Juan Carlos Rodríguez. Para una teoría de la literatura (40 años de Historia). Madrid, Editorial Marcial Pons, 2015.

 

Comenzaré esta reseña en primer lugar enunciando mi experiencia personal como lectora. He de reconocer que tratar de sintetizar una obra tan amplia y compleja como es Para una teoría de la literatura (40 años de Historia) ha sido para mí, apenas una estudiante, todo un reto pues una se siente siempre diminuta ante el conocimiento avalado no sólo por la amplia experiencia del profesor Juan Carlos, sino por la complejidad de su pensamiento.

Sin embargo, pese al inicial azoramiento, una vuelve siempre a sus lecturas porque el magisterio del profesor Rodríguez ha conseguido enseñarnos a leer la literatura de un modo que muy pocos lo hacen. Sus alumnos hemos aprendido a sumergirnos en la gran lucidez de su discurso que siempre te deja con el sabor agridulce de los grandes desvelamientos. No conozco a ningún alumno y compañero que una vez iniciado en el pensamiento materialista histórico del profesor Juan Carlos haya sido capaz de no continuar profundizando en sus enseñanzas, ya no sólo de la literatura, pero sobre todo de la vida; ¿qué es la literatura sino eso? la propia vida y el reflejo de sus condiciones materiales.

Esta reflexión me trae el recuerdo de una sesión de literatura, dentro de un ciclo contra-académico que llevaba por título «Mercado, Literatura y Resistencia», que llevaron a cabo algunos compañeros este invierno en la Tertulia, en la que leímos uno de los capítulos del libro El autor que compró su propio libro, concretamente «El cartero siempre llama tres veces (El camino del Quijote)». Recuerdo que tras el comentario del texto y el debate posterior, una de las opiniones que se manifestó, y creo que fue compartida por la mayoría de los allí asistentes, era la valentía que el profesor Rodríguez había tenido para enfrentarse a un texto tan canonizado como El Quijote  y aplicarle una lectura subversiva como es la materialista. Un texto además que está en el centro del canon de la literatura española, y si me apuran europea, según las teorías polisistémicas de Even-Zohar. El hecho no únicamente de estudiar la literatura desde el marxismo, sino de desmontar la ideología hegemónica a partir de la obra culmen que representa ese pensamiento occidental es sin duda un acto de rebeldía. ¿Y cual es sino la mayor enseñanza de la literatura sino esa? La de mirar y cuestionar la realidad a partir de la ficción. Es ahí donde radica el verdadero poder de las humanidades, la respuesta a que Platón expulsara a los poetas de su República, al hecho de que la ficción puede hacernos pensar en un mundo y un orden «otro»:

 

Pues en realidad se trata de eso: de la lucha por encontrar un diccionario otro, un inconsciente otro, que nos permita alcanzar el sueño de la libertad sin explotación, donde lo invisible pueda ser visible. Quizá comenzando por reconocer la gran trampa de nuestros días –y ya desde el siglo XVIII–, la trampa del ‘yo-soy-libre-por naturaleza’, el falseamiento de la libertad que se nos ofrece (27).

 

Como decía el profesor Miguel Ángel García, alumno aventajado de este pensamiento, a propósito de este libro, existe el riesgo de quedarse solo, en un espacio situado en el margen teórico. Sin embargo en mi sincera opinión, creo que en este caso se trata de una  soledad compartida si nos atenemos a la sólida escuela que el profesor  Rodríguez ha logrado. Escuela a la que una se siente siempre agradecida de pertenecer pero también en deuda y que nos exige a su vez mantener el horizonte teórico por el que lleva  transitando el profesor Juan Carlos Rodríguez más de 40 años.

A continuación trataré, a pesar de la dificultad que ello entraña, de hacer una síntesis de los diferentes planteamientos que propone el profesor Juan Carlos. En resumen la hipótesis principal del libro es remarcar la radical historicidad de la literatura, los que somos lectores y alumnos del profesor Rodríguez ya estamos familiarizados con esta noción, sin embargo a ello añade también la desmitificación de la llamada «postmodernidad» y el «giro lingüístico» así como sus consecuencias en la teoría y crítica literaria.
Antes de dar paso a este inmenso y ambicioso recorrido que va desde Kant hasta la semiótica de Barthes, el profesor Rodríguez va a poner las cartas sobre la mesa, es decir, si él pretende desvelar la mitología de que todo es «signo», nos va a dejar claro el horizonte marxista desde donde se hace esta lectura, ya que otra de las grandes críticas a ciertas teorías literarias que él lleva a cabo es la supuesta neutralidad con la que éstas se presentan. Por tanto es de radical importancia conocer como lectores desde qué horizonte se sitúa esta herramienta teórica que tenemos entre las manos:

 

El conocimiento que pretendemos no podrá existir nunca más que como un conocimiento histórico […] Nuestra investigación ha de ser histórica no sólo porque el discurso literario está siempre conformado por la historia, sino porque ni la literatura ni la crítica han existido siempre; tienen una fecha de nacimiento y una lógica histórica perfectamente analizables […] Junto a la eliminación del fetichismo del texto, nuestra otra medida de higiene consistirá en abandonar la idea de la metodología neutra […] precisamente, por el hecho de que previamente habríamos aceptado que existiría, ya definido y establecido para siempre, un supuesto ámbito literario inmutable, neutro y ahistórico a su vez  […] Ni la crítica ni la literatura han existido siempre. Ni mucho menos, por tanto, esa extraña conjunción a la que damos el nombre de crítica literaria. Es posible hacer una historia externa de la crítica, como es posible hacerla de la literatura (31-33).

