“En España, se intentó que el exilio pasase inadvertido” Adolfo Sánchez Vázquez
Nació con la Revolución Soviética y quizá aquellos diez días que estremecieron al mundo conmocionaron genéticamente su pensamiento, ya para siempre. Adolfo Sánchez Vázquez, algecireño, malagueño, andaluz desde luego, formado en Madrid y crecido intelectualmente en México, solía regresar de tarde en tarde a España, tras la caída de la dictadura franquista que le llevó al destierro. Se trataba de un ir y venir a Madrid o a cualquier ciudad que le reclamase, aunque siempre encontraba tiempo para retornar a Málaga -donde recogería, por ejemplo, el Premio María Zambrano de humanidades que le concediera la consejería de Cultura de la Junta de Andalucía-, como a Algeciras, donde naciera y encontrara el primer aliento de marxismo a través de uno de sus familiares.
A lo largo de aquellos retornos y antes de su muerte en junio de 2011, tuve ocasión de entrevistarle en varias ocasiones, abundando a menudo en los paisajes que acunaron su biografía pero también en su compromiso ideológico, tan firme como crítico. Sánchez Vázquez siempre se supo como el último mohicano de lo que se dio en llamar la España transterrada:
“No fueron tantos los que se integraron de nuevo a la vida española. Muchos por razones ya biológicas, diríamos, de edad. Usted piense que nosotros, yo y mi esposa por ejemplo, llegamos jóvenes al exilio, con veinte o veintidós años. Pero muchos llegaron ya con una obra hecha o con una profesión en marcha, con treinta, cuarenta o cincuenta años. Muchos tendrían hoy cien y ya no viven. Prácticamente el exilio desapareció, no sólo política sino físicamente. Entonces, ha pasado ya tanto tiempo y se han echado raíces, tenemos hijos, tenemos nietos...”
“Yo creo que en España hay un cierto olvido o subestimación del exilio -valoraba veinticinco atrás, en uno de sus retornos a Málaga y en una conversación mantenida a la falda de la sede del Ateneo-. En México, se ha hecho una revaloración de lo que ha representado el exilio español en el hecho cultural del país, que ha sido realmente mucho. Se puede decir que la mejor inteligencia de la Universidad española fue al exilio. Hay once o trece rectores conocidos, entre ellos Gaos, Puche y otros, enterrados en México. Pero podíamos citar diferentes casos en diversas profesiones. En el campo del arte, se exiliaron grandes pintores como Souto, Prieto, Baldasano. En el terreno de la literatura, Emilio Prados, Luis Cernuda, Juan Rejano. En el campo de la filosofía, José Gaos, Xirau. En todos los terrenos Hubo una gran aportación que fue reconocida por México. Los mexicanos reconocen que la inyección del exilio permitió un empuje bastante vigoroso a su cultura, pero también a la industria, la técnica... Por las impresiones que tengo, al menos durante cierta época, en España se intentó que el exilio pasase inadvertido. Y en cierta medida se comprende. La gente quisiera olvidar lo que ha pasado pero, claro, como la guerra civil el exilio es un capítulo de la historia. Se puede olvidar para no seguir manteniendo el espíritu de todo aquello, el dolor, la rabia, pero no se puede olvidar que existió, eso es obvio”.
