1 El Marx no economista: el trabajo
Como haremos en el tema XII con Keynes, pero con mayor razón aun, también ahora tenemos ante nosotros a un autor que ocupa el lugar de toda una escuela. Karl Marx (1818-1883) es una figura muy especial, primero porque en el terreno del pensamiento no figura sólo como alguien que ocupa un lugar muy destacado en la historia del pensamiento económico, sino un lugar de igual o superior altura en ámbitos como la filosofía, la historia o la ciencia social en general; y, segundo, porque en la historia de los hechos (no sólo de las ideas) ocupa un lugar central, como uno de los mayores revolucionarios prácticos (redactor del Manifiesto comunista de 1848 y uno de los creadores de la Asociación Internacional de los Trabajadores, o Primera Internacional, entre otras cosas) y autor de una teoría de la revolución que defienden desde entonces, y en la actualidad, millones de personas.
Se suele decir que, como pensador, Marx recibió la influencia de tres grandes corrientes de pensamiento: la Economía política inglesa, la filosofía alemana y el socialismo francés. En el capítulo anterior hemos estudiado a los clásicos de la Economía y a diversos socialistas de la época anterior a Marx y que influyeron en él de una u otra manera, pero de los filósofos alemanes, especialmente de Hegel, no diremos nada salvo para indicar que el análisis histórico y económico de Marx lleva el sello de la dialéctica hegeliana, que podemos entender como una manera de estudiar los fenómenos históricos según la cual muchos fenómenos, épocas o situaciones históricas llevan dentro de sí el germen de su negación, que se desarrolla a la par que el elemento positivo mismo y pugna con este hasta formar conjuntamente una síntesis que en parte conserva y en parte supera a cada uno de ambos elementos. Esto nos servirá para entender las ideas de Marx, según las cuales el capitalismo está, por decirlo así, embarazado de socialismo, pero en una especie de embarazo cuya duración no se conoce, del que se intuye que terminará con el nacimiento del feto y la muerte de la madre, pero en el que participan en primer lugar los seres humanos vivos que tienen que decidir el desenlace de este proceso en uno u otro sentido.
Para entender mejor todo este proceso, Marx estudió el devenir de esta dialéctica con la ayuda de una serie de ideas que debía a la vez a los economistas «burgueses» de la escuela clásica y a sus críticos proletarios, socialistas o comunistas y también anarquistas. Llegó a una interpretación materialista de la historia mucho más sutil que lo que hoy se conoce por «materialismo histórico», al igual que su dialéctica tenía poco que ver con lo que luego se llamó (y se llama) «materialismo dialéctico». La idea principal de su interpretación de la historia es que es el aspecto material de la vida social (no necesariamente el más interesante) el que ayuda a explicar los demás aspectos de la existencia, y no al revés. Ese «materialismo» no tiene nada que ver con el adjetivo que se usa cotidianamente para caracterizar a quien sólo se interesa por el dinero o cosas así; ni tiene que ver tampoco con la idea de que la economía es lo más importante, y todo lo demás viene después. La interpretación materialista de la historia es, para Marx, la historia de los seres humanos entendida a partir del fenómeno del trabajo. Y de esa idea central arranca su filosofía y su Economía, resumidas ambas en su teoría más importante, la teoría laboral del valor.
La historia no se hace sola, ni la hace Dios, ni los personajes históricos más importantes, ni las ideas… La historia es, antes que nada, la historia del trabajo de toda la gente. Es la sociedad trabajando, y todo lo que sucede alrededor de ese hecho histórico central. La sociedad humana necesita subsistir y reproducirse y para eso debe trabajar. La forma como se organizan los procesos sociales de trabajo es la base de la reproducción social, y dichos procesos consisten en el uso de medios de trabajo y otros medios de producción. Todo lo que hacen las personas para asegurarse su supervivencia forma la base de la historia. La producción, la producción social, no es sino eso, y lo que las personas hacen, una vez asegurada la producción, quizás sea mucho más interesante que la producción misma pero sólo es posible porque la producción ya es un hecho. Entonces, la organización de la producción genera una división de la sociedad en clases, división que va cambiando con el tiempo pero que tiene siempre en común que los miembros de unas clases no trabajan (o trabajan muy poco o trabajan de forma muy privilegiada) y los miembros de las otras clases trabajan demasiado, trabajan, por decirlo así, para sí y trabajan también para los que no trabajan. Esta división fundamental de las clases da nacimiento a la política y al derecho porque unas clases gobiernan y otras son gobernadas, porque a su vez unas dictan el derecho y para otras ese derecho se convierte en un dictado. Al mismo tiempo, la producción genera el conocimiento, la ciencia y la filosofía, a los que también contribuye la experiencia de la división en clases, del Estado y de las relaciones jurídicas. Pero todo eso es posible porque la producción está teniendo lugar; si no existiera la producción, todo lo demás no sería posible.
Cuando el trabajo se ve sometido a la división de la sociedad en clases, el trabajo deja de ser algo natural y se convierte en algo penoso para la clase trabajadora. El trabajador se ve alienado, y, además de la degradación del trabajo que eso significa, esto va unido a la eliminación del ocio para los trabajadores y a la concentración del ocio en la clase no trabajadora.
A medida que van cambiando las formas de trabajo, y con ellas las formas de sociedad, el trabajo se va haciendo también cada vez más productivo. Esto significa que se podría trabajar cada vez menos para disfrutar más de los otros aspectos de la vida y para hacer cada vez más posible el disfrute del propio trabajo. Pero las relaciones sociales que han dividido desigualmente el trabajo entre los miembros de la sociedad hacen posible que los no trabajadores se aprovechen ellos solos de esas ganancias de productividad, aumentando su ocio a la vez que se mantiene igual o aumenta la cantidad de trabajo que deben realizar los productores. Este antagonismo se hace cada vez más universal y más intenso, y se materializa en la explotación del trabajo, por la que los trabajadores se ven obligados a trabajar para sí y, además, para los no trabajadores. Marx piensa que esto ha sido así desde el momento de la aparición de la sociedad de clases, pero que ahora la situación ha llegado al punto de que una clase lo ha perdido todo y ya no puede sobrevivir como clase ni transformarse en otra clase, sino que la única manera es subsistir como clase y pelear con la otra clase que tiene enfrente, de forma que la única salida para esta clase, el proletariado, la moderna clase obrera, es liberar a todas las clases y poner fin a la sociedad de clases. Marx afirma que sus tres ideas básicas en este sentido son: 1) no siempre ha habido clases; 2) al final no habrá clases, habrán dejado de existir; 3) para pasar de la sociedad de clase (capitalista) a la sociedad sin clases es necesario pasar por un periodo transitorio de dictadura del proletariado, es decir, el gobierno de la clase ahora dominada que será capaz de doblegar a la clase ahora dominante, que ejerce la dictadura de la burguesía.
