Para empezar, dada aún la cercanía de una desaparición que, por muy innatural que se diga, no arregla nada sino, antes bien, todo lo contrario bajo esta especie de orfandad y duelo infinito en que poco per poco se ha ido convirtiendo el mundo en sí mismo, ensayaremos lo que T. E. Lawrence ya denominaba «a stingless form of speech» [1], refiriéndose con ello a una variedad no urticante del discurso donde, al menos en principio, todo estaría permitido (desde el insulto más amigable hasta la obscenidad y la blasfemia más homoerótica) muy propia de un «nosotros» en camada de la verdadera igualdad cuyo solo mecanismo de defensa tiende siempre a devolvérsela, como un resorte, a esa desigualdad que se nos trasparenta impuesta, como realidad o estado de las cosas, desde lo más inmemorable de un siempre a posteriori.

Y, sin embargo, al recuerdo de su maestría, jamás se le impedirán esas sesiones y frecuentaciones cotidianas... en un raccourci qui me rapelle à ce moment certains de Mantegna, l'écartement de mes cuisses avec la main gauche triturant l'amas d'organe, d'éttofe, de ficelle, la panse, les poumons animés dans la respiration accélérée, la tête ensuée avec les yeux qui regardent le tout avant de s'éclipser dans l'orgasme, et la main qui écrit; cela, jusqu'à ce que la sueur des orteils, des talons, des chevilles (que j'ai toujours eues enflées), embue [2]… Sobre todo por estos lares, donde la pornografía democrática campa, hoy, a sus anchas, y donde la única manera de librar depende, quiérase o no, del seguir haciendo libros: nuestro desastre deviene el modo mismo en que nuestras luchas han sido trasplantadas a los márgenes de una subliteratura promovida por la industria de la barbarie.

He aquí, pues, algunos puntos de herejía en forma de abisales retales para una cola de práctica a partir (¿cómo no?) del trabajo teórico de Juan Carlos Rodríguez, un maestro en el pensamiento con todas la de la «mot» [3], justamente. Una pizca de «aforismosis», ¡venga!:

1) La igualdad, incluso lingüísticamente, siempre ya habrá sido anterior a la des-igualdad. O de otro modo: para que la desigualdad aparezca siempre ha tenido que haber, antes y después, igualdad. De donde, en cierto sentido, se desprende a fortiori el hecho de que la única fidelidad auténtica viene a instalarse (el famoso Ge-stell de los alemanes) y residir, al fin y al cabo, en la ruptura (que la subversión requiere, a veces, de ciertas perversiones Mikel Dufrenne [4] se encargó de avanzarlo definitivamente) y el de que, por añadidura, las verdades necesiten de la herejía para disiparse (esto es a papá Foucault a quien se lo debemos y, antes que a él, a Flaubert por supuesto: «Quand Bouvard et Pécuchet renoncent, ce n’est pas à savoir ni à croire au savoir, mais à faire ce qu’ils savent. Ils se détachent des œuvres, pour conserver leur foi dans la foi»). En consecuencia, a lo que parece, la Historia ha devenido un auténtico monumento ideológico, un cliché, una detenida escena más de la economía política (¡La Economy n'existe pas!), un tiempo homogéneo y vacío que lo único que construye, en realidad, es su propia Endlösung. Se compone directamente a modo de recontrarrecíproca, sin antecente ni consecuente. No es que carezca de sentido, o que no sea lineal o teleológica, no: es que dibuja un encefalograma plano. Se ha convertido, de hecho, no ya en el más feroz aplastamiento de la belleza o en la institución del horror, sino en su mortificante tradición y tortura, en la repetición de su presente absoluto, sin pasado ni futuro, tan sólo «es lo que hay», una pesadilla de la que, desde luego, habría que despertarse. Ha trascendido, incluso, en La Literatura (de hecho esta es, por así decir, su antigua actualidad, lo que Mallarmé llamaba «l'universel reportage»). Se ha hecho natural, por tanto, abominable. De ahí que la frase del «18 de Brumario»: «das eine Mal als Tragödie, das andere Mal als Farce», al reportarse universalmente como tragedia sin tragedia, en su propia circulación literaria, se haya metamorfoseado en una auténtica tragedia histórica, bien para que nunca haya una segunda vez, bien para que de repetirse, aunque sea diferencialmente, ya sea pura farsa en virtud de sí misma. Y lo que nos rinde, en realidad, es ese pasado que ya no pasa por estar hecho de puro cliché en el presente: self-negating prophecie. Queda, pues, su travesía. Como la de un fantasma. La de un Geist. Pero también un Gespenst.

