Para entender la aportación intelectual y política de Adolfo Sánchez Vázquez hay que tener en cuenta  algunos elementos  de su biografía que van a marcar toda su obra.  Sánchez Vázquez pertenece a la generación de Santiago Carrillo, de Fernando Claudín, de Santiago Álvarez, de Manuel Azcarate, es decir a la generación que va a formar parte de la Juventud Socialista Unificada y que marcha para el exilio al terminar la guerra civil. A diferencia de los anteriormente mencionados Sánchez Vázquez marcha a México y comienza su andadura intelectual y profesional, manteniendo su militancia comunista, pero sin formar parte de la dirección política de los comunistas españoles. Llega a México como un joven luchador antifascista, con una gran vocación literaria, sin tener detrás una carrera científica que le permitiera  formar parte, desde el principio, de las instituciones académicas mexicanas [1].

Tiene pues que empezar su carrera filosófica desde cero. Atrás quedan los recuerdos de aquella Facultad de Filosofía de la Universidad central donde profesaban grandes maestros como Ortega, Gaos, Zubiri, Morente. Besteiro, pero donde -y es un dato muy importante para entender su aportación intelectual- ninguno de ellos estaba vinculado a la tradición filosófica hacia  la que Sánchez Vázquez va a orientar sus esfuerzos: nos referimos al marxismo. Los grandes profesores de aquella Facultad de Filosofía estaban vinculados a la filosofía alemana y  fueron decisivos para poner el pensamiento español a altura europea, pero su preocupación se vinculaba a la Fenomenología, al pensamiento de Heidegger. Incluso  los que estaban más cerca por militancia política como era el caso de Besteiro, profesaban la asignatura de Lógica, una materia muy alejada de la preocupación filosófico-política que sí aparecía en su producción intelectual como dirigente socialista [2].

El joven Sánchez Vázquez,  imbuido de ardor revolucionario y de  pasión estética, cargando con la experiencia dramática de la guerra civil, llega a México para iniciar una nueva vida pero tardará tiempo en acceder a su vocación filosófica. Hay que tener en cuenta  que el marxismo que no había encontrado en la facultad de Madrid tampoco lo encuentra en la universidad mexicana. El gran magisterio de Gaos no se vincula a esta filosofía. Los discípulos de Ortega se dividen a partir de la guerra civil: unos como Morente y Zubiri apoyan al franquismo, Morente incluso llega a convertirse al catolicismo y se hace sacerdote; otros como Gaos mantienen su fidelidad a la república y aceptan el rectorado de la universidad en plena guerra civil. Gaos sintoniza con el socialismo humanista de Fernando de los Rios y con el republicanismo de los socialistas liberales como Indalecio Prieto pero, como explica en sus Confesiones Profesionales, no se considera marxista. En el caso de Morente el drama de la guerra civil le hace abandonar sus posiciones laicas y ser uno de los principales propagadores  de la tesis acerca de la  identidad inexorable entre la nación española y el catolicismo; abandona así la posición de Ortega favorable a  vertebrar la nación, más allá de la religión católica, mediante un proyecto sugestivo de vida en común.

Ese mundo en el que orteguianos y católicos discutirán en la España de Franco durante mucho tiempo en los años cuarenta y cincuenta ha quedado atrás para Sanchez Vázquez. El tiene que recomenzar los estudios de filosofía en México con algunos grandes maestros republicanos que se han exiliado pero que están interesados por la Fenomenología, por el existencialismo, por Heidegger, por Ortega pero donde no encuentra interés por  el marxismo como filosofía. Tendrá que convertirse por ello en un marxista autodidacta [3].

Un marxista autodidacta vinculado a la militancia dentro del Partido comunista de España y al marxismo-leninismo oficial de la Unión soviética. Este es el segundo rasgo importante que tenemos que retener para valorar su aportación: el esfuerzo de Sánchez Vázquez por liberarse del dogmatismo estalinista. En sus recuerdos aparece el impacto demoledor de las revelaciones de Jruschov  en el veinte congreso del PCUS y la tarea que a partir de entonces se asignó: llegar a entender qué había ocurrido para que un ideal emancipatorio degenerase en un sistema totalitario, qué había pasado para que del ideal socialista se pasase al socialismo real. Comprender el sentido de ese proceso y entender también en que medida todo ello afectaba al propio pensamiento de Marx va a ser su gran leitmotiv: ¿quedaba contaminado para siempre el socialismo de inspiración marxista por lo ocurrido en los países del este?; ¿cómo pudo ocurrir?; ¿qué  queda de la izquierda?, ¿cabe diferenciar derecha de izquierda a pesar de todo?[4].