Aparte de esta concepción de la historia, que encuentra su culminación en los análisis económicos que veremos al estudiar la teoría laboral del valor, diremos antes algo, como en las escuelas de los temas anteriores, sobre las ideas políticas y sociológicas de nuestro autor.
En cuanto a su sociología, podemos decir que Marx arranca de la concepción de los clásicos y la somete a diversas modificaciones. En el último capítulo de su obra inacabada, El capital, escribe:
Los propietarios de mera fuerza de trabajo, los propietarios de capital y los terratenientes, cuyas respectivas fuentes de ingreso son el salario, la ganancia y la renta de la tierra, esto es, asalariados, capitalistas y terratenientes, forman las tres grandes clases de la sociedad moderna, que se funda en el modo capitalista de producción. [1]
Es decir, el punto de partida es la concepción de los clásicos, pero en muchos otros pasajes de su obra tiende a fundir en una sola clase la suma de capitalistas y terratenientes [2], de forma que la sociedad queda dividida en sólo dos grandes clases [3]. Hay que tener en cuenta que Marx hizo muchos análisis de tipo histórico-concreto, en los cuales aparecen numerosas clases y fracciones de clase interactuando entre sí (por ejemplo, sus tres obras sobre las luchas de clases en Francia [4]), pero también redujo a dos las clases en su modelo teórico del «capitalismo puro» [5], prestando atención especial a una tercera clase que, como afirma el Manifiesto Comunista, iría desapareciendo a medida que se desarrollara el capitalismo, la clase media [6]. Por ejemplo, cuando pasa del modelo teórico a la realidad, sabe distinguir entre los diferentes países, como cuando escribe: «Ahí [en Gran Bretaña] ya no existen, a diferencia de los países continentales, amplias clases de campesinos y artesanos, dependientes casi por igual de su propiedad como de su trabajo. En Gran Bretaña se ha efectuado un completo divorcio entre la propiedad y el trabajo» [7].
En cuanto al aspecto de las ideas que tiene Marx en relación con las de las diversas escuelas de economistas sobre las cuestiones del laissez faire y la intervención del Estado, del orden natural y la Mano invisible y otras cuestiones de filosofía política, digamos varias cosas sobre tres de ellas. Por una parte, a) era librecambista y no proteccionista; por otra parte, b) defendía un aspecto de la mano invisible y negaba el otro; por último, c) no se consideraba un liberal, sino que tenía un concepto de la libertad mucho más desarrollado que el de los liberales.
a) En un famoso discurso de 1848 sobre librecambismo y proteccionismo [8], Marx se pronuncia contra ambos, advirtiendo: « Pero no vayan ustedes a creer, señores, que, al criticar la libertad de comercio, nos proponemos defender el sistema proteccionista. El ser enemigo del régimen constitucional no significa que se sea, por ese solo hecho, amigo del absolutismo» [9]. Como Pablo Iglesias más tarde, Marx habría escrito también sobre «los librecambistas, hermanos de explotación de los proteccionistas y miembros, como ellos, de la clase que hoy domina (…)» [10]. De hecho, escribió que «el obrero se convencerá (…) de que el capital, libre de sus trabas, lo sigue esclavizando, ni más ni menos que el capital sometido a los aranceles aduaneros» [11]. En definitiva, la posición de Marx es la siguiente:
Pero, en general, en nuestros días, el sistema proteccionista es conservador, al paso que el librecambio es destructor. Este régimen desintegra las antiguas nacionalidades y lleva a sus últimas consecuencias el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. En este sentido, exclusivamente, emito yo mi voto, señores, en favor del librecambio. [12]
b) En realidad, la idea de la mano invisible en Adam Smith tenía más de un componente. Por una parte, estaba la idea de que el sistema capitalista puede reproducirse «por sí solo», es decir, sin que exista nadie que le diga a cada capitalista lo que tiene que hacer o dejar de hacer, comprar y vender o dejar de hacerlo, contratar trabajadores o despedirlos, invertir o desinvertir… La búsqueda de la ganancia individual se basta por sí sola para que el sistema funcione sobre esa base (siempre que cuente, dicho sea de paso, con un Estado que se encargue de que se cumplan las leyes necesarias para mantener la disciplina…). Pero lo que no admite Marx es la segunda parte de la mano invisible de Smith: que esa forma de reproducirse la sociedad sirva para alcanzar algún máximo del tipo que sea; las empresas satisfarán la demanda realmente existente, pero como esta no tiene por qué coincidir lo más mínimo con la demanda basada en las auténticas necesidades de las personas, el resultado al que se llegue puede estar completamente alejado del que la sociedad necesita.
c) En cuanto al antiliberalismo de Marx, y a sabiendas de que en parte se fundamenta también en su Economía, ya se puede encontrar en forma muy acabada en sus escritos de juventud, anteriores a su pensamiento económico. Para empezar, se trata de un combate de lo que llama «la mitología moderna», donde los dioses de la Antigüedad han sido sustituidos por los de la Revolución Francesa, es decir, por los de la ideología liberal: «Libertad, Igualdad y Fraternidad» [13], diosas a las que añade la diosa verdadera oculta tras las otras tres, la «Propiedad». La «libertad» es la libertad del capital: la libertad para contratar mano de obra asalariada, la libertad para moverse de un sector a otro sin trabas monopolistas o proteccionistas, o de un país a otro sin barreras arancelarias o de otro tipo, la libertad para despedir a los mismos obreros formalmente libres pero liberados previamente de los medios de producción que les pertenecían, libertad para invertir o no invertir, buscando siempre la máxima ganancia, o para legislar lo que debe ocurrir en el interior de la empresa… La «igualdad» es la igualdad entre, y «comunismo de» (llega a decir), los capitalistas, la igual posibilidad de participación en el capital global de la sociedad capitalista, de ser accionista de ese capital global, que explota por igual al trabajo total…; pero también la igual condición de los asalariados, condenados a trabajar para el capitalista y a trabajar gratuitamente una fracción de su jornada laboral como condición para poder trabajar siquiera y adquirir así los medios de su supervivencia material… La «fraternidad» es su participación alícuota en el capital y en los beneficios, la unión en los intereses comunes y su solidaridad frente a la clase que los alimenta pero también los amenaza…; pero se trata de una frágil fraternidad, amenazada asimismo por la lucha necesaria que la competencia supone para cada «hermano» capitalista. Y la propiedad. La propiedad privada, la propiedad como el fundamento de su riqueza y de su poder. La propiedad como el cimiento del derecho civil y los contratos, pero también del derecho constitucional (el voto censitario, basado en la propiedad), del mercantil (de la bolsa y las sociedades anónimas y la deuda pública) y del penal (desde los hospicios de trabajo a las cárceles y la guardia civil).
