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Mi objetivo hoy es describir una operación intelectual a la cual le daré —por razones que, espero, serán convincentes— el nombre de Idea del comunismo. Sin duda el momento más delicado de esta construcción es el más general, el de decir qué es una Idea, no sólo con respecto a las verdades políticas (y en ese caso, la Idea es la del comunismo), sino con respecto a cualquier verdad (y en ese caso, la Idea es una reanudación contemporánea de lo que Platón intenta transmitirnos con los nombres de eidos, o idea, o más específicamente con el nombre de Idea del Bien). Dejaré implícita una buena parte de esta generalidad, para poder ser lo más claro posible en lo que respecta la Idea del comunismo. (…)

Nombro «Idea» a una totalización abstracta de tres elementos primitivos, un procedimiento de verdad, una adhesión histórica y una subjectivización individual. Se puede dar una definición formal de la Idea: una Idea es la subjectivización de una relación entre la singularidad de un procedimiento de verdad y una representación de la Historia. En el caso que nos ocupa, diremos que una Idea es la posibilidad, para un individuo, de comprender que su participación a un proceso político singular (su entrada en un cuerpo-de-verdad) es también, en cierto sentido, una decisión histórica. Con la Idea, el individuo, como elemento del nuevo Sujeto, realiza su adhesión al movimiento de la Historia. La palabra «comunismo» fue alrededor de dos siglos (desde la «Comunidad de Iguales» de Babeuf hasta los años ochenta del siglo pasado) el nombre más importante de una Idea situada en el campo de las políticas emancipadoras, o revolucionarias. Ser comunista, significaba ser un militante del partido comunista en un país determinado. Pero, ser un militante del Partido comunista, era ser uno de los millones de agentes de una orientación histórica de la Humanidad entera. La subjectivización enlazaba, en el elemento de la Idea del comunismo, el arraigo local a un procedimiento político y el inmenso campo simbólico de la marcha de la Humanidad hacia su emancipación colectiva. Dar una octavilla en un mercado significaba también subir a la escena de la Historia.

Por consiguiente, se comprende porqué la palabra «comunismo» no puede ser un nombre puramente político: éste vincula, para el individuo cuya subjectivización él sostiene, el procedimiento político a otra cosa diferente. Tampoco puede ser una palabra puramente histórica. Pues, sin el procedimiento político eficaz, del cual veremos que posee una parte irreductible de contingencia., la Historia no es un simbolismo vacío. Y en fin, tampoco puede ser una palabra puramente subjetiva, o ideológica. Pues, la subjectivización opera «entre» la política y la historia, entre la singularidad y la proyección de esta singularidad en una totalidad simbólica, y, sin estas materialidades y estas simbolizaciones, ella no puede advenir al régimen de una decisión. La palabra «comunismo» tiene el estatuto de una Idea, lo que quiere decir que, a partir de una incorporación, y por tanto del interior de una subjectivización política, esta palabra denota una síntesis de la política, de la historia y de la ideología. Por lo que es mejor comprenderla como una operación y no como una noción. (…) Hoy resulta esencial comprender que «comunista» no puede ser un adjetivo que califique una política. Este cortocircuito ente lo real y la Idea ha dado lugar a expresiones que han requerido un siglo de experiencias épicas y terribles a la vez para comprender que ellas estaban malformadas, expresiones como «Partido comunista» o —es un oxímoron— que la expresión «Estado socialista» trataba de evitar «Estado comunista». Se puede ver en este cortocircuito el efecto de larga trayectoria de orígenes hegelianos del marxismo. Para Hegel, en efecto, la exposición histórica de los políticos no es una subjectivización imaginaria, es lo real en persona. Pues el axioma crucial de la dialéctica tal y como él la concibe es que «lo Verdadero es su propio devenir», o, lo que es igual, «el Tiempo es el estar ahí del Concepto». De ahí, que según el legado especulativo hegeliano, se justifique pensar que la inscripción histórica, bajo el nombre de «comunismo», de secuencias políticas revolucionarias, o de fragmentos dispares de la emancipación colectiva, revela su verdad, que es la de progresar según el sentido de la Historia. (…) Entonces, es necesario comenzar por las verdades, por lo real político, por la identificación de la Idea en la triplicidad de su operación: real-político, simbólico-Historia, imaginario-ideología. Comenzaré por algunas recordaciones de mis conceptos habituales, en una forma bien abstracta y bien simple.