Cruzó el Atlántico a bordo de un barco llamado “Sinaia”, que tuvo su propio periódico a bordo y donde viajaron cientos de republicanos españoles no sólo fugitivos del franquismo sino del nazismo que tomó Francia en 1940. Entre sus compañeros de travesía, figuraba el poeta cordobés Juan Rejano y a todos les acogió el México de Lázaro Cárdenas, como bien refleja y testimonia Carlos Fuentes en su novela “Los años con Laura Díaz”. Un gesto generoso que quizá la España democrática nunca supo pagar del todo, ni a Cárdenas ni a su pueblo. En diversas publicaciones, Sánchez Vázquez tuvo ocasión de reflexionar sobre la identidad un tanto apátrida de quien tiene que buscar una tierra nueva a la que llamar su segunda casa:
“El exiliado es siempre una especie de esquizofrénico, que está partido en dos. Por un lado, tiene la mirada puesta en el país del que procede y, por otro lado, su vida diaria, cotidiana, sus intereses, están en el país que pisa. Pero ese dualismo nunca desaparece. Sobre todo, en los primeros años del exilio era evidente. Todos estábamos con la ilusión de volver, pensando que la vuelta estaba próxima. Eso duró incluso diez o quince años. Incluso, se pueden contar anécdotas. Por ejemplo, al principio, cuando un exiliado mandaba a sus hijos a la Universidad, se interpretaba como una especie de deserción, se consideraba que había perdido de vista sus ideales, que ya no quería volver. O el que se compraba un coche, no digamos. O sea, que la mayoría de la gente tenía puesta toda su mirada en España, en el regreso. Luego, el tiempo va pasando, se van creando intereses, surgen los hijos, uno se vincula profesionalmente a través de su trabajo al país que lo acoge y ya en cierto modo se va integrando. En México, finalmente, hubo una integración del exilio, pero fue tardía. Los exiliados y sus hijos, hoy, se consideran ya mexicanos, sin perder de vista los vínculos o las razones por las que llegaron al exilio. Pero, en cierto modo, uno nunca deja de ser exiliado porque siempre se mantiene esa dualidad”.
“Yo, por ejemplo, llegué a México siendo estudiante. Yo no pude terminar la carrera en España. Yo había hecho en Málaga el Bachillerato y de Málaga pasé a Madrid donde hice el primer año de estudios de la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central, con Gaos precisamente, con Ortega, con Zubiri, con García Morente. Pero, claro, era un año de estudios y luego vino lo que vino, la guerra, el exilio. Cuando llegué a México, yo era un estudiante. No tenía otra cosa que ofrecer. Entonces, en México, pasé dificultades porque allá pronto me casé, pronto llegaron los hijos y tuve que hacer los estudios al tiempo que hacía cuarenta trabajos de distinto tipo. Fui traductor, por ejemplo y allí me inicié también como profesor”.
Su empeño no sólo hizo que concluyese sus estudios universitarios sino que ganó una plaza en la prestigiosa Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), escenario de algunas de las convulsiones intelectuales más poderosas del último medio siglo de aquel país:
“La cátedra de Estética la asumí aproximadamente en el año 54 o 55. Primero, fui lo que se dice profesor de asignaturas por hora. Al cabo de cinco o seis años, pasé a ser profesor de tiempo completo, lo que le llaman aquí dedicación exclusiva. Me he dedicado sobre todo a mi cátedra de Estética, pero también al curso de filosofía política, particularmente cuando hablar de Carlos Marx no era tan habitual como lo fue después. Los profesores de tiempo completo, que es como les llamamos allí, tenemos una gran libertad para los cursos que vamos a dar Nosotros decidimos su contenido que siempre suele estar relacionado con alguna investigación que estemos realizando”.
