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Introducción

El pensamiento abierto por el advenimiento de la pandemia de coronavirus a comienzos de 2020 ha estado en particular convocado por la pregunta por lo nuevo y lo viejo, pero también por preguntas ligadas al sentido y al futuro. ¿Cuál es el sentido de esto que irrumpe y que está ocurriendo? ¿Cuándo y cómo va a terminar? ¿Qué cambió para siempre respecto del mundo que conocíamos antes?

Estas preguntas adquieren distintas formulaciones en la vida social, entramadas en configuraciones ideológicas que tienden a unidimensionalizar los procesos complejos, a situarlos en coordenadas que se presentan con la fuerza de la evidencia y que aparecen como las estacas a las cuales aferrarse —imaginariamente— en un día a día signado por el vendaval y la catástrofe. Es esa la función principal de la ideología: ofrecer a los sujetos unos sistemas de representaciones con un rol práctico-social que les permiten establecer su lugar en el mundo, su relación con la naturaleza, con sus semejantes, con el tiempo histórico.

La teoría materialista de la ideología abreva del psicoanálisis para afirmar que, en tanto somos sujetos de lenguaje y éste nos es necesariamente opaco, dicha representación del mundo comporta una distorsión constitutiva, que por lo tanto no es reemplazable por una adecuación del pensamiento a las cosas. La teoría marxista de la historia permite amplificar y complejizar dicha tesis: en toda sociedad se encuentran formaciones ideológicas entramadas, jerarquizadas, que conforman un todo complejo contradictorio y al mismo tiempo unificado. Así, la ideología dominante, en una de sus definiciones, es el trabajo social de permanente unificación de la heterogeneidad de la instancia ideológica; trabajo que, sin ser realización deliberada de uno o varios individuos, redunda en favor de la reproducción de relaciones sociales de clase que favorecen formas de dominación determinadas en una coyuntura dada.

Desde esta perspectiva, aquello que es vivido como normalidad, pero también como actualidad, es el resultado de complejos procesos ideológicos de unificación de sentidos. Así, el complejo y contradictorio tiempo histórico tiende a subsumirse en una línea de tiempo única y simple. En tanto la ideología es una estructura centrada, esa línea temporal unificada tiende a estar ordenada por algún principio trascendental: el Destino, la Culpa originaria, la Voluntad Divina, el Progreso, entre otros.

A continuación presentamos algunas primeras intuiciones acerca del proceso por el cual, desde el advenimiento de la pandemia, aquello que en un primer momento hizo estallar algunas zonas de la normalidad ideológica precedente fue reinscribiéndose en los marcos de la ideología dominante de nuestra época: la ideología neoliberal.

Toda formación ideológica tendencialmente dominante actúa capturando a su favor aquellas zonas de los discursos sociales que ofrecen resistencias, ambigüedades, dislocaciones o asperezas a la lozanía de sus evidencias. Entonces, insistamos: la ideología neoliberal no es vista aquí como un cuerpo doctrinario, sino más bien como una forma y un proceso. Es la forma que adquiere el mundo social a los ojos de los sujetos que lo habitan y que lo hacen; es el proceso de permanente clasificación y reconducción de todo aquello que amenaza con abrir preguntas peligrosamente políticas hacia un ordenamiento de significaciones relativamente estable cuyo funcionamiento redunda, en este caso, en provecho del capital transnacional financiero, inmobiliario, corporativo, extractivista, profundizando relaciones globales de explotación y de destrucción de la naturaleza.

Presentamos aquí algunas correas de organización de la heterogeneidad ideológica en la coyuntura señalada, donde el proceso dominante de neoliberalización —en curso desde hace al menos cinco décadas— se sobredetermina con el advenimiento de la catástrofe sanitaria, ambiental, económica y social ligada con la pandemia de COVID-19. Estos ejes constituyen conjeturas para un trabajo de exploración colectiva sobre el proceso de funcionamiento de la ideología neoliberal basado en la metodología de Análisis Materialista del Discurso Ideológico (AMDI) [1] realizado en el marco de la red ENCRESPA (Estudio Nacional Colaborativo de Representaciones sobre la Pandemia Argentina). La recopilación de enunciados que sirve de soporte a estas reflexiones fue realizada en medios masivos televisivos y portales de noticias digitales, así como también en redes sociales en Argentina durante la semana del 5 al 11 de abril de 2021 [2].

