[1]

Pero mi vida es que apenas tiene biografía porque mi vida son mis libros y mis clases y los viajes que he hecho con eso; pero nada más…

Juan Carlos Rodríguez, 17 de octubre de 2012

Pero todo eso tiene poca importancia: lo principal es que esos señores economistas [filólogos] no encontrarán en ningún sitio un punto débil por el que puedan abrir brecha en tu trabajo. Siento curiosidad por saber lo que dirán esos señores, pues tú no les dejas el más mínimo asidero para su crítica.

Friedrich Engels a Karl Marx, 23 de agosto de 1867

                                                      

1

En el año 2000, Pablo Jauralde Pou, al comienzo de su «reseña» para un nuevo libro de Juan Carlos Rodríguez (JCR) [2], exponía un «cuadro» general en el que, más allá de establecer respuestas, nos enfrenta —como lectores— con una sucesión de cuestiones que, tras dieciséis años, aún persisten en sus planteamientos —sin resolver— en torno a JCR, los lugares y medios de difusión de su obra, la periodización de su producción e influencia teórica o el «desprecio» reiterado de la crítica académica, etcétera, razones por lo que esas líneas facilitan una pequeña «guía» para estas páginas:

 

El autor [JCR] —parece mentira que haya que presentarlo— es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, en donde ejerce desde hace unos treinta años […] Y si digo que parece mentira que haya de presentarse es porque su conocimiento e influencia van mucho más allá de lo que se suele confesar en medios críticos y académicos. La verdad es que su obra y su doctrina circuló siempre por canales peculiares: el entorno geográfico granadino —y buena parte del andaluz— quedó totalmente empapado de su obra, sobre todo en la década de los setenta y parte de los ochenta; conectó fácilmente con modos críticos más suaves de Zaragoza, Mallorca, Barcelona… He comprobado personalmente cómo se le ha leído en Estados Unidos, Francia e Italia. Dejó una estela de discípulos y aterrorizó a la crítica académica, que despreció lo que ignoraba. Todo ello podría explicarse fácilmente si se trazara, al tiempo que la historia de su pensamiento, el anecdotario de sus haceres,…

 

Así, por su parte, el catedrático José-Carlos Mainer, unos años antes, en 1988, nos informaba (y lo volverá a repetir, con esas mismas palabras, en 1999 y en 2000): «Lo mejor de la crítica althusseriana española está en los trabajos de Juan Carlos Rodríguez» (sin olvidar la oportuna pulla contra la colección que Juan Carlos dirigía, durante 1975-76, en la editorial Akal) [3]; algún tiempo más tarde pasaba a juzgarlo de «socrático» y concluía, ya en 2002, con un retrato ambiguo: 

 

Rodríguez, cuya trayectoria es una de las más interesantes de su generación, no cedería nunca en su intransigencia crítica pero tampoco en su independencia. Y quizá su mérito ha residido, por un lado, en cultivar (por puro «placer del texto») los hallazgos heurísticos más cautivadores —desde el teatro burgués del XVIII al romanticismo desvencijado del tango, desde la poesía de Rubén y Lorca a los presupuestos de Mallarmé o la «literatura del pobre»— y, por otro, en la ágil libertad con la que entra y sale de la teoría del lenguaje o de los conceptos filosóficos más abstrusos, sin perder de vista una personalísima tendencia al desengaño intelectual.

 

que finalizaba con una superficial aproximación a estas investigaciones [4], desde la ignorancia de las mismas, de la teoría que las sustenta, y aún más de la obra teórica de Althusser, o del marxismo/materialismo en general, en el que nunca se ha mostrado muy versado:

 

Pero el legado de esto ha sido, al cabo, una aporía igualmente burguesa: la confrontación de «lectura crítica» y «lectura histórica». Una dicotomía que De qué hablamos cuando hablamos de literatura (2002) identifica, respectivamente, con Kant y Hegel; son dos precedentes obligados pero también una falsa antinomia que coincide en no saber soslayar «la trampa de la Naturaleza humana» y concebirse, al cabo, como revelación del espíritu y progreso indefinido. Tantos años después, Juan Carlos Rodríguez persiste en la creencia de que una verdadera historia está por construir…

               

De este modo, Mainer lejos de resolver alguna de estas cuestiones incrementaba aún más las incógnitas, la confusión y desvirtúa la trayectoria crítica e histórica de JCR en base al desconocimiento y a una «interpretación» teórica banal y contradictoria.

