INTRODUCCIÓN

El objetivo principal de este ensayo es una apuesta por proponer un feminismo transformador, personal y colectivo, transversal, multidisciplinar, flexible, de diferentes velocidades, y ligado a otros movimientos de emancipación por cuanto está inscrito en un contexto de capitalismo globalizado que genera otras muchas opresiones y desigualdades en nuestras sociedades. Porque si el feminismo no se encamina a la transformación de la propia estructura de estos sistemas, su existencia pierde toda razón de ser; si no lucha por la autonomía y la libertad de todas las personas en armonía con su entorno, sería una lucha incompleta.

En este sentido, defenderé un feminismo como propuesta ética y política, porque considero que la teoría feminista «es ante todo normativa y filosófica: engloba la clarificación de principios morales y políticos, tanto al nivel metaético con respecto a su lógica de justificación como al nivel normativo sustantivo, con referencia a su contenido concreto» [1].

 

JUSTIFICACIÓN

Nuestra reflexión es una lucha contra la violencia hacia las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. El hombre se cree con poder y más derechos por el sólo hecho de pertenecer a un determinado grupo humano, en cambio la mujer carece de poder por el sólo hecho de encontrarse en situación de ser mujer. Los hombres, pues, en general, consideran que están en su derecho al actuar con violencia contra las mujeres.

La filosofía feminista tiene que reflexionar para resolver este poder patriarcal a través del empoderamiento de las mujeres, para que ellas mismas lleguen a ser sujetos de derecho, de la ciudadanía. Para ello no basta con crear un marco legal desde el que postular los derechos de las mujeres, si no se crea un marco moral, partiendo de la educación para la igualdad, esta situación tan injustamente diversa de mujeres y varones, no va a cambiar. Las mujeres nunca alcanzarán esto si no son ante todo reconocidas y se asumen a sí mismas como ciudadanas.

 

La igualdad, en contraste con todo lo que está implicado en la simple existencia, no nos es otorgada, sino que es el resultado de la organización humana, en tanto que resulta guiada por el principio de la justicia. No nacemos iguales; llegamos a ser iguales como miembros de un grupo por la fuerza de nuestra decisión de concedernos mutuamente derechos iguales. [2]

 

 

POLÍTICO VERSUS NATURAL

Voy a comenzar este ensayo partiendo de las nociones más básicas, haciendo una aclaración y delimitación entre lo biológico y lo creado por el ser humano, es decir, lo social y público. Es necesario un análisis crítico de las diferencias de igualdad establecidas en el ámbito de lo político frente a lo natural, pues «si no hay hombre en general, si no existimos como alguien más que protegidos por una ciudadanía, tal como lo precisa Arendt, hace falta añadir que nadie es ciudadano en general, sino un ciudadano concreto inscrito en una pertenencia comunitaria, sólo a partir de la cual puede elaborarse un mundo en común» [3].

 

SISTEMA SEXO/GÉNERO: DEFINICIONES

La separación sexo/género fue utilizada por primera vez por la antropóloga norteamericana Gayle Rubin para indicar el conjunto de operaciones mediante las cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana. De este modo, y como afirma Joan Scott, «el término género ha pasado a indicar la cualidad fundamentalmente social de las distinciones basadas en el sexo y a resaltar todos los aspectos relacionales de las definiciones normativas de la feminidad» [4].

El sexo viene dado por la naturaleza, una persona nace con sexo masculino o femenino. En cambio, el género, varón o mujer, se aprende, puede ser educado, cambiado y manipulado. Se entiende por género la construcción social y cultural que define las diferentes características emocionales, afectivas, intelectuales, así como los comportamientos que cada sociedad asigna como propios y naturales de hombres o de mujeres.

Una primera función implícita en el género es la de hacer patente que hombres y mujeres son más diferentes que similares, y éste es el motivo de que la sociedad humana haya establecido la existencia de estos dos géneros, fenómeno que tiene una dimensión universal.

Así pues «sexo y género» separan como una evidencia el sexo biológico del género social. Naturaleza y cultura marcan una oposición, enmarcados en un contexto filosófico y político.