Se trata de reflexiones geográficamente situadas que se apoyan en la historia concreta de las ideologías y de los discursos en las que éstas se expresan. Asimismo, algunas tramas discursivas recogen procesos más amplios conforme se mundializan varias de las genealogías ideológicas dominantes. Por eso, consideramos necesario entablar diálogos con diferentes realidades, en la medida en que, en el capitalismo hiperconectado de nuestra época, los procesos ideológicos dominantes adquieren también una tonalidad global.

 

El borramiento de las causas como proceso ideológico principal

Algo ha cesado desde el impacto de los primeros signos de gravedad de una pandemia que todavía golpea a vastas zonas del planeta. Una conversación agitada, alimentada por saberes diversos, audaz en sus interrogaciones profundas y pulsante en la interpelación transformadora parece haber dado lugar a otro tipo de intercambios ya no sobre las causas densas, históricas, económicas de una crisis civilizatoria, sino sobre las tácticas de supervivencia del desastre, los intercambios comerciales y geopolíticos, las astucias gestionarias.

Partimos de la hipótesis de que el borramiento masivo de la pregunta por las causas históricas y estructurales de la pandemia es el proceso ideológico principal en la coyuntura marcada por la expansión global del COVID-19.

La crítica de las relaciones entre las formas capitalistas y extractivistas de explotación de la naturaleza y del trabajo humano, por un lado, y la emergencia del virus y las formas sociales y geográficamente desiguales de su evolución, por el otro, tuvo un lugar relativamente destacado en el espacio público en los primeros meses del año 2020, a través de debates en torno de temas como la zoonosis por degradación medioambiental, el modo extractivista y concentrado de producción de alimentos y sus consecuencias para la vida en el planeta, la hiperconexión global como acelerador de la propagación del virus, la desigualdad geográfica y social como determinante de evoluciones diferenciales en la circulación del virus, la prolongación de la emergencia sanitaria como consecuencia del acaparamiento de conocimientos en forma de patentes, etc. No nos referimos únicamente a debates especializados. También, luego de las primeras semanas de confinamiento global, circulaban imágenes del retorno de la naturaleza a las ciudades, informaciones acerca de la reducción del agujero de la capa de ozono por la reducción de emisiones, entre otras.

Sin embargo, con el correr de los meses, esas preguntas acerca de los efectos del modo capitalista de sometimiento de la naturaleza en sentido amplio parecen haberse corrido a un lugar marginal, o directamente haber desaparecido de la escena pública.

Desde la perspectiva de análisis de las ideologías adoptada aquí, es posible afirmar que ese «olvido» es efecto de un proceso a la vez psíquico y colectivo que contribuye a restablecer —y eventualmente a profundizar— la trama de relaciones sociales en su pretendida normalidad, es decir, bajo condiciones de explotación que redundan en favor de los poderes fácticos globales. Ese borramiento es el efecto del trabajo continuado de la ideología en sus formas dominantes.

En el lugar de aquellas preguntas olvidadas, potencialmente críticas de lo dado, emergen distintas formaciones ideológicas que se manifiestan en discursos y en significantes mediante los cuales los sujetos se representan su relación con la pandemia, con su evolución; relación que está atravesada por sentidos acerca de lo bueno y lo malo, de lo posible y lo imposible, de lo justo y lo injusto. No se trata aquí de señalar que estas formaciones sean «falsas»: más bien, se propone indagar el proceso de desplazamiento de ciertas preguntas hacia otras zonas (por ejemplo, hacia discusiones en torno de la gestión cotidiana de la emergencia), así como el de condensación de sentidos y afectos en torno de ciertas categorías que aparecen en el debate público como explicaciones con fuerza de evidencia.

Más específicamente, se sigue manteniendo la forma de la pregunta por la causa, por el sentido de lo que acontece, pero se produce un desplazamiento hacia focos inmediatos que asignan, con toda evidencia, responsables inmediatos de la enfermedad y la muerte. El análisis de discursos en medios de comunicación y en redes sociales permite observar el despliegue de una serie de significantes que cumplen la función de colocar en la inmediatez la respuesta al desasosiego. Se trata de nombres que se intercambian, que combinan novedad con retorno de viejos temas: «El problema es la corrupción», «el problema son los jóvenes», «el problema somos los argentinos que no respetamos las leyes», «el problema es el populismo», como viejas respuestas para preguntas solo en apariencia novedosas.