Llamo «acontecimiento» a una ruptura de la disposición normal de los cuerpos y lenguas tal y como existe en una situación particular (…). Lo importante aquí es señalar que un acontecimiento no es la realización de una posibilidad interna de la situación o dependiente de las leyes transcendentales del mundo. Un acontecimiento es la creación de nuevas posibilidades. Él se sitúa, so sólo en el plano de los posibles objetivos, sino en el de la posibilidad de los posibles. (…) Llamo «Estado», o «estado de la situación», al sistema de prohibiciones que, precisamente, limitan la posibilidad de los posibles. Asimismo, se puede decir que el Estado es el que prescribe, lo que, en una situación determinada, es lo imposible propio de esta situación, a partir de la prescripción formal de lo que es posible. El Estado es siempre la finitud de la posibilidad, y el acontecimiento es su infinitización. ¿Qué constituye el Estado hoy, por ejemplo, con respecto a las posibilidades políticas? Pues bien, la economía capitalista, la forma constitucional del gobierno, las leyes (en el sentido jurídico) sobre la propiedad y el patrimonio, el ejército, la policía… Se puede ver cómo, mediante todos esos dispositivos, de todos esos aparatos, incluyendo esos, naturalmente, que Althusser llamaba «aparatos ideológicos del Estado» —y que se pueden definir por su objetivo común: prohibir que la Idea comunista designe una posibilidad—, el Estado organiza y mantiene, a menudo por la fuerza, la distinción entre lo que es posible y lo que no lo es. De ahí se deriva que un acontecimiento es algo que adviene como sustraído del poder del Estado. Llamo «procedimiento de verdad», o «verdad», a una organización continua, en una situación (en un mundo), de las consecuencias de un acontecimiento. Enseguida, uno notará que un azar esencial, el de origen acontecimental, co-pertenece a toda verdad. Llamo «hechos» las consecuencias de la existencia del Estado. Se nota que la necesidad integral está siempre del lado del Estado. Por tanto, uno puede ver que la verdad no puede componerse de hechos puros. La parte no factual de una verdad pertenece a su orientación, y la llamaremos subjetiva. También diremos que el «cuerpo» material de una verdad, mientras sea subjetivamente orientado, es un cuerpo excepcional. Usando sin complejos una metáfora religiosa, puedo decir cómodamente que el cuerpo-de-verdad, por lo que en él no se deja reducir a los hechos, se puede llamare un cuerpo glorioso. En cuanto a este cuerpo, que es, en política, el de un nuevo Sujeto colectivo, de una organización de múltiples individuos, podemos decir que él participa en la creación de una verdad política. Tratándose del Estado del mundo en el cual esta creación es activa, hablaremos de hechos históricos. La Historia como tal, compuesta de hechos históricos, no está sustraída al poder del Estado. La Historia no es ni subjetiva, ni gloriosa. Más bien diremos que la Historia es la historia del Estado.