Su producción bibliográfica es extensísima y abarca varios géneros pero, en especial, descuellan algunos ensayos que él mismo menciona no más se le pide rendir un balance de su propia obra:
“Mi contribución a la estética, en la medida que pueda hablarse de eso y desde el punto de vista marxista, fue la ruptura, en un momento en que eso era la doctrina extendida y reconocida, con toda la teoría y la práctica del realismo socialista. Esto ya desde los años 60, cuando a comienzos de esa década era la doctrina aceptada como única estética marxista posible. En el año 65, publiqué ‘Las ideas estéticas de Marx’, un libro que rompía con esa concepción institucional de la estética marxista. Poco después, en el año 67, publiqué mi ‘Filosofía de la praxis’, que marcaba ya la ruptura no sólo con una estética oficial marxista o pseudomarxista sino con la filosofía oficial dominante, diamat, o materialismo dialéctico, la filosofía de la praxis. Pienso que en la concepción que yo mantuve desde entonces y que he seguido manteniendo hasta ahora, la estética se apoya en una serie de tesis fundamentales del marxismo pero que lejos de estar en contradicción con la estética oficial del realismo socialista, apuesta más bien por una práctica innovadora, de vanguardia. La concepción del arte que yo propugnaba era la del arte como una forma de trabajo o de praxis creadora, que permitía su desarrollo en cualquier dirección. En Marx, no puede haber arte si no hay creatividad. Si no hay praxis creadora, no hay arte. Esta praxis creadora puede manifestarse en el terreno del realismo, como se manifestó durante siglos, o en el terreno del arte abstracto, de un arte no figurativo o de un arte, diríamos, de vanguardia. Su nota distintiva sería justamente la capacidad de innovación o de creación”.
Sánchez Vázquez siempre asumió un posicionamiento crítico con el marxismo o, mejor dicho, con algunas de sus aplicaciones prácticas como el stalinismo y la política posterior que se implantó en la Unión Soviética. No fue fácil en tiempos de ortodoxia ni lo es ahora cuando sigue defendiendo la utopía marxista a pesar del descrédito de lo que se llamó socialismo real. Pero él sabe que hubo intelectuales, incluso revolucionarios de primera hornada, que empezaron pronto a disentir del rumbo totalitario que pareció tomar desde muy pronto aquel deseado país de los soviets. En ese caso, el suicidio en los años 30 del poeta y dramaturgo Vladimir Maiakovsky no sólo supuso una vindicación estética:
“No sólo fue un suicidio estético sino político o ideológico. En primer lugar, el tipo de poesía innovadora que estaba realizando Maiakovsky era la que respondía al arte soviético de los primeros años 20. Como todo el mundo sabe, toda la vanguardia empieza a germinar prácticamente en la Unión Soviética. Allí está Chagall, está Kandinsky, o los constructivistas, en el campo de las artes plásticas. Allí está toda la gran arquitectura de vanguardia. Y, en el terreno de la poesía, toda la innovación está allí. Pienso que a Maiakovsky hay que situarlo dentro de esa innovación radical que caracterizó al arte soviético. Había la pretensión en los artistas de la época de hacer un arte revolucionario, pero no en el sentido limitado de la temática o el contenido, sino porque también suponía una revolución en el lenguaje artístico, en el lenguaje plástico o en el poético. El realismo socialista, como teoría y como práctica, viene a terminar con eso. Entonces, es obvio que Maiakovsky se encontraba en una situación de aislamiento, de contradicción con esa estética oficial dominante. Pienso que el suicidio de Maiakovsky tiene que ver con esta contradicción y con su oposición a lo que estaba germinando. Eso se expresa, sobre todo, en su dramaturgia. Obras como La Chiche o El Baño constituían una sátira sobre lo que comenzaba ya a levantar cabeza en la Unión Soviética”.