 

CAPITALISMO Y PATRIARCADO

El capitalismo ha generado un mundo en el que las mujeres se han vuelto invisibles y cargan con la mayor parte del trabajo. Ellas son responsables de dos tercios del total de horas trabajadas, producen del 50 al 90 por ciento de los alimentos del mundo y el 100 por ciento de los niños en nuestro planeta. Sin embargo, por todo esto, reciben sólo el 10 por ciento de los ingresos mundiales y poseen menos del 1 por ciento de la propiedad mundial. Resultado de esto es que el 70 por ciento de la gente pobre del mundo está compuesto por mujeres.

El capitalismo no puede medir o valorar las fuentes humanas más ricas y de relaciones entre nosotros que no estén monetarizados. Si tratáramos de hacerlo de forma sistemática mediante la internalización de todos los costos incluyendo aquellas tareas que se realizan en su mayor parte por mujeres el capitalismo no podría ser rentable y, por lo tanto, sería un sistema inviable. Haciendo eco a Marx sobre los distintos tipos de valor y como el valor humano más alto no está monetarizado, el Informe sobre el Desarrollo de la ONU del 95 reconoció que:

 

Otra cuestión a tener en cuenta es que el valor de gran parte del trabajo en el hogar y la comunidad trasciende el valor de mercado. Esta actividad tiene un valor intrínseco de uso, o valor humano, que no se refleja en su valor de intercambio. El aspecto medular del desarrollo humano es la ampliación de las opciones humanas mediante el desarrollo de la capacidad humana. El ingreso pasa a ser uno de los medios de asegurar el desarrollo de la capacidad, pero no un fin en si mismo. El cultivo de una buena salud, la adquisición de conocimientos, el tiempo dedicado a fomentar las relaciones sociales, las horas pasadas en compañía de parientes y amigos, son todas actividades dignas de ser realizadas; no obstante, no se les asigna ningún precio.

 

El trabajo privatizado e invisible realizado generalmente por mujeres podría ser valorizado y socializado, pero entonces el capitalismo dejaría de ser rentable y, por lo tanto, sería un sistema inviable. Es por tanto comprensible el por qué la posición invisible, opresiva y servil de las mujeres es tan necesaria para la continuidad del capitalismo y el por qué nuestra lucha debe no dejar de lado la fuerza de la desigualdad de género si queremos vivir en un mundo realmente sostenible y socialmente justo.

El patriarcado y el capitalismo son dos sistemas que van de la mano, el capitalismo nace bajo un ideario patriarcal, se mantiene gracias a la división social del trabajo y se sustenta en la sobrevaloración de lo masculino frente a lo femenino. Este sistema es muy complejo y la parte económica retroalimenta a la parte cultural alimentando así un pensamiento oscurantista que quiere retornar a las mujeres a la casa.

Por eso no es solo suficiente tomar medidas para incentivar la ocupación de la mujer, también resulta sorprendente también el poco peso político que tienen las mujeres. Pese al hecho de que desde hace tiempo se reconoce el derecho fundamental de las mujeres y los hombres de participar en la vida política, en la práctica no se han producido verdaderos cambios, las cifras muestran que la meta del equilibrio entre los géneros dista aún mucho de haberse alcanzado, la representación femenina en ámbitos de poder político sigue sin alcanzar el umbral del 40% que establece la Ley de Igualdad, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).Como resultado de ello, los intereses y las preocupaciones de la mujer no están representados a los niveles de la formulación de políticas y la mujer no tiene influencia sobre las decisiones fundamentales en las esferas social, económica y política que afectan a la sociedad en su conjunto. Y otras cifras aún más espeluznantes son las que nos muestra el mapa de la violencia de género en la Unión Europea. Un tercio de las mujeres europeas sufre violencia de género.

 

Las mujeres a lo largo de la historia: II república

A lo largo de la historia y en las grandes revoluciones las mujeres han estado siempre presentes en la lucha reivindicando sus derechos y libertades. Y además participaron en esa doble lucha, en su condición de asalariadas junto a los trabajadores, y como mujeres para intentar cambiar sus condiciones de vida y conseguir la igualdad.