 

Naturaleza y alteridad: desresponsabilización y desdemocratización en el desplazamiento de la pregunta por la pandemia

En sintonía con el borramiento de las causas profundas, en el relevamiento de medios realizado los temas ligados a lo ambiental aparecen relativamente desvinculados de la cuestión de la pandemia y quedan, más bien, asociados a la crisis económica y, en las regiones donde es un tema de Estado provincial, a las necesidades productivas (condiciones climáticas, por ejemplo).

En simultáneo, el uso recurrente de metáforas como la «ola» o el «tsunami» para nombrar y caracterizar la pandemia, introduce una referencia a la naturaleza en términos de catástrofe, de lo ineluctable, de lo inmanejable, que desdibuja la trama entre relaciones capitalistas de producción y medio ambiente. Las referencias semánticas al campo de la naturaleza o al medio ambiente dejan de presentarse así en el marco de interrogaciones o problematizaciones, para aparecer como operadores retóricos de naturalización, como destino o rasgo inefable.

Por su parte, el relevamiento en redes sociales permite observar que las referencias a la naturaleza, lejos de desaparecer, se reencauzan en dos sentidos principales. Por un lado, hacia una tendencia moralizante que denuncia de las «injusticias ambientales» perpetradas por el Hombre (en general) o por los gobiernos contra el planeta Tierra, donde la «corrupción» (vista como inherente al ser humano o como inherente a la política) aparece como la causa última de la degradación ecológica. Por el otro, una tendencia liberal que refiere a la acción individual (el «granito de arena») como forma para «salvar al planeta» a partir de prácticas como el reciclaje, las juntadas de firmas o el abandono individual de prácticas consideradas dañinas, como por ejemplo el consumo de carne.

En relación con la experiencia social de la pandemia, en lugar de una pregunta por las causas históricas, estructurales, la agenda mediática y telecomunicacional aparece marcada con fuerza por el tratamiento de los efectos inmediatos de la pandemia y, sobre todo, por el abordaje de esos efectos en términos de atribución de responsabilidades individuales, sociales o de gestión. En este marco, la figura del «descontrol» en la pandemia tiene una presencia protagónica en medios tradicionales de comunicación, acompañada por una preocupación sobre los modos en los que se gestiona o se puede ir «transitando” lo que se vive como una crisis de contornos desdibujados.

En ese sentido, sobrevuela la idea de que la pandemia resulta «un parteaguas» que conlleva un cambio sustancial en las vidas cotidianas, aunque no se encuentra una definición precisa del sentido de dicho cambio, sino más bien un horizonte configurado por un futuro incierto. Bajo estas estructuras de sentido, aparecen también algunas referencias al lugar común de la crisis como «generadora de nuevas oportunidades», incluso en relación para pensar el lugar de la Argentina en el mundo.

Este desplazamiento de la pregunta por las causas históricas y estructurales hacia la pregunta por los efectos inmediatos de la pandemia y hacia la búsqueda de culpables en términos individuales, en términos políticos o en términos de sectores sociales o poblacionales, es correlativo a otro movimiento: el pasaje de una solidaridad colectiva y de una responsabilidad social del cuidado común hacia una responsabilidad enteramente política por la gestión de medidas restrictivas, simbolizadas de forma ambivalente: en ocasiones, como «ataques a las libertades», y en otros casos, como muestras de un «Estado fuerte» o «serio».

Un hilo común enlaza estas representaciones desplazadas: el problema —esta vez, para el capital— es la democracia en sentido fuerte, el problema son los muchos y sus deseos de igualdad y de justicia, el problema es que la pandemia abra la posibilidad de algún desajuste que trastoque las relaciones sociales de explotación. Y un efecto común corona su éxito: el reforzamiento de un proceso neoliberal de desdemocratización del espacio público, donde la alteridad emerge como una amenaza para la que no hay espacio simbólico de inscripción posible.