Recuerda que el estreno español de La Chinche llevaba escenografía de su paisano algecireño, el pintor Ramón Puyol, también militante del PCE, que se salvó de la pena de muerte y de la cadena perpetua a cambio de restaurar los frescos de Tiépolo del monasterio de El Escorial: “A Puyol, yo le vi precisamente en Madrid”. Sánchez Vázquez había nacido allí cuando la ciudad empezaba a tomar cuerpo, pero cuando aún persistía una importante quiebra social entre el mundo del contrabando y de otras formas de economía sumergida, o la función administrativa de quienes debían reprimir tales prácticas:
“Yo, de Algeciras, salí muy pequeño. De mi infancia, prácticamente no tengo recuerdos. Mi padre era teniente de carabineros. En aquella época, se decía de forma un poco burlona que la población de Algeciras se dividía en dos, unos contrabandistas y otros carabineros. A mí, me tocó nacer en la parte que perseguía. Prácticamente, no tengo contacto con la ciudad. Salí de Algeciras a una edad en la que es difícil tener recuerdos. Después, fuimos a vivir a El Escorial, cerca de Madrid. Y a los diez o doce años, llegué a Málaga, donde me formé hasta que comenzó la guerra civil. A Algeciras, volví en el año 31, teniendo quince o dieciséis años. Allí, bajo la influencia de mi tío, Alfredo Vázquez, que después murió fusilado por el franquismo, es que yo recibí la primera influencia de carácter ideológico. Un poco confusa como era la personalidad de mi tío, entre libertario y marxista. Pero ahí tuve mis primeros contactos ideológicos con una ideología de tipo revolucionaria. De Algeciras, entre mis amigos de antes de la guerra, estaba José Luis Cano, con el que tuve contactos. Trabajamos juntos en el periódico ‘Línea’ que hacían las organizaciones más de izquierdas y revolucionarias, en Madrid. Conocí también a Ramón Puyol cuando era diseñador de portadas de la editorial Zenith, tan famosa, y cartelista conocido. En realidad, mis recuerdos son pequeños”.
Hasta Algeciras, Sánchez Vázquez ha vuelto en varias ocasiones. La primera vez, hacia 1980, cuando llegó a entrevistarse con el primer alcalde comunista de la ciudad, Francisco Esteban y tuvo la oportunidad de conocer la ciudad, para “reconstruir mentalmente esa parte de mi pasado”. La última vez, fue en el verano de 2002, cuando quiso mostrársela a un nieto rockero que le acompañó en aquel periplo y con quien tuvo ocasión de visitar la calle que ya lleva su nombre, junto a la playa de El Rinconcillo, a las afueras: “Estuve en la calle, en la casa donde nací. En la casa de las columnas, en la calle Ríos”.
Era también la Algeciras de José Luis Cano, otro escritor que se formó en aquella Málaga inquieta de la Segunda República, cuando Emilio Prados asistía, fascinado, al incendio de la mansión de su familia. En la capital malagueña, Sánchez Vázquez y su cuñado Enrique Rebolledo crearon la revista Sur, en la que Cano habría de publicar el primer artículo de su vida, “Surrealismo y lucha de clases”.
“Esta revista Sur, que por cierto creo que ahí tomaron el nombre y el diseño del título del periódico, la hice con el hermano de mi esposa, Enrique Rebolledo. Sacamos dos números. Uno salió a finales del 35 y otro a comienzos del 36. Publicamos colaboraciones de José Luis Cano o un poema de Alberti que nunca he tenido curiosidad por ver si está recogido en su poesía completa. Lo cierto es que no recuerdo exactamente sus versos. También incluimos traducciones de Louis Aragon”.
“Entonces, en Málaga, había una vida cultural muy intensa -rememoraba Sánchez Vázquez dieciocho años atrás, por los mismos escenarios malagueños que recorrería en la primavera de 2004, cuando volvió hasta allí para recibir el premio María Zambrano-. En esta misma casa, donde estuvo el Ateneo, tuve ocasión de escuchar a los intelectuales más importantes de la época, como Ortega y Gasset, García Morente, Unamuno, que yo recuerde. También asistí a exposiciones de grandes pintores de la época. Pesaba mucho el intelectual en la vida política de entonces. Tanto es así que muchos ministros de la República fueron intelectuales, como Fernando de los Ríos. Hoy, a los intelectuales, en lugar de respetárseles, se les subvenciona”.
