Volvemos con este libro que contiene textos de María Teresa León, seleccionados por su hija Aitana Alberti León, y que ha sido editado por el Partido Comunista de España y la Editorial Atrapasueños, a releer la mejor prosa de la Generación del 27 y a sentir la emoción de saber que esas páginas fueron escritas no sólo con tinta sino con la pasión y la urgencia de una mujer que no distinguía entre vivir y escribir, porque su vida y su obra son la expresión de su conciencia, de su lucha por la libertad.
A veces, cuando alguien quiere restar importancia a un asunto, dice que es literatura, que no están los tiempos para la lírica… Y es que, efectivamente, la poesía, como decía Celaya, era –y sigue siendo para algunos– un lujo, una evasión, una forma de presentar los aspectos amables e intemporales de la realidad. Pero para otros, para muchos otros a lo largo de la Historia, la poesía es palabra en el tiempo, como diría Machado, y el arte, según Bertolt Brecht, no es un espejo para reflejar la realidad sino un martillo para darle forma. Las obras que se pretenden asépticas también reflejan las contradicciones de clase y de género, pero quienes escriben no desde el poder y la ideología dominante sino desde el lado de los perdedores y de los explotados, quienes levantan su voz para señalar la injusticia y luchar por la libertad, no sólo construyen otra forma de entender el mundo para cambiarlo, sino que hacen que unos seres anónimos e insignificantes para el poder se conviertan en protagonistas de la Historia: el niño yuntero o los aceituneros de Miguel Hernández, los pobres que pueblan las novelas de Máximo Gorki, las mujeres alienadas, locas y rotas de las novelas de Simone de Beauvoir o Doris Lessing, el doctor Rieux de Albert Camus, los mineros de Armando López Salinas o los hombres y mujeres que aparecen en los libros de María Teresa León…
Recordemos, por ejemplo, uno de los pasajes más emotivos de Memoria de la melancolía, el que habla de la muerte de Máximo Gorki; era el año 1936 y María Teresa había ido a un pueblo a hablar de la Reforma Agraria que ofrecía la República:
"Nunca me acuerdo exactamente de lo que pasó, recuerdo que hablé de Máximo Gorki, de las estepas lejanísimas, de los bosques inmensos que conocen la nieve, del hombre que había ido sacando, uno a uno, a la escena aquellos personajes oscuros, que antes nadie miraba, para ponerlos frente a los ojos de los descansados y los hartos. Uno a uno los había hecho vivir sobre las páginas de sus novelas, porque era un escritor, uno de esos hombres que ven lo que otros no ven y descubren lo que se encubre y lo presentan con una conciencia diferente […] Decía yo a los campesinos pobres de mi tierra aquella tarde… Ha muerto el escritor que creía en vosotros, los desheredados del mundo […] Por eso, casi no puedo hablar y lloro. Y es que el mundo de los pobres no tiene fronteras. El dolor y el hambre hablan un solo idioma. Cuando Máximo Gorki escribía en Rusia, eran todos los desheredados del mundo los que tomaba por modelo. Por eso debemos llorarle".
Y añade:
"Yo no sé bien lo que dije, pero vi, de pronto, que todas aquellas mujeres tenían los ojos llenos de lágrimas por Máximo Gorki y se mordían las puntas de los pañuelos negros que les cubren la cabeza".
