Planteamos aquí las relaciones constitutivas entre saber y poder, entre sujeto y estado, entre lo psíquico y lo histórico y, en consecuencia, entre el psicoanálisis y el materialismo histórico [1]. En particular, planteamos las relaciones constitutivas entre las formas específicas de sujeto y estado existentes desde el siglo XVII hasta nuestros días y sus conexiones, también constitutivas, con las teorías científicas y el capital que aparecen y se desarrollan con ellos.

 

I

Hablar de relaciones constitutivas entre sujeto y estado choca frontalmente con las concepciones hegemónicas, en cualquiera de sus múltiples variantes, desde las que se concibe hoy en día al sujeto y al estado. De hecho, estas concepciones dominantes suponen el obstáculo epistemológico fundamental que hay que superar para poder afrontar adecuadamente las relaciones entre sujeto y estado y, en consecuencia, avanzar en su comprensión.

En efecto, en estas concepciones se plantean numerosos vínculos entre sujeto y estado pero, por muy fuertes o muy débiles que se piensen, siempre lo hacen desde la disposición de una exterioridad entre ambos. Sujeto y estado se sitúan en ámbitos que se influyen entre sí pero siempre a partir de una previa y radical heterogeneidad. Se considera que el sujeto, aunque se encuentre influenciado en mayor o menor grado por elementos culturales, es un ser que actúa libremente por su propia naturaleza; mientras que el estado es concebido como instrumento constituido racionalmente para la cultura por los propios sujetos, el cual interviene sobre ellos desde el exterior y/o mediante su interiorización en el seno del propio sujeto y que, según el caso, beneficia o perjudica la libertad natural de éste [2]. Por eso, el sujeto se contempla como naturalmente libre pero con el riesgo permanente de sufrir culturalmente algún tipo de opresión —política, racial, de género, etc.— ejercida por el estado cuando emplea su racionalidad con fines —ideológicos, religiosos, etc.— ajenos a la libertad natural; de ahí que el sujeto se encuentre con la paralela necesidad de su liberación, esto es: de la restauración de su libertad natural mediante la creación y la acción de formas de estado cuyo único cometido resida en el cuidado y gobierno racional de la libertad y, en consecuencia, se encuentren vaciadas de contenidos de cualquier tipo que sometan al sujeto substanciándolo culturalmente [3]. En definitiva, se supone de antemano que:

  1. El sujeto es un ser que actúa libremente por naturaleza.
  2. El estado es un instrumento constituido racionalmente para la cultura que
  3. se puede utilizar tanto para oprimir como para liberar al sujeto y
  4. lo libera cuando su racionalidad se limita a gestionar la libertad natural.

El sujeto es concebido como una «realidad natural» y el estado como un «útil cultural» con anterioridad al análisis de las relaciones existentes entre ellos. De ahí que, a partir de esta presupuesta dicotomía entre «naturaleza» y «cultura», sea posible plantear una multitud de relaciones entre sujeto y estado en torno al par opresión/liberación, pero en ningún caso una relación de la constitución simultánea de ambos. Desde ella resulta imposible trazar un nexo constitutivo entre sujeto y estado.

Si se quiere avanzar en el planteamiento de las relaciones constitutivas entre sujeto y estado, no cabe otra opción que comenzar por deshacer esta dicotomía naturaleza/cultura y, en particular, disolver los efectos devastadores que ha causado incluso en posiciones que nacieron abiertamente como planteamientos bien diferentes que deberían de servir para avanzar hacia el fin que nos proponemos. Se puede recurrir, por un lado, a Freud y concebir como psíquico el saber que fundamenta la actuación «libre» del sujeto, pero siempre que nos percatemos de que las pulsiones psíquicas, como insistía Lacan, no son los «instintos naturales» [4]; y se puede acudir, por otro, a Marx y entender el poder del estado —y en consecuencia la racionalidad que despliega— como histórico, pero siempre cuando reparemos en que «histórico» no es un sinónimo de «cultural». A partir de ahí, es posible empezar a plantear las relaciones entre sujeto y estado desde otra perspectiva, ya que entre lo «psíquico» y lo «histórico» se desvanece la heterogeneidad incompatible de partida existente entre lo «natural» y lo «cultural», permitiendo empezar a bucear en las relaciones constitutivas de ambos y a rastrear como lo psíquico y lo histórico son ininteligibles el uno sin el otro y, de paso, entender el porqué de la aplastante hegemonía actual de la dicotomía naturaleza/cultura.