 

Otra de las cuestiones iniciales que esboza el libro, pero que viene siendo una de las principales tesis de la amplia bibliografía del profesor Juan Carlos, (Teoría e Historia de la producción ideológica. Las primeras literaturas burguesas;  La literatura del pobre; De qué hablamos cuando hablamos de literatura, etcétera) es ponernos frente al espejo del inconsciente ideológico que atraviesa la manifestación artística que conocemos como literatura:

 

Lo que está claro es que del siglo XVIII al XX las raíces de la ideología burguesa no han cambiado nunca en su fondo. Y es tal inconsciente hegemónico quien ha construido a la crítica y a la literatura occidental, la única que existe como tal literatura y como tal crítica. Pues ahí radica la paradoja y la clave de todo: el capitalismo creó al sujeto libre para ser explotado ‘libremente’, pero con ello creó el sueño de la libertad sin explotación. En consecuencia, sin la imagen del sujeto libre y de la razón crítica es obvio que no puede existir ni la literatura, ni la filosofía, ni la crítica literaria (44).

 

Para a partir de aquí comenzar a desentrañar toda una serie de teorías literarias. En primer lugar comienza con la desmitificación de las tres grandes corrientes críticas contemporáneas, estas son el historicismo kantiano, el historicismo hegeliano y el empirismo. Ninguna de estas tres corrientes desde su particular horizonte de análisis del texto cuestiona «la clave epistemológica de la ideología burguesa clásica, la relación sujeto/ objeto (literarios en este caso). Más aún: no hacen otra cosa que reproducirla en sus métodos de análisis» (García, 2016: 8).

A continuación trataremos de resumir las diferentes críticas que a lo largo del libro se llevan a cabo contra a ciertas corrientes de la teoría literaria desde el positivismo, la primera «ciencia» de la literatura, la fenomenología, el formalismo ruso de Jakobson, el estructuralismo antropológico de Lévi Strauss hasta la semiología  de Barthes, para en última instancia finalizar con una crítica a la diferencia entre literatura de masas vs. literatura de élite que propone Eco. Sin añadir más pasaremos a las diversas críticas que se hacen de las diversas teorías ya enunciadas.

La crítica que se cierne sobre el positivismo es su supuesto cientifismo, ésta radica en la idea de que todo objeto, en este caso la literatura, puede ser descrito y estudiado de forma objetiva: «La literatura no surgía de la racionalidad, sino del sentimiento, del corazón […] si la literatura pertenece a lo sensible, el discurso que la estudia necesitará tener un valor universal que sólo lo racional da» (186). De esta forma el positivismo, cuya mayor representación es ostentada por Comte, se define a sí mismo como el método único y universal de estudiar cualquier tipo de manifestación literaria, presentándose como neutra.

Respecto a la fenomenología, ésta se va a diferenciar principalmente del positivismo en que mientras el positivismo le da importancia fundamental a la «materia», la fenomenología se la da al «espíritu». El profesor Rodríguez en su crítica a ésta va a llevar a cabo una genealogía que va desde la historicidad fenomenológica de Heidegger y Husserl hasta la historicidad de Foucault:

 

Pero la cuestión es siempre la misma: el significante del espíritu es el lenguaje. La historia del espíritu son sus huellas escritas. La historia humana, leída a través de las huellas, no es a su vez más que una serie de estratos: las diversas revelaciones, mostraciones, presentaciones del espíritu que constituyen una época. Y, en definitiva, si la historia es el espíritu y el espíritu es el lenguaje, la historia es el lenguaje. O más aún, la historia es historia del lenguaje (265).

 

De modo que para la fenomenología, el lenguaje no sería histórico, como se presupone desde los postulados materialistas, sino que la historia sería lenguaje.

Otra de las grandes críticas que lanza el profesor Rodríguez se dirige al llamado formalismo ruso, en concreto a las funciones del lenguaje de Jakobson,  por cierto aún  utilizado en la enseñanza obligatoria como verdad absoluta. De este modo Jakobson en su análisis de las funciones del lenguaje distingue: la función fática, la que alude al receptor; la comunicativa; la metalingüística, etcétera. Sin embargo donde radica el problema en la teoría de Jakobson es en la llamada función poética, es decir, aquella que hace referencia a la verdad del lenguaje, a la pureza de éste no como afán de comunicación sino como fin en sí mismo. Plantea esta función como si se pudiera desligar al lenguaje de su situación histórica e ideológica y pudiéramos aislar su «intimidad». De modo que: «la lectura crítica de Juan Carlos Rodríguez revela la "ideología de la intimidad" que palpita en el formalismo: la intimidad pura del lenguaje correspondiéndose con la intimidad del sujeto, con la noción de vida privada que establecen a nivel jurídico/político las relaciones burguesas» (García, 2016: 9).

