ni nos haremos ilusiones, ni caeremos en el abatimiento.

                                Lenin, febrero de 1922.

 

                                 A Eduardo Escobar, Vanesa Segura

                                 y tantos otros militantes del PCA.

 

 

Decía Lenin, ya retirado de la primera línea política debido a la enfermedad que le llevaría a la muerte, que los comunistas rusos tenían que darse cuenta de lo que habían hecho hasta el final y de lo que no habían hecho hasta el final a partir de la revolución y la toma del poder en manos de los obreros. Entonces, decía, podrán tener la cabeza despejada, no les dará vértigo y, así, no se harán ilusiones ni caerán en el abatimiento [1].

No deja de sorprenderme cómo,  en las condiciones completamente diferentes de la Andalucía de finales del siglo XX y principios del XXI, he encontrado esa combinación de alejamiento de falsas expectativas y ausencia de desánimo en la determinación de lucha de los mejores militantes del PCA que he conocido. Es como una especie de instinto de clase inscrito en ellos, como una suerte de ADN de su militancia.

Lenin hacía esa observación en medio de las tremendas dificultades de desarrollo de la revolución soviética. Los obreros rusos, con el derrocamiento del régimen zarista y la toma del poder del estado, se habían elevado a una altura gigantesca, más allá incluso que la comuna de París de 1871. Pero, ¿que habían hecho? Lenin no duda en su respuesta: La revolución burguesa bajo control obrero en lugar de bajo el dominio de la burguesía. Y ¿qué no habían hecho aún? Tampoco duda en la respuesta: Ni siquiera poner las bases para una economía socialista. El socialismo era algo inédito que había que construir, que había que inventar. Y para ello había que tener la cabeza despejada, reconocer los errores y retroceder cuando fuera necesario para preparar las condiciones para avanzar.

Pero, ¿qué tipo de dificultades encuentran Lenin y la revolución soviética para conseguir sus objetivos? Si los obreros ya se han hecho con la propiedad de los medios de producción, ¿cómo es que no pueden construir directamente, si no todavía el comunismo, al menos el socialismo? ¿Qué lo impide y lo convierte en una tarea tan difícil de realizar? ¿Qué otra cosa se necesita romper?

En cualquier caso, al calor de esa revolución rusa nacen y se desarrollan los partidos comunistas por todo el mundo. También en España. Pero llama la atención que, una década antes del derrumbamiento de la URSS, naciera como tal el Partido Comunista de Andalucía, justo cuando se está gestando el neoliberalismo y la globalización. ¿Qué pinta el nacimiento de un partido comunista en ese momento? La pregunta no tiene nada de retórica, en cuanto que el funcionamiento del poder político en las últimas décadas presenta como punto de partida la posición de fuera de juego para cualquier tipo de perspectiva comunista.

Para responder teóricamente a todas estas cuestiones no hay más remedio que acudir al núcleo central de las relaciones de producción capitalistas, a aquello en donde confluyen y se articulan todos sus elementos: Lo que Marx, en el único tomo de El Capital que mandó a la imprenta, enunció como subsunción real del trabajo en el capital distinguiéndola de la subsunción formal del trabajo en el capital [2]. Es imprescindible recordarlo:

El capital se presenta en primer lugar como propietario de los medios de la producción y, a partir de ahí, como comprador de la fuerza de trabajo. Debido a ello, detenta la potestad de dirigir el proceso de trabajo, de manera que el trabajo queda subsumido bajo su dirección. Pero la subsunción del trabajo que consigue el capital con la mera propiedad de los medios de producción resulta puramente formal y la fuerza de trabajo puede seguir realizando por su cuenta el proceso de trabajo con los métodos tradicionales que ya utilizaba y ejerciendo el control efectivo sobre dicho proceso.