Para ello, es muy conveniente, antes de nada, prestar atención a los elementos que se soslayan y se dejan indemnes por tratar las relaciones entre sujeto y estado a partir de esta dicotomía. Y resulta fácil de ver, en primer lugar, que uno de ellos está constituido por el espacio económico del capital, que desaparece del análisis y que sin embargo es lo que necesita imperiosamente la consideración de la libertad del sujeto como algo natural, para poder presentarse él mismo como natural, para poder declararse como la única forma de vida posible. Cuando, si algo mostró Marx en El Capital, es precisamente el origen no natural del capital, que éste surgió históricamente y que necesita cada día el cumplimiento puntual de la condición histórica de su existencia: que la fuerza de trabajo se presente como mercancía; lo que exige, por un lado, la actuación ideológica de sujetos libres, iguales y propietarios de sí mismos —haciéndolo como si fueran una «realidad» que existiese «naturalmente»—, pero también, y por otro, el ejercicio de una determinada forma de poder de estado con vista a la liberación de la fuerza de trabajo de cualquier tipo de sujeción que obstaculice su compra-venta como mercancía [5].

Pero hay un segundo elemento, mucho más arduo de advertir pero no de menor importancia, que también se evade y se deja inmune. Porque el espacio científico de las teorías queda igualmente fuera del análisis y, sin embargo, juega un papel fundamental en la consideración de la racionalidad del estado como algo cultural, al ser esgrimido como el arquetipo y la máxima expresión de la creatividad cultural del «sujeto humano». Cuando es esencial percatarse aquí del destino no cultural de las teorías científicas, de que éstas intervienen psíquicamente, de que posibilitan, como repercusión psíquica por su servicio, el manejo como materia de las destrezas que se adquieren mediante la utilización de prácticas; lo que, como veremos dentro de un momento,  viabiliza, por una parte, la constitución política de estados racionales, secularizados y legisladores de sí mismos —haciéndolo como si fueran «útiles» que sirviesen «culturalmente»—, pero también, y por otra parte, el impulso de una determinada forma de saber de sujeto a través de la racionalización de estas destrezas frente a cualquier tipo de superstición mediante su enseñanza-aprendizaje como materia [6].

Porque va a ser precisamente la articulación de estos dos elementos que quedan desplazados e invulnerables en el análisis de las relaciones entre sujeto y estado cuando se parte de la dicotomía naturaleza/cultura: el capital, a través de la conversión histórica de la fuerza de trabajo en mercancía, y las teorías científicas, con vista a la reducción psíquica de las destrezas de prácticas a materia, los que resultan imprescindibles poner en juego desde el principio si se quiere abordar con cierta garantía el análisis de las relaciones constitutivas existentes entre el sujeto y el estado en las formas en que aparecen y funcionan hoy día.

 

II

Comencemos con algunas consideraciones generales acerca de aquello que necesita condiciones históricas para que tenga lugar —de lo que «acaece históricamente»—, de aquello que acarrea repercusiones psíquicas a través de su observancia —de lo que «opera psíquicamente»— y de las relaciones mutuas que mantienen entre sí.

                   

Y sabemos perfectamente, después de Marx, que aquello que requiere sine qua non de unas condiciones históricas determinadas para su acaecimiento, que solo puede darse históricamente, es la realización de trabajo que no tiene como destino la producción de quién lo realiza, es realizar trabajo que excede al trabajo necesario para producir lo denominado por Marx como «fuerza de trabajo». Lo radicalmente histórico es la utilización de la fuerza de trabajo para la producción de trabajo excedente o plus-trabajo, es  la explotación de la fuerza de trabajo, sea cual sea la manera en que tenga lugar.

