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I. LA TRANSICIÓN Y SUS FORMAS

La historia ha demostrado que el “cielo” no puede ser tomado por asalto, que se requiere un largo período histórico para transitar desde el capitalismo a la sociedad socialista. Algunos hablan de decenas de años (Chávez), otros de centenas (Samir Amin) y otros, como yo, pensamos que será la meta a la cual debemos irnos aproximando, pero que quizás nunca la alcancemos plenamente. Esto no es ser pesimista, como algunos podrían pensar. Por el contrario, una meta utópica que está bien definida ayuda a trazar nuestro rumbo, fortalece nuestra determinación de luchar y cada paso que nos acerca al horizonte, por pequeño que tal vez sea, se considera positivo.

A este período histórico le llamaremos “transición hacia el socialismo”.

Creo que debemos distinguir tres tipos de transición al socialismo: la transición en países avanzados, la transición en países atrasados habiendo conquistado el poder del Estado como sucede con las revoluciones en el siglo XX (Rusia, China, Cuba) y, por último, la transición en países donde sólo se ha logrado llegar al gobierno.

La interpretación más difundida del marxismo antes de la revolución rusa sostenía que el socialismo debía empezar con los países más avanzados, donde el propio capitalismo había creado las condiciones materiales y culturales para ello. Una condición considerada como indispensable era un alto desarrollo de las fuerzas productivas.

No mucha gente sabe que Marx, en su carta escrita a Friedrich Adolph Sorge el 27 de septiembre de 1877, sostiene que “el tiempo de la revolución empieza esta vez en el Este.” ¿A qué se debe esta afirmación? A la situación política que se veía venir en la Rusia de la época. Todo parecía indicar que iba a estallar la guerra ruso turca, y se preveía la derrota del gobierno ruso y las graves consecuencias económicas y políticas que derivarían de dicha derrota, en medio de la completa desintegración económica, moral e intelectual que sufría entonces la sociedad rusa [2].  Pero Marx no sólo veía la posibilidad de la revolución política en un país atrasado, sino también la posibilidad de que a partir de la tradición de propiedad colectiva en el agro ruso, se pudiese transitar desde la comuna hacia el socialismo sin tener que pasar por la experiencia de la agricultura capitalista [3].

La historia demostró que Marx tenía razón. ¿Por qué ocurrió esto así? Porque las condiciones políticas se adelantaron a las condiciones económicas [4].

Eso fue lo que pasó en la revolución rusa. Los horrores de la guerra imperialista produjeron la insurrección proletaria que ayudaron a los trabajadores a tomar el poder en Rusia.

La revolución rusa rompe así los esquemas manejados habitualmente por la socialdemocracia europea. La revolución proletaria triunfa cuando todavía no existen en el país las premisas objetivas para el socialismo, cuando las fuerzas productivas no han alcanzado todavía un nivel de desarrollo que permita la construcción inmediata del socialismo.

Creo que  la situación en la década de los 80 y 90 puede compararse en ciertos aspectos a la vivida por la Rusia prerrevolucionaria de comienzos del siglo XX. Lo que fue para ella la guerra imperialista y sus horrores ha sido para nosotros el neoliberalismo y sus horrores: la extensión del hambre y la miseria, un reparto cada vez más desigual de la riqueza, la destrucción de la naturaleza, la pérdida creciente de nuestra soberanía. En estas circunstancias, varios de nuestros pueblos dijeron “basta” y echaron “a andar”, resistiendo primero y, luego, pasando a la ofensiva, fruto de lo cual empiezan a triunfar candidatos presidenciales de izquierda o centro izquierda que levantan programas antineoliberales.

Frente al evidente fracaso del modelo neoliberal tal como se estaba aplicando —incapaz de resolver los problemas de los pueblos de América latina— surgió la siguiente disyuntiva: o se refundaba el modelo capitalista neoliberal, evidentemente que con cambios, entre ellos una mayor preocupación por lo social, pero movido por la misma lógica capitalista; o se avanzaba en la construcción de un proyecto alternativo movido por una lógica humanista y solidaria.

Algunos de nuestros gobernantes han decidido emprender un camino realmente alternativo —un camino hacia el socialismo—, sabiendo que las condiciones económicas objetivas en las que están insertos los obligarán a convivir durante no poco tiempo con formas de producción capitalista.

