y numerosos trabajos concebidos y comenzados en el último «tardofranquismo». La primera traducción completa de El capital de esta época, tercera en el cómputo total, es la de Vicente Romano para Akal [21], publicada en 1976-78 (y reeditada en 2000 con prólogo del catedrático de economía Enrique Palazuelos). Romano fue compañero de estudios de Sacristán en Münster y se especializó en ciencias de la comunicación, convirtiéndose en profesor de estas materias en las universidades de Madrid y de Sevilla mientras militaba también en el PCE y escribía libros como La formación de la mentalidad sumisa. No existen estimaciones de la calidad de su traducción.

Otra traducción (incompleta) de esta época se debe a Sacristán. Este tradujo los libros I y II y buena parte del III, pero la editorial (Grijalbo y Crítica [22]) sólo publicó los dos primeros, interrumpiendo no sólo El capital sino también el proyecto más amplio donde se encuadraba, bautizado como «Obras de Marx y Engels» (OME) en 68 volúmenes, del que ya habían aparecido 13 [23], estando traducida también la mayor parte de la correspondencia. Esta interrupción, junto a la del proyecto similar de Roces en México (Fondo de Cultura Económica) [24], supuso una grave pérdida para la difusión de Marx y Engels en español.

La última (cuarta) traducción completa de El capital, cuya calidad no podemos juzgar, apareció en catalán en 1983-90, obra de Jordi Monera [25], en la editorial barcelonesa Edicions 62 (ahora integrada en Planeta), que la publicó con ayuda financiera de la Diputación de Barcelona y prólogo de Sacristán. Moners es un filólogo marxista que evolucionó hacia el independentismo catalanista y fue uno de los fundadores del Partit Socialista d’Alliberament Nacional. Su traducción acaba de ser reeditada en 2018 [26].

En cuanto a la recepción teórica de El capital, nuevamente sobresalen filósofos y economistas. Sacristán continuaba dando «forma a una tradición marxista crítica original en España» (Espinoza, 2015: 7) a contracorriente de las modas del «marxismo» o «marxismos» de entonces, pues «los intentos de conseguir una determinación extensional medianamente unívoca del término conceptual ‘marxismo’ parecen estar, en nuestros días, condenados al fracaso» (Muñoz, 1978: 113). Aunque para Sacristán el «producto intelectual» de Marx sea «principalmente saber político» y «el valor principal» de su obra sea «su condición de eslabón de la tradición revolucionaria» (Sacristán, 2003: 254, 181), no debería confundirse con el «marxismo», ya que «Rubel tenía razón» y el Marx «crítico del marxismo» nunca «pretendi[ó] fundar una cosa llamada marxismo» (Fernández Buey, 2004: 15) [27].

Felipe Martínez Marzoa (1983), marxista «heideggeriano» autor de un «libro único y singular en el panorama filosófico español» (Royo, 2017: 2), es el otro gran referente en la recepción española de El capital. Si lo contraponemos a Sacristán —quien, como «cientifista», era «hostil a la corriente heideggeriana» (ibíd.: 3)— es para protestar por que no se hayan entrecruzado nunca las dos tradiciones españolas más valiosas en este campo. Por esta razón, dedicaremos a estos autores una parte quizás desmedida en el conjunto de este artículo.

Para Marzoa, quien piensa que «la filosofía es la historia de la filosofía, ya que el trabajo actual del filósofo consiste en entender lo que han dicho los filósofos» (Roca, 2015), Marx «en cuanto autor de Das Kapital (…) es un ‘intelectual puro’», y, si no fuese así, «nosotros no lo consideraríamos como un filósofo», como ocurriría con cualquier otro autor (Martínez Marzoa, 1983: 10). Marzoa no ignora el compromiso político de Marx [28], pero escribe que este «no compuso su obra para fin alguno, ni individual (…), ni colectivo», pues, si fuera así, su obra «no sería libre pensamiento, sino servicio [29] a un movimiento que se supone definido como tal antes y por encima de la propia obra de Marx», que «se designaría con el nombre de ‘socialismo’» (1983: 10, 23). Ahora bien, «en la obra de Marx, el socialismo no es ‘interpretado’, sino que es fundamentado, producido como concepto, no interpretativamente, sino especulativamente» (1983: 24). Así, cuando Marzoa niega que «Marx o el marxismo son, presuntamente, ‘otra cosa’ que (…) filosofía» (1983: 15), está negando la «escasa tipicidad» de Marx, que para algunos justifica un tratamiento excepcional porque «Marx se mueve, en efecto, a muy varios niveles» (Muñoz 1988: 9, 12-13).