Porque la fuerza de trabajo no se encuentra realizada de manera natural ya lista para ser utilizada para algo que le sobra. Es necesario siempre habilitar la posesión por otros de la fuerza de trabajo para que pueda ser utilizada en la producción de plus-trabajo. Y, para esta habilitación, nunca basta con el poder que se ejecuta en la propia producción de plus-trabajo, con el  «poder de clase» [7] que se ejerce en la misma explotación de la fuerza de trabajo; siempre es necesaria la intervención de un poder anterior y previo, la actuación de un poder «soberano», para iniciar y mantener su posesión por otros, ya sea como esclavo del amo, ya sea como siervo del señor, ya sea como mercancía que se vende al capital, ya sea de cualquier otra forma. Siempre es necesario el ejercicio de alguna forma de «pre-poder» [8] de estado, de poder antepuesto al poder de clase, con vista a la habilitación de la posesión por otros de la fuerza de trabajo. Es precisamente esa inevitable ejecución de un pre-poder de estado lo que convierte en radicalmente histórico el acontecimiento de la fuerza de trabajo, su posesión por otros y su consiguiente explotación y producción de plus-trabajo, de que acaezcan históricamente. Lo esquematizamos de la siguiente manera:

Lo que acaece históricamente, la producción de plus-trabajo, presenta como eje de articulación a la fuerza de trabajo, mientras que su base se encuentra en el ejercicio de un pre-poder de estado. Es posible utilizar a la fuerza de trabajo para producir plus-trabajo porque es habilitada su posesión por otros a través del ejercicio de un pre-poder de estado. Claro está, en cada modo específico de producción de plus-trabajo, la posesión por otros de la fuerza de trabajo y el ejercicio de pre-poder de estado para habilitarla adquirieren unas formas determinadas que se correlacionan entre sí.

 

Por otro lado, y desde Lacan, sabemos perfectamente que lo psíquico se constituye con la conformación de lo que denomina «objeto a», esto es, con aquello que causa el deseo del sujeto (Lacan, 2008: 312). Pero hay que percatarse que el sujeto que analiza Lacan, y el sujeto que analiza el psicoanálisis, es —según asevera el propio Lacan— el sujeto correlato de la ciencia moderna que aparece en el siglo XVII (Lacan, 1984: 835; 1987: 55). De ahí que la tematización que realiza acerca del objeto a se corresponda con la forma particular que adquiere en el sujeto que se desarrolla desde entonces hasta nuestros días, en el cual toma la forma de plus de goce (Lacan, 2008: 11-24). Y es preciso, asimismo, advertir que el goce se encuentra directamente relacionado con el saber del sujeto y que la cuestión de fondo en la constitución de su psiquismo, no solamente en el sujeto moderno sino también en cualquier otra forma de sujeto, hay que plantearla, no en lo que pulsiona el plus de goce —que no deja de constituir más que un modo específico de hacerlo—, sino de manera más genérica en aquello que propulsa su «plus-saber» [9], en lo que promueve su «consciencia». Y, esta propulsión de plus-saber, de consciencia, nos remite abiertamente a las prácticas entre las cuales se desarrollan los sujetos y a las destrezas que se realizan mediante su utilización.

En efecto, el quid de la cuestión se sitúa en unas destrezas muy determinadas, a las que vamos a denominar «destrezas de prácticas» [10], que tienen la peculiaridad de realizarse utilizando prácticas que no se originan mediante la aplicación de las destrezas a las que dan lugar; o, lo que es lo mismo, se localiza en destrezas para cuya realización se emplean prácticas a priori que no se pueden engendrar a posteriori, prácticas que trascienden a las destrezas engendradas mediante su uso. El meollo de todo se ubica en la incompletitud de las destrezas de prácticas por ser realizadas mediante la aplicación de prácticas trascendentes o pre-prácticas, con independencia de la forma concreta que presente esta aplicación, ya sea como ritos sagrados, ya sea como ceremoniales mágicos, ya sea como procedimientos racionales, ya sea de cualquier otra manera.

