Una de las más asombrosas victorias en la batalla de las ideas por parte del capitalismo consiste en haberse situado como adalid del libre mercado. Esta victoria es aún más salvaje cuando ha conseguido que incluso el oponente se presente como contrario al mismo. Es curioso, porque no ha existido ni una sola formación social en la historia que haya tenido la más mínima relación con el libre mercado, ni que lo haya planteado como utopía tan siquiera, y mucho menos nuestras modernas sociedades capitalistas asentadas en la expropiación de lo comunal. Eso sí, sectores productivos enteros han dejado de estar bajo el control de la administración estatal para pertenecer a corporaciones supranacionales, procesos que han sido denominados a menudo como «liberalización». Las palabras no son neutrales, y la palabra «libertad» ha sido subsumida terriblemente bajo la apologética capitalista.
Que se hayan desviado nuestros esfuerzos contra el mercado, en lugar de contra la explotación, nos sitúa automáticamente en la marginalidad del debate de las ideas. Y la cuestión de la migración no ha sido excepción, siendo tomada también por esta misma derrota. Para deshacernos de ella, tenemos que darnos la opción de acercarnos desde una perspectiva distinta. Este breve artículo propone algunas notas sobre cómo conseguirlo.
Los libres mercados de la carne
El circuito globalizado de capitales y mercancías no es un entramado de relaciones económicas libremente consensuadas a través de una espontánea mano invisible, sino que comporta un consistente entramado de violencia de todo tipo. Hablamos de imperialismo para poner sobre la mesa esta lucha que unas veces desemboca en guerras, otras en asedios económicos, injerencias de todo tipo, etc. El mismo nacimiento y la misma esencia de los estados nación está inscrita en esta dinámica.
La capacidad que tiene una formación social de atraer/importar/expropiar más capitales que los que le son extraídos, coloca al estado que la custodia en una posición más central o más marginal en la escala imperialista internacional.
Podemos leer la migración como muchas cosas, pero es necesario que entendamos que, en el capitalismo, la fuerza de trabajo es una mercancía, y que las vidas en circulación son capital variable encarnado. Se trata, con Marx, no de estudiar al hombre sino al proceso histórico dado, para no empañarnos en consignas. Para ello, propongo hacer una breve crítica de las formulaciones más conocidas sobre la migración.
La migración es un proceso natural en la historia, ha existido siempre
Esta idea encuentra sus aliados progresistas, ya que parece combatir la xenofobia de quien condena a alguien por dejar su tierra. Se afianza en un hecho real: la falacia del esencialismo nacional, el nacionalismo como construcción ideológica que configura el blindaje de las formas de dominación de una formación social por parte de las clases subalternas. No obstante, evidenciando la arbitrariedad de las fronteras, pretende naturalizar la migración presentándolo como un hecho transhistórico. Esto puede terminar escondiendo el hecho de que la migración persiguiendo recursos ambientales es totalmente distinta a la migración bajo los flujos del capital. La circulación internacional de capitales y mercancías pertenece a la economía política, es organizada en base a decisiones políticas, construcciones sociales. Se trata de una manifestación imperialista de dominio de unos estados sobre otros. Por tanto, el sufrimiento que supone abandonar tu propia tierra a la fuerza bajo un orden social humano, por tanto, evitable, cuestionable, que se asientan en la miseria, la desigualdad, el hambre y la guerra organizadas a escala mundial, de naturaleza totalmente humana. El ser humano ha explorado nuevas tierras desde siempre. Pero el hecho ecológico de adaptación a los circuitos ecosistémicos, propio de todas las especies, se asemeja sólo superficialmente a la migración en la era capitalista. Ya que en nuestros tiempos, no tratamos de adaptarnos a la estructura de los ecosistemas, sino a la disciplina humana, que no es un designio ni divino ni natural. Las personas que dejan su tierra porque en ella no tienen acceso a los medios para subsistir en condiciones de dignidad, deben recibir protección por su situación de extrema vulnerabilidad. Pero no por ello olvidar que el desarrollo desigual de las diferentes formaciones sociales, en nuestra estructura imperialista internacional, se corresponde con el expolio internacional de capitales y mercancías. En este sentido, hemos de poner bajo esa misma lupa crítica la reivindicación de papeles para toda/os.
La persona migrante es un héroe liberal
Asume riesgos, cree en la salvación individual a través del esfuerzo personal pese a unas condiciones socioeconómicas adversas, se sobrepone a los límites estatales y enuncia un discurso de superación basado en la creencia en las posibilidades de los países más centrales de la cadena imperialista. Es decir, el migrante puede presentarse como un héroe de la tragedia liberal. En EE.UU. se utiliza la expresión dreamers, soñadores, para referirnos a migrantes sin permiso de residencia pero que han conseguido titulación académica estadounidense, o incluso trabajan. ¿Qué sueñan los dreamers? Sueñan el sueño americano, y su esperanza llegar a ser un ciudadano influyente, esto es, una mercancía bien valorada o un gestor del capital, revitaliza la creencia en las posibilidades de ascender socialmente. Es decir, estas personas vienen de fuera, pero refuerzan la lógica ideológica interna, la de que cualquiera puede llegar a ser rico, básicamente.
Si bien el caso estadounidense es el más explícito, la permanente construcción del relato de la persona migrante como alguien que busca una vida mejor, está directamente implicando una legitimación de nuestras sociedades. De esa manera, el amor al migrante viene dado muchas veces por el amor a cómo el migrante ama nuestra tierra, es decir, un retorcido mecanismo de autovalidación.
