Es un disfraz

Vertiginoso. Sólo necesita semanas para acontecer el enésimo fenómeno viral. Esta vez es una chica catalana, Rosalía Vila, que sale a la palestra con todo un despliegue de simbologías en el primer single de su segundo disco: «Malamente». Esta explosión espectacular sucede vía mastodonte mercadotécnico  2.0 de las redes, que no sólo propone una idea-mercancía, en este caso bajo la forma de videoclip, sino que excita el tomar parte. A favor o en contra. A la vez que Rosalía es alabada por referenciados artistas y compartida hasta la saciedad, es criticada por apropiacionismo cultural:

 

La discusión no es en absoluto nueva, y tampoco es la primera vez que Rosalía se enfrenta a una polémica similar. Para entenderla hay que entender, primero, el factor geográfico: pese a interpretar la mayor parte de su repertorio con dejes y acentos típicos del habla andaluza, Rosalía es barcelonesa. No ha nacido o vivido en Andalucía y tampoco emplea las particularidades fonéticas del andaluz en su día a día, como se puede apreciar en las entrevistas. Es un disfraz artístico. [1]

 

La verdad contra la mentira, lo esencial frente a lo superficial. La identidad. El debate en torno a un videoclip arrastra toda la cascada de la pugna ideológica contemporánea. Incluso el andaluz. Sí, el andaluz: «¿es imitar el acento andaluz una apropiación cultural?”, se pregunta Mohorte en el citado artículo. Porque, claro, el andaluz no se habla, se imita.

El andaluz carece de gramática. Falso. Carece del aparato estatal que sostenga una gramática. Carece de un aparato que identifique y haga identificar lo correcto, lo bien hablado, con lo verdadero, separándolo de lo falso. Por eso es una activista gitana la que habla de apropiación en el caso Rosalía y no un académico de la lengua. Por eso se habla de «disfraz»  y de «imitación», aun siendo una cuestión política.

 

Burguesía nacional andaluza, identidad y explotación del territorio

¿Qué es una burguesía nacional? ¿La que tiene un origen familiar donde se demarca la región? ¿La que establece sus relaciones de explotación en dicho territorio? Nicos Poulantzas, en diferentes obras suyas y con diferentes matices, nos ofrece un acercamiento a este concepto, siendo burguesía nacional, a diferencia de la burguesía comercial u otras, la que desarrolla unas relaciones productivas en la nación. Las clases, siguiendo a Marx, no son un saco de individuos sino un conjunto de relaciones sociales, y la relación con el origen y las formas de reproducción del capital es la que da carácter a una determinada burguesía. Más allá de su origen genealógico, si hablan con tal o cual acento, es su práctica productiva concreta y su influencia en la circulación de capital la que les da un origen de clase. Esta perspectiva nos puede llevar a ciertas paradojas, como que familias de origen inglés que históricamente han comprometido su capital en los altos hornos de Málaga, por poner un ejemplo, conformen una burguesía nacional más sólida que señoritos sevillanos que someten sus fincas a fondos de inversión cuyo capital apenas está comprometido con un territorio, ya que sus elementos de reproducción están basados en una gran movilidad.

La construcción de la formación social de la Andalucía actual está fundamentada en cómo los la burguesía comercial, que bebe de flujos de capital que requieren escasa reproducción, ha desplazado y conquistado los espacios de la burguesía nacional. La lucha de clases se establece de forma muy cruda también entre las fracciones de la burguesía. El turismo, la agricultura o la construcción, los sectores económicos más importantes en Andalucía, se corresponden con capitales de reproducción rápida, que no quedan comprometidos con el territorio.

El capital que explota Andalucía no queda atrapado en Andalucía, se desliza internacionalmente, no necesita que el territorio evolucione ni tasas altas de capital variable, tanto a nivel humano como ecológico. El deterioro de las condiciones de vida, por tanto, no implica una dificulta en la reproducción del capital, que puede elegir otros espacios y trasladarse con cierta velocidad. Así, es un capitalismo buitre, que se alimenta del fracaso (provocado) del capital industrial y altamente coaligado con los poderes administrativos.

