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Vivir como humano requiere que sus protagonistas imaginen, creen y reinventen, colectivamente, su vivir. Lo hemos hecho ideando diferentes modos de vida, generando singulares tramas, creando distintas estrategias, persiguiendo cada pueblo, invariablemente, alcanzar los objetivos de sobrevivir y de pervivir. Habitando en muchos y diversos lugares de la tierra.

Hasta aquí, hemos hecho de este mundo un mundo conocido para vivir en lo entendible y seguro. Hemos hecho vehemente de este mundo un mundo descifrable para, por fin, ahora poder contemplar nuestra verdadera naturaleza humana, nuestro vigor natural, nuestro ánimo, aliento y genio. Nos hemos creado la posibilidad de practicar el deseo de autodefinir lo que queremos llegar a ser.

El actual siglo XXI se caracteriza por el deseo de abandonar el orden del sistema-mundo heredado, lo que supone reinventar un relacionarnos que cree una distinta trama entre todos los cuerpos, es decir, vincularnos de manera nueva. Objetivo que tiene que ver con la deriva promovida por el movimiento feminista.

Cuando la mujer renunció a permanecer bajo la normativa impuesta en la dualidad del sexo convencional mujer/hombre, se desgarró la tradicional red de relaciones; se rompieron algunas de las raíces sobre las que se asentaba el sistema económico social que hemos recibido, ya que se alimentaba de esa dualidad.

Lo fascinante es que, aun compartiendo todo humano las características físico-anatómicas, podemos hacernos cargo de que cada persona es diferente. Residimos cada cual en nuestra diferencia, pareciéndonos todos. Somos ejemplo de un yo común, el de la humanidad. Somos cuerpos semejantes.

Se hace explícito que vivimos en equivalencia cuando comprobamos que cada quien reside en su particular singularidad, pero que, sin embargo, cada cual intenta alcanzar el mismo objetivo que los demás: participar en el inventar y reinventar sin cesar el cómo sobrevivir en un cuerpo de humano.

Sabemos que algo tan íntimo como cada una de las funciones de nuestro organismo, comer, dormir, copular y hasta defecar, tiene en cada quien una significación especial, distinta, aun a pesar de que se trata de funciones, de necesidades vitales, idénticas, pero culturalmente aprendidas, localmente prescritas. Varía la vivencia, y su significado, de una persona a otra. En cada una es esencialmente singular, ya que se trata de experiencias, de diferencias que son inmanentes, es decir, principales.

A partir de aceptar que cada quien es ejemplo de un yo común, podemos asumir que cada humano es un ejemplo diferente. Estamos ante un yo común que ahora celebramos intensamente, ya que podemos abandonar el principio de la dualidad rigiendo nuestras vidas, la infinidad de normativas que, agrupándonos, dividiéndonos, clasificando, nos han sojuzgado.

La diferencia en cada quien se elabora, precisamente, al practicarse la solidaridad entre humanos, durante el acogimiento que cada nuevo ser recibe de los adultos nada más nacer. Se trata de una singularidad que se engendra en el mismo momento en el que se comienzan a recibir las enseñanzas que transmite la comunidad local a cada persona; al hacerla partícipe del legado que el colectivo ha inventado, y gracias al cual logrará sobrevivir.

Si quien acoge al nuevo individuo vive esa llegada en felicidad extraordinaria, o todo lo contrario; si el día en que llega a su casa, esta está asolada por un tifón… En fin, dependiendo del carácter de los mil y un detalles que conforman la vida en el día a día y, sobre todo, de las características del cuerpo de cada cual, comienza la singularidad de cada sujeto al acceder al vivir en humano. Se trata de una diferencia inevitable que procede, sobre todo, de la generosidad en el compartir; en el hacer partícipes de su sabiduría, los adultos, a los nuevos sujetos.

Gran número de personas que viven en este nuevo tiempo, nuevo siglo, en Europa, en Estado Unidos, en Latinoamérica y en tantos lugares, comparten el deseo de idear un nuevo vivir.