Sacristán y Marzoa difieren al menos en cuanto a dialéctica, materialismo (histórico) y teoría del valor. Para Marzoa, «el ‘materialismo histórico’ y el ‘materialismo dialéctico’ no son de Marx ni son filosofía», sino un “aparato pseudofilosófico» (1983: 20-21). Para el «analítico» Sacristán, hay que abandonar el materialismo dialéctico «como sistema», pero «no hay ninguna duda de que existe, que está justificado un modo de pensar que es (…) dialéctico, en el sentido elemental de no fijista, de integrador» (2003: 253); aunque es clara «la futilidad de la retórica dialéctica hoy» (2004: 211), esta «‘dialéctica’ significa algo, contra lo que tantas veces han afirmado los analíticos, por ejemplo, Popper o Bunge» (2003: 253). La influencia de la dialéctica hegeliana en Marx es, en su conjunto, positiva, pues le permite «un tipo de conocimiento que, utilizando el producto científico ‘normal’, lo integr[a] como ‘artísticamente’ en una totalidad concreta» (2003: 248, 253).

Lo que para Sacristán es «ese trascender a la ciencia que es la dialéctica» (2004: 302) equivale a lo que afirma Carlos Gurméndez (1986) de que «la filosofía de El capital se podría resumir en el verso de San Juan de la Cruz: ‘Toda ciencia, trascendiendo’»; para Gurméndez, El capital «agrupa el pensamiento filosófico y el conocimiento científico de una ciencia particular: la Economía Política» (1986: 58). Otros que opinaron sobre la dialéctica son: Luis Martín Santos (1976), quien pretende contribuir a la «nueva epistemología» desarrollando «la idea de medialidad» para sustituir «los conceptos demasiado toscos de verdad y de causa, empleados frecuentemente por el marxismo» (1976: 15); Wenceslao Roces (1983), quien destaca «la llamada ‘ley de la negación de la negación’, cuya aplicación metodológica fundamental» se observa en el capítulo de El capital sobre acumulación originaria del capital (1983: 1863); y Monserrat Galcerán (2001), para quien «en Marx, la perspectiva política no se añade desde fuera»,  por lo que «epistemológicamente, la dificultad está en comprender que esa toma de partido no elimina la objetividad del análisis» (2001: 125).

Marzoa piensa que «Marx no sustenta en absoluto la llamada ‘concepción materialista de la historia’», y por eso «descarta la interpretación ‘materialista’ de Marx, incompatible con la nuestra», dado que Marx analiza en El capital un «singular» —la economía capitalista— mientras que el «materialismo histórico» lo que hace es aplicar un «método» por el que «toda la obra del Marx maduro sería el ejercicio de una posición filosófica general aplicada a un objeto concreto» (1983: 98, 31, 20-21). Este materialismo histórico «afirma como su ‘carta magna’ un párrafo [30] de Marx» que es una «especie de ‘credo’ del ‘marxismo’ vulgar», al que se recurre «por la sencilla razón de que no hay otro» (1983: 91). Pero si hay materialismo en Marzoa, tiene que ver con la «ley del valor» como «ley objetiva», como «determinación que opera sin que para ello tenga que ser conocida» (1983: 60). Según él, «en la sociedad moderna impera una ley de ese tipo (…), rige una ‘ley económica’» y «el significado del adjetivo ‘económica’ es explicado por Marx» como referido a hechos «materiales», es decir, hechos que, como afirma Marx, «pueden y deben ser constatados con la exactitud propia de las ciencias de la naturaleza»; ahora bien, «los hechos en los que se cumple la ley del valor (precios, volumen de producción, salarios, ganancias, etc.) son, en efecto, expresables todos ellos en forma matemática” (1983: 96-97, 60). Siendo esto así, la base del análisis marxiano «no deberá estar en ninguna presunta ‘filosofía marxista’, en ningún ‘materialismo histórico’» sino «en la historia o ‘destino’ de la filosofía, del pensamiento occidental, en la esencia de la metafísica» (1983: 103).