2 El Marx economista: el plustrabajo
La teoría laboral del valor procede en Marx no sólo de los economistas clásicos sino también de la filosofía que hemos explicado en el epígrafe anterior. Aunque Ricardo había hablado en su capítulo 20 de las diferencias entre riqueza y valor, en realidad él distingue solamente entre el valor de cambio y el valor de uso. Sin embargo, aparte del valor de uso y el valor de cambio, dice Marx, existe el «valor» a secas. Para Marx, el valor de uso es el objeto en que consiste la mercancía, con sus propiedades específicas que le dan una utilidad especial de cierto tipo: un reloj sirve para dar la hora, una silla para sentarse, y así sucesivamente: esos son los valores de uso o utilidad de la mercancía, con independencia del aspecto subjetivo que pueda tener dicha utilidad, es decir, con independencia de la relación de satisfacción o de otro tipo que pueda mantener con el objeto el individuo que usa o consume esa mercancía. Pero la mercancía tiene, además de sus propiedades naturales, otra propiedad que Marx llama suprasensible, supranatural, que es la de ser portadora de valor, o trabajo humano que es su sustancia, y que tiene además su «forma de valor», que es el valor de cambio. En último análisis, la forma de valor o valor de cambio de la mercancía es su precio monetario, y su valor es la cantidad de trabajo humano abstracto que es socialmente necesaria para producir y reproducir en cada momento una unidad de mercancía. El único factor productivo que crea el valor es, pues, el trabajo, aunque la riqueza sea el producto de la colaboración del trabajo con los medios de producción (la naturaleza, los medios de trabajo y demás elementos que forman el capital desde el punto de vista físico).
A medida que se desarrolla la productividad del trabajo, el mismo trabajo crea una cantidad mayor de producto, o sea, un mismo valor corresponde a una cantidad mayor de mercancías. Por tanto, si hay que dividir una determinada cantidad de trabajo entre un número mayor de unidades de mercancía, el trabajo que corresponde a cada unidad será cada vez menor. Por eso, se dice que el valor unitario de la mercancía disminuye a medida que el trabajo se hace más productivo. Esto no es ninguna contradicción; al contrario, es precisamente la expresión de la diferencia que existe entre valor y riqueza.
Pero una enorme diferencia que existe entre la teoría laboral del valor de Marx y la de los clásicos es que Marx comprende que existe una mercancía que pasa desapercibida a los clásicos: la fuerza de trabajo. Ellos hablaban del «valor del trabajo», lo que, hablando con propiedad, es un absurdo, puesto que no tiene sentido hablar del valor del valor. Pero una vez que se es consciente de que una cosa es el trabajo y otra muy distinta la fuerza de trabajo, se entiende por qué la fuerza de trabajo es una mercancía. De hecho, la existencia de un asalariado es la prueba inmediata de que su fuerza de trabajo (es decir, su capacidad para desarrollar un trabajo, sea el que sea) es una mercancía que él debe vender al capitalista que lo contrata a cambio de un salario. Pero si es una mercancía, tiene que tener un valor igual que todas las demás mercancías: ¿cuál es el valor de la fuerza de trabajo? La respuesta es la misma que en los demás casos: la cantidad de trabajo socialmente necesaria para reproducir actualmente una unidad de fuerza de trabajo. Y como lo que es necesario para reproducir a un trabajador es precisamente lo que habitualmente consume, el salario es la expresión monetaria de ese valor de la fuerza de trabajo.
Esta es, sin embargo, una mercancía especial porque, además de contener valor, como las demás mercancías, es capaz de generar valor nuevo así como plusvalor. Para entender esto, hay que comprender primero que en la relación entre el obrero y el capital hay dos momentos distintos: uno es el momento de mercado, donde el capitalista compra fuerza de trabajo y paga por ella un precio que es igual al valor de dicha mercancía; y otro es el momento del uso de la mercancía, que consiste en la transformación de esa fuerza de trabajo potencial en trabajo efectivamente realizado. El capitalista no obtiene un beneficio porque le pague al trabajador menos de lo que vale su mercancía; al contrario, en este intercambio se sigue el principio general del intercambio de equivalentes que rige asimismo en los intercambios donde intervienen las demás mercancías. Lo que ocurre es que, al comprar esa mercancía, el comprador se convierte en su propietario y puede, por ende, elegir el uso que quiere darle a la misma. Como decide usarla en la producción de su empresa, el capitalista está en condiciones de usarla en una jornada laboral previamente «acordada» en cuanto a duración e intensidad del trabajo, etc., una jornada en la que el trabajador se somete a las órdenes y condiciones de trabajo prescritas tanto a nivel de la empresa (por el capitalista) como a nivel de la economía como un todo (por el Estado). En esas condiciones, el trabajador se ve constreñido a trabajar durante una jornada laboral en la que crea un valor (que depende de las horas trabajadas) que supera el valor de su fuerza de trabajo, es decir, superior a la cantidad de trabajo que requiere la sociedad para producir el equivalente de los bienes y servicios que consume el trabajador en ese día. Esta diferencia es clave y permite dividir la jornada laboral en dos partes: una parte pagada y otra no pagada.
Supongamos que el trabajador tiene una jornada de 8 horas y que la sociedad puede producir lo que consume dicho trabajador en 3 horas. Si el trabajador trabajara de hecho tres horas, no sobraría nada, pero como trabaja ocho, decimos que la jornada de trabajo se divide en «trabajo necesario» (trabajo igual al que se necesita para reproducir su consumo = 3 horas) y «plustrabajo» (trabajo que se realiza más allá de su trabajo necesario = 5 horas). Como el capitalista paga el valor de la fuerza de trabajo, que son tres horas, deja sin pagar las cinco horas que el obrero trabaja sin recibir nada a cambio; es decir, esas cinco horas son un plustrabajo para el trabajador y son cinco horas que el capitalista, propietario de las mercancías, incluida la fuerza de trabajo comprada, obtiene gratuitamente. De esta manera, vemos que, en último término, el valor de uso que tiene la mercancía fuerza de trabajo para su propietario, el capitalista, es la de permitirle apropiarse de una cantidad de horas gratis, de un plustrabajo que para él es un plusvalor (la célebre plusvalía, en el lenguaje más corriente), origen a su vez de la ganancia o beneficio.