Propongo producir una red de vínculos que posibilite un vivir colectivo en la diferencia. Ha llegado el momento de lo nuevo, dado que la humanidad está cansada de lo que ha construido, aturdida ante la trama de relaciones sociales que ahora hereda. Planteo utilizar la diferencia como fundamento en la construcción de las distintas y nuevas tramas de conexiones que estamos deseando tejer y que estamos creando. Y digo que estamos creando porque, durante la actual pandemia del SARS-CoV-2, se han activado claras y nuevas prácticas de solidaridad entre la población, entre vecinos, entre amigos, antes impensables.

Para fundamentar nuestro vivir en la diferencia, es necesario despejar inmediatamente el vínculo injusto que subordina la diferencia a lo negativo. Resulta imposible observar el vivir en humano sin atender a que el pensamiento solo piensa gracias a la identificación de la diferencia. Lo que tenemos en el pensamiento son ideas, allí no hay coronavirus, ni rosas, ni cucharas, ni hombres, ni enfermos, ni puntillas, ni… ¿qué se yo? Nada. Solo ideas, nombres y cosas por el estilo (signos lingüísticos). En el mundo mental solo hay información sobre diferencias, o sobre diferencias entre diferencias, por decirlo en los términos en los que lo expresa Gregory Bateson [1].

La diferencia en un mundo nuevo, el que aquí se propone crear, se postula sabiendo que lo humano es lo no acabado, lo que jamás puede estarlo. Y como hoy existe una clara consciencia, como nunca anteriormente, de nuestra capacidad de crear realidad, de visitar el pasado con descaro y libertad, lo que se propicia ahora es generar redes de relaciones, tramas entre los cuerpos que posibiliten un distinto vivir colectivo. Un vivir asentado en el acuerdo de que cada cual resida teniendo la posibilidad de exteriorizar y expandir su particular fortaleza, su singularidad, coexistiendo todos bajo el reconocimiento de la diferencia de cada quien.

Para alumbrar un vivir distinto, potente, impensado, y habitar en una trama social nueva, es necesario salirse de los modelos tradicionales, de las normas preestablecidas, para entrar en la naturaleza de la diferencia. ¿En qué consiste pensar y vivir en la diferencia, alejados de la copia? Consiste en salirse de lo habitual para pensar lo deseado, aunque lo difícil del deseo es enunciar qué vivir deseamos, qué mundo nos conviene a cada uno, a todos como colectividad, como comunidad humana, hoy.

El pensar y actuar lo nuevo supone abandonar modelos, las normativas impuestas. Si Antonio Meucci ideó el teléfono (teletrófono) en 1854, fue por el deseo de conectarse con su esposa, que permanecía en el segundo piso inmovilizada por reumatismo, mientras él trabajaba en su oficina en la planta baja. Para ello tuvo que salirse forzosamente de todas las ideas relacionadas con el ascensor. Por ejemplo, de las del matemático alemán Erhard Weigel, quien inventó la «silla de ascenso» en 1687, con la que era posible trasladarse con rapidez y sin esfuerzo entre dos pisos utilizando poleas movidas por tracción animal. Y Nikola Tesla tuvo que abandonar, forzosamente, el modelo de corriente continua hasta lograr idear la corriente alterna. Es decir, todos ellos debieron desligarse del pasado, de la historia, de la copia, ya que, de lo contrario, no hubieran podido pensar lo nuevo.

En la actualidad, muchas personas que desean modificar su vivir despliegan prácticas diarias creativamente, utilizando, precisamente, su potencialidad, abandonando el modelo copia, el corsé de las fórmulas tradicionales.