A su vez, el crítico Miguel García-Posada, en 1998, afirmaba: «Rodríguez evolucionó con los años hasta convertirse en uno de los grandes críticos marxistas de este país; hoy es casi el único, rara avis de una fauna siempre recelosa, pájaro de lujo en ese pobre jardín arbolado de claudicaciones intelectuales», y en el 2000: «Rodríguez es uno de los mejores críticos de este país y, sin duda, el adalid de la crítica literaria de filiación marxista, rara avis en una universidad y unos medios académicos que han decidido borrar o diluir el antes si no sagrado al menos respetable nombre de Marx» [5].De este modo, plantea la incógnita de la singularidad —la «anomalía»— que representa la dialéctica presencia/ausencia de JCR en el interior de la historiografía crítico literaria, que se ha mantenido a lo largo de cuatro décadas. En cambio, el escritor Vicente Luis Mora, en 2006, en un libro [6], con una extraña mescolanza de algunos aciertos y bastantes confusiones e invenciones historiográficas, asevera: «Es muy curioso [¡y tanto!: una batalla entre maoístas/marxistas en los años 90 del siglo XX, en el espacio poético] el modo en que un grupo valenciano, liderado por el poeta y teórico Jenaro Talens (partiendo de un juvenil maoísmo) y otro en Granada, capitaneado por Juan Carlos Rodríguez, utilizan parámetros marxistas para reivindicar posturas éticas y estéticas contrapuestas»; lastra la obra de JCR, repetidamente, con las ideas públicas de otros (representantes de la llamada “poesía de la experiencia») tan alejados de sus reflexiones, y culmina con pasajes del tipo: «la mala utilización de Kant y el seguimiento a ultranza de Althusser [en JCR], un marxista no muy convincente que intenta una mezcla chirriante con el psicoanálisis, cuyas derivaciones son innumerables en Rodríguez», u «Otro ejemplo poco afortunado está en una de las innumerables mistificaciones que Juan Carlos Rodríguez hace en sus libros de ensayo literario a costa de la filosofía, que seguramente llega al puro desmán en su trabajo sobre Mallarmé según Kant».

Y así podríamos rellenar páginas y más páginas con «opiniones» de igual desconcierto, con tonos aún más atrevidos, y sin remitirnos al recurrente anecdotario —que nada explica, y todo oscurece— habitual en muchas ocasiones desde el ámbito local.

Pero las «interpelaciones» o réplicas, desde un cercano espectro ideológico, con la teoría en marcha de Juan Carlos ya venían de lejos. Sólo un par de ejemplos, como muestra. Felipe Alcaraz, en 1975 [7], efectúa una lectura reduccionista y delimitará posteriores interpretaciones que redundan idéntica aseveración:

 

No han sido para nosotros de poca utilidad, con respecto al primer proyecto teórico que nos propusimos, basado en una delimitación (entre lo existente —ideológico— y un vacío —la promesa de una producción efectivamente teórica—), los planteamientos que sobre el problema ofrece J. C. Rodríguez Gómez en su tesis doctoral. La primera parte de la presente tesis se produce, así, en anuencia con las premisas teóricas aludidas. […] El proyecto teórico de la producción de un concepto general del discurso literario supone, en principio, la afirmación de que la instancia literaria ocupa un lugar específico en la estructura de las formaciones sociales. La formulación es demasiado vaga, pero nos va a servir por ahora para contrastarla con la que J. C. Rodríguez expone al principio mismo de su primer libro. […] La divergencia teórica es neta. Se puede decir que, desde luego, una de las dos ópticas es falseadora. […] J. C. Rodríguez sólo habla de literatura burguesa (y lo de «burguesa» sería ya redundante) [sic]. Y esto, de forma inequívoca, desplazaría a otros tipos de discursividad producciones como la tragedia griega, la llamada literatura medieval o feudal, etc., etc. Más aún: dentro mismo del modo de producción burgués esto supondría una división «tajante» entre discursos literarios y «teóricos» (o entre ideología implícita, diríamos, e ideología explícita). Y aquí la primera pregunta: ¿No se da esta división, aunque de forma menos tajante, en el esclavismo y el feudalismo? […] El planteamiento, aunque sintéticamente, está hecho. No se trata, pues, de dos opiniones «académicas» distintas.