Por tanto, el plusvalor es totalmente compatible con el principio del intercambio de equivalentes, y este resultado es lo que técnicamente se llama «explotación». Escribe Marx
La circunstancia de que el mantenimiento diario de la fuerza de trabajo sólo cueste media jornada laboral, pese a que la fuerza de trabajo pueda operar o trabajar durante un día entero, y el hecho, por ende, de que el valor creado por el uso de aquélla durante un día sea dos veces mayor que el valor diario de la misma, constituye una suerte extraordinaria para el comprador, pero en absoluto una injusticia en perjuicio del vendedor. [14]
Pero obsérvese que explotación significa algo técnicamente muy distinto de lo que en el lenguaje corriente para por ser la explotación. Popularmente, se dice que está explotada aquella persona que trabaja en condiciones de trabajo inferiores a las normales, o/y con un salario por debajo del normal, o/y una jornada laboral superior a la media, o/y con horas extraordinarias que no se pagan, o/y que trabaja «en negro», o/y que trabaja sin deber trabajar por no tener aún la edad legal de trabajo… Todo eso, ejemplificado en el trabajo de niños en zonas del mundo poco desarrolladas y en condiciones infrahumanas, debería llamarse «sobreexplotación», porque la auténtica explotación es otra cosa. La explotación es que los trabajadores de los países más avanzados y con mejores condiciones laborales del mundo —aquellos que tienen la jornada laboral anual más corta, las mayores vacaciones, los mejores complementos salariales, el mejor entorno posible en el lugar de trabajo, etc.— tienen que trabajar una jornada superior a la parte pagada y, por tanto, crean para su empleador, el capitalista, un plusvalor, que es el origen de su beneficio.
Para medir la explotación, el grado de explotación del trabajo (que llamaremos p’), lo único que hay que hacer es comparar el trabajo necesario y el plustrabajo. Llamaremos «tasa de explotación» a la tasa de plusvalor, es decir, al cociente entre el plustrabajo y el trabajo necesario, o entre el plusvalor (pv) y el salario (capital variable, v):
p’ = pv / v
Como vamos a ver, que la explotación sea mayor o menor no tiene relación con que el salario real del trabajador sea más bajo o más alto. Este puede ser muy alto y el grado de explotación muy alto también, o puede ser muy bajo y la tasa de plusvalor muy baja también. El salario real tiene que ver con v, pero la explotación tiene que ver con el cociente pv/v. La tasa de plusvalor es un porcentaje, y este porcentaje puede ser mayor en un país más desarrollado que en otro con un grado de explotación menor. Ello se debe a que si los salarios son altos relativamente pero la productividad más alta aún en términos relativos, aunque en el primero se trabaje siete horas (en lugar de 8), la mayor productividad puede hacer posible que la masa de los bienes de consumo del trabajador se reproduzcan en 2 horas de trabajo en vez de 3. Por tanto, en el primer país la tasa de plusvalor sería (7-2) / 2 = 5/2 = 250%, mientras que en el segundo sería sólo de (8-3)/3 = 5/3 = 167%.
Otra cuestión en torno al plusvalor es la diferencia entre el plusvalor absoluto y el relativo. El plusvalor absoluto aumenta cuando aumenta la duración o la intensidad de la jornada laboral. Si el valor de la fuerza de trabajo está dado (3 horas, por ejemplo) y el trabajo se amplía de 8 a 9 horas, entonces el plustrabajo sube de 5 a 6 horas (si la intensidad del trabajo no sube al mismo tiempo). Asimismo, si la jornada laboral se mantiene pero el trabajador se ve sometido a un ritmo más elevado de trabajo o interviene cualquier otro factor que aumente la «densidad» (intensidad) del trabajo, es decir, que rinda más horas en la jornada laboral, entonces el plustrabajo aumentará también. Según Marx, la tendencia al aumento del plusvalor absoluto es un hecho desde principios del capitalismo, pero a medida que este se desarrolla se amplía también la incidencia de otra forma de aumentar el plustrabajo, que es mediante el aumento del plusvalor relativo (véase la figura 10.1). El enorme incremento de la productividad debido a la constante introducción y mejoramiento de las máquinas disminuye el valor de las mercancías que entran en el consumo de los trabajadores, y por tanto el valor de la fuerza de trabajo, haciendo posible la reducción del trabajo necesario.
Figura 10.1: Plusvalor absoluto (alargamiento de la jornada de trabajo) y plusvalor relativo (reducción del trabajo necesario)
Recordando ahora por qué llamaba Marx «capital variable» al dinero invertido por el capitalista en comprar fuerza de trabajo (v), y por qué el invertido en comprar medios de producción era el «capital constante», podemos volver al esquema que estudiamos en el tema IV, modificado, para expresar la realidad de la explotación y la aparición del plusvalor.
Figura 10.2: El origen del plusvalor a partir del capital variable
Lo que muestra la figura 10.2 es que la misma c que está en M reaparece en M’, sin cambio en su valor, mientras que v, al cambiarse por fuerza de trabajo, da el poder al capitalista para extraer de esa fuerza de trabajo una cantidad de trabajo superior a la que contiene v, es decir, v + pv.
3 Depauperación, rentabilidad y crisis
El incremento de la explotación se expresa como depauperación [empobrecimiento] de los trabajadores, que es una depauperación relativa. Veamos. Hemos visto que el incremento de la productividad debido a la máquina hace disminuir el valor unitario de las mercancías y también el valor de cualquier cesta de mercancías. Si reunimos en una cesta el conjunto de mercancías que se necesita para mantener al trabajador en su nivel de vida habitual, y nos preguntamos por el valor de esa cesta, la respuesta es claramente que también el valor de la cesta tiende a disminuir a medida que aumenta la productividad del trabajo. Pues bien, habíamos dicho que el valor de la fuerza de trabajo es precisamente el valor de esa cesta; por tanto, vemos que la tendencia es hacia una disminución del valor de la fuerza de trabajo. Como esta disminución no va acompañada de una disminución equivalente de la jornada laboral, esto significa que el simple incremento de la productividad hace que la línea que separa el trabajo necesario y el plustrabajo en la figura 10.1 tienda a desplazarse hacia la izquierda. Luego vemos que el desarrollo económico ligado a la mecanización y el aumento de la productividad del trabajo aumenta por sí solo el grado de explotación de los trabajadores.