En el caso español, la incorporación de la mujer al mundo laboral fue tardía y además acompañada de grandes dificultades. Por una parte se encontraban en situación de inferioridad respecto a los hombres para buscar trabajo por no poder ofrecer experiencia ni estudios, ya que no habían tenido posibilidad de esos desarrollos. Y a esto se sumaba que no disponían de servicios donde pudiesen dejar a los niños durante su jornada laboral. Pero a pesar de esas desventajas, la población activa femenina fue aumentando progresivamente, en 1930 la población activa era del 24%, mayoritariamente solteras y viudas, porque las casadas necesitaban el permiso del marido para poder trabajar o no podían disponer libremente de su salario.

Con la llegada de la II República en 1931, se consiguieron grandes avances, especialmente para las mujeres: el derecho al voto de la mujer, a poder ser elegidas para ocupar cargos públicos, la Generalitat de Cataluña despenalizó el aborto, se aprobó la Ley del divorcio civil (en 1932) y el derecho para optar a la potestad de los hijos.

Por otra parte, también se consiguieron otros avances en el terreno laboral, como fue el decreto de la jornada laboral de 8 horas, pero sin embargo el sector doméstico seguía quedando fuera de esta legislación, por lo que seguía siendo inferior y sin derecho a prestaciones de paro o bajas por maternidad.

Aquellas grandes mujeres luchadoras no se rindieron y dieron ejemplo tomando un papel activo en la lucha de clases, a través de su participación en los sindicatos y partidos obreros. En UGT se pasó de 18.000 afiliadas que tenía en 1929 a tener en los primeros meses de 1936 más de 100.000. La CNT siguió el mismo camino y en 1936 tenía más de 142.000 afiliadas. El PCE desde su comienzo aumento y captó a un gran número de mujeres afiliadas, pasando entre 1936 y 1938 de 179 afiliadas a 4.203.

Pero al estallar la guerra civil en julio de 1936 se produce un cambio cualitativo, las mujeres empezaron a ocupar los puestos de trabajo libres que quedaban tras marcharse los milicianos al frente, en muchos casos obligadas por la necesidad económica. Aunque también hubo aquellas que decidieron participar en el frente, dentro de las milicias, no sólo como enfermeras, lavanderas... sino como soldados.

En estos años se creó la Unión de Mujeres Antifascistas (UMA) en 1933 como sección española de «Mujeres contra la Guerra y el Fascismo», creada por la Internacional Comunista, y dirigidas por el PCE y las Juventudes Socialistas Unificadas. Su presidenta fue Dolores Ibárruri, la Pasionaria.

Pero desgraciadamente, con el triunfo de los militares franquistas, muchas fueron las pérdidas y daños ocasionados. Más de 400.000 obreros fueron encarcelados de los que 30.000 fueron fusilados (incluyendo también algunas mujeres que incluso fueron burladas rapándolas al cero). Y con respecto a sus condiciones de vida y en sus derechos, se produjo un fuerte retroceso: prohibición del aborto, del divorcio, los matrimonios civiles, del libre trabajo,…, y fueron devueltas y encerradas a la esfera doméstica.

 

Capitalismo y actualidad

Y ahora tras este breve histórico, pasemos a dirigir la mirada a nuestra sociedad capitalista actual: las mujeres siguen sin ocupar apenas cargos públicos, políticos, con mayores tasas de desempleo, sueldos inferiores,… Todos los derechos conquistados y recuperados gracias a aquellas luchas feministas nos los están robando, la mujer vuelve a ser considerada como una mercancía más en el sistema capitalista y queda desplazada a la esfera reproductiva y doméstica.

La actual crisis afecta en mayor medida y directamente a las mujeres que son señaladas por la reforma de las pensiones, los recortes salariales, ausencia de políticas pertinentes, mayor tasa de desempleo que aumentará más la pobreza y la vulnerabilidad de las mujeres que no están en el mercado de trabajo, el abaratamiento de los despidos, recortes de servicios públicos y sociales,... ya que somos nosotras las que desde el principio tenemos peores condiciones laborales.