Deben avanzar hacia el socialismo cuando sólo se ha conquistado el  gobierno. Esto hace mucho más compleja su situación. No sólo deben enfrentarse al atraso de sus países sino que deben hacerlo sin contar con todo el poder del Estado.

Debemos considerar que nuestros gobiernos heredan un aparato de Estado cuyas características son funcionales al sistema capitalista, pero no lo son para avanzar hacia una sociedad humanista y solidaria; hacia una sociedad que pone a la persona humana no sólo en el centro de su desarrollo, sino también como la gran protagonista de los cambios.

Sin embargo, la práctica ha demostrado —contra el dogmatismo teórico de algunos sectores de la izquierda radical—, que si ese aparato cae en manos de cuadros revolucionarios, éstos pueden utilizarlo como en un instrumento que colabore en la construcción de la nueva sociedad.

Pero debemos  aclarar que ello no significa que el gobierno deba limitarse a usar el aparato heredado, es necesario que éste —usando el poder que tiene en sus manos— vaya construyendo los cimientos de la nueva institucionalidad y del nuevo sistema político, creando espacios de protagonismo popular que vayan preparando a los sectores populares para ejercer el poder desde el nivel más simple hasta el más complejo, y que así vaya creando las condiciones de un nuevo Estado construido desde abajo o un “no Estado” que remplazará al viejo Estado: el gobierno sobre las personas será reemplazado, como Engels escribió, por la administración de cosas [5].

Hemos sostenido anteriormente que algunos de nuestros gobiernos han iniciado un proceso de transición hacia el socialismo, pero sin duda cada uno de estos procesos es muy diferente a los demás.

Cada sociedad tiene sus propias características que lo diferencian de otros países y, por ello, aunque la meta pueda ser compartida, la forma y las medidas que se tomen en el proceso de transición deben estar adaptadas a las condiciones específicas de cada país.

Tenemos que considerar:

a) Su historia y sus tradiciones.

b) Puntos de partida diferentes: las peculiaridades de la estructura económica heredada, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, las formas en que se expresa la vida cotidiana, el grado de preparación de la población, etc.

c) Distintas correlaciones de fuerzas tanto internamente como a nivel internacional.

d) Diferentes actores históricos: partidos de la clase obrera, movimientos campesinos indígenas, sector militar, líderes carismáticos, etc.

De lo dicho anteriormente se desprende que no puede existir una teoría general de la transición, sino que cada país deberá elaborar su propia estrategia particular de transición, la que dependerá “no sólo de las características económicas de ese país sino también de los rasgos que adopta en él la lucha de clases” [6] entre otras cosas y es esta estrategia la que debe guiar el avance del proceso.

Este proceso de transformación, de avance hacia la nueva sociedad que queremos construir a partir del gobierno no sólo es un proceso largo, sino también, como puede deducirse de lo dicho anteriormente, un proceso lleno de desafíos y dificultades. Nada asegura un avance lineal, puede haber retrocesos y fracasos.

Debemos recordar siempre que la derecha respeta las reglas del juego sólo hasta donde le conviene. Pueden perfectamente tolerar y hasta propiciar la presencia de un gobierno de izquierda, si este pone en práctica su política y se limita a administrar la crisis. Lo que tratarán de impedir siempre valiéndose de medios legales o ilegales es  y en eso no hay que ser ilusos  que se lleve adelante un programa de transformaciones democráticas y populares profundas que ponga en cuestión sus intereses económicos.

De esto se deduce que la izquierda debe estar preparada para hacer frente a una fuerte resistencia. La izquierda debe ser capaz de defender las conquistas alcanzadas democráticamente.

Otro reto importante es la necesidad de superar la cultura heredada (interés personal, individualismo, consumismo).

Un desafío no menos importante es el que se refiere a la agenda electoral a la cual deben someterse estos gobiernos para legitimarse ante los continuos ataques de la oposición y para poder dar continuidad al proceso de cambios ya iniciado. Esta agenda choca muchas veces con la agenda de la construcción democrática participativa. Suelen paralizarse o debilitarse procesos de construcción de poder popular para dar cabida a las campañas electorales.

Por otra parte, no es fácil resolver el gran dilema de la contradicción entre tiempos políticos y procesos democráticos. Muchas veces se quisiera alargar la discusión acerca de leyes o procesos constituyentes con lo que se ganaría en riqueza democrática, pero podría arriesgarse el futuro del proceso democrático.

