Eusebio Rodríguez Padilla y Juan Francisco Colomina. La Desbandá de Málaga en la provincia de Almería. Círculo Rojo, Almería, 2017.      

 

A finales del 2017 salió está importante aportación historiográfica, y fundamentalmente investigadora, sobre el terrible éxodo que inició la población malagueña ante la inminente llegada del compendio de fuerzas rebeldes e internacionales que ocuparon Málaga en febrero de 1937,  y el gran impacto que tuvo en la vecina provincia de retaguardia.

Este estudio viene a sumarse a los que ya habían realizado Lucía Prieto Borrego, Encarnación Barranquero Texeira, Antonio Nadal, André Fernández Martín, María Isabel Brenes Sánchez y otros tantos investigadores. La novedad radica en centrar el estudio en el impacto que sufrió la provincia de Almería que contaba con 333.541 habitantes y la capital con 55.974 en ese periodo.

 El traslado de población civil fue cuantitativamente importante, principalmente de niños mujeres y ancianos, que se ponían a resguardo de los frentes de batalla, donde corrían un gran peligro. Madrid por ejemplo evacuaba a 12.000 personas diariamente en los comienzos de la Contienda, y Almería, como territorio de retaguardia, se convirtió en un lugar idóneo para el refugio de esta población desamparada. Eran cifras no alcanzadas hasta ahora en la historia de España.

En el primer capítulo de la obra se da cuenta de la red de organismos que tuvieron que articularse para lleva a cabo los socorros improvisados sobre la marcha para atender a tantas urgencias como se presentaban diariamente. Los encargados de ello fueron, principalmente, las autoridades municipales, los Comités Locales de Refugiados, el Socorro  Rojo internacional, los Sindicatos, la Solidaridad Internacional Antifascista y la Cruz Roja. Ya que desde octubre de 1936 era obligatorio acoger a los refugiados procedentes de zonas ocupadas o de los frentes de lucha, para ello se fueron creando sucesivos organismos para atender y trasladar, la interminable arribada de víctimas civiles del conflicto. En el estudio se expone el funcionamiento de estos, su financiación, y principalmente, las dificultades a las que tuvieron que hacer frente para operar con enormes carencias y un muy escaso presupuesto.

Se repasa  como fue la llegada de estos primeros contingentes humanos que abandonaron sus hogares, indicando como al iniciarse el año 1937, la provincia de Almería había dado ya acogida a 57.000 personas, lo que equivalía a un refugiado por cada seis almerienses, con un coste aproximado de mantenimiento de 20.000 pts. diarias, y en estas circunstancias es cuando se produce la llegada de los malagueños, poniendo de relieve la estrategia en la que los autores coinciden con  Hugh Thomas, en su obra sobre la Guerra Civil española: «dejaban libres a las mujeres  con el fin de aumentar el problema alimentario de la República, y a los hombres los fusilaban, frecuentemente a vista de los familiares».  El sector rebelde no contó con Quinta Columna ni con grandes bolsas de población dependiente a la que había que atender originando grandes gastos.

El mantenimiento de los refugiados supuso para la retaguardia un gran coste económico y humano, donde poblaciones, ya de por si empobrecidas, debían apretar sus salarios y su dieta para compartir su escasez con los nuevos vecinos, afrontando a menudo subidas de impuestos a productos diversos, cuotas mensuales de dinero, sellos, recargos etc. Era muy difícil cuadrar las cuentas entre la miseria y la solidaridad. Por lo general la voluntad y la empatía se hizo presente en toda la provincia con los niños, ancianos y mujeres que llegaba en unas condiciones lamentables, aunque también menudearon casos de rechazo como en los municipios de Antas y Sierro, o abusos como en Huercal de Almería.

En la parte del trabajo de Eusebio Rodríguez se actualizan las últimas investigaciones sobre el embolsamiento del territorio republicano del sur desde que el ejército de África llegó a Algeciras e inició una marcha convergente que acabó en la toma de Málaga, era una fuerza casi imparable; tres Divisiones, 30.000 hombres con armamento moderno, unidades motorizadas, tanques y aviones, los cruceros Canarias y Baleares, el navío Almirante Cervera y los cañoneros Canalejas y Cánovas del Castillo y otras embarcaciones menores. Los aviones empleados fueron 12 bombarderos Saboya, 10 Romeo de reconocimiento, 12 bombarderos Breguet, y 33 Fiat que no se detuvieron hasta la obtención del importante puerto malagueño y situar el frente donde la ciudad de Granada tuviese acceso al mar por Motril, y todo esto se llevó a cabo en unos de los momentos más delicados de la contienda civil, la Batalla de Madrid, el objetivo primordial de los republicanos era salvar la capital de la República, lo que impedía distraer recursos militares a otros frentes, entre otros motivos organizativos. La masa de refugiados era una bola creciente conforme se iban ocupando pueblos y ciudades del sur, que acabaron en Málaga y en febrero en Almería, tras poder taponarse el avance rebelde en Castell de Ferro (Granada).

