Las migraciones y el refugio, como fenómenos sociales, tienen y han tenido siempre múltiples facetas. Por razón de su gravedad, en el momento actual, hay dos que destacan por encima de todas: su coste en vidas humanas y su constante manipulación política. Los cadáveres en el Mediterráneo, los muertos de sed en la travesía del Sahara y los evidentes sufrimientos personales en los recorridos en el Centro y el Norte de América, son a la vez un crimen contra la humanidad y una vergonzante muestra de la pérdida de peso de los valores éticos.

Por su parte, la aparición del hecho migratorio en el debate político, ha convertido a los recién llegados, en el chivo expiatorio de los desastres causados por las inaceptables políticas llevadas a cabo por los gobiernos y por los poderes económicos a los que sirven. Ambas situaciones no son, obviamente de recibo y nos obligan a estudiarlas con el evidente fin de evitarlas.

Conviene en primer lugar pormenorizar el origen de los actuales movimientos de personas, excluyendo de los mismos a los de carácter turístico y a los de tienen que ver con los estudios pese a que, en algunas ocasiones, los desplazamientos estudiados, pretendan definirse como tales. Para simplificar, los clasificaríamos como de carácter económico, en cuyo caso hablaríamos de las migraciones y como de carácter político cuando nos referiríamos al refugio. Es evidente sin embargo que la distinción entre ambos flujos es forzosamente imprecisa tanto por lo que se refiere a sus motivaciones como a la categoría jurídica que se le otorga.

 

1. Las migraciones con carácter económico

Las migraciones, con carácter económico, se deben fundamentalmente, aunque no exclusivamente, a la voluntad del emigrante en mejorar sus insatisfactorias condiciones de vida. Condiciones de vida que tienen que ver con sus ingresos regulares, y en consecuencia con la cobertura de sus necesidades básicas, sus aspiraciones intelectuales, su posicionamiento social y, de un modo creciente en los últimos años, con las presiones medioambientales que le afectan.

Resulta por lo tanto imprescindible analizar los factores que marcan las condiciones de vida. Y aquí deberíamos distinguir entre las que derivan de las estructuras internas y de las estructuras externas que corresponden a los países origen de las migraciones. Las estructuras internas vienen señaladas fundamentalmente por el acceso al trabajo y prerrogativas laborales de un lado y por el funcionamiento del estado del bienestar por el otro. Es bien sabido como las recientes crisis del capitalismo especulativo han deteriorado, en gran medida y en muchos lugares, estas condiciones, generando salidas al extranjero desde países que, por lo menos masivamente, no tenían costumbre de hacerlo.

Sin embargo, es en las estructuras externas de los países eufemísticamente llamados «en desarrollo», o si se quiere, en una expresión más afortunada, «empobrecidos» donde encontraremos las grandes razones de las migraciones económicas. Unas estructuras que no permiten el acceso generalizado al trabajo de carácter formal, a los ingresos regulares y a los mínimos servicios públicos (educación, salud, vivienda, protección social, etc.) que resultan imprescindibles para una vida digna. No deben olvidarse los parámetros geográficos y políticos internos que les afectan, pero quisiera acentuar aquellos mecanismos, derivados de las relaciones internacionales, en los que los posibles receptores de migraciones, y también de exilio, tenemos máximas responsabilidades.   

Por razones históricas, hablemos en primer lugar del colonialismo, que aunque en su concepción política tradicional se considera caduco, mantiene en la actualidad fuertes formas de carácter  económico, tecnológico y cultural. En sus momentos más álgidos, y en buena medida, también ahora, el colonialismo supuso el expolio de los recursos naturales, el cambio en los cultivos tradicionales y la consecuente modificación de sus hábitos de consumo, el exterminio masivo de determinados grupos de población (autóctonos o arribados de fuera), la discriminación racial, la destrucción de las estructuras sociales originarias, los derechos políticos prácticamente nulos y la imposición de formas culturales totalmente ajenas. Algunas de las hambrunas y/o déficits sanitarios actuales pueden imputarse, con seguridad, al fenómeno colonial.

Las condiciones desiguales en el comercio internacional, las dependencias en la tecnología y el comportamiento «in situ» de las compañías transnacionales, representan igualmente elementos distorsionadores que afectan de modo negativo las disponibilidades en las zonas proclives a la emigración. La «relación desigual de intercambio», deriva de la falta de poder comercial negociador por parte de los países en desarrollo  y se traduce en precios que les son desfavorables tanto en sus importaciones como en sus exportaciones. Este hecho, ya fue denunciado por Naciones Unidas en 1964 y llevo a la creación de UNCTAD (United Nations Conference for Trade and Development) que ha intentado, sin éxito, mejorar tanto los precios como los tipos aduaneros  en que se mueven los flujos de mercancías de tales países.