Porque las destrezas de prácticas no se disponen simplemente para ser utilizadas de manera cultural por ser realizadas mediante algo que les falta. Por tener que realizarse a través de la aplicación de pre-prácticas, se hace siempre posible la satisfacción de un conocimiento para otro de las destrezas de prácticas. Y, mediante esta satisfacción, no solo se posibilita el saber que se activa con la propia aplicación de pre-prácticas, el saber que se impulsa con la misma realización agujereada y hueca de las destrezas de prácticas, ese saber identificado por Lacan como «saber de Otro» a partir de que Freud se topara con él como «saber inconsciente» [11]; siempre se hace posible además la aparición de un saber que lo desborda, la promoción de un saber consciente, mediante la observancia y rememoración del conocimiento para otro de las destrezas de prácticas. Siempre es posible el impulso de alguna forma de «plus-saber» de sujeto, de saber sobrepuesto al saber de Otro, por la satisfacción del conocimiento para otro de las destrezas de prácticas. Es justamente ese factible surgimiento de un plus-saber de sujeto lo que hace genuinamente psíquico el funcionamiento de las destrezas de prácticas, su conocimiento para otro y la aplicación de pre-prácticas e incompletitud que supone, de que operen psíquicamente. En esquema:

Lo que opera psíquicamente, la aplicación de pre-prácticas, emplea como gozne de articulación las destrezas de prácticas, mientras su remate se emplaza en el impulso de plus-saber de sujeto. Es preciso realizar las destrezas de prácticas a través de la aplicación de pre-prácticas para que sea satisfecho su conocimiento para otro con vista al impulso de plus-saber de sujeto. Obviamente, cada modo específico de aplicación de pre-prácticas, conduce a unas determinadas formas correspondientes de conocimiento para otro de las destrezas de prácticas y de impulso de plus-saber de sujeto por satisfacerlo.

 

Así pues, lo que acaece históricamente es la producción de plus-trabajo y lo que opera psíquicamente es la aplicación de pre-prácticas. Pero cada forma específica de la producción de plus-trabajo requiere, como condición para que acaezca históricamente, una determinada forma de aplicación de pre-prácticas; y cada forma específica de la aplicación de pre-prácticas facilita, como repercusión porque opera psíquicamente, una determinada forma de producción de plus-trabajo. En efecto:

  • De un lado, cada determinada forma histórica de posesión por otros —por amos, por señores, por el capital que la compra...— de la fuerza de trabajo, y por tanto la consiguiente utilización de ésta para la producción de plus-trabajo, es realizada «ideológicamente» por la actuación de la forma específica de plus-saber de sujeto —de esclavo, de siervo, de sujeto libre...— [12] que es impulsado a través de la satisfacción de una forma correspondiente de conocimiento para otro de las destrezas de prácticas.
  • Y, de otro, cada determinada forma psíquica de conocimiento para otro —para seres superiores, para Dios, para la teoría que las enseña…— de las destrezas de prácticas, y de la realización de éstas mediante la aplicación de pre-prácticas, es utilizada «políticamente» para la constitución de la forma específica de pre-poder de estado —de imperio, de feudo, de estado racional...— [13] que es ejercido con vista a la habilitación de una forma correspondiente de posesión por otros de la fuerza de trabajo.

Esto es: lo que acaece históricamente y lo que opera psíquicamente se encuentran anudados a través de la articulación entre la fuerza de trabajo y las destrezas de prácticas mediante la constitución del estado, por la utilización política del conocimiento para otro de las destrezas de prácticas, y la actuación del sujeto, para la realización ideológica de la posesión por otros de la fuerza de trabajo:

De manera que los sujetos sustentan ideológicamente el poder de clase a través del impulso de plus-saber que se sobrepone al saber de Otro, viabilizando la utilización de la fuerza de trabajo para la producción de plus-trabajo mediante la actuación de ese plus-saber; y el estado formaliza políticamente el saber de Otro con vista al ejercicio de pre-poder que se antepone al poder de clase, requiriendo la realización de las destrezas de prácticas mediante la aplicación de pre-prácticas para la constitución de ese pre-poder. O sea: El poder de clase se ejecuta históricamente mediante la acción del remate de lo psíquico, mediante la actuación del plus-saber de sujeto que se impulsa de la satisfacción del conocimiento para otro de las destrezas de prácticas; y el saber de Otro se activa para la instauración de la base de lo histórico, para la constitución del pre-poder de estado que se ejerce en la habilitación de la posesión por otros de la fuerza de trabajo.