 

y, en 1982, Martínez Aguilar [8] planteaba una recusación de las «tesis» teóricas de JCR en base a dos puntos: 1) la carencia de un concepto «histórico-abstracto» de literatura en el interior del análisis de JCR, y 2) la base de la lógica productiva del texto «no estaría en la lógica del sujeto, sino en la lógica interna que cada formación social, en su instancia ideológica, asigna a la noción reproductora del concepto de fuerza de trabajo». Por lo tanto:

 

Parece del todo punto necesario seguir afirmando hoy como ayer, que la «literatura» aún es un problema teórico real que exige asimismo una solución teórica. La crítica materialista (al uso en Granada), dentro de su coherencia, no ha terminado de situar este problema teórico en el lugar exacto de su posición. Por ello, pretendemos realizar una contribución a una alternativa crítica materialista del discurso literario […] Intentaremos, pues, en base a lo dicho, «desleer» la Introducción teórica con que Juan Carlos Rodríguez comienza su Teoría e historia de la producción ideológica.

 

A esta confusa situación, si nos ceñimos al esbozo de periodización que enuncia Pablo Jauralde, desde mediados de la década de los 70 le ha acompañado una doble «repercusión» en/desde el espacio académico/ideológico: a) por una parte, en especial hasta los primeros años de la década de los 80, una importante producción de análisis textuales muy diversos que aplican los «modos críticos» más «fuertes» de JCR a: el teatro o la escena «ilustrada»; la novela «erótica» del novecientos; el «melodrama»; la literatura infantil (educación e ideología); la poética dieciochesca; las literaturas de vanguardia; Sor Juana Inés de la Cruz; el «compromiso» en la poesía española; Virgilio Ferreira; la novela española de postguerra; las «etapas» poéticas de Rafael Alberti; Sylvia Plath; el teatro «independiente» en España; etcétera. [9]; y b) una «la ley del silencio», expresión acuñada —pero sin desarrollar— desde finales de la década de los 80 por Carlos E. del Árbol [10], que ha pretendido (y en bastantes momentos ha logrado) arrinconar geográfica y académicamente la producción de JCR, impidiendo su discusión o recepción [11]. Esta «tesis» la ha actualizado recientemente Malcolm K. Read al afirmar que se ha construido «su aislamiento profesional en los circuitos exteriores de la academia mundial», o que «tuvo que pagar un precio muy alto, a saber, la no recepción de su obra dentro de la academia y en otros lugares» [12] —una más de las «problemáticas» pendientes de una investigación amplia y rigurosa—.

Así, reproduciendo esta lógica, incluso en fechas relativamente recientes (2009), la relación de Juan Carlos Rodríguez y la «otra sentimentalidad» se verá desdibujada:

 

Esta proclama poética [«otra sentimentalidad»] […] tiene su origen en las reflexiones machadianas sobre la poesía contemporánea más profundas y recurrentes […] la existencia de una nueva sentimentalidad frente al concepto en boga de nueva sensibilidad que él califica como concepto biológico muy difícil de definir. […] A partir de estas reflexiones machadianas, actualizadas y matizadas por otros pensadores contemporáneos [sic] y por nuestro análisis personal de las relaciones entre poesía y realidad, elaboramos un corpus teórico. [13]

 

o tratada desde un pasmoso desconocimiento [14], pues, según pasan los años, su presencia se distorsiona en repetidos artículos académicos faltos de rigor e «historicidad».

Una coyuntura, en el interior de los rituales académicos, o de los aparatos publicísticos de la izquierda, desde la que se produciría un «giro» hacia el vacío (más que el abandono) de esta práctica crítica, con bruscas transformaciones en las trayectorias individuales y colectivas [15], y el paralelo «retorno» al vacuo teoricismo/formalismo o a la liturgia academicista, con sus protocolarias elipsis.