Para que esta subsunción formal se convierta en real, y el capital pase a dominar verdaderamente el proceso de trabajo, tiene que conseguir su control con algo que se yuxtapone a la propiedad que disfruta de los medios de producción. Lo logra haciendo que los instrumentos que integran esos medios de la producción personifiquen al capital productivo como encarnación de las técnicas que se generan como resultado de la aplicación de las teorías científicas. El capital consigue someter efectivamente el proceso de trabajo controlándolo a través de sus medios de producción mediante la puesta a su servicio del conocimiento de los resultados de la aplicación de las teorías.

Mientras que la subsunción del trabajo se mantiene todavía como formal, la única manera que tiene el capital para sostener y aumentar la extracción de plus-trabajo consiste en la producción de plusvalía absoluta, esto es: mediante la máxima prolongación de la duración de la jornada laboral.

Pero cuando aparece la subsunción real del trabajo, el capital también puede sostener y aumentar la extracción de plus-trabajo a través de un nuevo mecanismo: por medio de la producción de plusvalía relativa. Lo que logra acortando la parte de la jornada de trabajo que se precisa para reproducir a la propia fuerza de trabajo mediante la reducción del trabajo necesario para producir lo que necesita consumir, o sea: contrayendo el valor de la fuerza de trabajo mediante la disminución del valor de las mercancías que consume. Porque ahora, con el control efectivo del proceso de trabajo en sus manos, puede acrecentar la productividad del trabajo revolucionando constantemente los medios de la producción.

Esta producción de plusvalía relativa, que realiza el capital con la subsunción real del trabajo en el capital, es la inherente a las relaciones de producción específicamente capitalistas. Es la que se produce por primera vez en la Inglaterra del siglo XIX, más tarde en las potencias imperialistas (USA, Francia, Alemania, Italia, Japón…) de la primera mitad del siglo XX y hoy día con la globalización lo hace de manera generalizada alrededor de todo el mundo.

Ahora, a partir de este concepto de subsunción real, podemos empezar a comprender por qué la propiedad de los medios de producción por parte de los obreros tras la revolución rusa no bastaba, ni mucho menos, para construir el socialismo. Con esa propiedad rompían la subsunción formal del trabajo en el capital pero dejaban intacto  el nudo constituyente de las relaciones específicamente capitalistas: la subsunción real. De ahí que tuvieran la necesidad de replegarse en el capitalismo de estado para reunir las condiciones que les permitieran quebrarlo.

En realidad lo hacían en gran parte a tientas, como consecuencia de las dificultades prácticas que iban encontrando.  Porque, significativamente, el concepto de subsunción real se encuentra ausente en los desarrollos teóricos de la tradición marxista –y leninista–, a pesar de la posición de nexo central que le otorga Marx [3]. Desaprovechaban así una herramienta teórica fundamental, resultándoles imposible calibrar como la subsunción real del trabajo en el capital se podía desarrollar aún con la ausencia formal del capital como dueño de los medios de producción. Y, a la vista de los acontecimientos, así sucedió.

Pero, por otro lado y también a partir de este concepto, podemos comenzar a comprender el desahucio que sufre la perspectiva comunista en el campo político durante las últimas décadas. Porque, de una parte, la subsunción real no solo supone la subordinación económica de la fuerza de trabajo a la burguesía sino también su subordinación política e ideológica —crea las condiciones de desarrollo de la socialdemocracia—; y, de otra parte, la globalización ha extendido el predominio de la subsunción real —y la producción de plusvalía relativa— a todos y cada uno de los rincones del planeta, incluidos aquellos en donde la subsunción formal —y la producción de plusvalía absoluta— sigue siendo mayoritaria.

En Andalucía, donde ha prevalecido tradicionalmente la subsunción formal, el proceso del predominio global de la subsunción real comienza ya durante el franquismo aunque coincide básicamente con el desarrollo de la democracia y la autonomía, desenvolviéndose en el marco de la integración de España en la Unión Europea. Supone el despliegue por parte del poder político de todo lo necesario (enseñanza, sanidad, comunicaciones…) para que la fuerza de trabajo esté disponible en perfectas condiciones ante los requerimientos del capital global.