Así, cuando aparecen referencias a la responsabilidad social, predominan interpelaciones de corte punitivista centradas en la crítica a los comportamientos de distintos grupos sociales (juventudes, militantes políticos, pobres, migrantes) o vinculados con actividades específicas (fiestas clandestinas, turismo, etc.). En ese sentido mencionado, predominan las interpelaciones que articulan de manera compleja la demanda de castigo y las responsabilidades individuales y sociales de la expansión del virus. Así, a la ya ausente pregunta general por las causas sociales, históricas o estructurales de la pandemia se le suma una nueva elisión, esta vez, de la pregunta por las posibles formas colectivas de enfrentar sus efectos, así como un desplazamiento del tratamiento de la cuestión hacia procedimientos más específicos e individualizados de identificación de responsabilidades, vinculadas a ciertos sujetos: lxs jóvenes, lxs militantes que se vacunan sin turno, entre otros.

Es por ello que en relación al nudo de desplazamientos encontrado en las representaciones —de la pregunta por las causas históricas a los eventos específicos, de la responsabilidad social a la culpabilización individual— el campo discursivo se inscribe en un proceso de  neoliberalización de la culpa por el cual se produce no sólo una búsqueda constante del «chivo expiatorio» y un recrudecimiento de la violencia hacia (todo lo) otro, sino que se empobrecen los intentos de construcción de vida común con otrxs, de construcción de un lazo social comunitario.

La culpabilización de personas o grupos específicos que se observa en relación con la pandemia no es un movimiento ajeno al propio proceso de empobrecimiento de la democracia en el neoliberalismo y al aumento de la violencia que opera a nivel global. La estructura de sentido por la cual se sostiene un estado de «crisis permanente» habilita un modus operandi que selecciona cuerpos y poblaciones segregadas, factibles de ser acusadas, pero también, susceptibles de ser eliminadas. Esta violencia encarnizada sobre los culpables y los grupos segregados aparece, a su vez, de la mano de formas morales humanitarias de ayuda caritativa hacia lo «diverso» y de promoción de la «equidad» y la «pluralidad».

De este modo, se institucionaliza «lo humanitario», lo cual, inscripto en una tendencialidad neoliberal, implica una nueva moral estructurada en el sufrimiento y la compasión  (llamada «multi-cultural» o «asistencia humanitaria»), que justifica en el mismo movimiento prácticas segregatorias, excluyentes y violentas.

 

Geopolítica de la pandemia

Otra vertiente del proceso ideológico dominante en torno de la pandemia se vincula con el establecimiento de representaciones ligadas a una geopolítica del COVID que enlaza circunstancias sanitarias, campañas de vacunación, localización de la producción y compra de vacunas, con cualidades asignadas a países, a regiones del mundo y a relaciones internacionales en el marco de una geopolítica global.

Por un lado, se observa el refuerzo de una serie de representaciones que retoman una interdiscursividad ligada al mundo polarizado entre «democracias» (asociadas a «libertad» en tanto libertad de mercado y libertad individual) y «dictaduras» (asociadas a «ausencia de libertad», a «populismo» [3] y a «comunismo»).

Especialmente en torno del tema del desarrollo y distribución internacional de vacunas, se registra una retórica que recupera un imaginario de la Guerra Fría para leer un tendencial reparto bipolar del mundo entre EEUU-Europa [4] vs. Rusia-China.

Si, al comienzo de la pandemia, China aparecía como el origen del virus, y si inmediatamente después los países del sudeste asiático emergieron como la realización fáctica de la fantasía de control social total(itario) mediante tecnologías de datos, ya en abril de 2021 esas dos referencias estaban ausentes y China aparecía inscripta en una representación bipolar del mundo que reeditaba el antagonismo de la Guerra Fría sobredeterminado por los términos de la actual guerra comercial con EE.UU. y por otros sentidos contemporáneos, como la inclusión de «Venezuela» como «dictadura populista».

Esta construcción de sentido en torno a la partición del mundo EEUU-Europa / Rusia-China supone dos series de representaciones en torno al espacio a ocupar por Argentina: una en torno a la ubicación de Argentina en el «bloque comunista» y otra celebratoria del corte de Argentina respecto de su dependencia colonial.