El acceso a la tecnología no resulta sencillo cuando no se dispone de centros de investigación dado que las prioridades van lógicamente por otros caminos y cuando, al mismo tiempo, se produce la llamada fuga de cerebros por parte de los universitarios preparados que no van a encontrar posibilidades laborales en su propio país.

Por lo que se refiere a las compañías transnacionales, se constata normalmente que su establecimiento en un país determinado no responde casi nunca a las necesidades de éste sino más bien a su voluntad de aprovechar mano de obra barata, materias primas cercanas, condiciones laborables flexibles, sistemas fiscales favorables o sencillamente vista gorda a los impactos ambientales. Naturalmente, los abundantes beneficios se envían a la matriz y carecen de repercusión social positiva en el país de ubicación.

Si nos situamos en el terreno financiero, la palabra clave es, sin duda, la de deuda. Deuda generada por los elementos señalados en el párrafo anterior, a los que debe añadirse el inevitable tema de la corrupción. Corrupción en ambos lados de la relación y, en consecuencia, de corruptores y de corruptos. Los deudores, sin embargo, son obligados a un costoso pago que suma amortizaciones y elevados intereses y que, en su conjunto, supone una transferencia de recursos del Sur en dirección al Norte, siete veces mayor que los que son enviados en sentido contrario en concepto de «ayuda al desarrollo». De aplicarse un pensamiento racional resulta evidente que la deuda debe ser condonada estableciéndose la legítima condicionalidad que se juzgue oportuna.

En los últimos cincuenta años el desmesurado crecimiento industrial, el paulatino agotamiento de los recursos, la consiguiente generación de residuos y el impacto climático, ha planteado seriamente la viabilidad habitacional, en determinadas zonas del planeta. Ello ha dado lugar a movimientos de población en busca de espacios en los que se mantenga la biodiversidad, se evite la desertización y se posibilite el acceso al agua potable y en los que las temperaturas no sean abusivas.

Hasta aquí pues una parte de las razones que han generado actuales y precarias condiciones de vida para una parte importante de la población mundial. Dos datos son suficientemente explicativos al respecto: unas 25000 personas mueren diariamente de hambre al mismo tiempo en que las diferencias de los niveles de renta entre los ricos y los pobres de la Tierra se engrandecen a diario. En referencia a la primera de estas cuestiones y con motivo de la  conferencia cumbre de la FAO monográficamente dedicada al tema en Junio de 2008, esta institución solicitó a los países con mayores disponibilidades económicas una aportación total de 50.000 millones de dólares anuales con el propósito de paliar al máximo el problema de la desnutrición. La triste respuesta de la comunidad internacional, una vez consultados los países implicados, propuso para este objetivo la entrega de 12.000 millones de dólares. Paradójicamente, pocos meses después, en setiembre del mismo año 2008 se produjeron las primeras (de aquel momento) crisis bancarias y los gobiernos occidentales —incluido el del Japón— empezaron a destinar fondos públicos al rescate bancario. En setiembre de 2018, coincidiendo con el décimo aniversario de la crisis, se hizo público que el tal rescate, y hasta aquel momento, había representado un total de 10.000.000.000.000 (diez billones) de dólares, entre ayudas, compromisos y garantías. Sobran los comentarios. Como se puede constatar, tal cifra supone 200 veces más de lo solicitado por la FAO, es decir, pornografía pura.

La segunda cuestión, la de las diferencias entre ricos y pobres, es fácilmente resumible si nos atenemos a los últimos datos aparecidos en el informe Oxfam-Intermon, sobre la situación económica mundial publicado en febrero de 2019 y según el cual, las 26 personas con  mayor fortuna del planeta, disponen de un patrimonio equivalente al que está en manos de la mitad de la humanidad, es decir de 3.800 millones de personas.

Una primera conclusión en lo que llevamos visto hasta ahora es bien sencilla: la emigración por razones de índole económica está más que justificada, en muchas ocasiones parece insoslayable y, por descontado, desde el punto de vista ético, es siempre legitima.