Por su parte, el Sacristán del «nuevo materialismo científico» cree «justificado un modo de pensar que es materialista, en el sentido elemental de no idealista», y simpatiza con el materialismo histórico como «concepción metacientífica de la historia, basada esencialmente en la decisión metodológica (metacientífica) que atribuye a la economía un papel fundamental en el conocimiento histórico y a lo económico una función análoga en la vida histórica» (2003: 151, 252, 226-7). Pero completa esto con dos afirmaciones cruciales: 1) la doctrina «se completa subrayando que el papel básico de lo económico es básico también en el sentido de no integral: es también ‘meramente básico’»; 2) con esto, «el materialismo histórico se distingue del economicismo [31], reducción de todos los fenómenos a economía» (2003: 226-7).

Con todo, la diferencia fundamental entre Sacristán y Marzoa se refiere a la teoría del valor: mientras que Sacristán duda de ella, Marzoa piensa que dicha teoría es la auténtica filosofía de Marx, y por eso pretende demostrar: «1) Que todo Das Kapital no es sino la exposición desarrollada de la ‘teoría del valor’ expuesta globalmente en el capítulo primero (…) 2) Que la ‘teoría del valor’, y, por tanto, Das Kapital en su conjunto, es la verdadera obra filosófica de Marx, y que, como tal, es un momento esencial de la historia de la filosofía» (1983: 28). Para Marzoa, esta teoría parte de la riqueza, compuesta por un cúmulo de mercancías, y del análisis de la mercancía como «forma elemental» de esa riqueza; así, «en una espectacular condensación imaginativa, la ‘mercancía’ se presenta como el núcleo condensado del que se deduce rigurosamente la novedad determinante de todo un mundo histórico» (Ripalda 2014: 27). Las mercancías son valores de uso, pero su «carácter de valor-de-cambio» manifiesta que «cualesquiera mercancías distintas se reducen (…) a algo común, de lo cual se manifiestan como cantidades determinadas», y ese algo común es el trabajo «abstracto», un «trabajo-en-la-sociedad-moderna» y «desprovisto de todo carácter concreto» (Martínez Marzoa, 1983: 41-42) [32]. Para Marzoa, este trabajo abstracto, en cuanto cantidad cristalizada o cuajada en una mercancía, «es el valor»; y las mercancías «son valores»; es decir, «el valor es el ‘contenido’ o la ‘sustancia’ de la que es ‘forma de manifestación’ o ‘modo de expresión’ el valor-de-cambio» (1983: 42-43).

Para Sacristán, el concepto de valor de cambio es «elección de una abstracción básica»; pero «la conclusión según la cual el valor de cambio no puede ser, por principio, más que el modo de expresión, la ‘forma de aparición’, de un contenido distinguible de él (…), obtenida a partir de la afirmación de que una mercancía ‘tiene múltiples valores de cambio’ es tal vez la primera hipóstasis metafísica de K [Capital]» (2003: 189-190). Ahora bien, «el punto crucial» de la teoría del valor es «el momento en el cual al prescindir del valor de uso de los cuerpos de mercancía no les queda a estos (…) más que una sola propiedad, la de ser producto del trabajo (…). En este momento queda definida la ciencia del Capital, la ciencia de Marx. Incluso antes de que precise la afirmación introduciendo el concepto de trabajo abstracto y trabajo socialmente necesario» (2003: 190).