La ofensiva dio comienzo el 17 de enero concluyendo el 9 de febrero, en medio del silencio y de la ocultación de la prensa republicana que haciendo eco de la estrategia general sobre la ofensiva contra Málaga, no quería desmoralizar a la población leal, ni a los combatientes de Madrid, a la vez que sabía que todo iba a perderse pues no se articularon mínimas medidas de socorro militar. Los constantes fracasos republicanos se divulgaban como heroicas resistencias, cuando no, como inexistentes victorias, y a finales de enero todavía se seguía sin dar noticias de la verdadera situación del cerco a Málaga.

La Carretera de Málaga-Almería se convirtió en un cordón umbilical ente la población del mediterráneo sur y la República, y como tal, sufrió ataques previos de infraestructuras estratégicas de comunicación que la imposibilitasen como medio de recibir ayuda o escapar, fue sistemáticamente bombardeada, incluidos los improvisados aeropuertos como el de Roquetas de Mar. La investigación aporta testimonios de testigos que observaron a embarcaciones alemanas que prestaban cobertura a los atacantes como, el acorazado alemán Almirante  Graf  Spee o submarinos  no identificados que torpedeaban obras de comunicación.

La escasa ayuda que se movilizó para auxiliar a Málaga fue tan tardía como poco eficiente, la primera brigada mixta que alcanzó Málaga fue el 31 de enero, llegó sin mandos ni armamento, fue la Manuel Burguete Reparaz, un batallón del Regimiento nº 34, los batallones Floreal, que no marchó al frente por carecer de armamento, y el batallón Antonio Coll. Los fusiles llegaron a Málaga el día seis, pero sin munición. Y en ningún momento se contó con apoyo aéreo ni naval para defender  la ciudad.

Sí llegaron importantes refuerzos militares a Motril, donde se tomaron posiciones defensivas significativas con la participación de los voluntariosos milicianos locales y las primeras fuerzas militares de importancia: la 51 la 76 Brigadas Mixtas y la XIII Brigada Internacional, dos compañías de zapadores del regimiento nº 3 que realizaron diversas obras de fortificación en el poniente almeriense.

Una vez iniciada la apresurada huida de los malagueños, el objetivo siguiente fue el permanente acoso de la comitiva que huía, el primer trayecto atacado fue el de Lagos-Torrox-Nerja-Maro-La Herradura-Salobreña. Cabe destacar las instrucciones, recogidas por los autores del libro, del piloto rebelde malagueño, Carlos Haya, que da el mismo día 9 de febrero, señalando los puntos en los que debe ser bombardeada la carretera para dejarla no operativa para los malagueños que llevaban varias jornadas de camino. Paradójicamente, la dictadura franquista dio el nombre de un edificio hecho para curar y reparar los males de las personas —un hospital— y una importante avenida de la ciudad a este aviador, mientras escondió y arrojó al agujero del olvido, envuelta en la niebla de la ignorancia, la actuación humanitaria para con los malagueños y malagañas de Norman Bethune y otros, que siguen huérfanos de conocimiento y reconocimiento.

El gran éxodo de 150.000 personas, según los autores, comenzaba el día 17 de febrero, sufriendo el acoso militar de los que hasta la localidad de Motril, tenían como primordial objetivo evitar que las fuerzas republicanas pudiesen recomponerse, sufriendo permanentes ataques, que buscaban principalmente inutilizar la mayor cantidad de vehículos a motor posibles.

El bombardeo de la columna se inició en la localidad del Rincón de la Victoria, con importantes ataques con numerosas víctimas en Torre del Mar, iniciándose un constante goteo de víctimas, siendo en Motril, donde el puente estaba roto por anteriores bombardeos, y el río Guadalfeo bajaba muy crecido, donde se produjo la mayor cantidad de bajas por ahogamiento —unos centenares— entre los que se atrevieron a atravesar el torrente, presas del miedo y la desesperación de lo que les perseguía. La comitiva de refugiados no recibió ayuda  hasta el día 11 de soldados republicanos para cruzar el fuerte caudaloso de agua. 