Todas estas son realidades que tenemos que enfrentar en el futuro. El gran desafío que se nos presenta es cómo maximizar los aspectos positivos y minimizar los negativos, para poder acumular fuerzas a favor del cambio y no a favor del pasado.

Por otra parte, los avances suelen ser muy lentos y, frente a esta situación, no poca gente de izquierda se desanima. Muchos pensaron que la conquista del gobierno sería la varita mágica para resolver prontamente los problemas más sentidos por la gente, y cuando estas soluciones no llegan con la rapidez esperada, tienden a desilusionarse.

Por eso es que pienso que, de la misma manera en que nuestros dirigentes revolucionarios deben usar el Estado para cambiar la correlación de fuerzas heredada, deben también realizar una labor pedagógica frente a los límites o frenos que encuentran en su camino —lo que llamamos una pedagogía de los límites—. Muchas veces se cree que hablarle de dificultades al pueblo es desalentarlo, desanimarlo, cuando, por el contrario, si a los sectores populares se les informa, se les explica por qué no se pueden alcanzar de inmediato las metas deseadas, eso los ayuda a entender mejor el proceso en que viven y a moderar sus demandas. Y también los intelectuales deben ser alimentados con información para que sean capaces de defender el proceso y para que puedan realizar una crítica seria y constructiva si es necesario.

Pero esta pedagogía de los límites debe ir acompañada simultáneamente de un fomento de la movilización y la creatividad populares, evitando domesticar las iniciativas de la gente y preparándose para aceptar posibles críticas a fallas de la gestión gubernamental. No sólo se debe tolerar la presión popular sino que se debe entender que es necesaria para ayudar a los gobernantes a combatir las desviaciones y errores que pueden ir surgiendo en el camino.

II. INICIATIVAS QUE DESDE EL GOBIERNO SE PUEDEN PONER EN PRÁCTICA

Mencionemos ahora muy brevemente algunas de las iniciativas de estos gobiernos pueden poner en práctica y que significan pasos de avance hacia la construcción de la nueva sociedad:

1. Avanzar en una nueva integración de la región.

2. Cambiar las reglas del juego institucional mediante procesos constituyentes.

3. Ir conquistando espacios que hasta entonces están en manos del capital y recuperar espacios perdidos debido al proceso de privatización llevado a cabo durante el periodo neoliberal.

4. Aplicar una estrategia coherente para ir cambiando las relaciones de producción. Este es un proceso complejo que requiere tiempo.

Aquí quiero exponer algunas ideas de lo que se podrían poner en práctica:

En las empresas estatales se podría ir avanzando de la propiedad formal a la apropiación real mediante:

a) la creación en ellas de consejos de los trabajadores que permitan la participación de los trabajadores en la gestión de la empresa,

b) la orientación de su producción a satisfacer las necesidades de las comunidades,

c) la apertura de libros y la total transparencia que nos permite a los trabajadores la contraloría social y combatir el despilfarro, la corrupción y el interés burocrático,

d) la elección de gerentes que compartan esta visión y que cuenten con la confianza los trabajadores, y

e) el logro en ellas de una eficiencia de nuevo tipo, que al mismo tiempo que mejore su productividad, permita un cada vez mayor desarrollo humano de sus trabajadores (la puesta en práctica en ellas de una jornada laboral que incluya formación de los trabajadores para que su participación en la gestión sea realmente efectiva y no puramente formal) y que respete el medio ambiente.

En el caso de las empresas cooperativas se debería  superar su orientación estrecha que sólo toma en cuenta el interés del grupo que conforma la cooperativa adoptando medidas como las siguientes:

a) establecimiento de vínculos entre cooperativas para que éstas establezcan relaciones de cooperación entre ellas en lugar de relaciones de competencia.

b) construcción de vínculos entre cooperativas y las comunidades. Esta es la mejor forma de irse apartando de los intereses particulares de cada cooperativa y enfocarse en los intereses y necesidades de la gente.