Para Marzoa, la contradicción interna de la mercancía (entre valor de uso y valor) da paso a una contradicción externa que lleva a segregar un valor de uso para convertirlo en el «equivalente universal»: el dinero; el «hecho estructural» es que el proceso de cambio «tiene la forma M-D-M», y que, «si el ciclo de transformaciones propio y esencial de la mercancía es M-D-M», el del dinero es D-M-D’, «admitiendo que D’ > D» (1983: 43, 48-49). Con esto «queda ya constituida la noción de capital, a saber: valor que se transforma en más valor», y el «incremento de valor (…) es lo que se llama plusvalía» (1983: 49). Para obtener esta (pv), el capitalista debe invertir capital constante (c) y variable (v), de forma que la relación entre pv y v es la tasa de plusvalía, P (P = pv/v), y la de pv con todo el capital gastado es la tasa de ganancia, G (G = pv/(c+v)). Si llamamos «composición orgánica del capital» (K) a la relación entre las dos partes del capital (K = c/v), entonces «K presenta una tendencia estructural a subir» por el aumento de productividad ligado a la sustitución de trabajadores por máquinas; con lo que surge una «tendencia descendente de G» que no hace «necesario que la tasa de ganancia descienda de hecho” pero muestra «la necesidad que el capitalismo tiene de hacer funcionar las ‘causas contrarrestantes’» (1983: 55, 72). En cambio, Sacristán cree que esta «caducada» tesis de la caída de G es «digna de ser abandonada sin más» (2003: 233), viniendo Ripalda a matizar que «la fe emancipadora en la ciencia» de Marx «le llevó a forzar expresiones como ‘ley tendencial’ (de la caída progresiva de la tasa de beneficio), epistemológicamente discutibles, incorrectas, aunque no por eso necesariamente falsas» (Ripalda, 2014: 24).

Marzoa afirma que la subida de K no es igual en todos los sectores, por lo que, si P es la misma en todos, G será mayor donde menor sea K, «lo cual quiere decir que la situación no puede quedar así, ya que los capitales se desplazarían» entre sectores; se establece entonces «un valor general de G que resulta de repartir la cantidad total de plusvalía proporcionalmente entre todos los capitales», y eso hace «que el precio de producción del sector i sea ci + vi + G(ci + vi)» (1983: 64-65). En esta interpretación, «el verdadero valor sería el ‘precio de producción’, y la aparente ‘transferencia de valor’ de unos sectores a otros no sería tal, sino simplemente la reducción del trabajo real concreto a trabajo abstracto»; por ello, «la teoría de los ‘precios de producción’ no puede en absoluto sustituir (…) a la primera teoría del valor», pues no sirve para «encontrar aquella magnitud única, aquella ‘sola cosa’, de la que son cantidades las diversas mercancías en cuanto valores» (1983: 65-66).

Sin duda, Sacristán (como Barceló) negaría esta caracterización de los precios de producción, como también Fernández Liria y Alegre (2010) [33], quienes, aun defendiendo la teoría del valor de Marx, ven un grave problema en el análisis de la «transformación» —problema «irresoluble» pero «prescindible»—, pues Marx hace un planteamiento «insatisfactorio» al usar un método «gravemente insatisfactorio” para llegar a una solución «inconsistente» (2010: 515, 518, 522). Para ellos, la «teoría» y la «ley» del valor se refieren sólo a los valores, perteneciendo los precios de producción al ámbito de una segunda ley, distinta y ajena a la del valor, «que rige ‘en la superficie’ de la sociedad moderna»; por eso critican a cuantos intentan «demostrar que la teoría del valor sigue rigiendo, enmascarada, allí donde las mercancías se intercambian en tanto que productos de capitales» (2010: 547, 91).

«José Antonio Moral y Henry Raimond (1986) siguen por primera vez en España una sólida pero minoritaria corriente de economía marxista —que arranca de Grossman, Mattick y Rosdolsky, y llega hasta Anwar Shaikh— que defiende un retorno desde el marxismo a Marx, explicando el sentido del progreso técnico capitalista como una capitalización progresiva del proceso laboral que hace del capital constante «la forma ideal del capital»; por ende, defiende «la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia y su corolario, la teoría del derrumbe», aunque dicho descenso «no se desarrolla en términos lineales y constantes» (1986: 54 y ss., 80, 82). En la estela de Shaikh se sitúa el libro de Mejorado y Román (2014), que aporta una increíble cantidad de datos empíricos que cuantifican las principales categorías marxianas.