La llegada a la localidad almeriense de Adra de la columna de refugiados supuso haber alcanzado una pretendida tierra de paz, pero el horror no cesó, y una gran muchedumbre que ocupaba todas las calles de la población, fue bombardeada por la aviación alemana causando bastantes muertes, llegando colmatar la capacidad del cementerio abderitano, y teniendo que improvisar una fosa en la pedanía de Puente del Río. El resto del camino hasta Almería fue menos agitado, al paso por El Ejido  junto con los Guainos bajos, una pedanía de Adra, se registró las cuatro únicas víctimas fruto del enfrentamiento entre residentes y los componentes de la marcha, dándose la coincidencia que todos ellos eran militantes de Acción Popular. El paso por los municipios de Vícar y Roquetas de Mar transcurrió con muestras de empatía y solidaridad hacia la desesperada comitiva.

La llegada a Almería, donde ya iba entrando gente desde el día 8 de febrero, se hizo bajo la presión de las persecuciones aeromarítimas, el extravió de familiares o el fallecimiento de estos. Llegaron en pésimas condiciones de salud y bajo un estrés angustioso. El mismo día de la llegada del primer gran contingente de 40.000 refugiados, el día 12 de febrero por la tarde, fueron bombardeados masivamente por aviones alemanes e italianos causando la muerte de cincuenta y cinco civiles y un guardia. El miedo y la desolación se adueñó de Almería por unas largas horas, cundía el pánico, pues no se sabía bien dónde iban a parar los facciosos en su avance, como señalan los autores, un significativo ejemplo fue la del ex-alcalde de la ciudad, Antonio Ortiz Estrella quien desapareció presa del miedo ante la llegada de los refugiados. La opinión generalizada es que no iban a parar hasta tomar Almería, cundía el nerviosismo y el miedo a ser una segunda Málaga. Los milicianos malagueños, con ánimos más alterados, se dirigieron hacia el cuartel de ametralladoras para intentar linchar a algunos de los oficiales militares sublevados que permanecían ahí custodiados. También llegaron a tomar por unos momentos la sede del Gobierno Civil, en el palacio Episcopal, y a zarandear al propio Gobernador Civil.

Era evidente que las autoridades republicanas tenían un problema ante la llegada de 150.000 personas, según el corresponsal del diario holandés Het Voll, lo que causó enormes quebraderos de cabeza a estas. Eusebio Rodríguez señala como el gobernador civil de Almería, Gabriel Morón, escribía unos meses más tarde, en el diario la Vanguardia de Barcelona, un artículo en el que se refería a ese momento con estas palabras: «Todavía recuerdo con espanto aquellas complicaciones insuperables, que no sé como pudimos resolver (...) era una muchedumbre hambrienta  y agotada, pidiendo lecho en que descansar , vestidos, alimentos (...) era un cuadro espantoso de dolor y de miseria». Los principales encargados de hacer frente a tan problemática situación fueron desde el Ayuntamiento de la ciudad (Manuel Alférez Samper), desde el Gobierno Civil (Gabriel Morón Díaz) y, desde la Delegación de Evacuación y Asistencia a Refugiados de Almería (Hermógenes Cenamor Val).

El problema habitacional lo resolvieron ocupando todos los espacios posibles, los portales de los edificios de la ciudad, pensiones, hoteles, cines, teatros, las cuevas disponibles, iglesias, escuelas, parte del manicomio, Chalets como los de Batlles o Federico Navarro Coromina, el convento de las Puras, la Catedral, un cuartel de carabineros, sedes de partidos políticos y sindicatos, la Escuela de Artes, el Instituto, las instalaciones de la Compañía Andaluza de Minas,  patios de bodegas, los almacenes de embarque de uva del Puerto, carpinterías y diversos talleres e incluso la misma Alcazaba fue lugar de improvisado resguardo.