La alineación de Argentina con países «del bloque comunista» supone la atribución de una tendencia del país hacia el «terrorismo socialista», «la pérdida de las libertades individuales», «la amenaza a la propiedad privada», «la avanzada del Estado sobre las personas». También, y en última instancia, implica una serie de representaciones que distancian la representación nacional de otra representación de larga data y fuerte arraigo, que es la de Argentina como país que históricamente ha tenido lazos con Europa occidental (inmigrantes españoles e italianos, influencia cultural francesa, relaciones comerciales con Gran Bretaña…). Estas representaciones en torno a la alineación al «bloque comunista» de Argentina surgen en torno de acontecimientos noticiables como la falta de acuerdo del Gobierno argentino con el laboratorio Pfizer para la compra de su vacuna, como así también en los acuerdos efectivos para la adquisición de la vacuna Sputnik V de origen ruso, o Sinopharm de procedencia china, o de la centralización estatal de la organización de la campaña de vacunación en el país (en contraste con países donde la compra y el acceso a las vacunas se efectúa también por parte de privados).

La segunda serie enfoca esos acuerdos internacionales y esa centralización estatal en un marco valorativo diferente: los muestra como muestras de la emancipación de la Argentina con respecto a sus antiguas dependencias coloniales (especialmente Gran Bretaña y EE.UU). Se anudan significaciones en torno a una «neo-independencia», esta vez, en términos de soberanía nacional ligada a la gestión de política sanitaria pero también en términos económicos como resultado de la buena gestión epidemiológica.

Ahora bien, existe una segunda partición del mundo, que en ocasiones coincide con la precedente y en otras se aparta. En relación con las medidas sanitarias, el eje que organiza la escena de las relaciones internacionales es el de «países serios/países no serios», que pone en discusión de manera contradictoria el rol del Estado en la gestión de la pandemia. En este marco abunda el uso de las metáforas del «espejo» y del «reflejo» que indican la manera en que los distintos países se presentan como ejemplos o contraejemplos de lo que sucede en Argentina.

Los ejes sobre los cuales se montan las comparaciones son la celeridad de las campañas de vacunación, la relación proporcional entre número de contagios y decesos, y el tipo de medidas implementadas por sus gobiernos. No obstante, las valoraciones tanto de estos países en sí mismos como de la posición argentina en el concierto internacional se montan sobre representaciones preexistentes acerca de la inserción de Argentina en el mundo y de sus redes diplomáticas. Pueden señalarse en este sentido tres tipos principales de referencia internacional que tienen como efecto ideológico el refuerzo de representaciones acerca de la Argentina.

La primera referencia es una recurrente mención a países «desarrollados» y «serios» del norte global, resaltados en función de dos cualidades: por un lado, la capacidad de sus gobiernos de imponer medidas de restricción y de desarrollar campañas de vacunación «exitosas» (que cimienta la evidencia ideológica del fracaso de la campaña local); por el otro, las «libertades» tanto individuales como de mercado que en estos países se garantizan (en contraste con la «infectadura» [5] y el «populismo» local). Estados fuertes respecto de las sociedades; estados flexibles respecto de los mercados. Las referencias principales son Gran Bretaña, Israel y los EE.UU.

La segunda referencia remite a países de América Latina que aparecen como «modelo». Se trata de aquellos que son caracterizados como políticamente más cercanos a los “países serios» (es decir, aquellos que mantienen programas de gobierno de mayor desregulación económica y apertura financiera y comercial), como Chile y Perú: se elogian sus campañas de vacunación y sus contratos con laboratorios como Pfizer, que el gobierno argentino rechazó. Lo que prima en este caso es una construcción por contraste de Argentina como país «populista” o como «dictadura».

Finalmente, aparecen referencias a países de América Latina que condensan representaciones de lo no deseable: desde países en catástrofe sanitaria como Paraguay hasta países con procesos políticos negacionistas y autoritarios como Brasil. En estas representaciones, el contraste con Argentina es doble: por un lado, se trata de una reconfirmación de que Argentina es un país «poco serio» porque se encuentra en un continente «de segunda”; pero por el otro se refuerza la representación contraria, reactualizando una antigua pero vigente representación racista de este país como «nación blanca», «europea», «civilizada» de la región.

Los valores negativos de la «argentinidad” se observan en la crítica mediática y en redes sociales —que en ocasiones escala hasta el linchamiento simbólico—  vinculados a las acciones de individuos particulares que infringen normas o al accionar colectivo en eventos como el funeral de Diego Armando Maradona. Se advierten asimismo en la ponderación positiva de acontecimientos ocurridos en otras latitudes, que sirven para confirmar que «la Argentina hace las cosas mal». Finalmente, se encuentran aquí críticas a políticos que quedan configurados como una casta corrupta escindida del pueblo.