La ya permanente precariedad, la desigualdad salarial y la discriminación por razón de sexo o por el estado civil de las mujeres, que condiciona su acceso al empleo y a los trabajos estables, ahora más que nunca está patente. Esto causa que las mujeres se vean obligadas a retornar a las labores domésticas y de cuidados familiares, lo que puede produce una involución sin precedentes hacia los viejos roles patriarcales que estamos intentando combatir.

Por eso, hoy día debemos salir a las calles a exigir y reclamar que la igualdad de las mujeres sea un hecho y no una mera aspiración, donde las mujeres seamos ciudadanas en plenitud de derechos. Las reivindicaciones del movimiento feminista y de la mujer han de ser aspiraciones de todas y todos, y a las que ningún movimiento político debe renunciar o ignorar.

El hombre debe de asumir también la lucha de la mujer, porque es la misma lucha de su compañera, madre, hermana, amiga o hija, y si no lo hace se convierte en otro cómplice más que permite que continúen los continuos abusos, violaciones y cientos de asesinatos que se producen en la actualidad y dentro del marco de un Estado autoritario y patriarcal. El hombre ha de incorporarse a la defensa de la mujer reivindicando una verdadera igualdad y defensa de los derechos de todas las personas por igual.

No podremos alcanzar esa meta hacia una igualdad real, si no asumimos todos y todas y de una vez por todas, este problema terrible y espantoso que padece la mujer. Todas las personas, hombres y mujeres, estamos llamados a salir a las calles y a la movilización en la lucha por defender los derechos y las libertades de las mujeres y de todos. Porque mientras no se asegure la igualdad entre hombres y mujeres, como dice Eduardo Galeano, vuela torcida la humanidad, pájaro de un solo ala.

Hoy día nos corresponde una lucha contra el capitalismo salvaje que nos explota y oprime a la clase obrera, pero es primordial no dejar al margen la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres que es un principio universal y que ahora resulta más necesaria que nunca. Se trata de una doble batalla, la transformación del capitalismo en socialismo y la liberación de la mujer.

 

Logros del feminismo

Gracias al movimiento feminista se han impulsado cambios fundamentales, el principal ha sido reivindicar el empoderamiento, que la mujer tenga el control de su propia vida y sus condiciones, que disponga de su capacidad para decidir y una autoestima fortalecida. Es un proceso de cambio de la inseguridad, dependencia y marginalización a independencia, participación, toma de decisión y autoestima fortalecida. La educación y la concientización son las acciones fundamentales en el empoderamiento de las mujeres, por tanto, refiere a las necesidades estratégicas de género que atienden cambiar una situación estructuralmente desigual. La retórica de la violencia de género infiltra los medios de comunicación y nos invita a seguir imaginando el feminismo como un discurso político en torno a la oposición dialéctica entre los hombres y las mujeres, pero estamos ya cansadas de esperar y es hora de actuar, y llevar a cabo un proyecto revolucionario por la transformación colectica de la mujer.

La revolución de las mujeres está aún a medio camino y el mundo está a años luz de ser igualitario, pero esa transformación no puede esperar más, las voces de las mujeres feministas han de llamar a la insumisión y a la rebeldía. Empoderarnos para que no permitir interferencias de ningún poder político ni religiosos sobre nuestros derechos y nuestras vidas. Todas somos mujeres, todas merecemos una vida digna y libre, y todas tenemos derechos.

 

CIUDADANÍA, FEMINISMO Y GLOBALIZACIÓN

«Ella para él y él para el estado» decía Hobbes, uno de los padres del liberalismo político y económico. Con esta frase se resume el reparto de roles y la división sexual que durante siglos ha reflejado la subordinación de la mujer al varón y de ambos al Estado. Casi cuatro siglos después, encontramos el mismo esquema, salvo que con el reciente fenómeno de la globalización en el que ya no es el Estado totalizador, sino el mercado el que lo domina todo. Como veíamos en el capítulo anterior, a lo largo de la Historia, las mujeres han desempeñado un papel fundamental en el desarrollo y mantenimiento de los núcleos y sociedades, un papel que nunca ha sido valorado, y que permanece aún hoy invisible, sin valor económico y social. Sin embargo, las familias, las sociedades, los Estados, las empresas y la economía mundial están en deuda con las mujeres.