Para Carlos Berzosa, «Marx proporciona unas categorías abstractas que, de ser válidas, lo seguirán siendo mientras que este sistema siga rigiendo», independientemente de sus transformaciones; por eso, por ejemplo, «el concepto de explotación sigue siendo operativo en el capitalismo de hoy» (Berzosa y Santos, 2000: 243, 241). Pero como el capitalismo «se ha modificado mucho y profundamente» y no muestra «las limitaciones que imponía el propio capital», ambas cosas «pueden servir como una refutación de las tendencias del capitalismo expuestas por Marx» (2000: 243). En resumen: defiende «la vigencia de la teoría marxista» para «la mejor comprensión de la economía capitalista actual», considerando discípulos de Marx a cuantos se declaran tales, sin pretender «dar certificados que acrediten a unos como marxistas (...) frente a otros» (2000: 200-201, 13-14).

Para Enrique Palazuelos (2000), «carece de sentido la pretensión de que Marx y El capital viajen al año 2000» porque el «escenario económico» ya no es el capitalismo competitivo, sino lo que Lenin llamó «capitalismo monopolista» (y él, «morfología oligopólica de los mercados»): El capital ha envejecido porque Marx no pudo ver que las economías «subdesarrolladas” son «una condición necesaria para que los países desarrollados despl[ieguen] su dinámica de acumulación en un proceso único y excluyente a escala mundial» (2000: XXXIII-XXXIV). Por lo demás, Palazuelos abunda en el fatídico «problema de la transformación», critica la «ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia» y rechaza el «empobrecimiento» de los trabajadores, que interpreta como «absoluto» y no «relativo» (2000: XII, XXXV-XXXVI).

Digamos para acabar que en los últimos tiempos se observa una afinidad creciente con El capital: aparte de varios libros de un marxismo más convencional (Mateo y Molero, 2010; Arrizabalo, 2014; Mateo, 2015; Nieto y Cockshott, 2017), destacan dos. Maximiliano Nieto (2015) sigue a Marzoa en que los precios de producción son los auténticos valores, desarrollando dos comparaciones: (1) entre el valor individual y el valor social (medio) del sector, y (2) entre el valor medio y el precio de producción. Si ningún marxista piensa que la primera discrepancia cuantitativa sea una contradicción de la teoría del valor, es inconsistente que la segunda se interprete como tal. Por último, José Antonio Tapia (2017) proporciona datos de la economía estadounidense y compara la teoría de Marx con otras teorías (keynesianas, kaleckianas, etc.), en cuya discusión los datos obtenidos respaldan claramente la teoría de El capital.

 

VI. Comentarios finales

En resumen, sin contar las parciales ni las publicadas en español fuera de nuestro país, ha habido en España 4 traducciones completas de El capital: las de Pedroso (1931), EDAF (1967, del francés), Romano (1976-78) y Moners (1983-90, en catalán), a las que hay que añadir 2 traducciones completas del libro I (Justo, 1898; Roces [34], 1934-35) y una de los libros I y II (Sacristán, 1976-80), lo que suma un número mayor que el de traducciones al inglés (Amini, 2016: 133). Las ventas totales se estiman en unas 75.000 copias, seguramente menores que las de las principales editoriales hispanoamericanas, especialmente Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI, las dos más difundidas.

En cuanto a los estudios sobre El capital o influidos por él —la mayoría, obra de filósofos y economistas—, con el tiempo han ido ganando mucho en calidad y en cantidad, pasando su publicación por dos periodos de auge —inmediatamente antes y durante la II República, el primero, más político que teórico; y en la década de 1970 el segundo— hasta llegar al momento actual, en el que han florecido de nuevo, especialmente a partir de la llamada «Gran Recesión» iniciada en 2008.

 

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