Visto desde un punto de vista complementario, lo que ocurre es que la parte que representa el salario en la jornada laboral disminuye. A nivel macroeconómico, la parte de los salarios (la remuneración de los asalariados para el conjunto de los trabajadores) en la renta nacional, siendo esta la expresión monetaria del valor nuevo creado por ese conjunto de trabajadores, tiende a disminuir. Esto es lo que llama Marx (y ya Ricardo lo había comprendido) la disminución del «salario relativo» [15], que se expresa también como «depauperación relativa de los trabajadores». Si llamamos SR al salario relativo, vemos que está relacionado inversamente con la tasa de plusvalor, ya que SR es igual al cociente entre el salario (v) y el valor añadido (v + pv); por tanto, si en este cociente dividimos numerador y denominador por v, tenemos:
SR = v/(v + pv) = (v/v) / (v/v + pv/v) = 1 / (1 + p’).
Vemos, por tanto, que cuando aumenta la tasa de plusvalor (p’) disminuye el salario relativo; y lo mismo ocurre si despejamos en la ecuación anterior p’, ya que:
1 + p’ = 1 / SR à p’ = (1 / SR) – 1
(por tanto, cuando disminuye el salario relativo, la tasa de plusvalor crece).
Lo importante es comprender las relaciones entre los tres tipos de salario: el salario nominal, el salario real y el salario relativo. El primero es el salario expresado en dinero, el salario monetario. El salario real es el equivalente en bienes y servicios del salario monetario. El salario real puede aumentar o disminuir aunque el salario nominal no varíe, ya que es precisamente el cociente entre el salario nominal y el índice de precios (de las mercancías que entran en el salario). Y el salario relativo es lo que acabamos de ver. Por tanto, es fundamental entender que el salario real puede aumentar en el tiempo, y al mismo tiempo el salario relativo disminuir en el tiempo. De hecho, para Marx esas serían las dos tendencias que se impondrían en el largo plazo [16], algo que no sólo es importante económicamente hablando sino que tiene también una importancia política decisiva. El aumento del salario real, al permitir a los trabajadores el acceso a una mayor cantidad y variedad de bienes y servicios, tiende a dejarlos satisfechos en su consumo y a integrarlos progresivamente en las pautas de funcionamiento del sistema capitalista. Por el contrario, el descenso del salario relativo hace más evidente el desnivel existente y creciente entre los propietarios y los trabajadores, haciendo aumentar el descontento y la rebeldía de quienes experimentan esa caída. Si el aumento del salario real es una fuerza centrípeta hacia el interior del sistema, la caída del salario relativo es una fuerza centrífuga que hace aumentar la sensación de repelencia por el sistema que experimentan los trabajadores.
Pero hemos dicho que todos estos fenómenos que se expresan finalmente en la depauperación relativa de los trabajadores se deben, en último término, a la tendencia al incremento de la productividad. Ahora bien, ¿cómo y por qué se produce dicho incremento? La respuesta es: gracias a la mecanización de la producción, o incorporación creciente de máquinas en el proceso productivo. Para Marx, este aumento de la mecanización se expresa simultáneamente en el aumento de tres indicadores íntimamente relacionados entre sí: la composición técnica del capital (ctc), la composición orgánica del capital (coc) y la composición en valor del capital (cvc).
La composición técnica del capital es la relación física o técnica que existe entre los medios de producción y la fuerza de trabajo. Cuando un trabajador pasa a enfrentarse con dos máquinas en vez de una, o con una más aparatosa que antes, o con más medios de producción en general, se está produciendo un incremento en la composición técnica del capital. Visto al revés, cuando se produce un desplazamiento de la mano de obra, ya sea por un robot, ya de forma que una máquina o un autobús (por poner un ejemplo) pasa a funcionar con un menor requerimiento de trabajo vivo, esa relación técnica también se está modificando a favor de la máquina. Por otra parte, cuando ambos fenómenos se expresan en términos de valor, la creciente mecanización se transforma en una capitalización creciente (mayor adelanto de dinero) del proceso productivo; es decir, por cada trabajador hay que hacer una mayor inversión en capital constante dado que aumenta el volumen físico de elementos del capital constante que están en relación con el trabajador: esto es el incremento de la composición orgánica del capital. Por último, cuando se tienen en cuenta todos los fenómenos que afectan a la evolución del valor del capital constante (c) y a la evolución del valor del capital variable (v), la relación final c/v es la que expresa la composición en valor del capital; por tanto, el aumento de la composición en valor de capital significa la subida del cociente c/v.
Para Marx, la composición en valor tiende a crecer pero dentro de una dinámica más compleja donde el cociente c/v de hecho fluctúa: a veces sube y a veces baja, dado que, aparte de la tendencia a crecer de la composición técnica, hay otros factores que afectan al valor de los elementos que integran el capital constante y el capital variable. Si se dejan de lado estos últimos factores, entonces la composición técnica siempre creciente se expresa en una composición orgánica siempre creciente también. Y ello ocurre porque, como escribe Marx en El capital, a la composición en valor, «en tanto se determina por la composición técnica del mismo y refleja las variaciones de esta» [17], la denominamos composición orgánica del capital.
La rentabilidad del capital a escala agregada es un factor de suma importancia para la dinámica global del capitalismo, algo que no puede sorprender a nadie ya que, como sabemos, el objetivo último de la producción capitalista es la obtención del máximo beneficio posible, y a este objetivo se sacrifican todos los demás. Pues bien, la rentabilidad, que es un porcentaje, es el indicador de que las cosas van bien o mal desde este punto de vista global. Una empresa cien veces mayor que otra obtendrá por lo general unos beneficios muy superiores a los de esta última, pero lo que cuenta no es si el beneficio total es 300 o 400, por ejemplo, sino si el beneficio total comparado con el capital invertido es mayor o menor: esto es lo que expresa ese porcentaje de rentabilidad que es la «tasa de beneficio» (20%, 30%, 12%...), r, es decir, el cociente entre el beneficio (B) y el capital invertido (K):
r = B / K.