La ganancia media anual femenina sigue siendo inferior a la masculina, además ésta diferencia se matiza si se consideran situaciones similares respecto a variables tales como tipo de contrato, de jornada, ocupación, antigüedad, etc. Además, la mitad de las ocupaciones están sexualmente estereotipadas. Las que son consideradas femeninas son menos valoradas y su remuneración es inferior. Las mujeres constituyen la mayor parte del trabajo mal pagado y menos protegido. La precariedad laboral tiene rostro femenino. Y si le añadimos el trabajo productivo que no es valorado como el cuidado de los hijos, marido y hogar, aumenta la mala distribución de la carga del trabajo que se hace cotidianamente y que es un problema de cada día es un problema que afecta a la vida y a la salud de las personas, en este caso es a las mujeres que desempeñan trabajos fuera y dentro de casa los cuales no son valorado ni remunerados. Según el instituto de la mujer, «la sobrecarga física y psicológica por su rol de cuidadoras, el impacto sobre la salud de la denominada doble jornada, la depresión y los accidentes en el hogar son problemas en progresión en las mujeres españolas».

Nuestra sociedad avanza a un ritmo acelerado, pero la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres va perdiendo fuerza. Después de años involucrando a una sociedad para reducir la siempre vergonzosa brecha de género, la realidad es que la crisis económica está echando por tierra los avances conseguidos.

En nuestras sociedades actuales, capitalistas y globalizadas, aún se sigue manteniendo esa discriminación contra las mujeres, las cuales siguen siendo destinadas a ocupar solo la esfera reproductiva y doméstica, y sufren dificultades para conseguir un trabajo remunerado, o acceder a cargos de responsabilidad. Pero no solo eso, sino que esa desigualdad tiene consecuencias que van más allá, ya que la categoría de ciudadanía queda reducida a ser parte de la población activa. De modo que el papel de mujer trabajadora queda reducido al de mujer asalariada, y las mujeres que son ocupadas en esa esfera reproductiva y de los cuidados, realizan un trabajo que se invisibiliza y que no es reconocido como tal para adquirir el estatus de ciudadanas de pleno derecho.

 

EL SURGIMIENTO DE LA TEORÍA FEMINISTA: «LO PERSONAL ES POLÍTICO»

El feminismo es un movimiento intelectual, social y político, cuyo principal objetivo ha sido, y es, separar el hecho biológico de la construcción cultural. Es decir, marcar una ruptura con la tradición y distinguir entre lo que depende de la naturaleza y lo que depende de lo social en la relación entre los sexos, es decir, lo biológico de la construcción cultural.

Este movimiento se inicia a finales del siglo XVIII, y surge desde la toma de conciencia de las mujeres como grupo humano, de la opresión, dominación, y explotación de que han sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquella requiera.

En este sentido, las mujeres se convierten en sujetos políticos que cuestionan las estructuras de poder y de opresión, a la vez que libran una batalla moral, o ética. Esta es la doble dimensión político-ética del feminismo, porque el cómo pensamos y actuamos en el espacio personal tiene implicaciones políticas a todos los niveles.

Marcuse en «Marxismo y Feminismo» afirma que el movimiento feminista actúa a dos niveles: el de lucha por una igualdad plena económica, social y cultural. Y otro nivel que está más allá de la igualdad, y que tiene como objetivo la construcción de una sociedad en la que quede superada la dicotomía hombre-mujer, la creación de un nuevo marco distinto para nuestra realidad.

Históricamente las mujeres hemos estado relegadas al ámbito privado, mientras que lo público se identificaba más con los hombres y la política. Se nos ha encerrado en ese espacio donde lo que ahí sucede no se considera trascendente y, por lo tanto, esa ha sido la base de la opresión, discriminación, violencia, y sometimiento, de las que muchas veces hemos sido y somos objeto.