2) No asombrará, por tanto, que la palabra maldita, la palabra «Comunismo», ese nombre innombrable, proceda, en primer lugar, de la poesía. En concreto: de Hölderlin y bajo el signo de un Communismus der Geister (esa C, que él escribió ex profeso a la francesa, ya lo dice todo). Cosa que supone la demostración, en el origen mismo, es decir, en la más hermosa repetición (jamás se repetirá lo suficiente que el origen es la repetición) de una suerte de causalidad metonímica que genera metáforas perfectas, haciéndolo además donde uno menos se lo espera, y que depende de esa misma hipótesis previa: un real sin el cual no hay nada que haya. Por lo demás, cuando se dice que «Communismus» es un nombre innombrable, o que es real, se quiere decir precisamente que «ni que decirse tiene». En fin, ¡que esos Geister, que son espíritus o fantasmas, vienen del más acá y nunca del más allá! Se trata de una elipsis, una sustitución por nada o una manera del incógnito más que del anonimato (lo anónimo, lo pseudónimo, etc., no son más que variantes de la autoría [5]). Sólo que esa nada es ya operante porque exige el principio de un intercambio: rinde justicia, produce belleza, ajusta, restituye. Exige un rombo, una lógica fantasmática, un algorítmico losange. En definitiva no habría pensamiento, no habría nada genérico, no habría verdad (matemática, artística, amorosa o política) sin la hipótesis del comunismo. El caso es que todo eso viene de un -ismo fundador, acontecimental, y el caso es también que, efectivamente, cuando se le pone nombre se pierde. De ahí, asimismo, que aquí se le vaya a llamar, al albur de ese incognoscible común, «desastre del sujeto». Incognito ergo sum... sí. Aunque, a nuestro juicio, el nombre innombrable de ese incognoscible común, a pesar de todo, debería perseverar en su ser de «comunismo». Al menos hasta encontrar nada mejor. De modo que, se conoce, solamente necesitaríamos, lo que no es poco, encontrar respuestas a preguntas que todavía no han sido planteadas, y hacerlo rápidamente, es decir, antes de que la propia Historia (que, por supuesto, hoy como ayer, es el motor de la lucha de clases y no al revés) o su pretendido final encuentren preguntas, o algo peor, que destruyan a las susodichas respuestas. Tal es la aporía más histórica de nuestro tiempo: la aporía de la Historia en cuanto que tal. Es decir, «der Klassenkampf als Schluss, worin die Bewegung und Auflösung der ganzen Scheisse auflöst» [6]. Pues la Historia misma se halla, encanallada, subsumida en el asesinato de todos los asesinatos, el Asesinato Absoluto: el de las verdades, el sentido, los fenómenos, lo real... en fin, el asesinato del mundo, el del testimonio y el de sí misma. Y ello se ha deslizado, irresistiblemente, en la Ideología de la ideología, a saber, en la Teoría. Afirma Jean-Pierre Faye que «on peut dire clairement comment de l'idéologie —ou de l'analyse théorique— s'articule sur le texte de narration et, en même temps, se charge à plus ou moins longue distance d'un effet de récit, passé dans l'action même et son tissu» [7]... Nosotros lo confirmamos.

1) El comunismo es, pues, lo real de la Historia (aun cuando, o más bien debido a ello, se las vea y desee n + 1 veces denegado). Se trata de la radical prehistoricidad de cualquier escena de las verdades: políticas, artísticas, científicas o amorosas. À la veritè nada depende ya de otros mundos posibles, sino de universos —o incluso multiversos— de creación epocal, al menos hipotéticamente, en paralelo. De ahí lo de la «poética cuántica” y de ahí, asimismo, el que todo se halle, al mismo tiempo, en situación de prehistoria contemporánea o, si se prefiere, de anahistoria del presente. Si partimos de la recíproca, es decir, si partimos de que el comunismo no ha existido nunca, entonces, ni tan si quiera se podría pensar (¿para qué?, en efecto), no ya decir, traducir, transmitir, comunicar, etc. &c. De modo que: Wozu Dichter…? A quoi bon...? &c. Es decir que, si partimos de la recíproca, sólo existiría la plusvalía, la canallada, la tontería, en una palabra: la locura de volvérnoslas a encontrar en circularidad infinita. Escribe Guyotat:

 