Si la humanidad es la que construye el mundo en el que vive, a ella le corresponde responder por lo que ha deseado y generado. Incumbe a la actual comunidad humana responsabilizarse de la creación de sí misma y de sus valores, teniendo como tiene capacidad de no arrastrar las consideraciones que pertenecen a la Historia, ya que la Historia es siempre desde la muerte. Necesita siempre que algo acabe para empezar a ser Historia. Solo muere lo que ha empezado, lo que se decide que ha empezado. La Historia de la humanidad es pensar el mundo desde lo que hemos decidido que es el mundo. La Historia es una apropiación, el deseo del ser humano de poseerse mediante un relato que lo represente, y siempre en el conflicto.

Cuando en España apareció el conflicto colectivo en modo de virus, de pandemia, en tantos países europeos, se abandonó desde el poder, a su suerte, a muchas vidas, a tantas personas mayores, a las ancianas a las que no se las auxilió.

El conflicto, cuando surge, siempre lo hace en forma de estructura de poder. Los conflictos no son conflictos por el contenido del conflicto, sino, sobre todo, por la falta de generosidad de quienes los afrontan, de quienes los alimentan. Ciertamente, el conflicto es una decisión para conquistar el funcionamiento del mundo, ya que ordena, opina y juzga la transformación de la vida.

Aún más, el humano, en tantos países, ha tenido la costumbre de utilizar el conflicto a la hora de explicarse las transformaciones, los cambios en el vivir colectivo. De hecho, conquista el funcionamiento del universo mediante el conflicto. Esquematiza el mundo con la estructura del conflicto, y así lo convierte en comprensible, a su medida. Allí donde hay una riada, esta es convertida en un conflicto de la naturaleza contra la vida; así se hace comprensible, humana, y la humanidad pasa a ser protagonista, pasa a sujetar el fenómeno bajo su lógica.

De igual manera, la destrucción del planeta, el paso del tiempo, la igualdad, la libertad, la personalidad, el camino de cada uno… Todo convertido en conflicto, apropiado por el conflicto. El mundo interpretado como una conspiración de unos humanos hacia otros humanos, así todo queda en casa; todo justificado en las leyes del conflicto, y así el mundo ha sido vivido como una batalla que ganar.

Hoy el ser humano es capaz de crear vida y crear sus valores porque no está bajo el yugo de la historia. Bajo el relato de la historia que se ama a sí mismo a través de sus conflictos, pues de un conflicto ha nacido. El conflicto depende, vive, de la Historia, con el agravante de que los conflictos se solucionan con conflictos. El conflicto perpetúa el conflicto. El conflicto afea, quita luz y es adictivo [2].

En la actualidad, nos hemos quedado sin siglos pasados. Crear lo nuevo supone asumir la muerte del pasado, ya que lo nuevo nace de lo desconocido. Es siempre origen. Originar un nuevo vivir supone un nacer, no es una idea, es la energía del presente, es descubrir colectivamente lo que no se sabe. Nada tiene que ver lo nuevo con lo novedoso, ya que lo novedoso es la calidad de lo que es respecto a algo, es siempre histórico.

Este siglo ha introducido en la vida colectiva el relativizar. Todos los puntos de vista son válidos al mismo tiempo. Llegados a este punto, somos capaces de comprender que la historia de las diferencias, por ejemplo, políticas, no venía a diferenciarnos, sino a mostrarnos nuestras máximas posibilidades.

Ahora se ha conseguido expandir lo compartido, lo corriente del mundo, hacer visible todo, explicarlo todo, comentarlo todo; todo ha salido a flote. Se ha hecho visible para la mayoría la concentración de riqueza en pocas manos, la apropiación indebida de bienes comunes, así como la existencia de prácticas criminales que ahora son atendidas por la justicia universal. La fuerza de este siglo radica en que la mayoría de los individuos son visibles y legibles.

En este tiempo queremos fabricarnos un mundo nuevo. Un mundo que responda a nuestro conocimiento individual y colectivo de lo bueno y de lo malo que habita en cualquier instante; alejados de cualquier mito, antes de toda religión y deteniendo todo relato. Un vivir que propicie abandonar las verdades conocidas, las que nos divorciaban del resto de la naturaleza.