En los inicios de la lucha de las mujeres, se incorporó la consigna de «lo personal es político» [5], en nuestra reivindicación como seres humanos y para incorporar al discurso el tema de los hijos, sexualidad, casamiento… Pero esta consigna no sólo no se limitó a invertir la vieja dicotomía diciendo «lo privado es público», sino que va más allá, hacia el lugar de la libertad de las mujeres.

Desde la antigüedad las mujeres romanas estaban ubicadas y atrapadas en el entorno privado con funciones reproductivas. Sin embargo el derecho a la ciudadanía en la actualidad ya no está reservado a una minoría sino que se extiende a todas las personas pertenecientes a un territorio sustentado en un derecho, el cual debe ser asumido e interiorizado en todos los niveles.

Convertir lo personal en político es abrir los ojos del mundo, haciendo evidentes las injusticias y contradicciones que quedan en el espacio personal y lo privado, e invitar a una reflexión que impulse el intercambio personal y comunitario en relaciones más justas y equitativas.

 

FEMINISMO Y VIOLENCIA SIMBÓLICA

La filosofía feminista parte de la consideración de un sujeto neutro y asexuado, para así obtener principios y leyes objetivas y universales. De este modo, acepta e incorpora la pluralidad sexual e intercultural, evitando que nadie pueda ser superior o tener el monopolio de la razón por el simple hecho de pertenecer a una determinada raza o género (que hasta ahora era exclusivamente heterosexual, blanca, y occidental).

Aquí entra en juego el concepto de violencia simbólica, instituido por el francés Pierre Bourdieu en la década de los 70, y que se utiliza para describir una relación social donde el «dominador» ejerce un modo de violencia indirecta y no físicamente directa, por lo que «el grupo dominado no es consciente sino más bien cómplices de la dominación a la que están sometidos» [6].

La violencia simbólica se caracteriza por ser una violencia invisible, subyacente, implícita. Es una violencia construida socialmente, pero que nos delimita los límites de nuestro percibir y pensar. Pero como bien afirma Bourdieu: «no por ello es menos importante, real y efectiva que una violencia activa, ya que no se trata de una violencia espiritual sino que también posee efectos reales sobre las personas» [7].

Haciendo alusión a Foucault, el poder está en todas partes, solo debemos hacer visible lo invisible.

Como decíamos anteriormente, el poder simbólico sólo se ejerce con la colaboración de quienes lo padecen, porque son quienes contribuyen a establecerlo como tal. Según María Antonia García de León:

 

La dominación masculina puede definirse como el arquetipo de la violencia simbólica, ella es todo poder que logra imponer significaciones e imponerlas como legítimas, disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, en definitiva, añade la fuerza simbólica a las relaciones de fuerza. La violencia simbólica se logra a través de una errónea apreciación de la realidad. En este caso, hombres y mujeres reconocen la dominación masculina como el orden social de la vida. En las sociedades antiguas, los juegos de honor y guerra, la fuerza física forjaban la escala social de valor impuesta por los hombres. En las sociedades modernas se puede encontrar una situación paralela, en la que ambas a un tiempo, perpetúan el reconocimiento social de la superioridad de los hombres del grupo dominante en los juegos de la política, la ciencia, el arte, etc. El estatus de inferioridad casi universalmente adjudicado a la situación de las mujeres está basado en la asimetría de los estatus asignados a los dos sexos en la economía de los intercambios simbólicos. La liberación de las mujeres puede venir sólo a través de una revolución simbólica que ponga en cuestión la real fundamentación de la producción y reproducción del capital simbólico y, en particular, la dialéctica de la «distinción» que es el principio que guía la producción y consumo de los bienes culturales tratados como signos de distinción. [8]

 

 

HACIA UNA DEMOCRACIA MODERNA Y PLURALISTA

Aunque el concepto de género ha surgido dentro del campo epistemológico de la teoría feminista, puede ser utilizado en contra del propio ideario feminista si aceptamos que el género es inevitable y esto nos conduce a posiciones jerárquicas diferentes. Por eso, si el feminismo lo basamos en la consideración del género como la diferencia más relevante, corremos el riesgo de caer en nuestra propia trampa. Hannah Arendt se devincula de este ideario, y afirma rotundamente que ser mujer no es una diferencia política sino algo natural.