Ahora podemos volver a nuestro discurso acerca de la Idea comunista. Si una Idea es, para un individuo, la operación subjetiva mediante la cual una verdad real particular es imaginariamente proyectada en el movimiento simbólico de una Historia, podemos decir que una Idea presenta la verdad como si fuera un hecho. O bien que la Idea presenta ciertos hechos como símbolos de lo real de la verdad. Es así que la Idea del comunismo permitió que se inscribiera la política revolucionaria y sus partidos en la representación de un sentido de la Historia cuyo desenlace era necesario. O que se hablara de una «patria del socialismo», lo que simbolizaría la creación de un posible, frágil por definición, gracias a la pasividad de un poder. La Idea, que es una mediación operatoria entre lo real y lo simbólico, presenta siempre al individuo algo que se sitúa entre el acontecimiento y el hecho. Esa es el motivo de los interminables discusiones sobre el estatuto real de la Idea comunista están sin salida. ¿Se trata de una Idea reguladora, en el sentido de Kant, sin eficacia real, pero capaz de fijar en nuestro raciocinio? ¿O se trata de un programa que hace falta realizar poco a poco mediante la acción sobre el mundo de un nuevo Estado posrevolucionario? ¿Es una utopía, a saber una utopía peligrosa, incluso criminal? ¿O es el nombre de la Razón en la Historia, las finalidades razonables? No sabríamos sacar adelante este tipo de discusión, ya que la operación subjetiva de la Idea es compuesta, y no simple. Ella abarca, como su condición real absoluta, la existencia de secuencias reales de la política de emancipación, pero también supone el despliegue de una paleta de hechos históricos aptos para la simbolización. Ella no dice (lo que sería someter el procedimiento de verdad a las leyes del Estado) que el acontecimiento y su consecuencias políticas organizadas son reductibles a los hechos. (…) Pero ella no lo es solo si reconoce como su real esta dimensión aleatoria, fugaz, sustractiva e imperceptible. Es por ello que le corresponde a la Idea comunista responder a la pregunta «¿De dónde vienen las ideas justas?» como lo hace Mao: las « ideas justas » (entiéndase : lo que compone el trazado de una verdad en una situación) vienen de la práctica. Se entiende evidentemente que la «práctica» es el nombre materialista de lo real. (…)

Todo esto explica, y en cierta medida justifica, que al fin se haya podido llegar a la exposición de las verdades de la política de emancipación en la forma de su opuesto, o sea la forma de un Estado. Como se trata de una relación ideológica (imaginaria) entre una procedimiento de verdad y de hechos históricos, ¿por qué hesitar en llevar esa relación término, por qué no decir que se trata de una relación entre acontecimiento y Estado? El Estado y la Revolución, como el título de uno de los libros más famosos de Lenin. Y sin duda se trata del Estado y del Acontecimiento. Sin embargo, Lenin, siguiendo a Marx en este punto, se asegura de decir que el Estado que surgirá de la Revolución deberá ser el Estado del debilitamiento del Estado, el Estado como organizador de la transición al no Estado. Digamos entonces: la Idea del comunismo puede proyectar lo real de una política, siempre sustractiva al poder del Estado, en la figura histórica de «otro Estado», siempre que la sustracción sea interna a esta operación subjetivante, en ese sentido que «el otro Estado» es sustractivo al poder del Estado, y por ende a su propio poder, siendo un Estado cuya esencia es desaparecer.

Es en este contexto que se debe pensar y aprobar la importancia decisiva de los nombres propios en toda política revolucionaria. (…) ¿Por qué ese glorioso Panteón de héroes revolucionarios? ¿Por qué Espartaco, Thomas Münzer, Robespierre, Toussaint- Louverture, Blanqui, Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo, Mao, Che Guevara, y tantos otros? Porque todos esos nombres propios simbolizan históricamente, en la forma de un individuo, de un apura singularidad del cuerpo y del pensamiento, la red rara y preciosa a la vez de las secuencias fugaces de la política como verdad. El formalismo sutil de los cuerpos-de-verdad es aquí legible en tanto existencia empírica. Un individuo cualquiera halla los individuos gloriosos y típicos como mediación de su propia individualidad, como prueba que él puede forzar la finitud de la misma. La acción anónima de millones de militantes, de insurrectos, de combatientes, irrepresentable por sí mis a, es agrupada y contada por uno en el símbolo simple y poderoso de un nombre propio. Así, los nombres propios participan en la operación de la Idea, y esos que citamos son los componentes de la Idea del comunismo en sus diferentes etapas. (…) Recapitulemos de la manera más simple posible. Una verdad es lo real político. La Historia, entendida como reserva de nombres propios, es un lugar simbólico. La operación ideológica de la Ideas del comunismo es la proyección imaginaria de lo real político en la ficción simbólica de la Historia, entendida en la forma de una representación de la acción de las masa innombrables par por Uno de un nombre propio. La función de esta Idea es sostener la incorporación individual a la disciplina de un procedimiento de verdad, autorizar a sus propios ojos al individuo a exceder las limitaciones estatales de la supervivencia convirtiéndose en una parte del cuerpo-de-verdad, o cuerpo subjetivable.