La migración supone un enriquecimiento multicultural
La migración supone un gran enriquecimiento, sin duda. La fuerza de trabajo que escapa de un mercado limitado, del mercado laboral de su tierra, buscando ser mejor valorada, es seleccionada de forma más ejemplar que aquellos negreros que miraban los dientes a los esclavos en venta. Ahora, hasta se ahorra el transporte, viene por sus propios medios, asumiendo unos riesgos que a menudo terminan con la propia vida. Las personas migrantes viven unas circunstancias de marginalidad que no corresponden, a menudo, con el estatus de formación y origen de clase en sus países de origen. Mucha nueva pequeña burguesía intelectual, cuadros del sistema de países periféricos respecto al poder imperialista, viven en barrios y con salarios que no pertenecen a su posición socioeconómica. Eso no sólo implica acumulación capitalista, sino que repercute en la sociedad íntegramente. La fractura social que ejerce el nacionalismo y la xenofobia dificulta que esa riqueza sea organizada de parte de las clases subalternas.
Cuando hablamos del enriquecimiento multicultural ignorando el resto de dimensiones que supone la inmigración: el sufrimiento, el robo, etc., y lo revestimos con la fiesta del relato, donde todo se solucionará sólo con tenernos los unos a los otros en cuenta, caemos en una terrible falacia progre-liberal que esconde el drama, sus causas y sus consecuencias.
Vienen a quitarnos el trabajo
La falacia conservadora por excelencia, que ha intentado ser desarticulada a menudo desde un humanismo caduco que, de nuevo, esconde la materialidad de la herida. Este lema derechista se fundamenta, sin embargo, en enunciar una verdad que el humanismo progre-liberal esconde: es el mercado de trabajo, la mercancía fuerza de trabajo/vida humana, la que está en juego. Y desarticular esta tesis es tan sencillo como señalar que el trabajo no es nuestro, es por esto que no nos lo pueden quitar. Los medios de producción, el lugar donde el trabajo se ejerce, no nos pertenece. El trabajo pertenece a quien detenta la propiedad de los medios de producir capital, y no hace falta señalar que «los de aquí» no somos propietarios ni directos ni indirectos de los medios de producción «de aquí». Es más, el capital español está fuertemente internacionalizado bajo el imperialismo, ejerciendo dominación sobre otras formaciones sociales y sufriendo dominación por otras. Pero señalar este elemento implica impugnar las tópicas que el liberalismo defiende, es por lo que, curiosamente, los movimientos fascistas surgen al amparo de la lógica liberal.
Mercancía es lo que somos
Sin más. Si no asumimos eso, no asumimos que estamos en competencia y que, por tanto, los movimientos para prestigiar o desprestigiar a elementos del mercado van a ser defendidos por buena parte de esas mercancías prestigiadas. Ocurre a muchos niveles, y la clase trabajadora migrante no es una excepción.
El sufrimiento de las personas migrantes nos obliga a poner sobre la mesa el expolio y el robo organizado a nivel internacional. Esconderlo con humanismo paternalista, es una segunda muerte.
Las personas migrantes son explotadas en su totalidad, no sólo en el ejercicio de su trabajo, también en su propio viaje. La producción de defensas, la militarización de las fronteras, implica una desviación de capital a empresas que tienen ligazón muy directa con las fracciones de clase en el poder.
En concreto en España, la inversión en «seguridad» en las fronteras de la UE, en el período que va del 2004 a nuestros días, es la mayor de toda Europa con 484,8 millones de euros. Indra, Mora Salazar, GMV y Atos componen la cabeza nacional de la seguridad fronteriza en la Unión Europea. Indra, entre otras cosas, llevó a cabo el escrutinio de las últimas elecciones generales, siendo una de las grandes corporaciones en la investigación en defensa, transportes e infraestructuras. Además, es parte de tramas de corrupción como la Operación Lezo, vinculada a la financiación ilegal del Partido Popular. El 18,7% de su accionariado es propiedad de la empresa pública SEPI y es responsable de la inmensa mayoría de la valla de Ceuta y Melilla. Pues bien, esta misma compañía es responsable de buena parte del armamento que utiliza Arabia Saudí, pues Indra vendió a Arabia Saudí, Turquía o Qatar más de 450 millones de euros en productos relacionados con el armamento. En Cataluña, Indra está dirigida por Manuel Brufau, hermano de Antoni Brufau, presidente de Repsol y expresidente de Gas Natural.
La importancia que tiene Indra, que es sólo un ejemplo, en la toma de decisiones de nuestros gobiernos muestra una de las formas en las que se establece una fracción de clase en el poder.
La construcción del migrante como enemigo, amparada por la visión progre que ya hemos situado, permite sostener un poder político y un beneficio económico directo. Todo perfectamente engrasado con sangre humana. Tragedia para la cual cierto humanismo se erige en cómplice.
Bajo esta mirada que proponemos, ¿qué significa el slogan «papeles para todos»? ¿De parte de quién está? ¿Realmente es eso lo que necesitan las personas bajo el imperialismo?
No se trata de cerrar el debate, sino de abrirlo. De abrirlo realmente. Poniendo sobre la mesa la coalición entre el gran negocio de la guerra y el progresismo bienpensante y biensintiente, y que migrar es, ante todo, simbolizar el robo, llevarlo encima, llevarlo para siempre. Porque las heridas del capitalismo no se cierran con fiestas multiculturales. Al contrario, es necesario darle la vuelta: la fiesta y el encuentro debe ser auténtico encuentro que no niegue el drama, que ponga en común el drama, para poder ejercer la lucha común que tenemos delante.