La categoría moderna de individuo ha sido construida de tal manera que «postula» un público universalista, homogéneo, y que relega toda particularidad y diferencia a «lo privado», y esto trae consigo consecuencias muy negativas para las mujeres.

Sin embargo, el remedio, no es reemplazarlo por una concepción sexual diferenciada ni agregar las tareas específicamente femeninas a la definición de ciudadanía. Hay que destruir la oposición entre varones y mujeres para no caer en el riesgo de una concepción maternalista.

Mary Detz critica lo que ella llama el prejuicio maternalista en las políticas feministas y su propuesta de que la maternidad debe proveer el modelo para un nuevo tipo de política. Argumenta que la política democrática está ligada a una esfera pública donde las personas actúan como ciudadanos o ciudadanas, pero que esto no debe estar ligado o amoldado al vínculo existente entre la madre y el hijo. La distinción público/privado hay que defenderlo desde un nuevo modo de articulación, y como bien defiende Hannah Arendt la esfera pública y la práctica de la ciudadanía no debe hacerse dependiente de las identidades étnicas, raciales o religiosas. Igualmente tampoco por motivos de género, la solución no es introducir las tareas específicas de la mujer en la noción de ciudadanía, sino adquirir un marco no esencialista en el que no hay identidad fija que corresponda al hombre en tanto hombre o a la mujer en tanto mujer, sino en la construcción de una ciudadanía democrática y plural.

La visión de una democracia radical y plural entiende la ciudadanía como una forma de identidad política que se identifique con los principios políticos de la moderna democracia pluralista, es decir, en la afirmación de la libertad e igualdad para todos y todas.

 

HACIA UNA CIUDADANÍA PLENA Y SOCIAL

Por «ciudadanía» entendemos el conjunto de derechos que tienen las personas como sujetos y los deberes que de ellos se derivan. Pero aún en nuestro siglo, las mujeres nos seguimos encontrando relegadas a un concepto de ciudadanía de segunda, sometidas a las relaciones de poder o de dominación de los hombres que nos impiden ejercer y disfrutar de un concepto pleno de ciudadanas.

La lucha feminista ha conseguido grandes logros en relación a los derechos civiles y políticos para la mujer: el voto, la propiedad, la libertad para organizarse,…, derechos a los que las mujeres han accedido más tardíamente que los hombres pero que se han ido conquistado como hemos contado anteriormente.

Pero en nuestra actualidad, en esta sociedad neoliberal en la que nos encontramos resulta imprescindible y necesario que la lucha feminista se ocupe de distinguir otro concepto de «ciudadanía social», y que sea capaz de reconocernos a todos y todas como ciudadanos/as de pleno derecho lo cual implica compartir el derecho social a un mismo bienestar y seguridad económica.

El papel actual de la mujer ha cambiado progresivamente y en muchas sociedades se ha logrado la igualdad legal en los derechos con el hombre. Pero esto no es sinónimo de una comprensión real sobre este hecho, ni tampoco del reconocimiento integral de lo que implica, porque a pesar de los grandes avances conseguidos, se siguen cometiendo actos de injusticia contra las mujeres en las diferentes culturas. Y en la situación de crisis en que vivimos, se agrava aún más su estatus social, resulta más urgente y necesario que nunca incluir paradigmas económicos y políticos de igualdad de género.