Ahora uno se preguntará: ¿Por qué es necesario recurrir a esta operación equívoca? ¿Por qué el acontecimiento y sus consecuencias deben ser también expuestos en la forma de un hecho y muchas veces de un hecho violento, que acompañan las variantes del «culto de la personalidad»? ¿Por qué esta presunción histórica de las políticas de emancipación? La razón más simple es que la historia ordinaria, la historia de las vidas individuales, tiene lugar en el Estado. La historia de una vida es en sí misma, sin decisión, ni opción, parte de la historia del Estado, cuyas mediaciones clásicas son la familia, el trabajo, la patria, la propiedad, la religión, las costumbres… La proyección heroica, pero individual, de una excepción a todo eso —como es un procedimiento de verdad— quiere también compartir con los otros, quiere mostrarse no sólo como excepción, sino también como posibilidad común a todos en lo adelante. Y es una de las funcione de la Idea: proyectar la excepción en lo ordinario de las existencias, llenar eso que solo existe en una dosis de lo inaudito. Convencer mis alrededores individuales, esposo o esposa, vecinos y amigos, colegas, que también existe la fabulosa excepción de verdades en el llegar a ser, que no estamos condenados al formateo de nuestras existencias por parte de las limitaciones del Estado. Desde luego, en última instancia, solo la experiencia desnuda, o militante, del procedimiento de verdad, forzará la entrada de tal o más cual en el cuerpo-de-verdad. Pero para traerlo al punto donde se da esa experiencia, para convertirlo en espectador, y por ende ya en mitad actor, de lo que importa a una verdad, la medicación de la Idea, el compartir la Idea son casi siempre necesarios. La Idea del comunismo (cualquiera que sea el nombre que se le dé, no importa: ninguna Idea es identificable por su nombre) es mediante lo cual se puede hablar del proceso de una vedad en el lenguaje impuro del Estado, y así desplazar, por un tiempo, las líneas de fuerza para las que el Estado prescribe lo que es posible y lo que es imposible. El gesto más ordinario, en esta visión del as cosas es traer a alguien a una verdadera reunión política, lejos de su entorno, lejos de sus parámetros existenciales codificados, en una residencia de obreros maliense, por ejemplo, o a la puerta de una fábrica. Habiendo llegado al lugar donde una política procede, él decidirá si se incorpora o si se retira. Pero para llegar al lugar es necesario que la Idea —que desde hace dos siglos, o quizá desde Platón, es la Idea del comunismo— lo pre-desplace en el orden de las representaciones, de la Historia y del Estado. Es necesario que el símbolo acuda imaginariamente a apoyar la fuga creadora de lo real. (…)