 

2. Las migraciones (refugio, exilio) con carácter político

Las migraciones de carácter político encuentran sus raíces en los conflictos bélicos, en la opresión de grupos de población y en la persecución de disidentes políticos. Las tres situaciones suelen  hallarse entremezcladas y sus víctimas aumentan día a día. El último recuento facilitado por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados habla de 70.000.000 de personas en esta situación, sin contar a los desplazados internos que probablemente son todavía más.

En las raíces de los conflictos armados sobresalen los intereses económicos, como se demostró superlativamente en la Guerra de Irak en 2003, los intereses territoriales claramente evidenciados en la Guerra entre Israel y Palestina, y de una manera destacada, los intereses del llamado Complejo Militar Industrial (CMI), uno de los más evidentes poderes fácticos mundiales. La presión del CMI determina un exorbitado gasto militar que de acuerdo con las últimas estimaciones del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) alcanzó en 2017 1.800.000 millones de dólares. Curiosamente, es rara la ocasión en que los parlamentos estatales examinan en profundidad la razón de ser y la justificación de tales gastos. 

Del gasto militar surgen los distintos elementos del ciclo armamentístico (fuerzas armadas, investigación científica con finalidades militares, industria bélica y comercio de armamentos), entre los que vale la pena destacar este último por el hecho de representar el trasfondo imprescindible de todas la guerras.

Una observación vale la pena tener en cuenta: el comercio de armas tiene una dimensión Norte-Sur, normalmente inversa al del comercio de drogas, y nos permite constatar cómo países sometidos actualmente a cruentos conflictos bélicos (Siria, Libia, Afganistán, Yemen, Sudan del Sur, etc.) no son fabricantes de armamento sino que lo adquieren a aquellos que se lucran con el mismo). El caso español resulta en este sentido paradigmático y nos sorprendería ver de qué manera se ha exportado instrumentos mortíferos a países en guerra actual, reciente o en situaciones de altos riesgo conflictivo. Repasemos ventas realizadas en los últimos años y que han tenido como destino a países en guerra o situados en zona de conflicto: Egipto, Argelia, Arabia Saudí, Jordania, Barhéin, Turquia, Libia, Oman, Israel, Qatar, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Afganistán. Evidentemente el precio de las mismas ha podido representar un cierto aliciente en las ventas, pero hay que decir que también lo han valido, y mucho, los créditos concedidos con el intenso apoyo de la banca española, las contraprestaciones políticas y la activa posición vendedora de la corona que aprovecha la mayor parte de los viajes oficiales del monarca para hacerse acompañar de fabricantes, comisionistas y empresas exportadoras.

Igualmente a nivel mundial, el mismo SIPRI nos ofrece datos de los mayores compradores de armas, muchos de los cuales violan constantemente los derechos humanos (Arabia Saudí, China, Egipto,….). Las previsiones internacionales (el Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas) o europeas (la llamada Posición Común), se han demostrado hasta el momento escasamente eficaces en la prohibición, y menos aún, en la reducción de las exportaciones. Sin duda la única manera de evitar el flujo de las armas, es no fabricarlas).

La opresión a distintos grupos de población de halla igualmente al  orden del día. En algunos casos proceden del defectuoso proceso de descolonización llevado a cabo y que todavía mantiene sus consecuencias, como resulta constatable en Sudan del Sur, en el Sahara Occidental, y en el Chad por poner algunos ejemplos. En otros, encuentran su origen en largos contenciosos históricos (Tibet, Cachemira, Sry Lanka,) o en colectivos especialmente maltratados como pueden ser los campesinos centroamericanos.

En cuanto a los disidentes políticos, la frecuente persecución de los mismos les obliga a la salida. Pensemos por ejemplo en los periodistas, en líderes sociales locales y regionales, en opositores políticos, en protagonistas sindicales, en los críticos con las dictaduras y en los gobiernos no democráticos (por cierto, la mayoría), etc.

Todos estos factores han ido sumando las cifras de aquellos que con el exilio o el refugio, pretenden salvar sus vidas y las de sus allegados o sencillamente, preservar su libertad. 

 

3. El periplo y la (falta de) acogida

Vistos los antecedentes de los fenómenos que estamos estudiando, nos toca ahora considerar el recorrido y el recibimiento de que son objeto los migrantes solicitantes de residencia, de asilo y de refugio.