Sin embargo, frente a este juego —complejo y extenso— de «silencios» y opiniones, es el propio JCR el que nos propone una concreta y afinada observación:

 

Con fortuna puedo decir que la recepción que este libro ha tenido —y la perspectiva de demanda que sigue teniendo— implican un «buen silencio» doble: el de que apenas se haya podido decir nada serio «contra él» y el silencio, fructífero, de unos planteamientos que durante años han podido ser utilizados con una significación al parecer positiva. [16]

 

 

2

Además, junto a lo limitado de las «lecturas» destacadas, subsisten numerosos puntos faltos de estudio, irresueltos en su trazado, o apenas esbozados, que, en su desarrollo «contra-referencial», permitirían «evaluar» sus propuestas teóricas, la «validez» de sus análisis ideológico-literarios, su «presencia» real en el interior de los distintos «campos» en que intervino (la teoría-crítica literaria, el marxismo «hispano», etc.).

Así, en primer lugar, resulta imprescindible situar la aparición del primer libro de Juan Carlos Rodríguez, y también de su proyecto Teoría e Historia de la producción ideológica [17], publicado a finales de 1974, en el interior de la génesis (y sus efectos) de tres «líneas» muy diversas, desde una perspectiva más o menos «sociológica», para el análisis literario [18]: a) la representada por J. Carlos-Mainer, establecida desde nociones socio-positivistas (que, con el tiempo, alcanzará la hegemonía entre éstas líneas; y, además, logrará implantar la «configuración del pensamiento liberal y las letras de la España democrática [que] despierta en el lector la melancolía del progresismo españo»l, términos con los que la canoniza Luis Gª Montero [19]; b) la representada por el propio Juan Carlos Rodríguez [20], que alejada —con el tiempo— de los «centros» de recepción,  además de las sucesivas publicaciones de JCR, ha dado sus más valiosos resultados, salvo alguna honrosa excepción granadina, desde lugares y medios distanciados en el espacio; y c) la representada por Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris M. Zavala, fundamentada en Lukács y los principios del «contexto» y el «realismo» [21], y que tras agrias polémicas será arrinconada en los márgenes editoriales y académicos.

En segundo lugar, ésta señalada «formación» crítica/institucional/académica, deslinda, en gran parte, su peculiar recepción en el interior del medio escolar [22], y solo mediante su investigación podríamos adentrarnos en el conocimiento real e histórico de la trayectoria académica, de JCR, en el interior de la Universidad de Granada [23], de su «papel» en la actividad de los intelectuales de «izquierdas» en la «Transición» granadina [24], décadas de los 70 y 80 del siglo XX, o de sus relaciones con otros «grupos» de intelectuales marxistas, desde los primeros años de esa «Transición» [25]: con los intelectuales procedentes de las editoriales madrileñas Ciencia Nueva o Comunicación (Alberto Méndez o Valeriano Bozal), al comienzo de la década de los 70, o con Gabriel Albiac (que ha publicado hasta tres artículos, en donde retorna a algunos recuerdos de esos contactos); con el grupo barcelonés organizado en torno a Manuel Sacristán (en especial, F. Fernández Buey o J. Ramón Capella), desde mediados de los 70; o más adelante, ya en los 90, con el grupo zaragozano adscrito, por algunos de sus miembros, a la Fundación de Estudios Marxistas de esa ciudad y editor de la revistas Riff Raff (José Luis Rodríguez o Pedro Benítez); y etcétera.

