[1]

La autoconsciencia, o consciencia de sí, sólo es posible si primero somos reconocidos por otros individuos. Desde que nacemos, incluso antes, somos investidos con ciertas expectativas, roles, responsabilidades, entre otras cosas, de acuerdo con los diferentes espacios sociales en los cuales nos desenvolvemos. Estas redes de significación, así como las interacciones que tenemos con otros individuos con quienes también compartimos estas redes y espacios, en las cuales estamos inmersos desde el comienzo, son constituyentes de nuestra subjetividad, de nuestra concepción como un “yo”. No sólo damos cuenta que somos un alguien que piensa y actúa de determinadas maneras, sino que somos un alguien que comparte espacios y prácticas con otras personas. Somos un alguien que pertenece a ciertos grupos y espacios. Para Mariflor Aguilar, la pertenencia tiene un papel fundamental en la constitución de la subjetividad de todo individuo, así como de toda organización social y política. La pertenencia es algo que nos precede, puesto que sólo en comunidad llegamos a reconocernos a nosotros mismos como personas, y alcanzamos nuestro mayor potencial.

No obstante, es claro que ninguna organización social y/o política funciona de una manera tan simple y directa. Como diría el filósofo holandés, Baruch Spinoza, somos seres pasionales, más dominados por los afectos que por la razón. Y, aunque podemos coincidir con respecto a los afectos que nos atraviesan, esto no garantiza que tengamos todos la misma imaginación de dichas afecciones. Nuestra manera de relacionarnos con los otros, como sujeto y colectividad, es múltiple, incluso infinita; y siempre estará determinada por las condiciones históricas, sociales, políticas, económicas, materiales, etc. ¿De qué manera las situaciones de violencia que vivimos en nuestro día a día afectan la constitución de nuestra subjetividad, la cual siempre es un proceso inacabado?

Así como la identidad de los individuos no puede concebirse sin considerarla unida a las colectividades en las cuales se desenvuelve, la violencia tampoco puede ser entendida sin considerarla como parte de todo proceso identitario, sea singular o colectivo. ¿Hasta qué punto son los propios discursos y estrategias de pertenencia los que ejercen y provocan actos de violencia, y no el incumplimiento de los acuerdos para pertenecer? ¿Qué ocurre cuando las investiduras que han tenido un papel crucial en nuestros procesos identitarios dejan de tener sentido?

Lo que se pretende a partir de esta breve compilación de textos escritos por la autora, es guiar al lector por diferentes discusiones y perspectivas, aunque todas relacionadas, sobre los procesos de construcciones identitarias, tanto singulares como colectivas. De igual forma, es mi esperanza que estos textos no sólo le sirvan al lector para reflexionar sobre las situaciones de extrema violencia a las cuales nos enfrentamos actualmente, sino que también sean una herramienta para pensar nuevas maneras de relacionarnos. Ante la violencia radical, es necesaria una solidaridad radical e incondicional.