De esta manera, la fuerza de trabajo andaluza queda dependiente económicamente de ese capital global y, para poder vivir, solo le cabe esperar una cosa: que acuda dicho capital a comprarla. Pero la actividad económica reservada a Andalucía se limita a sectores ligados fundamentalmente a la subsunción formal y la plusvalía absoluta, como son los servicios, alrededor del turismo, la construcción y la agricultura. De ahí que se produzcan dos fenómenos simultáneos: por un lado, la salida de Andalucía de los que alcanzan mayor cualificación técnica, al carecer de empresas en donde ejercerla; y, por otro, el abandono de la mano de obra local de los empleos más ligados a la plusvalía absoluta, que son ocupados inmediatamente por inmigrantes, con la consiguiente estratificación y división en el seno de la fuerza de trabajo.

La dependencia económica, política e ideológica de la fuerza de trabajo, en Andalucía y en el mundo, hace posible que la extracción extensiva e intensiva de plus-trabajo adquiera unas dimensiones colosales nunca vistas antes, permitiendo la tremenda sobreacumulación de capital a la que asistimos. Pero, esta desaforada extracción de plus-trabajo, provoca al mismo tiempo que la lucha política de los comunistas, paradójicamente desterrados de la política, no pierda ni un ápice de sentido desde el nacimiento de los partidos comunistas con la revolución soviética.

Lucha que se enfrenta, ahora en Andalucía como entonces en Rusia, a unas tremendas dificultades. Y aunque las circunstancias y condiciones de la lucha no son comparables, las dificultades que afrontan presentan en ambos casos exactamente el mismo origen: la subsunción real del trabajo en el capital. Y la determinación de la lucha sigue siendo la misma: inventar y construir constantemente nuevas formas políticas para quebrarla, aprendiendo de la experiencia y de la teoría, avanzando cuando es posible y retrocediendo cuando es necesario, con la mente clara, sin ilusiones y sin abatimiento.

 

Bajo el título de Tejiendo la lucha en Andalucía, dedicamos este número a los 40 años de vida del Partido Comunista de Andalucía y a su infatigable lucha por la construcción de nuevas formas políticas que se adecuen a los intereses de los trabajadores andaluces frente al neoliberalismo y la globalización. Incluye como documento histórico el Informe que Julio Anguita presentó en 1983 al Comité Ejecutivo del PCA proponiendo la creación de Convocatoria por Andalucía, así como artículos sobre el proceso constituyente del PCA, por Felipe Alcaraz; su lucha feminista dentro y fuera de él, por Ana Moreno Soriano; su empeño por un sujeto político andaluz, por Juan de Dios Villanueva Generoso; sus retos ante la presente coyuntura, por José Luis Centella Gómez; su actual posición feminista, por Elena Cortés Jiménez; y su apuesta por una Andalucía soberana y con futuro, por Ernesto Alba Aragón.

En la sección de «Feminismo», contamos con dos artículos. Uno está escrito por la autora argentina Natalia Martínez Prado y delibera acerca de la propiedad o impropiedad de la política feminista. El otro, redactado por la granadina Keila Fernández Martínez, trata del desarrollo del feminismo en España durante los últimos 40 años.

La sección «Marxistas de hoy» la dedicamos a la filósofa mexicana Mariflor Aguilar Rivero. Lo hacemos con una selección de sus textos realizada por Ana Carolina Piña Zurutuza. En ella, se incluye un artículo sobre las críticas al multiculturalismo; dos textos extraídos de su libro Resistir es construir [4] acerca de la pertenencia, la movilidad y el problema de la identidad; una conferencia sobre la reproducción de las prácticas de violencia; y un texto extraído de la obra colaborativa Ensayos [5] acerca de la cultura de la escucha.