En términos de Marx, la tasa de beneficio, o tasa de ganancia (g), se escribe como el cociente entre el plusvalor (cuya expresión monetaria es el beneficio) y la suma de capital constante y variable adelantados:
g = pv / (c+v);
ahora bien, si dividimos el numerador y el denominador de este cociente por v, la expresión de la tasa de ganancia se convierte en:
g = (pv/v) / (c/v + v/v) = p’ / (cvc + 1).
Esto quiere decir que la rentabilidad g depende positivamente de la tasa de plusvalor (es decir, de la explotación) y depende negativamente de la composición en valor del capital (el desplazamiento de la mano de obra por máquinas). ¿Cuál de estos dos factores llevará la voz cantante e impondrá su dinámica a la rentabilidad? Veamos. Hemos dicho que la explotación tiende a crecer, pero ese crecimiento no es ilimitado sino que se verá frenado por la resistencia que oponen a la misma los trabajadores (sindicados o no). Podríamos decir que p’ aumenta pero a un ritmo no demasiado grande dado que la tendencia al alza se ve frenada de esta manera. Por otra parte, hemos visto que cvc, la composición en valor del capital, tiende a crecer pero no siempre, sino que pasa por fases alcistas y fases bajistas. Si nos fijamos en las tendencias en sí, diríamos que la tasa de plusvalor sube pero más despacio que la composición de capital, ya que la oposición que por definición encuentra la explotación no la encuentra el desplazamiento de la mano de obra por la máquina. Por consiguiente, si el denominador crece más rápidamente que el numerador, la evolución del cociente tiene que ser, como tendencia, una evolución a la baja.
Esto es precisamente lo que da lugar a la marxiana «ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia», aunque esta, que es algo más complejo que Marx estudia en tres pasos, puede ser considerada como «la ley más importante de la economía política». La ley tiene, como decimos, tres componentes: 1) la tendencia en sí, 2) las contratendencias y 3) las contradicciones internas de la ley.
La tendencia de la rentabilidad a largo plazo es al descenso. ¿Por qué? Porque el capital encuentra la fuente del beneficio en el trabajo directo que desarrollan los trabajadores de sus empresas. Ahora bien, para explotar al máximo a sus trabajadores y, al mismo tiempo, para sobrevivir en la lucha competitiva, cada capitalista encuentra que el medio imprescindible es la mecanización y capitalización creciente de sus procesos productivos, mecanización que desplaza progresivamente la mano de obra que es, como si dijéramos, la gallina de los huevos de oro del capitalista. Cada capitalista necesita la máxima cantidad posible de trabajadores porque son ellos los que lo enriquecen y hacen crecer su capital; pero al mismo tiempo ese mismo capitalista necesita que cada trabajador rinda la mayor cantidad posible de beneficio y que los competidores no disminuyan dichos beneficios arrojándolo fuera del mercado; y para esas dos cosas necesita la máquina, la mecanización, es decir, la sustitución de capital variable, que es el rentable, por el capital constante, que no crea valor ni plusvalor. Como veremos, este el origen de las contradicciones y de la propia ley.
Pero si hay tendencia puede haber contratendencias, y de hecho eso es lo que ocurre. Si los capitalistas como clase consiguen dominar y someter a los trabajadores hasta hacerlos incapaces de oponerse a un aumento de la explotación, siempre querido por el capital; si el aumento de la productividad abarata las mercancías que integran el equivalente del salario, generando plusvalor relativo; si esa misma productividad abarata los elementos del capital constante, haciendo que el valor del capital constante no crezca tan rápidamente o incluso que no crezca, o incluso que decrezca…; todo estos son factores que frenan la tendencia dominante y hacen que la rentabilidad no descienda tan rápidamente o incluso deje de crecer o incluso aumente.
Pero debe tenerse en cuenta que la «ley» no consiste sólo en la evolución de g, sino también en la evolución de pv (o de su expresión monetaria, B, los beneficios). Para aumentar los beneficios totales (B), el capital total tiene (como se ve en la ecuación siguiente) dos recursos, por así decir: aumentar la rentabilidad (g) o aumentar el volumen del capital (K):
B = g · K.
Aunque descienda a largo plazo la rentabilidad (g), los beneficios pueden seguir creciendo si el crecimiento del capital (K, es decir la suma de capital constante y variable: K = c + v) compensa o supera la caída de g. Por tanto, las empresas pueden seguir teniendo beneficios crecientes (B) aunque su rentabilidad evolucione a la baja (g). Pero si el medio para conseguir esa compensación es aumentar aún más el capital, lo que se está haciendo es alargar y ampliar las dimensiones del problema, puesto que es el incremento del capital lo que genera las tendencias dominantes que desembocan en la ley. La ley es por tanto doble: tendencia a la disminución de la rentabilidad y tendencia al aumento de las ganancias por medio del aumento del capital.
Pero esta última tendencia puede entrar en crisis si se dan las condiciones para que se detenga el crecimiento de las ganancias. Y lo que es inevitable es que, mientras la rentabilidad descienda, podrá tardar más o menos, pero la tendencia a que los beneficios en términos absolutos dejen de crecer en un momento determinado sobreviene ineluctablemente, convirtiendo la acumulación de capital, que poco a poco se ha ido haciendo sobreacumulación de capital sin que se percibiera exteriormente, en una crisis, crisis precisamente de «sobreacumulación de capital»: el carácter de sobreacumulación del proceso previo de acumulación durante el último periodo se manifiesta ahora, abruptamente, en una evidencia, porque sale a la luz con todas sus contradicciones.
Lo primero que hay que ver es por qué hemos dicho que esto ocurre ineluctablemente. Partiendo de B = g · K, y expresando esta ecuación en términos de derivadas en el tiempo, es decir, como B* = g* + K* [18], de lo que se trata es de mostrar que las ganancias tienen necesariamente que dejar de crecer (es decir, B* se tiene que hacer igual o menor que cero) a partir de un determinado punto. Téngase en cuenta que esto no significa que la causa de la crisis sea que B* ≤ 0, sino que la crisis que ha desencadenado la sobreacumulación puede haber sido de un tipo u otro pero siempre se habrá expresado en forma de B* ≤ 0.