Esas grandes preguntas aparecen muy pronto en la obra de Sánchez Vázquez tras su tesis doctoral, plasmada en su obra Filosofía de la Praxis. Quizás por ello puede ser éste un buen momento para situar el influjo que tiene el pensamiento de nuestro homenajeado en la filosofía política española y latinoamericana y explicar de paso el título de esta intervención  que, a más de un lector, le habrá podido parecer enigmático. ¿Por qué afirmamos  que tuvo que vivir entre dos liberalismos?

Que tuviera que buscar un pensamiento marxista consistente, riguroso, que no encontró en la Facultad de filosofía de Madrid ni en los maestros republicanos exiliados es algo que en muchas ocasiones nuestro homenajeado ha relatado. Es menos conocida la otra parte de la realidad: el hecho de que muchos de sus  alumnos  mexicanos fueron evolucionando hacia una apuesta por el liberalismo democrático a partir de todo lo ocurrido en América Latina  en los años ochenta y, sobre todo, a partir del influjo del derrumbe de la Unión Soviética [5].

El Sánchez Vázquez critico del estalinismo y defensor de un socialismo inspirado en el marxismo originario comienza a tratar el tema en un momento histórico en el que -muy esquemáticamente- podemos constatar una serie de acontecimientos que influyen decisivamente en el pensamiento y en la práctica del marxismo en America Latina. En primer lugar el impacto que significó el XX congreso del PCUS y las revelaciones de Kruschev; en segundo lugar el triunfo de la revolución cubana que no se produce siguiendo los patrones de un marxismo mecanicista; en tercer lugar la experiencia de los movimientos guerrilleros de los años sesenta y especialmente de la figura del Che Guevara; en cuarto lugar los movimientos del 68 en París, en Praga y en México, movimiento estudiantil de gran importancia en el que participan los hijos del propio Sánchez Vázquez; en quinto lugar la experiencia de la derrota de la Unidad popular en Chile y el exilio de muchos de los intelectuales chilenos, uruguayos y argentinos que encuentran en México un lugar de acogida para poder continuar sus vidas; en sexto y ultimo lugar la caída del comunismo en los países del Este y los efectos de la Perestroika para el pensamiento socialista [6].

Algunos de estos hechos coinciden con lo que va ocurriendo en Europa (el impacto del XX congreso del PCUS, mayo del 68, la disolución del Pacto de Varsovia) pero otros son específicamente latinoamericanos. Tenemos que  tener en cuenta que Sánchez Vázquez comienza a visitar España frecuentemente a partir del final de la dictadura de Franco y participa activamente en muchos foros políticos e intelectuales siendo consciente del debate que se da en nuestro país: aparición del eurocomunismo,   abandono del leninismo por el IX congreso del PCE, abandono del marxismo por el 28 congreso del PSOE, debate de los años noventa sobre si debían pervivir los partidos comunistas, debate sobre si el socialismo era un proyecto con futuro.

Al haber vivido tantos años tuvo oportunidad de participar, como él mismo decía A tiempo y a destiempo, en muchas de estas discusiones.

Esa es la razón por la que  los que nos vinculamos  al debate marxista de final de los años sesenta y principio de los setenta siempre tuvimos en cuenta  desde entonces la aportación de Sánchez Vázquez. En mi caso personal tengo en la memoria tres momentos que quisiera recordar en esta sesión de homenaje: en primer lugar su presencia en el congreso que conmemoraba los cien años de la muerte de Marx; en segundo lugar su participación en  el congreso en el que  coincidimos en Cavtat , cuando todavía existía Yugoslavia, invitados por la revista El futuro del socialismo y en tercer lugar su intervención  en México en la facultad de filosofía cuando se conmemoraban los 25 años del movimiento estudiantil de 1.968. Otras veces también le escuché pero estas tres han quedado fijadas en mi memoria y por ello me centraré en ellas para ver como Sánchez Vázquez trataba de profundizar en  la relación entre el ideal socialista y la experiencia de lo ocurrido en los países del entonces llamado “socialismo real”.