En las ya célebres y espectaculares primarias en el seno del PSOE en el año 2017, Susana Díaz, cuya relación con Andalucía no es necesario recalcar, desarrolla así su programa cultural:

 

La cultura determina la sociedad y la civilización y nos hace más libres y más felices. Pero en el siglo XXI debe ser parte del desarrollo económico. La economía mundial sigue creciendo, se siguen creando clases medias, el número de turistas en el mundo aumenta y cada vez gastan un porcentaje mayor de su renta en viajar. España debe dejar de pensar en número de turistas y debe concentrarse en aumentar el gasto por turista y día. Eso permitirá aumentar los precios de los servicios, aumentar el empleo y subir los salarios de los trabajadores.

La mayor creación de clases medias se está produciendo en Asia. Asia tiene excelentes playas por lo que los turistas asiáticos que vienen a España y a Europa buscan cultura. España dispone del tercer mayor patrimonio cultural del mundo, según la Unesco, y el potencial de crecimiento en turismo cultural es enorme. El turismo de paisaje y de aventura también tiene un gran potencial en España. Este es uno de los grandes nichos de empleo para reducir la tasa de paro y frenar la despoblación en zonas rurales.

El resto de actividades culturales contribuyen a mejorar la imagen de Marca España, haciendo más atractivo la llegada de turistas, y nutren de contenidos la estancia de los turistas, algo determinante para que elijan España antes que otros destinos.

Esto permitirá que los españoles podamos tener una mayor oferta cultural de más calidad y dará una solución a nuestros creadores que han sufrido especialmente la crisis. Es necesario desarrollar el Estatuto del Creador en el nuevo entorno tecnológico global y una Ley de Mecenazgo. Los socialistas nos comprometemos a bajar el IVA del cine, un sector maltratado injustamente por la derecha desde 2011.

América Latina y Estados Unidos donde hay 500 millones de hispano hablantes es una gran oportunidad para nuestro sector cultural. Las nuevas tecnologías digitales son una oportunidad para nuestro sector cultural, aunque también supone riesgos que hay que gestionar. Por esta razón, la cultura formará pate de la estrategia de la política industrial y tecnológica de los socialistas.

 

Sin duda, estas primarias pudieron leerse de muchas maneras, y una de ellas es cómo Susana Díaz extrapola las relaciones con el capital en Andalucía al resto de España. Esto es especialmente claro si comparamos esta propuesta con la de Pedro Sánchez, que apostaba por inversión educativa, incremento de las becas y bajada de las tasas. Para Díaz, la relación capital-cultura es propia de una asociación con un capital buitre, que fluye, que puede estar en cualquier parte y que es necesario atraer hacia nuestro territorio. Para Sánchez, la asociación se establece con un capital de otra naturaleza, en la que la inversión en capital variable, en la cualificación laboral, va a permitir un incremento de la extracción de plusvalía. No olvidemos nunca que ambos proyectos son totalmente afines al capital y en ningún caso conciben una posibilidad emancipatoria ni a largo ni a corto plazo.

Para Díaz, es necesario vender al territorio por completo, de ahí la referencia a la Marca España: el capital buitre sabe lo que quiere, puede distinguir un cadáver, un capital nacional muerto, a mucha distancia, aunque es necesario hacerle ciertas llamadas de atención: la identidad cultural. La cultura andaluza da valor al territorio, ese es su lugar. Permite un valor añadido a la experiencia playera, que Díaz relaciona con las posibilidades del capital variable (es decir, con las personas profesionales) de la cultura.