La segunda razón es que todo acontecimiento es una sorpresa. Si no lo fuera, o sea que hubiera sido previsible en calidad de hecho, y de golpe se inscribiera en la historia del Estado, lo cual es contradictorio. Se puede entonces formular el problema de esta manera: ¿cómo prepararnos para tales sorpresas? Y esta vez el problema existe, aun cuando ya somos militantes de las consecuencias de un acontecimiento anterior, aun cuando estamos incluidos en un cuerpo-de-verdad. Ciertamente, proponemos el despliegue de nuevos posibles. Pero el acontecimiento que viene posibilitará lo que, aun para nosotros, permanece imposible. Para anticipar, al menos ideológicamente, o intelectualmente, la creación de nuevos posibles, debemos entre una Idea. Una Idea que abarque desde luego la novedad de los posibles que el procedimiento de verdad, del cual somos militantes, ha revelado, y que son los posibles-reales, pero que abarque también la posibilidad formal de otros posibles, insospechados todavía por nosotros. Una Idea es siempre la afirmación de que una nueva verdad es históricamente posible. Y como el forzamiento de lo imposible en dirección de lo posible se hace por sustracción al poder del Estado, se puede decir que Una Idea afirma que el proceso sustractivo es infinito: siempre es formalmente posible que la línea de repartición fijada por el Estado entre lo posible y lo imposible sea una vez más desplazada, por más radicales que hayan sido los desplazamientos precedentes, inclusive ese al que participamos actualmente en calidad de militantes. (…) Lo que nos permite hacer conclusiones sobre las inflexiones contemporáneas de la Idea del comunismo. El balance actual de la Idea del comunismo, lo he dicho, es que la posición de la palabra no puede ser la de un adjetivo, como en «Partido comunista» o «regímenes comunistas». La forma-Partido, como la del Estado socialista, son en lo adelante inadecuadas para asegurar el sostén real de la Idea. Este problema ha encontrado además una primera expresión negativa en dos acontecimientos cruciales en los años sesenta y setenta del siglo pasado: la Revolución cultural en China, y la nebulosa llamada «Mayo 68» en Francia. Después, nuevas formas políticas han sido y todavía son experimentadas, que se originan todas de la política sin partido. En general, sin embargo, la forma moderna, llamada «democrática», del Estado burgués, cuyo soporte es el capitalismo mundializado, puede presentarse como sin rival en el campo ideológico. Durante tres decenios, la palabra «comunismo» fue completamente olvidada, o prácticamente identificada con empresas criminales. Por lo que la situación subjetiva de la política se ha vuelto tan confusa. Sin Ideas, la desorientación de las masas populares es ineluctable.

No obstante, múltiples señales (…) indican que este período reactivo se termina. La paradoja histórica es que, en cierto sentido, estamos más cerca de los problemas examinados en la primera mitad del siglo XIX que de los que heredamos del siglo XX. Como cerca del 1840, nos enfrentamos a un capitalismo cínico, convencido de ser la única vía posible para la organización razonable de las sociedades. Por todos lados se insinúa que los pobres tienen la culpa de serlo, que los africanos están atrasados, y que el porvenir pertenece, ya sea a los burgueses «civilizados» del mundo occidental, ya sea a esos que, a semejanza de los japoneses, seguirán el mismo camino. Hoy se puede ver, como en la otra época, vastas zonas de miseria extrema al interior de los países ricos. Se puede ver, tanto entre países como entre clases sociales, las desigualdades monstruosas y crecientes. La separación subjetiva y política entre los campesinos del tercer mundo, los desempleados y asalariados pobres de nuestras sociedades «desarrolladas» por un lado, las clases medias «occidentales» por el otro, es absoluta, y marcada por una indiferencia odiosa. Más que nunca el poder político, como lo muestra la crisis actual con su única consigna «salvar los bancos», no es más que un apoderado del capitalismo. Los revolucionarios están separados y débilmente organizados, una desesperanza nihilista se ha apoderado de grandes sectores de la juventud popular, la gran mayoría de los intelectuales son serviles. Opuestos a todo esto, y tan aislados como Marx y sus amigos en la época del retrospectivamente famoso Manifiesto del Partido comunista de 1847, somos sin embargo cada vez más numerosos para organizar los procesos políticos de tipo nuevo en las masas obreras y populares, y para buscar todos los medios de apoyar en lo real las formas renacientes de la Idea comunista. Como al principio del siglo XIX, no se trata de la victoria de la Idea, como será el caso, bastante imprudente y dogmático, durante toda una parte del siglo XX. Lo que importa en primer lugar es su existencia y los términos de su formulación. Primeramente, dar una fuerte existencia subjetiva a la hipótesis comunista, esa es la tarea que cumple hoy a su manera nuestra asamblea. Y es, quiero decirlo, una tarea apasionante. Combinando las construcciones del pensamiento, que son siempre globales y universales, y las experimentaciones de fragmentos de verdades, que son locales y singulares, pero universalmente transmisibles, podemos asegurar la existencia de la hipótesis comunista, o mejor dicho de la Idea del comunismo, en las conciencias individuales. Podemos abrir el tercer periodo de existencia de esta Idea. Podemos, y debemos.