El recorrido en muchos casos, afortunadamente no en todos, se ha convertido en un asesinato masivo realizado por parte de los gobiernos de los países receptores y, también en ocasiones de los gobiernos de los países de etapa intermedia. Lo hemos dicho al principio: la Unión Europea, los Estados Unidos, Japón, Australia y otros muchos países cometen crímenes contra la humanidad de forma permanente. Crímenes que hallan su sustrato en legislaciones, evidentemente ilegitimas, pero que se aplican con el máximo rigor. Digámoslo sin ningún escrúpulo: en estos momentos los jefes de gobierno, ministros del interior, y superiores cargos de las fuerzas de seguridad de los países mencionados deberían ser analizados pormenorizadamente, y posteriormente juzgados por razón de las responsabilidades penales en las que han incurrido

Las vallas, los centros de internamiento de extranjeros, las actuales leyes de extranjería, la no autorización de entrada de los buques de rescate, la restricción de los servicios sanitarios a los recién llegados y la externalización de fronteras realizada en Europa mediante el ilegítimo programa Frontex no disponen de la más mínima justificación ética y se hallan en el origen de mafias y organizaciones delictivas que surgen de los mismos. La falta de regularización administrativa de los recién llegados, impide además en la mayoría de los casos, la disponibilidad de documentación, la posibilidad de acceder a un trabajo estable y crea vulnerabilidad entre los afectados dando lugar a una situación de miedo permanente y probablemente de danos psicológicos.

Lo más triste de la situación viene representado por el apoyo, en ocasiones tácito y en otras explicito, de la opinión publica en lo que se refiere a las actuaciones gubernamentales. Ello necesita una explicación y, a mi modo de ver es la siguiente: el declive en el estado del bienestar, iniciado con el triunfo económico del neoliberalismo en los años ochenta del siglo pasado y agravado por la crisis de 2008 a la que ya me he referido, condujo a una parte muy importante de la población al paro, a la precariedad laboral, a la dificultad de acceso a la vivienda y a la falta de protección social mientras que , al mismo tiempo un pequeño número de personas —especuladores y negociantes sin escrúpulos en su mayoría— incrementaban su fortuna de un modo obsceno. Sin embargo, los medios de comunicación y las redes sociales, dedicados en gran parte al servicio del poder, confundieron a los ciudadanos cargando las culpas de la escasez en la llegada de inmigrantes cuando en realidad los verdaderos culpables eran los delincuentes, dominantes en el mundo financiero, y los adláteres a su servicio. No ha habido voluntad de crítica y de raciocinio: la comodidad del sofá y de la «tablet» y la obediencia, a pies juntillas, a las sofisticadas mentiras e instrucciones de los instrumentos del poder, ha invertido las responsabilidades, cargándolas sobre las víctimas. De ahí los triunfos electorales de la extrema derecha, la extensión de los populismos, los no tan incipientes racismos, y las cesiones hacia posiciones fascistas de partidos tradicionales. Unos electores confundidos acaban llevando al poder a aquellos que rechazan a la inmigración pero que, al propio tiempo, les martirizaran a ellos mismos. Evidentemente, para revertir la situación harán falta muchas dosis de pedagogía y de verdaderos deseos de libertad individual y colectiva.

 

4. Las razones para el «sin fronteras»

Las dosis de pedagogía para eliminar las absurdas barreras de las que se han dotado las comunidades políticas requieren naturalmente de argumentos. Intentemos aportar algunos de ellos.

En primer lugar, el histórico. Los movimientos de personas son constantes en la evolución de la Humanidad. En caso contrario, estaríamos todos habitando todavía la antigua Abisinia. En las distintas épocas ha habido flujos y reflujos en todos los sentidos. Debemos recordar, por ejemplo, que en el siglo XIX la mitad de la población de Italia, un país que hoy en día figura entre los desarrollados, buscó su nueva vida, fundamentalmente en los Estados Unidos y en Argentina como bien nos lo recuerdan los nombres de los futbolistas de aquel país. No olvidemos tampoco la tradicional emigración española, primero hacia América con motivo de la colonización y posteriormente por razón del exilio posterior a la Guerra Civil. Y todavía, más adelante, a partir de los años 60 del siglo XX, la salida hacia distintos países europeos en busca de trabajo. Incluso, si observamos con mayor detalle, nos daremos cuenta de la salida, también en el siglo XIX de menorquines hacia Argelia en busca de su sustento lo cual puede parecer una paradoja con respecto a la actual llegada de norteafricanos a las Baleares. Los caminos suelen ser a veces de ida y a veces de vuelta según las circunstancias económicas y sociales del momento. No somos nosotros nadie para poner puertas a estos campos de actuación.