Es decir, la construcción de nuestras ciudades como escenarios y nuestras vidas como actrices sin papel, maniquís, pone la cultura, el folclore, la tradición, etc., al servicio de la formación social insertada en el engranaje del flujo de capitales imperialista. Por tanto, carece de sentido la pregunta por lo auténtico, que vuelve a funcionar como un mito que valorice experiencias turísticas, o bien el intento de configurar nuestra explotación para una burguesía nacional. Para la inmensa mayoría de la población, ya sea clase trabajadora, personas excluidas, en fin, gente que pelea por la supervivencia necesitando para ello valorizar su vida en el circuito del capital, ambas opciones implican la renuncia a la cultura como forma de emancipación.

El programa de cultura de Podemos para las elecciones generales del 2015 da un paso más. Una de sus principales propuestas es la de articular un eje estratégico que atienda a la cultura como derecho básico, pero también como sector productivo estratégico, a través de la creación de un ministerio de cultura específico que «permitirá establecer políticas coordinadas capaces de dinamizar la circulación, producción, transmisión y creación de sentidos», para garantizar que realmente se consiga la eficacia de la cultura como generador de valor. Además, añade medidas que considera democráticas, basadas, en resumen, potenciar la labor de los profesionales (es decir, dela burguesía nacional que configura su capital a través de ellos), establecer un organismo estatal a modo de observatorio (que no aporta nada en la emancipación popular y sí en el control burocrático) y, la que para mí es la propuesta estrella, una plataforma digital para poner en libre disposición contenidos y facilitar la creación. Esta plataforma incrementa el potencial creativo, claro, de la población, reinsertando en el circuito del capital cognitivo de nuestros tiempos 2.0, es decir, poniendo a disposición del capital vidas que hasta ahora no habían sido territorializadas y explotadas.

Por tanto, en el eje burguesía comercial-burguesía nacional que ejemplificamos con el contraste en el programa cultural entre Diaz y Sánchez, Podemos a porta la profundización en la línea de Sánchez aumentando su eficacia, pero en ningún caso cuestionando su funcionamiento.

Por supuesto, puede argumentarse que es necesaria una estrategia que dialogue con los poderes y que presentar un a priori de ruptura con el capital puede ser idealista. Sin embargo, en el orden imperialista internacional, ¿no resulta igualmente idealista querer alimentar una burguesía nacional? ¿No requerirá tal tarea una ingente tarea de transformación social? Entonces, ¿por qué no poner ese esfuerzo a disposición de la emancipación en lugar de la transfiguración del capital?

 

Soy mercancía. Trap andalú.

“Cuando quieras millones me llamas

te espero acuñando monedas en la cama”

Gata Cattana, Banzai.

En mi juventud, yo no escuchaba flamenco. Me parecía cateto, arcaico, y para nada aludía a mi jerarquía de códigos emocionales, construida a base de 40 principales y cine yanqui. Con 14 años, escuchaba música norteamericana, algo de europea, pero casi nada de Andalucía, y para nada flamenco. La muerte de Kurt Cobain fue más importante en mi escala de afectos, que la de Camarón. Años más tarde, como tanta gente de mi generación, volvimos al flamenco. Nos saltamos los cantes de nuestras abuelas, las charlas de silla en la puerta, y entre el Omega y La leyenda del tiempo, nos enganchamos, como extranjeros en Torremolinos, a la lengua rota del viêo. Este extrañamiento generacional, implica la ruptura no sólo con un objeto cultural, como pueda ser el flamenco, sino la desaparición de una forma de reproducción ideológica y su sustitución por otra. Es decir, se trata de un cambio en la forma de relacionarnos unos con otros, más allá de los gustos personales, un cambio en los modos de producción y distribución.