La primera vez que escuché a Adolfo Sánchez Vázquez fue en el congreso en homenaje a Marx que organizaron las fundaciones de los partidos de izquierda y la Universidad complutense de Madrid. Era un momento en que la izquierda había accedido por primera vez al rectorado de la universidad complutense con Francisco Bustelo y en el que el alcalde de la ciudad de Madrid era Enrique Tierno Galván que presidió el inicio del congreso. Asistieron personalidades como Perre Vilar y fue de las pocas ocasiones en las que Manuel Sacristán acudió a Madrid. El recuerdo que tengo  de aquellos días es lo cerca y lo lejos que estaba Sánchez Vázquez de la polémica específicamente española. Eran momentos en los que la gran victoria electoral de Felipe González un año antes en 1.982 iba unida a un proyecto  de modernización económica en el que prevalecía el discurso liberal. Curiosamente era el mismo momento en que se conmemoraban los cien años del nacimiento de Ortega y eran muchos los que especulaban acerca de  si no era el momento de abandonar cualquier relación con Marx y reconocer que era el liberalismo el que había acabado por prevalecer. Piense el lector que estamos hablando de octubre de 1.983 un momento en el que nadie hubiera podido imaginar la disolución del pacto de Varsovia y la desaparición del PCUS.

Era un momento en el que discutíamos acerca de la permanencia de España en la OTAN y de la política de bloques militares. Tanto Manuel Sacristán como Carlos París publicaron muchos trabajos en aquellos años sobre esta temática. En ese contexto Sánchez Vázquez conocía bien los debates de la izquierda europea pero  venía de un mundo latinoamericano donde estaba muy presente la evolución del modelo cubano, el trágico final de la experiencia de la Unidad popular chilena, la represión del terrorismo de Estado y el triunfo todavía reciente de la revolución sandinista. Hablaba también en un país donde su partido, el partido comunista, había quedado reducido electoralmente a 4 diputados.

Su palabra tenía la capacidad de hacerse cargo de toda esta problemática pero sabía reconducir  magistralmente al debate en otra dimensión y plantear   si no habría que pensar en pasar del socialismo científico al socialismo utópico, si el socialismo no era una utopía por la que merecía la pena luchar, pero que ni se había realizado históricamente  ni tenía visos de realizarse inmediatamente [7].

Algo de esto viví también cuando nos encontramos en Dubrovnik. Era un encuentro acerca del socialismo del futuro en el que participábamos representantes de los partidos socialistas y comunistas de Europa Occidental, de lo que entonces se denominaba Europa del Este, del PCUS y estaban invitados todos los partidos y movimientos latinoamericanos y algunos representantes de grandes revistas de pensamiento socialista. Sánchez Vázquez, había sido invitado desde el principio a estos encuentros.  Recuerdo dos momentos del debate de aquellos días: un debate entre los distintos participantes y el representante del PCUS. Me he preguntado muchas veces si  alguno de los presentes hubiéramos podido imaginar lo que iba a ocurrir años después: la desaparición de Yugoslavia tras una guerra fratricida; la desaparición del Pacto de Varsovia y los efectos que provocaría el derrumbe la Unión Soviética. Y recuerdo como allí Sánchez Vázquez intentaba una vez más explicar, argumentar, hacer ver las diferencias entre el ideal socialista y el socialismo real.

No fue, sin embargo, la única anécdota de aquellos días de octubre de 1.985. Como ustedes saben en México han convivido un sistema político inmóvil, sin alternancia política durante muchos años, con la realidad de un mundo político muy generoso en relación a distintos exilios y con la apuesta durante años por una política de no alineamiento con los bloques militares. Yugoslavia y México compartían el interés por fomentar el movimiento de los países no alineados. No es de extrañar, por ello, que nos anunciarán que una de los noches del congreso tendríamos como invitado especial al antiguo Presidente de México Luis Echevarria. Nada más conocer el anuncio recuerdo el enfado descomunal de la mujer de Adolfo al rememorar  la participación del invitado en todos los sucesos en 1.968 en la Plaza de las tres culturas en Mexico. Echevarria era el responsable de gobernación cuando se produjeron las detenciones, la represión y las desapariciones de estudiantes. De estudiantes amigos de los hijos de Sánchez Vázquez, de estudiantes que podrían haber sido sus propios hijos.