Otro punto, que también deriva muy «sintomático», será la publicación de una serie de estudios, en los últimos años, mediante los que se intenta engarzar/ensalzar la «obra» de JCR respecto a otros autores —habitualmente anglosajones— situados en la cúspide de la valoración pública. Estudios que, hasta ahora, solo presentan reflexiones algo limitadas en torno al funcionamiento de algún «concepto» concreto, y lastrados, además, por un sorprendente «olvido», ya que, habitualmente, censuran la presencia de otros teóricos que, precisamente, se encuentran más próximos a los planteamientos que ha desarrollado JCR (me refiero, por ejemplo, a: Michel Pêcheux, Pierre Macherey, France Vernier, Étienne Balibar, etc.) [26], tal vez porque, salvo algún caso, ocupan posiciones análogas en el espacio teórico dedicado a la literatura o la ideología. Así: Terry Eagleton [27], autor del que JCR, en varias anotaciones, ha expuesto su lejanía debido al «empirismo» de fondo que marca su validación de la estética; Raymond Williams [28], se destaca su historicismo y el mantenimiento de categorías como lo estético, que lo alejan de la práctica efectuada por JCR; Pierre Bourdieu [29], centrado en la relativa «autonomía» del campo literario del primero y en la intervención de la «mirada literaria» de JCR, no obstante se obvian importantes cuestiones que «distancian» ambas obras (como el propio JCR ha apuntado en varias ocasiones); Fredric Jameson [30], comparando los desplazamientos que conlleva el concepto «inconsciente político» de éste, concentrado en el fetichismo de la mercancía, frente a la potencia y ruptura del «inconsciente ideológico» de JCR, como secreción de una matriz ideológica determinada en última instancia por la economía (si bien, aún quedan pendientes otras muchas cuestiones, un ejemplo: la utilización por ambos, en 1972, del concepto de «modelo» para sus análisis de la lingüística teórica) [31]; Anthony Cascardy [32], se valorizan las «tesis» de JCR sobre la formación del «sujeto», en el interior de sus estudios sobre los discursos en la transición al capitalismo, enfrentadas al puesto que ocupa, en Cascardi, la conciencia humana dentro del proceso histórico y su confusión de categorías al distinguir entre las sociedades de castas y de clases; John Beverley [33]; Roy Bhaskay [34], al que JCR le ha dedicado unas esclarecedoras páginas [35]; y Louis Althusser [36].

O también desiguales «apuntes», también comparativos, con Harold Bloom:

 

Incluso sus comentarios [de H. Bloom] sobre Don Quijote y Sancho cuando hablan de sí mismos como personajes en la segunda parte del Quijote están muy por detrás de la magistral interpretación que de ese hecho hace el profesor Juan Carlos Rodríguez, en su libro La novela [literatura] del pobre, al estudiar el paso de «la mirada literal» a «la mirada literaria». [37]

 

y, recientemente, junto a George Steiner:

 

Steiner coincide en algunos de los puntos que trata con los que el profesor de la Universidad de Granada, Juan Carlos Rodríguez, recientemente fallecido, expuso en su libro La poesía, la música y el silencio (De Mallarmé a Wittgenstein) […] Es curioso el alto número de coincidencias entre ambos, aunque sus conclusiones no son —como no podían ser— las mismas. […] Juan Carlos Rodríguez trataba las creaciones de un periodo histórico muy concreto, que Steiner también describe y trata. Pero no es ese su objetivo sino llegar hasta nuestra más inmediata actualidad, que es, a su vez, consecuencia de aquel periodo en el que el escepticismo lingüístico se instaló en la filosofía y la creación […] Pero lo que le interesa a Steiner no es tanto historiar este proceso como hacer ver de qué modo ello supone no sólo el fin de la Filología y la Hermenéutica, y el descrédito y devaluación de las Humanidades, sino también —y esto es lo más preocupante— la marcha atrás de toda nuestra civilización. [38]               

 

a los que añadiría, además, un amplio número de artículos de Malcolm K. Read [39], y las reseñas o «aproximaciones» firmadas, desde Roma, por Francesco Muzzioli [40].

Un panorama, u horizonte de crítica y recepción, que plantea una acumulación de preguntas, o tal vez de «disfunciones», en tanto reiterados ejercicios desraizados del «contexto» u horizonte de producción que, sumado a la demarcación de saberes, ha generado incluso el imaginario de una «sólida escuela» (en torno a JCR); situación que, en cambio, se adaptaría mejor al calificativo de red difusa, por las interpretaciones tan contradictorias que articulan las diferentes lecturas de la obra de éste, los lugares tan dispares desde donde se producen, sin conexiones ni coordinación entre ellas, y la aún aplazada «discusión» radical con sus textos, que comporta, en bastantes referencias, una individualización teórica o histórica desacertada o muy parcial [41].

 

3

Desde el primer libro de Juan Carlos Rodríguez asoma un «inconsciente» teórico que lo articula, en su ordenación y en sus preguntas, en el espacio teórico que ocupa y que, por tanto, desplaza —no al modo de «inversión», como puede comprobarse en algunas notas de sus primeros libros— unos planteamientos historiográficos dominantes que, para sus estudios centrados en los textos literarios de los siglos XVI-XVII y en el origen de la noción de «sujeto» anclada en éstos, podrían «signficarse» en las figuras de Américo Castro [42] (la casta o la existencia «esencial») o José Antonio Maravall [43] (sociologismo culturalista), entre otros. Un desplazamiento teórico que, ante la complejidad y extensión de su práctica textual, en tantas publicaciones y durante tantos años, podría sintetizarse en dos tesis «seminales»: 1) «La Literatura no ha existido siempre», «tesis» para la que podríamos establecer una posible «genealogía», desde Althusser (pasando por Lenin y Engels) [44]:

               

Lenin abre su libro El Estado y la revolución con esta simple notación empírica: el Estado no existió siempre; se observa únicamente la existencia del Estado en sociedades de clases. Del mismo modo, diremos: la filosofía no existió siempre; se observa únicamente la existencia de la filosofía en un mundo que lleva aparejado lo que se llama una ciencia o ciencias.

 

Una «tesis» que, a veces, ha sido erróneamente situada, al adscribirla incorrectamente a un supuesto «guiño/giro» foucaltiano de JCR [45]; o debido al total desconocimiento de la obra de este, tal vez por un supuesto cosmopolitismo dependiente de la importación de modas teóricas [46], o por acercamientos críticos a su obra dispersos en el tiempo y con una mínima repercusión pública [47]. Y 2) «La literatura es un discurso ideológico».

La conjunción de ambas (radical historicidad/matriz-inconsciente ideológico) determinará la analítica de JCR y la sobrentendida ruptura con los marcos normativos (historicismo/formalismo); con el pensamiento marxista existente, identificado por un kantismo larvado (enredado en sus nociones de «compromiso» o «utilidad»); con la noción de sujeto «creador» y sus formas de exposición y desarrollo (manual escolar) [48]; elementos que, en correspondencia, actuarán como demarcación o impedimento para la recepción, difusión y discusión de su obra durante años, ya sea porque prontamente fue identificada, de manera muy simplista, con un incierto althusserianismo que, desde mediados de los años 70, sería impugnado desde los «círculos» marxistas de Madrid y Barcelona [49]; o porque, desde mediados de los 80, el «marxismo» sería considerado un «perro muerto» y expulsado de la Academia e, incluso, de los partidos de «izquierda» [50], arrastrando a todo lo que «oliera» a viejo y desfasado frente a la modernidad.

A todo esto se uniría una escritura con «apariencia» de facilidad, pero que esconde, en su desarrollo interno —vid. los esquemas I y II al final de este artículo [51]— una enorme complejidad y exigencia para el lector, no solo de unos conocimientos previos, históricos y teóricos, para adentrarse en un correcto conocimiento de la imbricación de conceptos y su aplicación en las lecturas, sino de unas rupturas «políticas» ineludibles.

Cuestiones a las que aludía hace unos meses Gabriel Albiac, al compartir otra «imagen» general de JCR [52] que, además de perfilar la ya trascrita de Pablo Jauralde, manifiesta, una vez más, la «deuda» pendiente desde hace tantos años:

               

Fue en ese día cuando conocí a Juan Carlos Rodríguez. Había leído su primer libro, Teoría e historia de la producción ideológica.1. Las primeras literaturas burguesas (siglo XVI), del cual Althusser me habló como de una obra extraordinaria que él quería hacer editar en francés. El personaje estaba a la altura del libro. Lo superaba, en algún modo. El talento desbordaba en la conversación de aquel joven profesor, en el cual todo conocimiento literario se trocaba, de inmediato, en vida tumultuosa. […] Seguí, después, su obra. Y su ausencia, durante años que sólo después supe inmisericordemente negros. Cuando volvimos a encontrarnos, a inicio de los noventa, los dos éramos viejos. Los dos habíamos atravesado nuestros personales infiernos. Habíamos sobrevivido. […] Escribió mucho. Mucho y muy bueno. Es una patología generacional. […] No hay uno solo de sus libros que desafine en el concierto de lucidez al cual consagró su escritura. […] Juan Carlos Rodríguez dejó una obra. Sabia. Quizá demasiado para este mundo estúpido. Una obra. Rigurosa. Es lo único que cuenta. Él conservó siempre el entusiasmo. Yo no. Pero nunca nos separó eso.