En mi generación, la vuelta a la tradición tiene que ver con una suerte de búsqueda de dignidad. Claro que buscamos una identidad, pero porque deseamos en ella una naturaleza, una base que nos soporte pese a los azotes de la flexibilidad laboral, el relativismo cultural y la circulación efervescente de la globalización, que nos mata a golpe de libertad: la libertad de quien es separado de cuanto conozca de sí algo que no sea su naturaleza de mercancía. El director Jesús Armesto, a través de su documental «Las llaves de la memoria» (2016), nos acoge en ese  caminar. Elige, no casualmente, la investigación de una joven universitaria que busca discernir cuál es la historia del pueblo andaluz. En esta película documental, la identidad común funciona también como posibilidad de articular el relato personal. Los silencios y vacíos en la continuidad del constructo sobre la historia de Andalucía como subalterna a la historia de España, explotan dejando entre ver que es el mismo pueblo andaluz el primero que se desconoce, aunque pueda ser identificado por los demás. Volvemos al fantasma. Al sueño de Blas Infante, a la búsqueda del campesino errante. Su abstracción, su separación de las relaciones de producción y su romantización, nos dará lugar a una nueva esencia que vender al capital, con la única diferencia de que podamos realmente creer en ella. A los cantos de sirena de la ideología romántica, podemos oponer al materialismo histórico. ¿Quién es el campesino errante hoy?

Entre selfis, producción cultural canni expropiada por Zara y revendida a los barrios instagramer mediante, la lucha de la emancipación encuentra sus espacios. Y exige hablar claro: el dinero está omnipresente en la música que se crea hoy. Los canales de distribución imperialista no sólo nos han impuesto la música yanqui, sino que también nos ha conformado. Igual que conformó la estructura de explotación al campesino errante. No más ensoñaciones de la inocencia perdida, somos mercancía. Y la gente hoy lo está cantando y rimando por todas partes. A partir de ahí, ¿qué? ¿No es suficientemente andaluz? Es jugo de explotación, que es lo que somos.

La intervención política en la cultura siempre es una intervención en circuitos de circulación, que pueden ser los diferentes circuitos que ofrece el capital, o puede ser, en diálogo con ellos (claro, nada existe en el aire), cultura para la emancipación, para el mirarnos, para apropiarnos de esos sentidos que Podemos propone gestionar desde un ministerio.

Andaluza, trapera, feminista, flamenca, poeta, obrera, Gata Cattana mostró un camino sin la teoría, con el ejemplo. ¿Cuántas como ella no están en cada barrio, buscando entre balbuceos, una manera en la que apropiarse del relato de su vida, expropiarle al capital la capacidad de este de expropiarnos el sentido?

 

Consumir flamenco

Mi abuelo jamás fue a un concierto de flamenco. El flamenco no invocaba un espectáculo, sino un encuentro. Ya la generalización del flamenco como producto musical, cinematográfico, …, fue un salto en su momento («Duende y misterio del flamenco», dirigida por el aristócrata Edgar Neville, es de 1952), pero no resultaba incompatible con las peñas, los espacios de socialización, las tabernas, los cantes en la faena, … Es la crisis de los espacios de socialización la que explica que, progresivamente, que el flamenco se convierta en un producto de consumo. La migración a las ciudades y la incipiente vida industrial, la organización urbanística y de las vidas, los espacios de consumo sustituyen a los espacios de socialización, relegan las formas en las que se compartía flamenco a los rincones de los barrios donde no llega el progreso. Y esto se ve incrementado por la intervención de otros elementos, como el mismo cine.

Cuando el pensamiento decolonial es vestido de andalú para regurgitar un nuevo romanticismo creíble, un auténtico campesino errante (de donde viene etimológicamente, se nos promete, la palabra flamenco), una mercancía con la que nos identifiquemos y, por tanto, aportemos satisfactoriamente, que no nos rechine, nos promete la ausencia de una Andalucia que fue pura, no creada por unas relaciones de dominación. Insistimos, de esa pureza ya nada queda.

El flamenco que apoye a la emancipación rebusca en las formas en las que nos vendemos cada día. Y, ahora, propongo que hagamos una relectura del fenómeno Rosalía con el que comenzamos este artículo. ¿No es, entonces, el arte de esta catalana una oportunidad para hablar de cómo exportamos objetos culturales mientras Cataluña exporta a La Caixa?