Es objetivo colectivo lograr vivir todos con dignidad y oportunidad, lo que supone igualdad legal para todas las personas. Se desea que todo humano pueda sobrevivir, es decir, alimentarse, así como obtener atención médica, poder recibir educación, tener voz política y, desde luego, contar con una vivienda. No debe dudarse de que vivir en democracia implica, necesariamente, alcanzar el objetivo de igualdad legal para cada uno, así como el reconocimiento público de que cada vida y cada muerte valen lo mismo. 

Ahora la humanidad sabe que puede, y quiere, dar forma a los principios que organizan el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de su vivir. Lo que no sabe el humano es que no lo sabe todo del ser humano, que no se pertenece, que existir no es ya de por sí recibir un carné de socio, ni tampoco una bandera. El humano debe aprender a usarse. Este es, ahora, el verdadero gesto humilde y amoroso, prescindir de la acreditación, de la apropiación.

En tal actual estado de cosas, solo lograremos crear una nueva y fiable solidaridad global, conquistarla, si la diversidad cultural, la singularidad de los pueblos, es pensada a lo grande, transversalmente, como riqueza. Asumir que la comunidad humana comparte potencialidades y objetivos, supone colaborar con lo que, en 1952, el antropólogo Lévi-Strauss defendió ante la Unesco: «Todos los pueblos tienen derecho a la protección y conservación de la diversidad de sus expresiones culturales […] la diversidad cultural es patrimonio común de la humanidad, siendo su defensa un imperativo ético, inseparable del respeto de la dignidad humana» [3].

Inventar un nuevo mundo es saber saborear el encuentro entre pueblos diferentes. Se trata de un devenir con ese Otro diferente cuando no le plagio, sino que dejo que me invada en lo que me conviene y que mi territorio se amplíe. No imitar, sino dejarnos contagiar en lo que nos enriquezca, ya que en el contagio existe la posibilidad de que surja algo nuevo. Lo magnífico que podemos hacer es vivir del contagio. Contagiar entusiasmo, contagiar buen vivir, equilibrio.

Definitivamente, la humanidad reside en semejanza mundial, a pesar de que tan a menudo las relaciones entre distintos han sido aniquiladoras de la diferencia cultural; se ha activado canibalismo cultural.

Una guerra en el siglo XXI no es inocente, no es una deriva irracional de acontecimientos, es una decisión pensadísima. Enfrentamientos, guerras, actuales intromisiones hostiles de países poderosos en otros menos potentes, como Irak, Irán, Libia, Colombia, República Democrática del Congo, Afganistán, Ecuador, Ruanda, Venezuela, Siria y más, parecen querer mantener viva la lógica del conflicto. En nuestros países, el humano ha comprendido la justicia a través de la violencia, la ha manejado en el enfrentamiento, la ha temido solo ante el castigo; ha vivido desconfiando de la ausencia de violencia. Sin embargo, la actual comunidad humana no soporta mantener la lógica del conflicto.

Hoy en día —en multitud de países—, la mayoría de personas no temen la ausencia de violencia. Al contrario, quieren y saben generar su vivir con vigor, con esfuerzo, ingenio, sin credo ni pertenencia concreta. En este siglo se ha despertado un vivir en derroche apasionado, lúcido y lleno de imaginación en nuestros corazones, por fin vacíos de ideas que nos atan al pasado. Actualmente, la comunidad humana sabe y puede prescindir de los relatos, de la Historia, de las cosmogonías, de las normas y de las leyes que han devastado tantas vidas humanas y tanta naturaleza.