El problema alimentario era el más acuciante. La ciudad no contaba con los medios suficientes para afrontar una catástrofe humanitaria de tal dimensión, arbitrando medidas de urgencia como la entrega de vasos de leche a los niños y niñas, junto con flan seco, como único alimento inicial y elaborando enormes ollas de lentejas para los adultos. Tuvieron que hacer prodigios para multiplicar los panes y los peces ante tal muchedumbre concentrada unos días en una ciudad que en pocas jornadas multiplicó su población por cuatro. Las exasperantes colas para alimentos básicos hicieron que fuesen frecuentes los enfrentamientos y disputas verbales entre los vecinos y los refugiados malagueños, por lo que las autoridades acabaron desdoblando las tiendas y tahonas donde se suministraba alimento exclusivamente a refugiados para evitar conflictos. Pero lo que unía a unos y otros era más que lo que les enfrentaba, las comunes ideologías y la empatía con la población desvalida hacía que las muestras de solidaridad fuesen enormes, tal y como se da cuenta en la obra: Envío de bidones de aceite desde Escañuela (Jaén), recolecta de dinero entre gente muy humilde como los habitantes del distrito 5º de la capital, colectas entre los trabajadores del servicio sanitario de la XIII Brigada Internacional, sindicato provincial de alimentos, sindicato de dependientes de comercio (UGT), sindicato de distribución (CNT), 24 Batallón de Carabineros destacado en Córdoba, las raciones de víveres correspondientes a un día de la 54 Brigada Mixta, la Brigada de Guardias de Asalto, del Comité de Control de la empresa Alsinas Graells, de la Brigada de Fortificaciones, del General Miaja, del Gobernador Civil de Almería, del Socorro Rojo Internacional, de las Mujeres antifascistas de Almería, de la Flotilla Antisubmarinos y tantos otros casos.

Pero también se documentan los enormes problemas que conllevó atender debidamente a esta masa de personas con verdaderas necesidades de atenciones básicas. Eusebio Rodríguez explica algunas de las más lastrantes: El desabastecimiento de todos los que habitaban en la ciudad, especialmente de pan, pues no había capacidad de molturar el trigo que entraba con facilidad por el Puerto de Almería y era necesario llevarlo en vehículos a motor o en tren hasta Guadix y devolverlo, por lo que no siempre se contaba con harina abundante y a tiempo. Paradójicamente, faltaba pescado, pues el 50% de las capturas diarias era necesario llevarlas a Granada para cubrir las necesidades del Frente. Los testimonios recogidos hablan enormes colas para repartir los escasos recursos disponibles, pues las infraestructuras de distribución de esta pequeña ciudad de los años treinta eran bastantes limitadas.

No obstante, también se apunta, que el Gobierno de la República se tomó en serio la situación de Almería tras el desastre que había supuesto la caída de Málaga y la Desbandá posterior. Señalando con determinación la necesidad de envío de alimentos, ropa, materiales sanitarios y de otro tipo a la ciudad, prometiendo comprobar la ministra en persona la situación del municipio con tan graves problemas de refugio, y se cumplió, tanto la llegada de materiales necesario como la visita de la Ministra de Sanidad  Federica Montseny y algún Ministro más en el mes de marzo.

El problema sanitario fue importante, aunque no llegó a catástrofe en ningún momento, temiéndose que con tanta gente mal alimentada, con falta de agua corriente, habitaciones poco saludables y falta de aseo, que hubiese aparecido una epidemia contagiosa. Desde un principio las autoridades vieron que sólo había un camino para cuidar de verdad la salud pública, la evacuación total de los recién llegados. En sólo quince días se logró retirar a una gran parte de los huidos, quedando finalmente un número cercano a los 10.000, que era un veinte por ciento aproximado de la población de la ciudad. Se transportaron en barcos, trenes y autocares a Barcelona, Valencia, Alicante, Murcia y al levante español.    

Otro problema que se cuenta y que se abordó con éxito fue la progresiva integración laboral de los malagueños que iban ocupando puestos de trabajo tanto los que tenían cierta cualificación como para los menos preparados, así se indican numerosos casos de personas que se quedan en la provincia trabajando: Operarios con experiencia en asfalto del parque de maquinaria de Málaga, bomberos, ferroviarios, prácticos del Puerto, maestros, panaderos, incluso se contrató a siete refugiados para que hiciesen labores de policía local.

El orden público fue otro foco de atención importante sobre el que hubo que tomar medidas urgentes, se hizo presente desde antes de la llegada a la ciudad de contingentes armados, que algunos milicianos desanimados y hartos de cargar con el peso del armamento lo abandonaban, y en ocasiones, este era hábilmente retirado por miembros de la Quinta Columna que consiguieron hacerse con un pequeño contingente armado clandestino.

Estaba prohibido portar armas en la ciudad, debiendo ser entregadas en Bayyana —a la entrada de Almería— aunque no siempre fue así. Los anarquistas se negaron a entregarlas en gran número, y otras eran pasadas ocultamente, cifrándose el número de personas que portaban armas en la ciudad y no querían volver al frente en 2.000 personas. No obstante, los testimonios recogidos por los autores muestran el descontento por hurtos en cortijos cercanos al cuartel Álvarez de Sotomayor en Viator y los atracos a mano armada en la ciudad que sucedían a diario.