En los años 30, era otra cosa. Buena parte de los grandes escritores en lengua hispana abrazaron el comunismo como una formidable utopía posible, aunque no percibieran plenamente los excesos que acompañaron a la construcción de la Unión Soviética:
“Por ejemplo, César Vallejo era militante del Partido Comunista del Perú, como usted sabe. Yo lo conocí aquí en el Congreso de Escritores Antifascistas del año 37. O Alberti. O incluso el mismo Pablo Neruda, que no tiene nada que ver con la estética oficial del realismo socialista, independientemente que entre las cosas que resulten difícil de olvidar de Neruda estén sus cantos a Stalin y todo eso. Pero lo más significativo de Neruda también tiene que ver poco con la estética del realismo socialista. Aunque claro, sus ideólogos, cuando trataban de ejemplificar con nombres de supuestos creadores de dicho realismo, siempre daban los de Neruda, de Alberti o de Vallejo. O, en el terreno de la pintura, daban el nombre de los muralistas mejicanos que tampoco tienen nada que ver con el realismo socialista, como Rivera o Xiqueiro. Creo que en lengua española, que yo recuerde, no encontramos ejemplos ilustrativos de lo que sería una estética propia del realismo socialista. Recuerdo que Alberti, en la revista Octubre, publicó mi primer poema, que firmé con seudónimo y que era un romance sobre la Ley de Fugas. Apareció en el número 3 o 4”.
Su primer libro fue precisamente de poemas, El Pulso Ardiendo, escrito en España pero publicado finalmente en México:
“Se publicó en Morelia, la primera edición, del 42. Estos poemas son de unos años antes de la guerra. Y resulta que este libro, cuando salí de España, lo di por perdido porque no me preocupé de buscar los originales. En principio, iba a publicarlo en Madrid Manuel Altolaguirre, en aquellas ediciones que él hacía de poesía, con aquella enorme belleza tipográfica. Cuando llegué a México, con gran sorpresa mía, resultó que él se había llevado el original. Luego, se ha reeditado en España, en varias ediciones”.
La última de ella, en Málaga, a donde vuelve periódicamente desde que retornó del exilio:
“Naturalmente, la primera vez que volví a España fue en una visita rápida y prácticamente sin contacto con nadie, porque vine por un motivo familiar, por una tragedia que ocurrió en la familia de mi hermano”.
Se trata de Gonzalo, un matemático ilustre y célebre fallecido hace unos años en Sevilla, donde había fijado su residencia:
“Eso fue en el año 72. Prácticamente, conocí entonces a muy poca gente. Entre la poca gente que tuve ocasión de conocer está un filósofo que sigue siendo buen amigo, Javier Muguerza, y también Javier Pradera. Eso era en pleno franquismo. Cuando volví en el año 75 o 76, ya vine con más calma. Y me encontré con una España completamente distinta, no sólo por razones políticas e ideológicas. Era una España que en el terreno ideológico se había modernizado, se había desarrollado económicamente pero todavía arrastraba las huellas de los cuarenta años de franquismo. De todas maneras, para mí fue una emoción muy fuerte, porque yo venía a España prácticamente después de 38 años de ausencia. Ya mi padre había fallecido. Mi madre vivía todavía aquí, en Málaga. Fue una impresión muy fuerte la llegada a España y, sobre todo, aquí a Málaga, donde yo había pasado mi juventud. Y a Madrid, donde yo había tenido una actividad política juvenil y estudiantil en la Universidad”.
Fiel a su independencia de criterios, en plena glasnot de Gorbachev pero antes de que cayese el muro, el marxista Sánchez Vázquez consideraba que había que:
“reconocer que existe un fracaso histórico del llamado socialismo real. Eso es evidente. Un fracaso, empezando por la Unión Soviética. El socialismo real ha sido un desastre desde el punto de vista histórico. Su fracaso es tan grande que ha quemado la alternativa de otro modelo de socialismo, al menos por ahora. Las reformas del socialismo real llegaron tan tarde que incluso lo que se dio a llamar en la Checoslovaquia del año 68 un socialismo de rostro humano, ni siquiera pudo plantearse. El fracaso es tan grande que incluso el proceso de reacción frente al socialismo real es tan amplio y tan profundo, que ni siquiera la alternativa socialdemócrata constituye una alternativa de izquierdas en esos países”.