No pueden acaecer históricamente las clases sin el Otro, ni tiene que operar psíquicamente el Otro sin las clases. La posesión por otros de la fuerza de trabajo acontece mediante el conocimiento para otro de las destrezas de prácticas y, mutando mutandis, este conocimiento para otro funciona para esa posesión por otros. No es posible lo que acaece históricamente, la producción de plus-trabajo, sino a través de lo que opera psíquicamente; ni es necesario lo que opera psíquicamente, la aplicación de pre-prácticas, sino con vista a lo que acaece históricamente; porque la posesión por otros de la fuerza de trabajo de la primera y el conocimiento para otro de las destrezas de prácticas de la segunda se encuentran entrelazados a través de dos pivotes constitutivamente correlacionados entre sí:

  1. El plus-saber de sujeto cuya actuación realiza ideológicamente la posesión por otros de la fuerza de trabajo porque es impulsado por la satisfacción del conocimiento para otro de las destrezas de prácticas.
  2. El pre-poder de estado cuya constitución utiliza políticamente el conocimiento para otro de las destrezas de prácticas para que sea ejercido para la habilitación de la posesión por otros de la fuerza de trabajo.

 

III

Pero hay que tener aquí mucho cuidado y no interpretar, tal como la aplastante hegemonía de la dicotomía cultura/naturaleza nos tienta a considerar, que esta «utilización política» del conocimiento para otro de las destrezas de prácticas es una perturbación de una presupuesta constitución de la «racionalidad cultural» del estado y que esta «realización ideológica» de la posesión por otros de la fuerza de trabajo es una alteración de una presupuesta actuación de la «libertad natural» del sujeto. La constitución de la «racionalidad del estado» no es sino el resultado de la utilización política de una específica forma de conocimiento para otro de las destrezas de prácticas —la actual—, tal como en su momento la constitución, pongamos por caso, de la «sacralidad del feudo» era resultado de la utilización política de otra forma diferente de conocimiento para Otro de las destrezas de prácticas; y la actuación de la «libertad del sujeto» no es sino el medio de la realización ideológica de una forma específica de posesión por otros de la fuerza de trabajo —la actual—, tal como en su día la actuación de la «fe del siervo» fue el medio de la realización ideológica de otra forma diferente de posesión por otros de la fuerza de trabajo. El «estado racional» y el «sujeto libre» de la «modernidad» anudan las formas específicas de producción de plus-trabajo y de aplicación de pre-prácticas que acaecen históricamente y operan psíquicamente desde el siglo XVII a nuestros días —la «capitalista» y la «teórica»— del mismo modo que el «feudo sacralizado» y el «siervo de Dios» anudaban durante la «edad media» las formas de producción de plus-trabajo feudal y de la aplicación de pre-prácticas religiosa.

 

En el capitalismo, el poder de clase actúa mediante la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía, esto es: en un útil que es apropiado con vista a la realización de su cambio por otros útiles, distintos pero de igual valor, que median apropiados por otros igualmente como mercancías; de manera que a través de la realización de dicho cambio puede ser finalmente poseído como tal útil por esos otros. Por acaecer históricamente apropiada por sí misma como mercancía, la fuerza de trabajo se vende a otros —al capital, que la compra para consumirla en la producción de las mercancías que vende para valorizar el dinero que invierte— para obtener el dinero necesario para la compra de las mercancías de otros —del capital, igualmente— que precisa consumir como útiles para su propia producción. El plus-trabajo producido, porque el trabajo realizado mediante el consumo de la fuerza de trabajo excede al necesario para producir las mercancías que la fuerza de trabajo precisa consumir para producirse, viabiliza un proceso de producción de plus-valor relativamente autónomo del estado que deslinda el espacio de la «economía». Este proceso de valorización del capital realiza una fase de circulación, donde reina la libertad y la igualdad necesarias para la suscripción del contrato que sella la compra-venta de la mercancía fuerza de trabajo, y una fase de producción, donde lo único que espera a ésta es que le «curtan» su «propio pellejo» que acaba de vender al ser consumida como útil por el capital para la producción de plus-trabajo (Marx, 1975: 214).