 

Y 4

Miguel Ángel García, en 2015 [53], (uno de los pocos granadinos que, con constancia y a lo largo de muchos años ha entregado su atención por escrito al pensamiento de Juan Carlos Rodríguez) [54] nos advertía y repetía los riesgos —como hemos podido comprobar en las páginas anteriores— en los que podemos vernos atrapados, o enredados, al aproximarnos a la obra de JCR sin el necesario re/conocimiento del marco teórico (y político) desde el que ha ido produciendo/puliendo sus escritos y su pensamiento:

 

si al pensamiento teórico e histórico literario del maestro Juan Carlos Rodríguez se le quita la lucha contra la explotación se le arranca su núcleo duro, su diferencia cualitativa, para convertirlo, lastimosamente como él diría, en una simple forma más, entre las muchas que hay, de leer, pensar y enseñar la literatura, en algo tan prescindible como un método. […] le haríamos un flaco favor si […] nos acercáramos a este otro pensamiento literario, y vital en suma, esquivando o adulterando sus líneas fuertes, que son irrenunciablemente las del marxismo […] Esto es, desproveeríamos a este pensamiento insólito, impagable y solitario, de todo su valor implícito. El valor implícito de la lucha no ya «teórica» o «literaria», ni siquiera «filosófica», sino sobre todo ideológica; […] Esta guerra de distancias con unas relaciones de producción y unas relaciones sociales e ideológicas que nos nacen capitalistas (explotadores o explotados) es la verdadera línea de demarcación que atraviesa y singulariza toda la producción teórica de Juan Carlos Rodríguez […] no caigamos en el absurdo de afirmar que Juan Carlos Rodríguez, a los cuarenta años de Teoría e historia de la producción ideológica, ha sido sobre todo un teórico excepcional, un magnífico historiador literario, un deslumbrante crítico o un filósofo (a secas o de la literatura) extraordinario, todo ello a pesar de ser marxista. O peor aún, asumiendo el academicismo canonizador más torpe: un maestro para todos nosotros y para la universidad española, a pesar de su marxismo. Como si el marxismo en el que Juan Carlos persevera fuese un error disculpable al fin y al cabo, algo que conviene orillar o tapar bajo la alfombra, un lastre del pasado que ha dado una suerte de pátina anacrónica a su discurso, convirtiéndolo en una consideración intempestiva.

 

Y, sin embargo, en ese mismo libro, en el que se publicaban estas acertadas reflexiones, la palabra maldita («marxismo/marxista»), como la ha calificado en varias ocasiones el propio JCR, su presencia, se advierte desvaída o desde planos mecanicistas, a modo de añadido sin actuar en la «lógica interna» de los textos o con la dominancia de modos críticos más «suaves», en gran parte de las colaboraciones que, también, nos proporcionan información indirecta sobre la «red difusa» que con anterioridad he significado. Situación que se repite con los artículos publicados, en su amplia mayoría, tras su muerte [55], en donde, una vez más, domina un aire academicista alejado de las aristas más «radicales» de la escritura/figura de JCR; y también, en este momento, de nuevo, volverá a reproducirse lo «errático» en la aproximación a su obra [56], a lo que, además, sumaríamos el «espeso» silencio, desde Granada, en torno a sus tres últimos libros, de 2015 y 2016 [57].

Esta realidad, que limita los efectos de la «anomalía salvaje» que aún representa JCR, la cartografía Francesco Muzzioli [58], a través de una pregunta y una constatación:

 

… me pregunto qué ha cambiado en estos últimos años. Bien poco: los problemas permanecen todos sobre la mesa, a la espera de una rigurosa «crítica materialista» que, en Italia [y en España], recibe cada vez menos atención.

 

Pero, resultaría «desacertado» concluir con este sabor amargo (o el pesimismo del conocimiento), si no resituamos y confrontamos la presencia real y permanente de JCR, que no dejará de «interpelarnos» en la búsqueda y construcción de otra crítica y otro mundo:

 

Él quería demostrar que vivimos en un sistema creado por el desarrollo de determinados acontecimientos históricos, y no por un desarrollo «natural» e inapelable de «la vida». Que hemos llegado hasta aquí como pudimos y podremos llegar a otro lugar más habitable para todos. En suma, que la vida no es solo naturaleza sino sobre todo historia y que la historia la hacemos nosotros. [59]

 

 

 

ESQUEMA I

RELACIÓN «YO/YO-SOY»

 

 

ESQUEMA II

«YO/YO-SOY» > FORMACIÖN SOCIAL (Matrices ideológicas)