En segundo lugar, el demográfico. Europa es un continente envejecido en el que destacan Francia, Italia, Portugal y España por el promedio elevado en la edad de sus habitantes. La llegada por tanto de personas procedentes del exterior, no puede por menos que rejuvenecer las respectivas pirámides de edad de estos países. Hace algunos años el Departamento de Población de Naciones Unidas, calculó en más de 150.000 personas la necesidad de llegadas anuales en España para poder equilibrar con ello la falta de nacimientos.

En tercer lugar, el económico. Aunque evidentemente de ninguna manera han de ser las razones económicas las que sirvan para abrir o cerrar la puerta a los recién llegados, resulta incuestionable que en la opinión pública tienen un peso específico importante. Y aquí surgen errores conceptuales que deben ser corregidos por lo menos en un doble sentido. En primer lugar los datos publicados por la presidencia del gobierno español y referidos a los flujos monetarios derivados de las migraciones acreditan abonos derivados de impuestos y de tasas aportados por los inmigrantes que superan cuantitativamente los gastos públicos en educación, sanidad y servicios sociales originados por su presencia. En segundo lugar, pocas veces se tiene en cuenta el nivel de estudios, cualitativamente considerable, aportado por los que proceden del exterior, cuya formación ha salido de las arcas de otros estados y que va a beneficiar a nuestro nivel laboral.

En cuarto y último lugar, el cultural. Nadie duda de que todas nuestras culturas son el resultado de los intercambios entre personas y pueblos a lo largo de la historia. En base a mi procedencia catalana, he explicado en más de una ocasión que es muy sencillo hallar en nuestro acerbo artístico, folklórico, costumbrista, culinario, literario, musical, escénico y religioso, una clara presencia del mundo greco-romano, del judaísmo y del Islam, por no hablar de la casi omni-presencia anglo-sajona en las manifestaciones más recientes. Digamos en resumen, y de una vez para siempre, que inmigración es riqueza y lo es cada vez mayor, en la medida en que no tiene connotaciones monetarias. Al mismo tiempo, por razones interesadas, se han explotado explicaciones de carácter religioso para argumentar rechazos migratorios. Hay que considerar de entrada que el mensaje de la totalidad de las confesiones es siempre de paz y de hospitalidad y que son fanatismos y desviaciones, presentes en todas ellas, las que han podido originar posibles conflictos.

 

5. Las grandes cuestiones pendientes

Una vez analizados los orígenes y  los recorridos de las migraciones, así como su desfavorable acogida, nos toca ahora hacer referencia a sus cifras más significativas y al propio tiempo a las cuestiones más candentes que las acompañan.

De acuerdo con los datos facilitados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y referidos al año 2017, el número de migrantes en el mundo era de 258 millones de personas, lo cual significa un 3,4% sobre el total de la población mundial. El 48% del total son mujeres y el 14% son niños. Del total de migrantes el 31% son acogidos en Asia, el 30% en Europa, el 26% en América, el 10% en África y en Oceanía el 3% restante.

El dato más significativo de los últimos meses, se produjo en julio de 2018 con la firma, en Nueva York  del «Pacto Mundial para una migración segura, ordenada y regular» promovido inicialmente con la participación  de 192 miembros pero  firmado finalmente tan solo por 164 países. El Pacto dio continuidad a la Acción Global iniciada en 2016 para analizar «los grandes desplazamientos de refugiados y migrantes» y que siguió en 2017 con el nombramiento de la canadiense Louise Arbour como representante especial del Secretario General para la Migración Internacional. La ausencia desde el inicio de los Estados Unidos y las posteriores deserciones han planteado serias dudas sobre la posible eficacia del Pacto que había nacido para tener en consideración el progresivo aumento de los flujos.

Uno de tales flujos, el del refugio, ha adquirido la mayor importancia en los últimos años. De acuerdo con las cifras facilitadas por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) se pueden estimar en 70.700.000 personas el total de desplazados en el mundo, de los cuales 25.900.000 podrían calificarse como refugiados propiamente dichos, 3.500.000 son calificados como demandantes de asilo y los restantes 41.300.000 serían desplazados internos. Son cifras totales que se han incrementado enormemente en los últimos años.