Se puede también ir transformando gradualmente las empresas capitalistas buscando diversas fórmulas para que su actividad económica se subordine a los intereses del plan económico nacional a través de:

a) la exigencia de transparencia, de libros abiertos para hacer posible la inspección de los trabajadores y las comunidades;

b) la utilización de un sistema de precios e impuestos que las obligue a  transferir parte de sus excedentes a otros sectores de la economía permitiendo la creación de nuevas empresas o a mejorar los servicios sociales para la población,

c) el uso de la competencia con empresas estatales o cooperativas subvencionadas para obligarlas a bajar sus precios y reducir el monto de sus ganancias,

d) la utilización de directivas gubernamentales que exijan que las empresas transformen la jornada laboral para que incluya la formación  y formas específicas de participación de los trabajadores en la toma de decisiones respecto a la marcha de la empresa.

5. Para crear nuevas instituciones estatales que puedan ejecutar programas fuera de los viejos aparatos de estado.

Este es el objetivo que buscan las diferentes misiones sociales creadas por el gobierno venezolano y otros gobiernos de la región para superar las trabas burocráticas del aparato heredado y agilizar la atención de la población.

6. Transformar la gestión del gobierno central.

Se pueden tomar diferentes iniciativas para transformar la gestión del gobierno. Veamos algunas:

a) Acercar el gobierno a la gente a través de gabinetes  itinerantes como en Ecuador o el Gobierno en la calle en Venezuela.

b) Crear espacios en los que los funcionarios puedan rendir cuentas como el Presidente Correa con el programa de radio- televisión semanal, trasmitido todos los sábados en Ecuador, llamado “Enlace Semanal” donde se informa sobre su gestión.

c) Ocupar los medios de comunicación a su alcance para educar al pueblo y ayudarle a tener un distanciamiento crítico frente a los mensajes tergiversados que transmiten los medios opositores como Chávez con su programa de radio dominical “Aló Presidente” y Correa que en su programa “Enlace semanal” tiene todo un espacio para demostrar con pruebas cómo miente y tergiversa la prensa opositora.

d) Rectificar cuando así lo exige el pueblo como el Presidente Evo Morales que ha echado para medidas adoptadas por el gobierno que han sido rechazadas por el pueblo como la de eliminar los subsidios del gas.

7. Transformar el parlamento y crear foros de debate nacional.

Desde el gobierno, no sólo se pueden crear nuevas instituciones más aptas para las nuevas tareas, sino que también se pueden ir transformando, en cierta medida, instituciones del aparato heredado como el parlamento.

En Venezuela se ha experimentado una nueva concepción de participación relacionada con la elaboración de las leyes. A esta experiencia se la ha llamado “parlamentarismo social de calle”.

En lugar de discutir las leyes con una visión corporativista estrecha, por ejemplo, hablar con el sector privado sobre las leyes económicas, o discutir una ley de vivienda con expertos en el campo, se hacen intentos para crear espacios donde la gente pueda reunirse para discutir los proyectos de ley y que sus opiniones y sugerencias  sean tomadas en consideración.

Hay otra idea interesante propuesta por un investigador boliviano Luis Tapia para la profundización de la democracia en el ámbito local: la creación de espacios políticos de participación directa, no sólo en lo que respecta a las cuestiones locales y municipales, sino también en los asuntos nacionales y plurinacionales.

Las personas  en lugares apartados de la capital no deben estar limitadas a discutir solamente los temas locales, deben tener también la posibilidad de participar en la discusión de temas nacionales.

“Este nivel de las ‘asambleas locales democracia nacional’ —como las denomina Tapia— serían el espacio en que las ciudadanas y los ciudadanos podrían ejercer, de manera continua, su derecho a la participación en el gobierno del país”.

Desde el gobierno también se pueden llevar a cabo consultas populares, de ámbito nacional, como ya ha ocurrido en algunos países de América Latina.

8. Impulsar la construcción desde abajo del nuevo estado.

Anteriormente hemos planteado que el socialismo del Siglo XXI requiere ir construyendo un nuevo Estado desde abajo.

La expresión más avanzada de esto son las comunas venezolanas. Un territorio poblado en el que coexisten varias comunidades que comparten tradiciones histórico culturales, problemas, aspiraciones y vocación económica comunes, que usan los mismos servicios, que tiene condiciones de auto sustentabilidad y auto gobernabilidad, y cuyas comunidades están dispuestas a articularse en un proyecto común construido en forma participativa y constantemente evaluado y readecuado a las nuevas circunstancias que se van creando.