En esta coyuntura, las personas europeas, las de diversos lugares de Latinoamérica, de los Estados Unidos de América y tantas más son capaces de desmantelarlo todo; su nivel de conciencia, de discernimiento de la realidad, ya no se puede esconder. La humanidad tiene conocimiento de lo bueno y lo malo, lo que permite a cada cual enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios. Al poder, cada persona, enjuiciar cada hecho, es posible legislar en libertad sin supeditación a la historia. Ahora la humanidad verdadera da paso al nacimiento de la vida en la vida, no siendo víctima de su relato. Más que nunca, el sentido moral es jurisprudencia, es referente ético en la comunidad humana que vive entre sí en dependencia recíproca radical.

De manera generalizada, en este siglo, sobre el año 2010, internet se ha instalado en la vida cotidiana de miles de millones de personas a lo largo y ancho de todo el planeta, y ahora se divulga la idea de que «internet lo ve todo», todo lo sabe, dando a entender que debemos temerle porque se trata del Dios de este siglo: internet es un conflicto. Algunos humanistas proponen que realicemos todos un gran apagón de nuestras máquinas de comunicación para enfrentarnos a los satélites que nos vigilan. Valoran muy negativamente la vigilancia que implica la prótesis de internet.

En realidad, se trata de un relato sobre internet que explica lo que quiere explicar, adueñándose, con tal relato, de esa herramienta de intercomunicación. En el relato se calcifican los problemas y los culpables y las víctimas y las justificaciones. Si no hay conflicto, parece que no nos reconocemos. Ciertamente, el conflicto es una decisión para conquistar el funcionamiento del mundo, ya que ordena, opina y juzga la transformación de la vida.

El éxito de internet radica en que colma el deseo de intercomunicación entre los ciudadanos del mundo, y si pensamos en cualquier persona viviendo como marginal, por ejemplo, en los cuerpos de mujer, sometidas tradicionalmente bajo las costumbres del mundo de las dualidades, inmersas en las normas ancestrales, ahora se preguntan: ¿qué vigilancia ha podido ser más nociva para mí que la tradicional, aquella en la que era controlada en el día a día, en el minuto a minuto, por parte de cada religioso, viviendo bajo la vigilancia de cada vecino, de cada familiar, de todos, a cada paso, en la casa, en las calles?

Hay que recordar las palabras de Michel Foucault: «Una técnica significa algo solo si antes existe el deseo de alterar alguna relación». Ahora internet es una herramienta cómplice para hacer realidad el deseo de un mundo nuevo [4].

En este momento, toda persona marginal puede entablar fácil comunicación con quien desee, establecer cooperación, compartir opiniones, si le es posible acceder a internet. La socióloga Saskia Sassen manifiesta que «hasta los actores más modestos, incluidos los pobres y los perseguidos, utilizan cada vez más herramientas de red, las que les proporcionan al menos algo de capacidad para intervenir» [5].

La comunicación incluye todos los procesos por los que una persona influye en otras. Por esa razón es importante la comunicación, nos interesa, y puede hacer posible establecer acuerdos mundiales entre numerosas poblaciones. Acuerdos innovadores, propositivos, nuevas prácticas colectivas en beneficio de la mayoría. Internet posibilita en la población activar la fortaleza necesaria para originar lo nuevo, lo que supone la búsqueda de convergencia; es aquello que nace siempre, no es tan solo una idea, es la energía del presente, es hacer visible lo ignorado, lo oculto. 

Sin embrago, el tratamiento que actualmente se aplica a causa de la enfermedad del SARS-CoV-2, paralizando la vida colectiva en la mayoría de pueblos del mundo, encerrando y limitando el vivir de cada cual, parece tener voluntad de frenar aquello que internet puede facilitar: la cooperación entre multitud de poblaciones que viven en el mapa-mundo. Como si se tratara de paralizar la elaboración de una manera nueva de vivir originada por acuerdos entre mayorías interconectadas mundialmente.

Ciertamente, internet puede ofrecer ayuda para cooperar, pero también para todo lo contrario, como, por ejemplo, para activar enfrentamiento, como sucedió con la Primavera Árabe; impulsando una vez más la desesperada práctica de que los conflictos se solucionan con conflictos. La humanidad todavía pretende resolver conflictos con los ingredientes conflictivos y conflictuados de la historia. Atrapados en la cultura heredada.