En el caso concreto del Mediterráneo la corriente habitual de personas que quieren  atravesarlo de Sur a Norte huyendo de los conflictos bélicos a ambos lados del Sahel y de la enorme pobreza al sur del Sahara se ha visto fuertemente incrementada en los últimos años, con el agravante del cese de la operación «Mare Nostrum», lanzada por Italia después del naufragio frente a las costas de Lampedusa, en octubre del año 2013 de una barcaza con más de 500 personas  procedentes de Etiopia y de Somalia. La operación suspendida por Italia, debido a la falta de llegada de fondos procedentes de la Unión Europea fue sustituida por la creación de Tritón (posteriormente Themis) bajo la supervisión del Frontex, con un espació de acción mucho más reducido y con una voluntad eminentemente policial. La propia Comisión Europea reconoció el error de este cambio que incrementó notablemente el número de muertes en lo que algunos han calificado de «Mare Mortum». De acuerdo con un reciente estudio (agosto de 2019) se han cifrado en 17755 los fallecidos en la travesía desde el año 2014. A nivel mundial, y de acuerdo con datos de la Organización Internacional para las Migraciones la cifra, para el mismo período, asciende a 32000 personas.

La ineficacia de Frontex, lo aberrante de su propia creación y el hecho de que la Unión Europea trasladara sus responsabilidades a la Guardia Costera de Libia hizo que las ONG promovieran sus propias naves de rescate humanitario. Como recientemente ha publicado El Diario.es, vale la pena citarlas: MSF, SOS Mediterranée, Sea Eye, Jugend Rettet, Refugee Boat Foundation, Lifeline, Proactiva Open Armas y Save The Children. Para mayor vergüenza colectiva algunos gobiernos, entre ellos el español, han amenazado con multas y retención de actividades a estas organizaciones.

Esta situación  se acompaña con una percepción, ya denunciada al principio de este artículo y promovida por partidos racistas y xenófobos, al respecto de una llegada masiva de refugiados y de la necesidad de un inaceptable reparto por mercadeo. Independientemente de la irrenunciable obligación moral que tienen todos los países a la recepción de refugiados, hay que decir además que se barajan ideas falsas sobre la llegada de los mismos. Así por ejemplo el ranking de países del mundo con un mayor número de personas acogidas está encabezado en  primeros puestos por Turquía, Paquistán, Líbano, Etiopia, Jordania, Irán, Kenia ,Chad, Uganda y Sudan.

 

6. Algunas consideraciones finales

Junto a las cuestiones que vengo señalando, hay otros aspectos que también deben merecer nuestra atención, sin poder entrar detalladamente en ellas:

  • La escasísima concesión del asilo, que es un derecho irrenunciable.
  • La situación de los menores no acompañados.
  • La suspensión de los servicios sanitarios a los inmigrantes sin papeles.
  • Los bulos permanentes y extensivos.
  • La existencia de los CIES.
  • Las mafias y los negocios generados en su entorno.
  • El racismo social imperante en las fuerzas de seguridad,
  • Los focos de discriminación practicados por determinados actores económicos y sociales.  
  • Y, evidentemente, por encima de todo, una reforma radical de la ley de extranjería que otorgue a los recién llegados los mismos derechos que a los autónomos. Todos debemos ser iguales frente a la ley.

Son por tanto muchas  las cuestiones que deben ser tratadas y reformadas en aras de la imprescindible justicia social y de la convivencia. Una buena parte  de ellas surgen de la propia dinámica de los acontecimientos relatados. Sin embargo y habida cuenta de la imposibilidad de afrontar todos los posibles retos, quisiera terminar este artículo haciendo referencia al elemento de la desobediencia civil. Se trata de un proceso transformador que debemos incluir en el ámbito de la no violencia y que amén de su loable contenido ético, se ha mostrado con frecuencia bien eficaz. 

Pensemos por ejemplo en los encierros de inmigrantes que tuvieron lugar a primeros del año 2001en distintas iglesias de Barcelona y en la Universidad de Valencia y que finalizaron con la obtención de documentación por parte de los que se implicaron. Pensemos también en el paso por la cárcel de Marcel Surià, alcalde de Sante Fé del Penedês, acusado de facilitar certificados de empadronamiento por razones humanitarias a distintos vecinos. Pensemos finalmente en el comportamiento de la nave de Pro Active Open Arms recogiendo náufragos en el Mediterráneo en contra de las instrucciones del gobierno italiano. Desobedecer en estos casos es siempre una obligación moral y la única opción ética posible. En la medida en que estas actitudes se generalicen, la sociedad irá avanzando. En caso contrario todos seremos cada vez más extranjeros para nosotros mismos.