Estas representaciones redundan en un conjunto de efectos ideológicos ligados a la caracterización de la identidad cultural nacional que se entroncan con representaciones y creencias de larga data: de aquí resultan declinaciones indignadas y moralizadas de la argentinidad, por las cuales Argentina sería un país «de cuarta», «poco serio». Esta caracterización, que aparece con fuerza de evidencia, brinda explicaciones últimas acerca de nuestro presente y de nuestro futuro cifrado como destino ineluctable. Se trata de argumentos del orden de «todo el mundo sabe que lo que nos pasa es porque somos un país poco serio, nada puede salir bien», «qué querés, si acá nadie respeta nada», que convergen tanto en una desacreditación generalizada de las políticas públicas puestas en marcha para paliar los efectos de la pandemia y para prevenir su expansión, como en una condensación de afectos negativos sobre grupos específicos como los pobres, los desocupados, los migrantes, los políticos, los militantes. En redes sociales, se observa una gran pregnancia de sentidos que confirman verdades-ya-sabidas sobre lo argentino, tales como «los argentinos somos así», «nos merecemos esto», «Argentina está condenada», entre otras.

 

Hipercientificismo y anticientificismo: vaciamiento del discurso científico y partidización

Una de las operaciones a través de las cuales se reinscribió la pandemia en los cauces de la ideología dominante fue su negación. La estridente presencia en la escena pública de manifestaciones negacionistas en las que las teorías conspirativas operaron como marco de sentido para dar cuenta de la excepcionalidad de lo vivido fueron objeto de crítica y reflexión a lo largo de todo el transcurso de la emergencia sanitaria y en distintas partes del mundo.

En el material relevado, la circulación de significantes tales como «blindaje», «mentiras», «ovejas al matadero», «todo esto es un chamuyo [mentira] enorme» en los posteos de las redes sociales, muestran la presencia de formas ideológicas que atribuyen la excepcionalidad tanto a los manejos oscuros de figuras poderosas que tejen el engaño como a la incapacidad de la gente de darse cuenta de «la verdad».

Sin embargo, en los portales de noticias y los programas televisivos de actualidad las formas ideológicas conspirativas y anti-científicas no aparecen con la extendida gravitación que los propios medios le atribuyen. En ellos, más bien, se detecta una cierta omnipresencia del vocabulario científico y de las voces de profesionales de distintas disciplinas, lo que parece indicar que «la ciencia» conserva una importante legitimidad en la escena pública. Así, de manera predominante, la ciencia se presenta como garantía de evidencia y posición inapelable y, al mismo tiempo, los científicxs —sobre todo economistas o especialistas de disciplinas ligadas a ciencias de la salud y, en menor medida, sociólogxs y psicólogxs— aparecen como voces autorizadas: sus declaraciones se exhiben como prueba irrefutable de las distintas posiciones que se busca sustentar.

Ahora bien, la construcción de la ciencia como voz autorizada en los medios de comunicación y los esquemas explicativos que ofrecen las teorías conspirativas que circulan en las redes sociales aparecen, de cierta manera, como dos caras de una operación ideológica común. En ambos fenómenos es posible leer las huellas de una suerte de vaciamiento del discurso científico que tiende a borrar tanto el carácter complejo de los procesos de los que es producto como su trama colectiva e institucional. Esto se hace visible, por ejemplo, en la tendencia a asimilar las llamadas «evidencias» científicas con pruebas últimas e irrefutables, sin referencias a las condiciones en las que fueron producidas como datos, omitiendo su construcción procesual y en permanente rectificación, y con independencia de la complejidad que requiere su lectura.