Y ahí llega el tercer momento. La facultad de filosofía de la UNED tenía un acuerdo con la facultad de filosofía de la UAM de México para desarrollar conjuntamente un programa de doctorado. Estaba por ello en México en octubre de 1.993 cuando se conmemoraban los 25 años de aquellos sucesos. Todavía no se había producido la alternancia en Mexico, ni había estallado la rebelión Zapatista,  seguía omnipresente el recuerdo del pucherazo que había llevado a Salinas al poder en 1.988 y en aquel contexto comienza a aparecer un movimiento que reclama conocer lo que realmente ocurrió aquellos días, que quiere a su vez saber qué pasó en la universidad.

Y aquí de nuevo aparecía la maestría de Sánchez Vázquez. Si en Madrid me había parecido que estaba cerca y lejos, aquí me pareció que tenía una voluntad expresa de poner las cosas en su sitio, de explicar qué tipo de movimiento era el 68, en que medida no era ni pretendía ser un movimiento revolucionario  pero sí era un movimiento profundamente democrático que pretendía acabar con privilegios y opacidades. Todos los que le escuchábamos  aquella mañana en la UNAM pudimos comprender hasta que punto en él convivían dos vivencias encontradas: el enorme agradecimiento que como exiliado tenía a México y el enorme dolor que había vivido ante aquella represión sobre los estudiantes, sobre los amigos de sus propios hijos [8].

Esa distancia, ese estar y no estar, es el que creo constituye el rasgo central de su pensamiento y de su obra: el exiliado no llega a formar parte del país de acogida pero tampoco es capaz de volver  al país de origen. Su vida ya está hecha fuera, allí tiene su obra, su familia, sus relaciones pero tiene una añoranza por el mundo que ha dejado y un día logra visitar su antigua patria  pero ya ve que está ante otro país y  tampoco puede volver del todo.

Quizás esa condición de exiliado, unida a la distancia con sus maestros y a la distancia con los discípulos marcó su vida. Y este es el último punto que quisiera tratar. Efectivamente muchos de aquellos discípulos que habían partido de un marxismo mecanicista y esquemático pasaron después al liberalismo. Ya no hablaban de marxismo ni de socialismo. Para criticar la política del PRI hablaban de recuperar el proyecto originario de la revolución mexicana. Y aquí encontró Sánchez Vázquez otro motivo de reflexión: si el ideal socialista quedaba devaluado por el socialismo real, el proyecto emancipatorio internacionalista quedaba sobrepasado por planteamientos vinculados al nacionalismo revolucionario y al populismo.

Nuestro homenajeado veía que muchos de los que criticaban, como él mismo hacía, lo que había significado el estalinismo, al igual que los que advertían acerca de los peligros del  nacionalismo  y del populismo, acababan abrazando la democracia liberal. Lo había vivido en muchas ocasiones (entre otras en un debate memorable con Octavio Paz) en las  que insistía en que no cabía asumir el mundo existente, que había que buscar una sociedad alternativa, que no había que bajar la cabeza ante el orden liberal-capitalista, pero que tampoco había que levantarla de cualquier manera, que había que aprender de los errores del pasado, pero sin renunciar a lo mejor del pensamiento utópico [9].

Este  es el punto más importante de su legado. La apuesta por un marxismo crítico y autocrítico, un marxismo autodidacta, que no había encontrado en sus maestros de Madrid y que tampoco encontró en los exiliados en México; una marxismo que tuvo que construir frente al marxismo-leninismo de la Unión soviética y que, por  ultimo, tuvo que seguir defendiendo frente a aquellos que se iban encaminando hacia el liberalismo. Fue pues un hombre entre dos mundos y entre dos generaciones y supo sacar un enorme jugo intelectual y político de esta condición de autodidacta, de exiliado y de maestro, un maestro respetado pero no seguido por sus alumnos (no por todos como siempre nos ha recordado con razón Gabriel Vargas) que campaban por otros derroteros.

Este homenaje que hoy le rendimos recuerda a uno de los intelectuales más importantes de aquella generación de jóvenes del 36 que combatieron por la España republicana, que vivieron con intensidad las peripecias del exilio [10] y que nunca dejaron de pensar en la necesidad de preservar el ideal socialista.