Cada comuna debería encaminarse a la construcción de un sistema comunal de producción, distribución y de consumo con la participación de las comunidades, a través de las organizaciones comunitarias, cooperativas, empresas de propiedad social con orientación socialistas.

En cada comuna debería constituirse un parlamento comunal o poder legislativo comunal.

La asamblea del poder popular de la comuna sería la máxima instancia de poder popular en ese territorio.

En el futuro debería ser la asamblea del poder popular de la comuna la que debería establecer el gobierno de la comuna, constituyendo los aparatos o instancias que le permitan asumir las tareas que derivan de las competencias que le han sido transferidas.

La comuna debe contar con un consejo de planificación comunal que debe impulsar en cada inicio de período de gobierno un proceso de planificación participativa para elaborar el plan plurianual de desarrollo estratégico de la comuna y los planes anuales.

La comuna debería contar también con una entidad financiera o banco de la comuna donde se reciban todos los fondos que ella debe administrar.

El estado nacional debería garantizar un fondo destinado a un despegue de las comunas que se rija por un principio de equidad solidaria. Las comunas más carentes y menos atendidas históricamente por el estado deberían recibir más fondos que las demás.

Debería existir un eficiente control social sobre el funcionamiento del gobierno facilitando vías y mecanismos que permitan que los ciudadanos y ciudadanas organizados puedan pronunciarse acerca de la calidad de los servicios y tengan potestad de promover la destitución de aquellos funcionarios cuyo desempeño haya sido cuestionado por un número suficiente de ciudadanos y ciudadanas.

Este nuevo estado emergente de abajo y el viejo Estado heredado tomado por cuadros revolucionarios van a coexistir durante mucho tiempo en el proceso de transición.

La particularidad de este proceso es que el Estado heredado es el que promueve el surgimiento del Estado que lo va a reemplazar, y, por lo tanto, debe establecerse una relación de complementariedad y no de negación del uno por el otro.

Por supuesto que partiendo de la base de que el movimiento organizado debe controlar y presionar el Estado heredado para que avance.

9. Transformar a las fuerzas armadas identificándolas cada vez más con sus pueblos.

Una de las tareas más importantes de nuestros gobiernos es la de transformar la institución militar.

La tarea no es nada fácil, ya que esta institución ha sido históricamente, en la mayor parte de nuestros países, una institución represiva del estado al servicio del orden establecido.

Pero hoy, un número cada vez mayor de gobiernos de izquierda en nuestro subcontinente ha comprendido la importancia de cambiar ese orden. Nuevas constituciones han instalado una forma de organización social y establecido un orden social que sirve a la mayoría de la población y no a las élites. La institución armada, al defender este nuevo orden, estará, entonces, defendiendo la patria y los intereses de la inmensa mayoría de la población, y no sólo los intereses de las élites.

Para ganar a los militares para defender el nuevo orden nuestros gobiernos han implementado diversas medidas  que desgraciadamente no puedo desarrollar aquí:

a) Encomendar a la institución armada proyectos sociales al servicio de los más desvalidos (Plan Bolívar 2000, Bono Juancito Pinto).

b) Impulsar escuelas de formación y cursos acordes con el espíritu de la Constitución.

c) Responsabilizarla de grandes proyectos de infraestructura que potencien la soberanía nacional.

d) Democratizar el acceso a los altos mandos y cambiar los criterios de selección.

e) Una doctrina militar que incorpore al pueblo en las tareas de  defensa nacional.

f) Recuperar las tradiciones y símbolos patrios.

g) Construcción de soberanía territorial del Estado en zonas anteriormente abandonadas.

10. Un modelo de desarrollo que respete la naturaleza.

Otra de las grandes tareas que tienen nuestros gobiernos es la de poner en práctica un modelo de desarrollo económico que no se base en la explotación indiscriminada de los recursos naturales, sino que vaya restableciendo gradualmente el armónico metabolismo que debe existir entre el hombre y la naturaleza.