El aliado que ha tenido la humanidad para denunciar prácticas políticas nocivas ha sido internet, a través de Julian Paul Assange. Ha sacado a la luz crímenes de guerra, torturas sistemáticas y crímenes internacionales, afirma su abogado Baltasar Garzón. Ahora, Assange está siendo obligado a llevar un vivir infame. Centrémonos en crear un nuevo vivir, utilizando la prótesis de internet, con el deseo de generar jurisprudencia en ayuda de Assange, de todos. Haciendo posible, con la ayuda de ese medio, la creación de una nueva solidaridad universal.

Emprender encuentros, dialogar con la naturaleza, de la que el humano depende para sobrevivir, es velar por el devenir de la naturaleza. Es también atender al agotamiento de materias primas como la del petróleo, que el humano utiliza para obtener energía. Crear un nuevo modo de vivir colectivo es reflexionar sobre la dependencia humana al extraer recursos sin fin de minerales siempre finitos, locales, ubicados en zonas que, a su vez, son convertidas en lugares de conflicto entre humanos, como las del uranio, el cobalto, el litio, el coltán, el plutonio, el cobre, el carbón y más [6]. Supone atender al buen manejo de los desechos de nuestros residuos, con equidad local.

El deseo colectivo de idear un nuevo vivir nos empuja a enfrentarnos a un reto inevitable: el de retomar el principio vital en el que residen las poblaciones de diversos pueblos originarios de América, de África, de Australia, de aquellos que continúan practicando la costumbre de vivir integrados en la naturaleza [7].

Las comunidades indígenas, entre ellas, las de la Amazonía, representan actualmente el 5 % de la población mundial. Se trata de comunidades que, por intereses económicos partidistas, han sido tratadas como parte del material de los recursos naturales para otras sociedades, para otros pueblos, lo que dio origen al esclavismo y al colonialismo tradicional. Actualmente, las personas que componen las poblaciones originarias son consideradas por el capital como un recurso para producir fuerza de trabajo. Se trata de pueblos que están siendo apartados de sus asentamientos originarios. El líder activista del movimiento indígena David Guarani denunciaba en el año 2019: «Somos atacados por el sistema capitalista, destruyendo nuestras vidas, nuestros ecosistemas, nuestra singularidad» [8]. Se trata de personas que perciben la naturaleza como una entidad viva.

El humano europeo, el de tantos y tantos países, se adueña de la naturaleza a través del relato que inventa sobre ella. El actual presidente de Brasil, por ejemplo, usurpa la Amazonía traduciendo ese medio natural al arquetipo de necesidades humanas, al de sus particulares ideas sobre cómo debe vivir el humano, para lo que practica la masiva desforestación de ese bosque tropical, el más grande e importante para el planeta. Y lo hace de acuerdo a sus intereses [9].

Así es como funcionan las invenciones, son cosas de las narraciones. El humano se adueña de lo natural a través de su relato, traduce lo natural al paradigma de necesidades humanas. Al hacer de lo natural un relato científicamente probado, se puede separar de él. Relatar el devenir, los acontecimientos de la naturaleza como desastres ecológicos, es, sobre todo, una manera de exculparse. Nos hace poderosos porque tenemos la explicación, y los fenómenos nos pertenecen y están a nuestra escala, pero con tales maneras no se produce un verdadero gesto de conciencia. Los relatos, los conflictos entre humanos, empujan a seguir con la vida como si tal cosa: así no puede surgir un cambio ecológico.

Hemos aprendido a vivir sobre el planeta a través del abuso, exterminio, manipulación, pillaje, dominación… del reino animal, vegetal y mineral. Lo hemos tomado como un instrumento al que explotar sin orden ni concierto para organizar, por ejemplo, lo económico en el sistema de producción capitalista, divorciando la praxis política de la naturaleza.

