Hemos sido construidos, desde nuestro nacimiento, por y para la explotación capitalista. Desde nuestras subjetividades individuales, hasta nuestras formas de organización y representación políticas, están construidas y articuladas como partes del yugo que nos conduce a la producción de plusvalía. Como ya hace mucho mostró Marx, nuestra propia libertad subjetiva, el que nos consideremos libres dueños de nosotros mismos, constituye la premisa para que la fuerza de trabajo se pueda vender y en consecuencia para que el capital la pueda comprar. Y, como también señaló Marx, el gobierno del Estado moderno, que se legitima como supuesto garante de los derechos de todos, no es en realidad más que un consejo que administra los intereses colectivos de los capitalistas.

Todo el horizonte de nuestra vida individual y social viene dado por la dirección hacia donde ese yugo nos permite mirar, y todas las expectativas que tenemos vienen dadas por el camino que nos hace seguir. Ese yugo nos conforma, nos constituye. No se trata de algo externo que nos subyuga desde fuera y que basta con deshacerse de él para recuperar la plenitud de la libertad de cada uno y la íntegra legitimidad del gobierno: esa es precisamente la concepción que, lejos de liberarnos de él, hace que permanezcamos atrapados en él, la que le dio origen históricamente frente al yugo feudal y la que lo reproduce resolviendo continuamente sus desajustes internos. Se trata, por el contrario, de algo que nos subyuga desde dentro, desde lo propio que somos, algo que se hace más fuerte cuanto más libres creemos ser y cuanto mayor legitimidad es atribuida a los gobiernos.

Claro que este yugo no está exento de desacoplamientos y contradicciones. Y hay ciertos momentos, como los actuales, en los que estos desajustes se manifiestan con una especial virulencia: Por un lado, los gobiernos, abocados a realizar con un descaro demasiado ostensible las férreas exigencias del capital financiero, actúan como los supuestos defensores incomprendidos de los intereses generales al rescatar bancos y recortar derechos sociales y laborales bajo ese lapidario “no hay más remedio”; y, por otro lado y paralelamente, las subjetividades individuales de los ciudadanos se muestran defraudadas ante la hiriente imparcialidad de sus gobiernos, se indignan, protestan y desconfían cada vez más de ellos, al tiempo que interpretan el paro que sufren, el desahucio que sufren, como un fracaso personal que en demasiadas ocasiones acaba en suicidio.

Sin embargo, estas contradicciones, por muy agudas y profundas que sean, no conducen, de por sí, a ningún otro lugar más que a la reproducción del propio yugo, a la recomposición de las formas políticas, las subjetividades y las relaciones existentes entre ellas de manera que la producción de plusvalía se pueda reorganizar bajo nuevas condiciones. De ellas no brota espontáneamente ningún otro modo de vida diferente al basado en la explotación capitalista. La emergencia de una nueva forma de vivir, fundada en parámetros distintos a la producción de plusvalía, no se produce sola, sin un esfuerzo añadido, sin una lucha suplementaria que la haga irrumpir. Hay que forzarla, hay que provocarla, alterando las actuales formas políticas y las actuales subjetividades para que se reorienten hacia su aparición.

En especial, un camino hacia una eventual forma de vivir sin explotación tiene que ser inventado y construido individual y socialmente, evidentemente a partir de las luchas que se multiplican por los efectos de la crisis y los recortes, pero a través de su trabamiento con una torsión, que hay que acometer, de nuestras subjetividades y formas políticas que, en vez de dirigirlas hacia el despliegue de la producción de plusvalía, lo haga hacia su clausura. Este camino se forja transformando el yugo que nos conforma para la explotación capitalista en otro yugo bien diferente: el que nos conforme para la extinción de esa y cualquier otra forma de explotación.

 

Cada uno de los artículos que forman el núcleo central de este segundo número, que hemos agrupado bajo el rótulo de “El yugo del capital”, analiza algún aspecto parcial de los mecanismos y/o de los efectos del dominio asfixiante que mantiene el capital en general, y el capital financiero en particular, en la tremenda recomposición que vivimos de las condiciones laborales y sociales para la recuperación de su tasa de beneficio: el desequilibrio comercial y financiero, la desigualdad y el endeudamiento en la economía española del siglo XXI (que estudia Alberto Garzón Espinosa), el papel de los medios de información como correa de transmisión de los intereses especulativos hegemónicos (que investiga Francisco Sierra Caballero), la lógica de las reformas por las que el gobierno de la economía desplaza a lo político hacia terrenos no democráticos (que examina Daniel J. García López), la situación de las mujeres y la lucha feminista hasta la actual crisis y la contraofensiva capitalista-patriarcal (que rastrean Alba Mª Moral Moya y Mª del Pilar Lorenzo Cano), los efectos de la crisis en el sistema sanitario público (que indaga Antonio Reina Toral).

La sección “Vida cultural” la dedicamos al Congreso de escritores, intelectuales y artistas por el compromiso que tuvo lugar el 13 y 14 de octubre de 2012 en Madrid, con una importante participación de autores andaluces, con un comentario de uno de sus promotores, Felipe Alcaraz, y el Manifiesto del Congreso. Inauguramos la sección “Vida social” con un artículo de Luis G. Naranjo sobre la situación y las perspectivas de la memoria histórica. En la sección “Reseñas” nos hacemos eco de dos libros que versan acerca de nuestras actuales subjetividades, vitales para comprenderlas y para la posibilidad de transformarlas en el campo poético: Tras la muerte del aura de Juan Carlos Rodríguez (con la reseña de Juan García Única) y Volumen II (Poesía dispersa e inédita) de las Obras completas de Javier Egea (con la intervención de Jairo García Jaramillo en su presentación pública).

Por último, en la sección “Marxistas de hoy” realizamos una excepción para rendir un homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez. Lo hacemos con el discurso que pronunció al recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de La Habana el 16 de septiembre de 2004, con las entrevistas que Juan José Téllez Rubio le fue realizando en algunas de sus visitas a España, con la intervención que hizo Antonio García Santesmases en el homenaje de la FIM a su memoria y con el análisis que hace Pedro Ribas Ribas de su pensamiento.