Esta es una tarea nada fácil. El gran dilema que tienen por delante es cómo sacar a sus pueblos de la pobreza y responder a sus necesidades básicas por siglos postergadas, pero hacerlo respetando a la naturaleza. Pretender un “crecimiento cero”, como algunos proponen, para evitar el consumo de energía contaminante y sus consecuencias degradantes del medio ambiente, significaría congelar las actuales desigualdades existentes entre los países ricos y los países pobres, es decir, entre las sociedades desarrolladas que han alcanzado un elevado nivel de vida, la mayor parte de la humanidad que está muy lejos de alcanzar esas condiciones. Es muy fácil pedir a los otros que no crezcan cuando se tienen satisfechas las necesidades propias.

El gran desafío —como dice el presidente Correa— es el de usar “el extractivismo para salir del extractivismo” [7]. Yo particularmente, considerando que el término extractivismo tiene una carga negativa como muchos de los ismos en español, preferiría hablar de la necesidad de usar la extracción para salir del extractivismo.

Nuestros gobiernos deben, por lo tanto, dar pasos que permitan que el desarrollo de nuestros países dependa cada vez menos de la extracción de recursos no renovables.

La disyuntiva no es extraer o no extraer, sino extraer manteniendo un sano metabolismo entre el hombre y la naturaleza. Pero esto no puede lograrse de un día para otro.

No se trata, entonces, de decir no al desarrollo, sino de “concebir y concretar modelos de desarrollo auténticamente humanos” o lo que varios autores llaman “desarrollo sustentable” o sociedad ecológicamente sostenible, es decir, una sociedad que satisfaga “de forma equitativa las necesidades de sus habitantes sin poner en peligro la satisfacción de las necesidades de las generaciones futuras, una sociedad en la que quien decida qué y cómo producir sea el pueblo organizado.

Teniendo en cuenta que el desafío es enorme y abundan las tentaciones, el papel que la participación popular debe desempeñar en la protección del medio ambiente es fundamental.

11. Impulsar la descentralización y la planificación participativa regional.

Estoy pensando en la experiencia de planificación participativa realizada en el estado indio de Kerala.

III.  UNA GUÍA PARA EVALUAR COMO SE VA AVANZANDO

En mi último libro he elaborado algunas preguntas que nos pueden guiar a juzgar lo mucho que se ha avanzado en el esfuerzo por construir una nueva sociedad socialista. Aquí voy a mencionar sólo el último grupo de preguntas relacionadas con la actitud hacia el protagonismo popular:

· ¿Movilizan a los trabajadores y pueblo en general para llevar adelante determinadas medidas e incrementan sus capacidades y poder?

· ¿Entienden que necesitan un pueblo organizado, politizado, capaz de presionar para debilitar el aparato estatal heredado y poder así avanzar en el proceso de transformaciones propuesto?

· ¿Entienden que nuestros pueblos tienen que ser actores de primera línea y no sólo de segunda?

·  ¿Oyen y otorgan la palabra a sus pueblos?

· ¿Entienden que pueden apoyarse en ellos para combatir los errores y desviaciones que vayan surgiendo en el camino?

· ¿Les entregan recursos y los llaman a ejercer el control social del proceso?

·  En síntesis, ¿contribuyen a crear un sujeto popular cada vez más protagónico, capaz de ir asumiendo cada vez más responsabilidades de gobierno?

Quiero terminar este texto insistiendo en algo que no me canso de repetir:

Para que podamos avanzar existosamente en este desafío se requiere de una nueva cultura de izquierda: una cultura pluralista y tolerante, que ponga por encima lo que une y deje en segundo plano lo que divide; que promueva la unidad en torno a valores como: la solidaridad, el humanismo, el respeto a las diferencias, la defensa de la naturaleza, rechazando el afán de lucro y las leyes del mercado como principios rectores de la actividad humana.

Una izquierda que se dé cuenta que la radicalidad no está en levantar las consignas más radicales ni en realizar las acciones más radicales —que sólo unos pocos siguen porque asustan a la mayoría—, sino que sea capaz de crear espacios de encuentro y de lucha para amplios sectores;  porque constatar que somos muchos los que estamos en la misma lucha es lo que nos hace fuertes, es lo que nos radicaliza.

Una izquierda que entiende que hay que ganar hegemonía, es decir, que hay que convencer en lugar de imponer.

Una izquierda que entiende que más importante que lo que hayamos hecho en el pasado, es lo hagamos juntos en el futuro por conquistar nuestra soberanía y construir una sociedad que permita el pleno desarrollo del ser humano: la sociedad socialista del siglo XXI.