A continuación se centra en el estructuralismo antropológico de Lévi- Strauss y el marxismo de Della Volpe. No vamos a detenernos demasiado en explicar los presupuestos de las críticas que se llevan a cabo contra ambos autores, sin embargo sobre lo que sí pondremos el acento es sobre el supuesto marxismo teórico de Della Volpe. El profesor Juan Carlos Rodríguez denuncia el hecho de que este autor pese a que se presente como marxista teórico no abandona en sus planteamientos el sustrato de la ideología pequeño-burguesa que nos circunda: «Lo cual muestra hasta qué punto también resulta necesario trazar líneas de demarcación entre la propia teoría marxista de la literatura, o la propia teoría marxista sin más y otros marxismos que a fin de cuentas no son sino eso: racionalismo ilustrado, ideología burguesa injertada en el marxismo» (García, 2016: 10).

Más adelante el libro se centra en la semiología de Barthes. El modelo semiológico que propone Barthes consiste en reducir a «signos» las unidades mínimas de significación y para lograr describirlas reduce todo sistema de significación a un modelo lingüístico (363). El hecho de que el profesor Rodríguez nos ponga sobre aviso de este modelo radica de nuevo en que la semiología se presente desnuda de ideología:

 

El intento de mostrar así el nacimiento de la semiología no es gratuito totalmente. En tanto que la semiología no es ‘ciencia’, sino mero proyecto ideológico […] El hecho es que en tanto que la semiología se inscribe en este proyecto general de ‘formalización’ propio de la epistemología estructural, podemos utilizar esa inscripción como síntoma ideológico en el nivel mismo en que se realiza: repetimos que lo que se trata de formalizar es el espíritu humano en cuanto ‘sujeto modelo’ esto es, volverlo exacto en cuanto ‘objeto’ […] La literatura es, pues, un texto único en cuanto que es idéntica al espíritu, y el espíritu es siempre lo mismo, quieto: idéntico o ‘transhistórico’ (366; 387).

 

La última gran crítica que se lleva a cabo se lanza contra Umberto Eco y la semiótica de la cultura de masas. Frente a la distinción que lleva a cabo Eco de la literatura de masas y la literatura de élite, en la que según el teórico italiano la línea divisoria la marcaría «el gusto del público» y sus «necesidades psicológicas» (418), el profesor Rodríguez remarca que esta distinción viene a repetir el esquema kantiano de sujeto cuya raíz  profundiza nuevamente en la ideología de «sujeto libre» clásica:

 

Los términos ‘élite/masas’ transparentan, como se ve, la problemática de la constitución de la obra por el lector, la problemática de la comunicación. Desde siempre la línea kantiana ha pensado la sociedad como un conjunto de sujetos. Estos sujetos son iguales en abstracto y desiguales en concreto; las desigualdades son ‘orgánicas’ o espirituales (421).

 

Finalmente cabe preguntarse a qué responde esta historia de la literatura, qué busca poner de relieve el profesor Juan Carlos Rodríguez con este libro; es obvio que el quid de la cuestión radica en proponer una vuelta a la teoría, y esto se debe a, en palabras del profesor Rodríguez: «que el campo de la teoría se había ido progresivamente corroyendo, minando: se había desbordado el vuelo de los signos sin sentido —personalmente yo apuntaría aquí a un guiño a los conocidos significantes vacíos de Laclau—, el ahora ya zumbido inútil de la discursividad posmoderna a-significativa» (427).

Esta a-significación de la posmodernidad habría tenido como consecuencia que todo se hubiera vuelto discurso: «El mundo se ha convertido en texto, la filosofía se ha deslizado hacia la estética, la antropología es retórica, la historia es narración o metarrelato, etc. Sería el signo básico de la posmodernidad: la textualización del mundo, el mundo como escritura» (428). Podemos concluir que en contraposición al «anything goes» o «todo cerrado» que propone la «postmodernidad», el profesor Rodríguez aboga por una vuelta a la teoría, pero una vuelta a la teoría pensada desde el  materialismo histórico.

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

García, Miguel Ángel (2016), «Soledades marxistas. Teoría, literatura e historia en Juan Carlos Rodríguez», en Álabe. Revista de la Red de Universidades Lectoras, págs. 1- 14.

Rodríguez, Juan Carlos (1990). Teoría e historia de la producción ideológica. Las primeras literaturas burguesas (siglo XVI). Madrid: Akal.

   ----- (2001). La literatura del pobre. Granada: Editorial Comares.

   ----- (2002). De qué hablamos cuando hablamos de literatura. Granada: Editorial Comares.

   ----- (2015). Para una teoría de la literatura (40 años de Historia). Madrid: Editorial Marcial Pons.