Ma folie (oui, folie), produit de cette contradiction jamais interrompue: écriture-origine de classe/ «vie» – révolution, et qu'aucun livre, pas même le plus récent des miens, en peut faire cesser, cette folie, que mes ennemis mettent au compte de l'obsession sexuelle, n'est encore qu'intérieure; elle n'est même telle encore que de subir si peu les répressions de la Loi. Que je puisse vivre à mon aise dans la classe intellectuelle (il y faut de l'argent, une pratique sexuelle, que n'ai pas), comme j'ai jadis, moi réellement, rompu avec ma classe d'origine, avant même d'en avoir attrapé les privilèges sexuels, m'écarte dans un «ailleurs» perpétuel où sexe et main d'écriture se perdent l'un l'autre jusqu'à ce qu'un autre sexe et une autre main de masse, par toucher, les réacccordent au profond d'un corps provisoirement arrêté en un lieu, en un phase de son espèce réelle. […] J'ai l'oeil, la main, le sexe casses de cette pratique sensorielle de l'inégalité comme forme perpétuellement dominante. Je en suis même, un «artiste», modestement, que d'avoir toujours vu l'inégalité partout, et sourtout dans ce qu'il est convenu d'appeler la «beauté». Dans la fabrication de cette beauté. L'«Art” ajoute à l'inégalité. Le mien surtout, qui en fait de lumain qu'avec du «beau» de bête. […]«Vivre», enfin, pour moi, exige une mutilation mortelle: couper dans moi tout ce dont y a organiquement vécu l'écriture. [8]

 

El arte real se cumple, por cierto, en el más atronador y, tal vez, insoportable de los silencios... nadie es libre frente a la obra de arte.

1) Desde el punto de las verdades no hay, digámoslo muy en claro, diferencia alguna entre Comunismo e Historia: la historicidad viene siempre ya dada por las invariantes comunistas. Cuya definición permanece la que era y seguirá siendo siempre: el movimiento real que insubordina, suspende, sustrae y emancipa de los estados (de cosas, del alma, de la situación o del arte) actuales.

 

Ce que nous appelons d'abord l'histoire n'est qu'un récit. Tout commence avec la devanture d'une légende, qui dispose des objets «curieux» dans l'ordre où il faut les lire. C'est l'imaginaire dont nous avons besoin pour que l'ailleurs répète seulement l'ici. Un sens reçu est imposé, dans une organisation tautologique qui ne dit rien d'autre que le présent. Quand nous recevons le texte, une opération a déjà été effectuée: elle a éliminé l'altérité et son danger, pour ne garder du passé, intégrés dans les histoires qu'une société entière se raconte à la veillée, que des fragments encastrés dans le puzzle d'un présent. Ces signes arrangés en légende restent pourtant susceptibles d'une autre analyse. Alors commence une autre histoire. Elle tend à instaurer l'hétéronomie («cela s'est passé») dans l'homogénéité du langage («cela se dit», «cela se lit»). Elle produit de l'historique dans l'élément d'un texte. A proprement parler, c'est faire de l'histoire. Le mot histoire vacille entre deux pôles: l'histoire qui est racontée (Historie) et celle qui s'est faite (Geschichte). Ce poncif garde le mérite d'indiquer, entre deux significations, l'espace d'un travail et d'une mutation. [9]

 

La una se reanuda y se repite, la otra se impone y se instaura. Pero, ahora, lo que nos va a interesar mucho más es que, en ese poncif (plantilla) uno también podría infiltrar, sin mucho fuerce, a toda la fenomenología. A empezar, sin duda, por Husserl: «desde el principio —escribe Husserl—, la Historia no es nada más que el movimiento vivo del ser con y del ser en lo uno y lo otro (des Miteinander und Ineinander) de la formación del sentido (Sinnbildung) y la sedimentación originarias» [10]. Es por eso que suele ocurrir, y de hecho ocurre, el que las cuestiones vayan, poco a poco, acaso porque ya lo eran en su parpadeante abismo originario, volviéndose (à l'insu, casi seguro) fenomenológicas. Así como, muchas veces, unas simples comillas «...» y, ante todo, un inusitado paréntesis (...) bien pueden venir a posarse de antemano en un fondo (Grund), si no en un fundamento (Grundlage), que ya fuera fenomenológico en su infundado (sin fondo: abgründlich) y meteórico despunte, puntuación o punteo.

5) En consecuencia, ¿de qué se trata y, por así decir, de qué tiene visos de haberse tratado casi inmemorialmente? En una palabra: de las crecencias y excrecencias de ese peculiarísimo comunismo fenomenológico, pre-yoico, originario e inconsciente — anudadas a las de un cierto (y asimismo: otro) comunismo, es decir, a otros dos inconscientes distintos, el dialéctico y el psicoanalítico, cuyas denegaciones pergeñan la Historia—. 