Asimismo, la inclusión del lugar de expertise de figuras que tensionan o desnaturalizan las habituales credenciales del saber atribuidas a la ciencia resulta otra operación habitual del mismo tipo. Así, se advierte cierta imprecisión en la delimitación de quién se considera un científicx con respecto a otros lugares de saber socialmente reconocidos. Se habla, en este sentido, indistintamente de «científicos», «especialistas», «expertos», «los que saben», «los médicos», etc. Esta vaguedad se presta tanto para su asociación con las tendencias mencionadas más arriba sobre el vaciamiento de la especificidad del saber científico (actores, instituciones, prácticas y discursos), como para la homologación entre diversos roles como portadores del saber socialmente legítimo: investigadores, consultores, miembros de fundaciones, licenciadxs en diversas disciplinas, profesionales de la salud, referentes de organizaciones de la salud privada, laboratorios, o incluso algunas voces provenientes de congregaciones religiosas que aparecen como autorizadas para ofrecer diagnósticos sobre situaciones sociales, poblacionales, entre otras. En este marco, es que incluso aquellas tendencias abiertamente «anti-científicas» legitiman sus proclamas en figuras que se presentan como «expertos».

Tanto la construcción de una ciencia que se presenta como el lugar de emergencia de saberes neutrales y universales que emanan de la «realidad», como la apelación a la figura de los expertxs para legitimar las decisiones de gestión, no son operaciones novedosas que emergen en esta coyuntura singular. Ambas forman parte del dispositivo ideológico neoliberal.

Finalmente, cabe señalar que esta modalidad de aparición de la ciencia como discurso autorizado convive con otra tendencia, que se sobreimprime y tensiona la primera. Aquí, lo científico queda enmarcado en una suerte de organización político-partidaria de la escena pública en la se contraponen las decisiones del gobierno nacional respecto de la gestión de la pandemia (apoyadas públicamente por equipos de expertos) y los grupos que reclaman contra aquello que consideran «restricciones» a sus libertades. De esta manera, en el proceso ideológico  dominante se termina asociando a la ciencia con un lugar de enunciación gubernamental y se produce una tendencial partidización de la desconfianza respecto de ciertas medidas sanitarias. La operación ideológica aquí es la siguiente. Se parte de dos instancias separadas: por un lado, se acusa al gobierno de corrupto, mentiroso y dictatorial; por el otro, se opera una abstracción de la ciencia respecto de sus métodos, sus tramas institucionales, sus condiciones generales de producción. En cuanto expertxs y científicxs aparecen asesorando al gobierno para la toma de decisiones, esa «ciencia» pierde su valor de neutralidad para pasar a ser vista como cómplice de la corrupción, de la mentira y del ataque a las libertades.

 

Palabras finales

Decíamos al comienzo que las preguntas dominantes en torno del advenimiento de la pandemia se situaban en torno  de la cuestión de la normalidad y la excepcionalidad, de lo que comienza y lo que termina, de lo que puede continuar y de lo que indefectiblemente cambiará; en otras palabras, del sentido de lo que nos ocurre y de aquello que nos espera.

Se trata de preguntas de la filosofía espontánea, allí donde, tal como enseña Althusser, el pensamiento cotidiano es isomorfo respecto de la filosofía idealista. Esa forma misma, esa estructura centrada en algún elemento trascendente —el Sentido, el Origen, el Fin— es lo que hemos definido en estas páginas como ideología.

Los procesos ideológicos recorridos en este artículo dan cuenta del modo en que la disrupción instaurada por la pandemia se recondujo hacia preguntas inscriptas en campos semánticos preexistentes, aunque con genealogías diversas. Algunos de ellos habían permanecido inactivos o desjerarquizados; otros, en pleno funcionamiento, se adecuaron para absorber en su matriz de sentido aquello que hacía fisura.

Y es aquí en donde no podemos dejar de preguntarnos cuáles son las condiciones, hoy, para que puedan sostenerse estas significaciones y estas «normalidades pandémicas», ¿Qué hace factible que, por ejemplo, pueda afirmarse que «Argentina es un país de cuarta» [6], que es un «un país comunista» o que es «la Francia de Latinoamérica»?

No se trata ni de los indicios de un pueblo psicótico ni de una traición a un núcleo de coherencia en el pensamiento, sino de movimientos en las significaciones que entendemos como procesos ideológicos sobredeterminados de lucha de clases. Es allí en donde se instaura la pugna en torno a cómo configuramos y construimos la relación entre el sentido y la verdad. Y las tensiones, los roces, indican los límites a las formas ideológicas dominantes. Se trata de tensiones que corroen, explotando las contradicciones como estrategia política, para vislumbrar un proceso de construcción de comunidad que albergue al (deseo del) otro en una sociedad transformada, sin desigualdades ni explotación estructural.