Pues bien, dado que B* = g* + K*, y dado que:
- la tendencia de g a caer implica que a largo plazo g desciende a una determinada tasa porcentual anual, digamos a la tasa negativa «– a»;
- K* es la tasa de variación en el tiempo del capital, es decir la inversión (I) dividida por el capital (K) y, por tanto, K* se puede descomponer como K* = I/K = (I/B)·(B/K);
- I/B es la tasa de inversión, o parte de los beneficios que se invierten en nuevo capital, que podemos llamar i, y B/K es la propia tasa de ganancia, g;
dado todo eso, tenemos que
B* = -a + (I/B)·(B/K) = -a + i·g.
Y, por tanto, la crisis de sobreproducción se producirá cuando B* ≤ 0, es decir, cuando (-a + i·g) ≤ 0, cosa que, despejando, se ve que sucede cuando
g ≤ a/i.
Resumiendo lo dicho hasta aquí, la caída de la rentabilidad no genera la crisis en sí misma; de hecho, buena parte de la expansión se produce con g cayendo. Pero si esta caída se mantiene en el tiempo, llegará necesariamente un momento en que el valor de g será igual o inferior al cociente (a/i), y es en ese momento cuando estalla la crisis de sobreacumulación.
La crisis es de sobreacumulación porque se entiende en ese momento que la acumulación venía siendo excesiva, es decir, se estaba prolongando demasiado en el tiempo y se estaba llevando a cabo de forma cada vez más compulsiva y sobredimensionada. El remedio ha de ser entonces algo parecido a la «subacumulación», es decir, se debe frenar la inversión (acumulación de capital), y ese es el origen de una serie de males. Como la demanda de inversión es uno de los cuatro componentes de la demanda agregada, la producción va a disminuir como consecuencia de que, al frenarse la inversión, se pierden las ventas potenciales de máquinas y otros medios de producción que otras empresas harían a las que han frenado sus planes de inversión. La caída de la producción, junto a la de los beneficios, lleva a las empresas a despedir trabajadores y a dejar de contratar a nuevos trabajadores, todo lo cual significa también una caída en las rentas salariales totales que agrava el problema al hacer que el consumo, el principal componente de la demanda, disminuya a su vez. En definitiva, la caída de capital hace que la producción se hunda, pero este es el único medio que permite sentar las bases para que la producción se recupere en el futuro. Para ello, la rentabilidad tiene que recuperarse, y para eso se tiene que producir el descenso del denominador en g = B / K.
Todo esto es «el desarrollo de las contradicciones internas de la ley» a las que se refiere Marx. Como he escrito en otra parte, se podrían resumir así:
Una de las contratendencias básicas es la propia crisis de sobreacumulación que, al detener momentáneamente la alocada carrera colectiva hacia la acumulación, hace crecer repentinamente el desempleo y quebrar o desaparecer a los capitalistas menos preparados para continuar en la carrera de los beneficios (en último término son menos eficientes los que consiguen menores beneficios y por tanto menos posibilidades de crecer mediante la acumulación). De esta forma parte del capital creado en exceso durante la sobreacumulación oculta o subterránea se destruye y desaparece en cuanto valor, ya se produzca o no al mismo tiempo la destrucción o desecho real de sus elementos materiales.
El capital que sobrevive y al mismo tiempo sale reforzado y crecido de esa crisis tiene que volver a empezar de nuevo. Y así, uno tras otro, cada ciclo hace que los desequilibrios, compulsiones, crisis y derrumbes periódicos de la acumulación, se repitan cada vez a una escala mayor y más elevada, en un movimiento sin fin y en espiral lleno de contradicciones que sólo puede hacer cada vez más cercano el final del sistema. Como escribe Marx, «el propio capital se convierte en el principal obstáculo del capital»: el fin y objeto del capital, su crecimiento a base de nuevas y crecientes cantidades de trabajo expropiado, se ve contradicho cada vez más por el medio que utiliza en su crecimiento: la expulsión del trabajo creador de valor y su sustitución por máquinas que no lo crean. [19]
4 Conclusión
Para Marx, el sistema capitalista no debe ni puede durar porque no permite a los trabajadores una vida digna de seres humanos sino una condición de moderna esclavitud, y los trabajadores darán fin a la postre a ese estado de cosas. Las crisis económicas, cada vez más frecuentes y profundas, son la prueba de que el sistema no sirve para reproducir la vida en condiciones factibles y no puede satisfacer realmente las necesidades de la población. Puede que el salario de los trabajadores vaya en aumento a largo plazo (aunque no ocurrirá lo mismo con los periodos en que los beneficios de los capitalistas entran en crisis, probablemente más numerosos y frecuentes a medida que se desarrolla el capitalismo) pero el salario relativo disminuye y eso sólo es uno de los factores por los que finalmente los trabajadores se harán conscientes de que la solución no tiene nada que ver con el nivel salarial u otras posibles mejoras de su nivel de vida. Los trabajadores comprenderán finalmente (y obrarán en consecuencia) las enseñanzas de la teoría laboral del valor, es decir, la Economía y la filosofía de Marx, y entenderán que ninguna reforma es posible, sino la sustitución de este sistema asalariado por otro muy distinto, donde no habrá clases sociales contrapuestas sino una asociación de hombres y mujeres libres.
La clave de esa comprensión consiste en captar la naturaleza real del capital. Una vez que se identifica el beneficio como plustrabajo, y por ende el capital como trabajo no pagado por los capitalistas, trabajo expropiado a sus productores y acumulado sucesivamente en el pasado por los antecesores de los capitalistas y por ellos mismos, los trabajadores comprenden y deciden que los medios de producción les pertenecen, y sencillamente los reclaman lo suficiente como para apoderarse de ellos. En términos de lo que Marx escribe en el Manifiesto comunista y repite en El capital, los expropiadores serán expropiados. Seguramente para hacer posible este cambio revolucionario hará falta una revolución que quite al poder a los capitalistas, y habrá que mantener un tiempo los resultados de esa revolución sustituyendo la dictadura burguesa actual por la dictadura obrera (dictadura del proletariado). Una vez conseguido auténticamente el poder, la clase asalariada y las demás clases se disolverán y el Estado se extinguirá para dar paso a la libre asociación de productores, formada al fin por hombres y mujeres libres.
La teoría de Marx, la teoría de por qué y cómo desaparece el capital, es decir, por qué y cómo se acaba con el capital, es evidentemente «la teoría contra el capital». Desde el punto de vista de la Economía, se trata de la crítica y superación de «la teoría del capital» expuesta por los mercantilistas, los fisiócratas y los clásicos (temas 8 y 9).