6) O de otro modo: ¡que el Inconsciente es el Comunismo! Lo real de la Historia es, así pues, este comunismo fenomenológico, dialéctico y psicoanálitico de los Inconscientes. El Inconsciente no es un embuste, ¡es L´Une-Bevue de un Unbewusste! Y el Comunismo, siendo un Comunismo de la Idea, nada tiene que ver, sin embargo, con ideales o ídolos. La idea se traduce de la materia y, por añadidura, eso es lo único que podría valernos de antídoto para las neurosis nacionales y los divinos empleos en el horrorismo que, poco a poco, van a ir extendiéndose por todas partes [11]. Hay que perseguir una idea fija hasta en Eritrea.

7) Es la Literatura, ella y por tanto La (a saber: no-toda), la que hipertéticamente no ha existido siempre. A esa tesis, esencial, de Juan Carlos Rodríguez nosotros le damos un cuarto de vuelta: La Literatura ha no existido siempre. Y le oponemos, irreductiblemente, una escritura. «La Literatura ha no existido siempre» fue uno de nuestros primeros logiones. Se escribe así La Literatura, con La (la/barrada) en mímesis al logion lacaniano: «La mujer no existe» y, por añadidura, a una transposición invertida del logion de Juan Carlos Rodríguez: «La literatura no ha existido siempre» [12].

8) Una escritura supone la fuerza productiva de La literatura, vista en tanto modo de producción (relatante) de la burguesía en su primera fase.  Y no se trata de que la Historia se haga, patidifusamente, imaginaria. Muy al contrario: de lo que se trata es, antes bien, de atrapar en marcha el gesto mismo con que el Inconsciente (Das Unbewusste, unconsciousness, pero también L´Une-Bevue) funda la Historia y la pone en movimiento. Mejor dicho: en una mouvance cuya matriz misma sigue restando en la mítica eficacia de la frase, la voz, el fantasma, la imagen sin imágenes, la eversión, el sueño, el testimonio, los desechos, en una palabra, la obra, la desobra, las obras, los obrajes, cuya teleología no es más que la tautología del tiempo recobrado precisamente como tiempo perdido, ya sea en su flujo discursivo o bien en su pulsión textual (o relatante). Tautología de cuya ocurrencia nunca habrá habido autoconcepto ni supraconcepto (no hay Gramática-M ni Teoría-M que valga). Aunque todavía nos queden, haciendo buen uso de lo impensado del pensamiento, ciertas estrategias alusivas al respecto. Let me recite what history teaches history teaches. Por lo demás el Yo, hoy, agoniza de aburrición, si no ha muerto ya, hace muchísimo tiempo, junto con las Musas, Dios y el Hombre. Hoy, poéticamente, sólo habita el mundo La Economía. Y, puesto que la economía no existe, esa representación lo único que traduce, materialmente, no es sino al Desastre del Sujeto y a la Verdadera Vida Ausente [13].

Por lo demás, todo el resto en este infernal «cul-de-sac» habrá, tal vez, seguido siendo «pre-tura» y «litera-texto». El retrofuturo nos habrá dado, una vez más, la clave. Se trata, de hecho, a lo que pensamos, de la piedra angular para una verdadera ética cuántica de los inconscientes. Al menos antes de que el ideal del «yo soy» ocupe, también, todos los lugares otros por todas partes.

Transpasibles son, a muerte, los cementerios, mientras que llena de autenticidad se nos presenta siempre y necesariamente la gilipollez más puñetera. Y, sin duda, hoy mejor que nunca, sólo que muy amargamente, sabemos ya, defenestrada hace siglos la Verdadera Vida Ausente, por qué puerta entrará la heideggeriana muerte a nuestra desahuciada casa, (según Baudelaire: «un ataúd con ventanas»). Lo que escribe cada quien, ya sea plusvaliendo más o menos, lo cual en ciertas resultas no deja de ser relativamente indiferente, trasparenta la lengua de su explotación, la cual hoy es muy semejante a la feminalidad inexistente de todos los otros [14]. A cada uno le toca, pues, esperar, producir o encontrar la lengua de su radicalidad y formularla, la de su bendita subversión y textualizarla... a ser posible ahora que todavía no ha terminado el Cuaternario Reciente. Los buenos silencios siempre habrán engendrado, que no se dude, los mejores ruidos salvajes.