 

CONCLUSIÓN

Los avances del movimiento de liberación de las mujeres en la década de 1960 han tenido un efecto duradero en la sociedad y esa es la razón por la que la derecha se ha pasado los últimos 40 años atacando todas esas conquistas de los movimientos de mujeres. Lamentablemente, no todos los marxistas, ni en todo momento, comprendieron la necesidad de defender el feminismo y de valorar los enormes logros del movimiento de mujeres, los reduccionistas suponen que la lucha de clases resolverá el problema del sexismo por sí misma, reducen los problemas de opresión a una cuestión de clase. Lenin ya trató ese obstáculo para alcanzar la liberación de las mujeres:

 

debemos erradicar ese viejo punto de vista de amo del esclavo, tanto en el partido como en las masas. Es una de nuestras tareas políticas, una tarea tan urgente y necesaria como es la formación de un núcleo de camaradas, hombres y mujeres, con una sólida preparación, teórica y práctica, para el trabajo del Partido entre las mujeres trabajadoras.

 

Hoy día necesitamos, no solo una teoría marxista y feminista, sino también una práctica marxista y feminista en la lucha por la liberación de la mujer. Esa práctica debe incluir la construcción de un partido revolucionario, ya que sin un partido socialista revolucionario no puede triunfar una revolución socialista.

Se hace más patente que nunca la necesidad de plantear, sin paliativos, que la alternativa feminista de la igualdad vaya indisolublemente ligada a la alternativa que desde la izquierda transformadora damos a los problemas humanitarios que hoy se plantean con mayor o menor medida en todos los países. Porque el cambio y la revolución serán feministas o nos serán, quizás por eso las fuerzas reaccionarias emplean tanta dureza para que la mujer no avance ni ocupe el lugar que le corresponde. Todos y todas tenemos razones más de que sobra para manifestarnos contra esta lacra que perdura en la sociedad,

 

…porque por debajo de un campesino hay una mujer campesina más explotada, debajo de un hombre negro humillado, hay una mujer negra más humillada, o debajo de un indígena, hay una mujer que está doblemente discriminada por el hecho de ser mujer y también por ser indígena. Sólo un ser está más al sur que la mujer: La niña.

 

La reconstrucción de la historia muestra que las mujeres sólo han logrado conquistas sociales allí donde y cuando ha habido mujeres luchando y protagonizando esas conquistas. Han sido las luchas de muchas mujeres, las que nos permiten hoy gozar de derechos que en un pasado muy próximo fueron negados. Hay que plantear alternativas para la liberación de las mujeres, pero no solo desde la protección o el victimismo, sino desde el compañerismo, pero dando a la mujer su voz y el papel protagonista en su propia lucha, es necesario, indispensable, urgente, que las mujeres tomemos las riendas de nuestras luchas y los hombres respeten nuestro espacio, que nosotras mismas seamos las protagonistas de nuestra liberación.

Frecuentemente, muchos de los problemas de las mujeres han sido problemas «invisibles», porque lo que no se ve no existe. Pero la nueva mujer, la mujer con derechos, se ha hecho presente precisamente al salir a trabajar fuera de casa y al llegar a exigir lo que a una le corresponde, en definitiva, a ser personas y mujeres empoderadas. Porque es obvio que sin mujeres no hay democracia, y sin mujeres no hay revolución.

 

BIBLIOGRAFÍA

Arendt, H. (1976).  Los Orígenes del Totalitarismo. Madrid: Editorial Taurus.

Benhabib (2014). Conceptos nómada. Valencia: Univèrsitat de Valencia.

Birulés, F. (1992). “Introducción”, en Filosofía y género. Identidades femeninas. Pamplona: Ed. Pamiela.

Bourdieu, P. y Passeron, J. C. (2001). Fundamentos de la teoría simbólica. España: Editorial Popular.

Collin, F. (2006): Praxis de la diferencia: liberación y libertad, Barcelona: Editorial Segarra.

García de León, M. (1994). Elites discriminadas. Sobre el poder de las mujeres. Santa Fé de Bogotá: Editorial Antropos.

Marcuse, F. (1976). Calas de nuestro tiempo. Marxismo y feminismo. Teoría y praxis: la nueva izquierda. Madrid: Editorial Herbert.

Pierre, J. (2000). “Sobre el poder simbólico”, en Intelectuales, política y poder, traducción de Alicia Gutiérrez. Buenos Aires: UBA/ Eudeba, 2000.