Ha sido el camino que hemos necesitado hacer hasta llegar a darnos cuenta… Y solo deshaciendo el camino, en ausencia de lo que se ha decidido y seleccionado con gran arbitrariedad, es como podemos iniciar otra dinámica. Desmontar el camino.

Nadie puede vivir contra la Naturaleza, sería antinatural pensarlo, aunque no olvidemos, que de esa antinaturalidad la humanidad ha bebido por siglos [10].

Todas las teorías sobre los instintos animales en el humano las ha pergeñado lo humano: es un catálogo de justificaciones, una barrera de protección en la que lo humano induce a una serie de conclusiones sobre lo animal en sí, para perdonarse de antemano por actos que lleva a cabo, por su brutal deriva supremacista.

Cierto que lo humano contiene lo mineral, lo vegetal y lo animal, pero todo ello no es lo específico en lo humano. Tan solo asumiendo su especificidad, lo humano se reintegrará y aprenderá a convivir con asombro y simetría con lo mineral, lo vegetal y lo animal. Se trata de aceptar, por fin, esa otra cosa que habita en nosotros, y dejar de escudarnos en nuestra animalidad para justificar nuestra falta de entereza, nobleza y altura. El humano es su fuerza, es su poder, y su especificidad es su capacidad y fortaleza para originar lo inédito, para crear lo nuevo.

La humanidad no funciona con retos, sino que pertenece al cosmos, a la naturaleza y a la existencia. El verdadero instinto humano es descubrir lo ignorado, lo secreto. El antropólogo y filósofo Bruno Latour pregunta: «¿Cómo sería posible cualquier acción política si no se pudiera recurrir a las potencialidades que están en espera? Lo que importa es ir a buscar lo ignorado; prestar atención a los vacíos antes que a los llenos» [11].

Que el siglo XXI carezca de autenticidad, encanto, talento y características claras y definibles es, en realidad, una revelación de toda nuestra genialidad, una liberación colosal, cósmica. Se trata de que tales carencias colaboran en el empuje, en el deseo de producir lo original. Este siglo entraña un apoteósico cambio de paradigma.

Quienes ahora viven en Europa, en Estado Unidos, en Latinoamérica y en tantos lugares, comparten el deseo de idear un nuevo vivir. Existe el deseo colectivo y explícito de refundar la trama de relaciones entre los cuerpos en cada sociedad, en cada contexto. Se desea originar una red de relaciones que aún «no es»; determinar lo indefinido, lo nuevo, lo inexistente, aquello que posibilite un vivir en equilibrio entre todos los cuerpos de la comunidad humana y con toda la naturaleza.

La vida solo es vivible a través de la probatura, es el espacio al que pertenece el vivir en humano. La probatura convoca a la entereza, es una disposición que permite convivir entre las verdades, las dudas y las pasiones: interactuar con ellas. Investigar es el espacio humano interno que nos posibilita existir y que, continuamente, cada quien activa sin poder evitarlo: al cocinar, al limpiar un establo, al remendar un trapo, al trabajar con el hierro o con el acero, al realizar análisis en laboratorios, al limpiar cloacas, al filmar una idea, al labrar y cosechar la tierra, al escribir un ensayo…

Todo pensamiento, para activarse, requiere las fuerzas que lo golpean en su encuentro con el mundo. Pensar es descubrir e inventar nuevas posibilidades de vida. Trabajar en el pensar. Sabemos que nadie piensa solo, que nadie está solo, que la soledad es la conciencia, en cada quien, de la comunidad humana.

¿Cómo puede el humano analizar el mundo y archivar y percibir lo nuevo si no es porque hay un espacio siempre vacío en su interior? La vida humana se expresa creándose. La espiritualidad humana anida en el recipiente de su cuerpo, y lo que ahora desea la comunidad humana es reedificar el vivir colectivo, originar lo inédito.