Lo que comprendían las mujeres españolas, escuchando a María Teresa León, era lo mismo que comprendían los mineros de Chile, escuchando a Pablo Neruda, los milicianos españoles oyendo a Miguel Hernández o las mujeres sandinistas de los versos de Gioconda Belli: comprendían que todos ellos, todas ellas, estaban llamados a cambiar el mundo, que no eran una mercancía en el mercado del capitalismo, ni una comparsa en la representación del poder. Y María Teresa León tenía una forma especial de decir las cosas y por ello, contribuyó de manera decisiva a la lucha ideológica, con la intensa labor política y cultural que llevó a cabo, no sólo durante la guerra como responsable del Comité de Agitación y Propaganda de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura sino antes, como mujer comunista comprometida con la República y después, en el exilio, mientras escribía y esperaba el regreso encadenada a los recuerdos y devorada por la pasión de la verdad, como dice en sus Memorias…, evocando a los amigos de entonces, a los que conoció después, a los que se fueron y a los que se acercaban a su casa de Roma para hablarles de España, gentes buenas y generosas, para quienes María Teresa tiene tantas palabras de cariño y reconocimiento…
En La memoria dispersa, también aparecen muchos de esos hombres y mujeres que defienden Madrid contra la barbarie fascista: las mujeres –novias, madres, esposas– que sufren los bombardeos, que organizan la resistencia y que exigen un fusil para luchar en el frente: esas mujeres, de las que dice en la revista El mono Azul, el 19 de noviembre de 1936, que se han levantado sobre nuestros campos rotos con el prestigio de su derecho a intervenir en la Historia de España; los hombres –los que en el frente aplauden los poemas de Arturo Serrano-Plaja y los que protegen con su vida los cuadros del Museo del Prado– se sienten justamente orgullosos y son justamente reconocidos en las palabras de María Teresa León que defiende la cultura como patrimonio del pueblo; los niños y los mayores que pueblan la ciudad destruida por los bombardeos e incluso la misma ciudad, el barrio de Argüelles en ruinas, consumido por el fuego que clama justicia desde sus casas derrumbadas... Todos ellos son nuestra Historia.
En el libro encontramos también las palabras de María Teresa León sobre César Vallejo, el gran poeta peruano que murió en abril de 1938 hablando de España, sobre el asesinato del Che Guevara que sigue vivo en la memoria de todos los que luchan por la libertad y la justicia, sobre Nicolás Guillén, el gran poeta cubano y universal que era “el canto y la danza”… Hay una carta, cuyo origen se explica en el libro, dirigida a Emilia Gorriarán, la madre del revolucionario cubano Camilo Cienfuegos: es la carta de una mujer a otra mujer, de una madre a otra madre, pero va más allá de la experiencia personal, es lo personal convertido en político porque las mujeres han trascendido su propio dolor en nuevas formas de lucha y resistencia.
María Teresa León también desempeñó un papel importante como subdirectora del Consejo Central del Teatro y puso en marcha diversas empresas teatrales como dramaturga, como directora e incluso como actriz. Este libro recoge ocho guiones teatrales con voces de distintas mujeres que tratan de conquistar su espacio, orgullosas de su clase social y del pueblo al que pertenecen, amantes, madres, luchadoras solidarias y valientes… también mujeres pobres y sometidas que buscan una salida, aunque sea en su imaginación. En estos textos, como en toda su obra, María Teresa expresa su compromiso con los de abajo pero, además, cuida todos los detalles –el lenguaje, las acotaciones…– que demuestran su gran amor por el teatro que para ella tiene mucho de conocimiento, de elevación moral y de alegría.
Decía María Teresa León –y lo recordamos en este libro– que un poeta no necesita morirse para saber lo que es la muerte. Lo dice también en Memoria de la melancolía, recordando a Carlo Levi, pintor y escritor italiano perseguido por el fascismo. Para ella era “la voz del hombre hablando por los que no pueden hacerlo, la transmisión perfecta del perseguido que al huir advierte que hay otras persecuciones que no sospechaba más que a medias y de las que, de pronto, se convierte en testigo… y en voz. En esa persecución despiadada del hambre y la miseria hunde la suya propia y la libera y la transforma y nos la da, nos la entrega, la hace nuestra. Hace suyo –y nuestro– todo lo que le va filtrando por la sangre”.
María Teresa León supo lo que era el dolor y la explotación de su pueblo y tomó partido y sufrió muchas muertes, muchas pérdidas, antes de irse definitivamente hace ya veinticinco años… Nos dejó, siempre viva, su palabra y la memoria de una mujer fuerte, esperanzada y alegre, “una luchadora resueltamente contemporánea”, como señala Aitana Alberti León en el Prólogo de este libro, una mujer que nos sigue animando en nuestra rebeldía al tiempo que nos recuerda que “es un oficio antiguo el rebelarse, lo moderno es el saber por qué”.