La solidaridad internacional también estuvo presente en la atención a esta gran masa de desplazados, con la actuación de Cruz Roja Internacional y la norteamericana Sociedad de Amigos de los Cuáqueros con las unidades de gota de leche en Huercal de Almería y en Alhama de Salmerón. También se contó con la creación de un asilo-clínica de cuarenta camas y ambulancias por parte de iniciativas privadas inglesas.

Otra de las heridas que se quedó abierta con la Desbandá, fue la desaparición de familiares en medio del caos de los ataques aéreos y navales. Se perdieron principalmente niños, separados de sus padres por desgarradoras situaciones, y su búsqueda llenó las páginas de la prensa del momento, en este libro se muestra una abundante cantidad de conmovedores anuncios. Todavía en los años setenta se dieron casos de reencuentro de estas personas separadas en aquellas circunstancias cuarenta años atrás.

Pero sin duda, una de las principales aportaciones de esta investigación ha sido la de sacar a la luz a uno de esos protagonistas anónimos que permanecían ignorados y del que apenas se conocían datos, es la glosa de la figura de Hermógenes Cenamor Val, personaje del que apenas se sabía nada, y que Eusebio Rodríguez hace una importante aportación. Hermógenes fue un periodista toledano de 44 años de edad, al acabar la contienda, afiliado al partido Radical y posteriormente a Izquierda Republicana, trabajó en la edición de la Revista Económica y Correo de Seguros. Durante la República fue Gobernador Civil de Cáceres, Teruel y Badajoz. Fue designado por Izquierda Republicana como vocal del Comité Nacional de Refugiados y Evadidos en Madrid, con la retirada del aparato gubernativo a Valencia marcho con ellos, fue nombrado delegado de Evacuación en Alicante hasta septiembre de 1937. Se traslada a Almería con igual cargo donde permanecerá hasta acabar la Guerra. Se sabe que fue masón y que escribió varias obras sobre este tema, pero no han podido ser localizadas. Su labor en Almería fue muy eficiente en todos los aspectos, fue un perfecto gestor que encontró un desastre organizativo en su sector asistencial y dejó todo en orden y con dinero en la caja. Durante este periodo no solamente atendió eficientemente a los refugiados, sino que se ocupó de asistir a los rebeldes encarcelados en las prisiones almerienses de la ciudad, de tal modo que al iniciarse la causa de su procesamiento, que no llegó a finalizarse por fallecimiento, contó con muchos e importantes avales que no se pudieron materializar. Sin duda, este desconocido hombre encarnaba los más hermosos valores humanitarios en medio de tanta desolación.

En el capítulo final, Juan Francisco Colomina, le sigue el rastro a la diáspora malagueña. Los que salieron antes de la caída no pararon su trasiego por la retaguardia republicana, especialmente Barcelona y alrededores, donde acabaron unos 50.000, y al derrumbarse Cataluña, 7.000 malagueños cruzaron la frontera enfrentándose nuevamente con la separación de las familias en los distintos campos de refugiados para mujeres y niños  o para hombres.

Los primeros atendidos temporalmente fueron los niños en colonias de verano en las regiones francesas de Aquitania y Rosellón, posteriormente la frontera se permeabilizó para mujeres ancianos y niños y, al final  casi medio millón de personas se convirtieron en refugiados en un país que tampoco estaba preparado para recibir a tantas personas de golpe. Hay documentación que refleja que incluso algunos niños de aquella Desbandá fueron llevados a la Unión Soviética, en la expedición que sale del puerto de Valencia el 21 de marzo de 1937 en el buque Cabo de Palos.

Al ser ocupada Francia por las tropas alemanas de Tercer Reich, muchos malagueños tuvieron que optar entre el campo de concentración alemán o la resistencia.

Terminada la Segunda Guerra Mundial algunos regresaron, otros no volvieron nunca.

En la conclusión de este libro los autores hacen hincapié en la labor que hizo la dictadura para presentar a los que apresuradamente salieron de su tierra en desbandá, con aspecto desaliñado y el rostro cargado de sufrimiento, como una horda de depredadores y destructores de todo aquello que se oponía a sus deseos, y a la vez,  intentando borrar la actitud más generalizada de la población almeriense, la solidaria y colaboradora para con los necesitados de ayuda.