5 Recapitulación
Marx tenía una concepción materialista de la historia, según la cual la historia no es primariamente una cuestión de ideas sino de hechos, es decir, los hechos de los hombres y las mujeres realmente existentes, y el hecho del trabajo (la producción) en primer lugar; según él, es la realidad social la que explica la conciencia social, y no al revés. Pero el trabajo en una sociedad de clases está siempre mal distribuido: unos trabajan demasiado para que otros puedan no trabajar. El análisis de la evolución de la sociedad de clases debe ser dialéctico, basándose en que en el seno de un tipo de sociedad germina su negación en forma de otro tipo de sociedad distinto que pugna con el primero para, finalmente, producir una síntesis que conserva y supera a ambas formas sociales.
Pero si para el Marx pre-economista, el trabajo está alienado, para el Marx economista el trabajo está ante todo explotado. Los propietarios de los medios de producción, sus monopolistas, se enfrenta a otra clase social que no tiene otra propiedad que su propia fuerza de trabajo: los asalariados. En el terreno de la producción, los capitalistas adelantan un capital monetario para comprar los elementos del capital «constante» (los medios de producción, cuyo valor reaparece en la mercancía producida) y pagar el capital «variable», es decir, los salarios de los trabajadores. La tesis principal de la teoría laboral del valor se aplica también a esta mercancía (la fuerza de trabajo), de forma que su valor viene dado por la cantidad de trabajo necesaria para producir los medios de subsistencia de los obreros; el capitalista paga este valor y a cambio obtiene la libre disposición de esta mercancía, es decir, el aprovechamiento del trabajo que esta es capaz de realizar. Por tanto, una parte del trabajo no es pagada y ese plustrabajo es el origen del plusvalor y el beneficio.
Para someter al trabajador y tener éxito en la competencia, el capitalista debe elevar la composición de su capital (sustituir trabajo directo por máquinas). Esta tendencia es más fuerte que la tendencia paralela al aumento de la explotación (o depauperación de los trabajadores), y juntas desembocan en la tendencia descendente de la tasa de ganancia (la ley más importante de la economía política, según Marx). Cuando la tasa de ganancia cae más allá de cierto punto, la propia masa de ganancia desciende y ese es el momento en que la sobreacumulación latente se convierte en crisis manifiesta. El capital entra en contradicción consigo mismo porque su objetivo, el máximo beneficio gracias al plustrabajo, se obtiene mediante un mecanismo que tiende a minimizar el plustrabajo.
El modo de producción capitalista será superado (tras una revolución) por un modo de organización social donde las clases habrán desaparecido y sólo quedará el trabajo libre y asociado de todos los miembros de la población. Para esa revolución se requiere la conciencia de lo que el capital es: plustrabajo de los trabajadores acumulado en el pasado por sus apropiadores o expropiadores, los capitalistas; por eso, cuando los trabajadores se decidan a reclamar lo suyo, expropiarán a su vez a esos expropiadores poniendo fin al capitalismo.
6 Para seguir leyendo
Una buena introducción al Marx no economista es Marcuse, en el apartado «Los fundamentos de la teoría dialéctica de la sociedad»: vid. Herbert Marcuse (1941): Razón y Revolución. Madrid: Alianza, 1972; aunque lo mejor es leer el libro del propio Marx y de Engels (1974): La ideología alemana, Barcelona: Grijalbo, 5ª ed. La mejor biografía de Marx es posiblemente la de un enemigo ideológico: Isaiah Berlin (1939): Karl Marx. Su vida y su entorno, Madrid: Alianza, 2000. Entre filosofía y economía se desarrolla el libro de Felipe Martínez Marzoa (1983): La filosofía de ‘El Capital’, Taurus, Madrid.
Sobre la teoría del valor y del plusvalor, pueden usarse dos buenos libros en español: Duncan Foley (1986): Para entender El Capital. La teoría económica de Marx, Fondo de Cultura Económica, México, 1989; Michael Heinrich (2004): Crítica de la economía política. Una introducción a El capital de Marx, Madrid: Escolar y Mayo editores, 2008. A estos puede añadirse Ben Fine; A. Saad-Filho (2003): Marx’s Capital, Londres, Pluto Press.
Sobre depauperación puede verse D. Guerrero (2000): «Depauperación obrera en los países ricos», en D. Guerrero (ed.): Macroeconomía y crisis mundial, Madrid: Trotta, pp. 225-243; así como Guerrero (2006): La explotación. Trabajo y capital en España (1954-2001), Barcelona: El Viejo Topo, donde también se trata la cuestión de la rentabilidad. Sobre la tasa de ganancia y la crisis, puede leerse el artículo de David Yaffe (1973): «La crisis de rentabilidad», En Teoría, nº 1, abril‑junio 1979, pp. 65‑91; así como las tesis doctorales de D. Guerrero (1989): Acumulación de capital, distribución de la renta y crisis de rentabilidad en España (1954-1987), Madrid: Universidad Complutense; y Sergio Cámara (2003): Tendencias de la rentabilidad y de la acumulación de capital en España (1954-2001), Tesis doctoral, Madrid: UCM.
Sobre las teorías marxianas de la acumulación de capital y las crisis, el libro más imprescindible es el de Henryk Grossman (1929): La ley de la Acumulación y del Derrumbe del sistema capitalista, Siglo XXI, México, 1979.
Referencias bibliográficas
Berlin, Isaiah (1939). Karl Marx. Su vida y su entorno. Madrid: Alianza, 2000.
Guerrero, Diego (2008). Un resumen completo de 'El capital' de Marx. Madrid: Maia.
Marx, Karl (1848). «Discurso sobre el libre cambio», en La Miseria de la Filosofía. Moscú: Progreso.
Marx, Karl (1852). El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Madrid: Alianza, 2015.
Marx, Karl (1861-63). Teorías sobre la Plusvalía, 3 vols. Buenos Aires: Cartago, 1974.
Marx, Karl (1867). El capital, libro I. Madrid: Siglo XXI de España, 2017.
Marx, Karl (1871). La guerra civil en Francia. Madrid: Ayuso, 1976.
Marx, Karl (1894): El capital, libro III. Madrid: Siglo XXI de España, 2017.
Marx, Karl; Engels, Friedrich (1848). Manifiesto comunista, ed. Pedro Ribas. Madrid: Alianza, 2011.
Marx, Karl; Engels, Friedrich (1973): Correspondencia, Ed. V. Adoratski, 1934. Buenos Aires: Cartago.
Mill, J. S. (1848). Principios de economía política con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social. México: Fondo de Cultura Económica, 1951.