Sólo había una excepción en ese discurso, que se llamaba Cuba, aunque tampoco Sánchez Vázquez aplauda la persecución de los delitos de opinión que se siguen practicando, tantos años después, en la isla:
“Cuba es un caso especial porque, claro, hay dos componentes que no se pueden disociar. El componente nacional o liberador en el sentido antiimperialista influye mucho allí. La revolución cubana, desde que nació, está bloqueada por el imperialismo. Mientras haya ese bloqueo o esa presión es muy difícil que haya una reforma o una apertura. Ese es el problema. No se puede abrir como se ha abierto la sociedad del Este porque eso significaría la penetración inmediata de todo lo que llaman la gusanera, toda la contrarrevolución que está en Miami. Pienso que tienen que hacer un esfuerzo para realizar reformas, en un sentido democrático, sin que esta democratización implique naturalmente el retorno de toda esa bazofia y de toda esa morralla contrarrevolucionaria. Y creo que la sociedad cubana lo está pidiendo en el marco del socialismo. Porque si no puede ocurrir lo que ha ocurrido en estos países del Este. Por ejemplo, en Checoslovaquia, donde tuvimos la posibilidad de una alternativa que fue aniquilada por la invasión soviética. Cuando han pasado veinte años, esta alternativa se ha quemado también como reacción a todo esto. Tenga usted en cuenta que a excepción de Yugoslavia o de la Unión Soviética todos esos países son regímenes supuestamente socialistas que no son resultado de una revolución interior sino exportada. Lógicamente, esa revolución ha tenido resistencia dentro de la propia sociedad”.
A su juicio, tras la caída del muro, la sociedad de aquellos países se enfrentó a un cierto espejismo, el que suponía el capitalismo real más allá de la propaganda mediática que les habría llegado. Tocaba entonces enfrentarse a fantasmas del libre mercado tan reales como el desempleo o la falta seguridad social:
“Yo pienso que el socialismo como alternativa sigue siendo vigente y actual, porque el capitalismo no va a resolver ninguno de los problemas que no ha resuelto el socialismo real. Por el contrario, los puede agravar. Pero creo que en un futuro inmediato, el porvenir es un poco difícil”.
“De ese fracaso del socialismo real, es difícil disociar a los partidos comunistas. Porque, claro, el modelo de partido, el modelo de sociedad, el modelo de estrategia, ha sido compartido durante muchos años por los partidos comunistas tradicionales. Hay que deslindarse lo más posible de ese pasado. Ese distanciamiento puede llevar incluso a la desaparición de dichos partidos. El Partido Comunista de México, sin ir más lejos, se fundió con el Partido de la Revolución Democrática”.
Tan respetado como discutido en su cátedra de México, entre sus alumnos se contó a un althuseriano Subcomandante Marcos. Desde esa tribuna, siguió defendiendo la vieja pero no por ello ineficaz brújula marxista para salir del laberinto capitalista:
“Si no hay una propiedad social dominante sobre los medios de producción, no puede hablarse de socialismo. Si no hay un Estado bajo el control democrático de la sociedad, tampoco. Pero si el problema de las relaciones de propiedad pasa a segundo plano, no veo como se puede llegar a una nueva sociedad. Se puede hacer un capitalismo más civilizado, peor no dejará de ser capitalismo. Incluso admitiendo que se hayan alcanzado algunos logros importantes dentro de ese sistema, la barrera estructural no se ha cruzado. El socialismo real logró romper la barrera del capitalismo, lo destruyó pero no logró construir el socialismo. La socialdemocracia ha alcanzado, cuando ha logrado hacerlo, una serie de prestaciones, de logros importantes en el campo del capitalismo, pero no ha saltado esa barrera. La pelota sigue en el tejado. Y la pelota consiste en como construir una sociedad nueva, pero partiendo como condición necesaria de una superación, de una trascendencia de la barrera estructural capitalista”.