Ahora, el ejercicio de pre-poder de estado habilita la autoposesión como valor de la fuerza de trabajo, que tiene que convertirse en dinero a través de su venta como mercancía, conduciendo a su posesión como útil por el capital. Por ello, esta habilitación aparece como la liberación que elimina las ataduras que obstaculizan la libre compra-venta de la fuerza de trabajo. En el surgimiento histórico del capitalismo —en la llamada «acumulación originaria»— fue su liberación de la servidumbre y de los gremios feudales, donde el ejercicio del poder del estado absolutista frente a los nobles feudales jugó un papel decisivo; y, posteriormente, su liberación de cualquier tipo de traba u «opresión» —política, racial, sexual, etc.— que entorpezcan su venta en condiciones de igualdad, mediante el ejercicio del pre-poder en la forma de estado liberal democrático. Emerge el estado liberal que teoriza Locke como producto, no ya de alguna instancia superior y externa, sino de un «acuerdo» y «entendimiento racional» que establece la «ley» con el único fin de garantizar los «derechos naturales» de la libertad, la igualdad y la propiedad (Locke, 1990: 111); el estado que Marx cataloga como el «administrador de los intereses generales de la clase burguesa» (Marx y Engels, 1997: 26). O sea, el pre-poder de estado que se ejerce para habilitar la autoapropiación de la fuerza de trabajo como mercancía, ya no es constituido por un otro externo sino por sí mismo, mediante un contrato social del que emana la ley, mediante un pre-contrato para la liberación anterior al contrato de compra-venta de la fuerza de trabajo que demarca el espacio público de la «política» frente al privado de la «economía» y, por tanto, frente a la producción de plus-valor [14]. En esquema:

El pre-poder de estado, por constituirse racionalmente para la liberación a través del pre-contrato que instaura la ley, puede ser ejercido, exteriormente a los procesos de valorización y de producción de plus-trabajo, para la habilitación de la autoapropiación como mercancía de la fuerza de trabajo. Habilitación en el doble aspecto de su apropiación como mercancía: de su autoposesión como valor, con vista a su circulación como mercancía para la abertura del ciclo de valorización del capital, y de su posesión como útil por el capital, con vista a su consumo por el capital para la producción de útiles y plus-trabajo. El único destino de la autoapropiación de la mercancía fuerza de trabajo es su venta al capital, por lo que la fuerza  de  trabajo  se  encuentra —incluso antes de esta venta— poseída por el capital y encadenada a él por medio de hilos invisibles más firmes que cualquier grillete (Marx, 1975: 706, 805). La posesión capitalista de la fuerza de trabajo, por la conversión de ésta en mercancía, aparece desdoblada en el anverso de la posesión por ella misma como valor, que adquiriere la forma de posesión de dinero mediante su venta, y el reverso de su posesión por el capital como útil, a través de su compra para consumirla en el proceso de trabajo.

               

Al mismo tiempo, con el surgimiento de las teorías científicas a partir del siglo XVII, el saber de Otro aparece con vista a la reducción de las destrezas de prácticas a materia, esto es: a una realidad que es conceptualizada a través de la utilización de su significación para una realidad, coincidente pero de objetos independientes, que resulta conceptualizada para otro igualmente como materia; de manera que con vista a la utilización de dicha significación tiene que ser inicialmente conocida como tal realidad para ese otro. Para operar psíquicamente conceptualizadas para sí mismas como materia, las destrezas de prácticas se aprenden de otro —de la teoría, que las enseña por experimentarlas mediante la aplicación de la materia que aprende por objetivar las ideas que explica— por exhibir las ideas posibles por la enseñanza a otro —a la teoría, nuevamente— de la materia que posibilitan experimentar como realidad mediante su propia aplicación. Las pre-prácticas aplicadas, para que las prácticas utilizadas para la experiencia de las destrezas de prácticas trasciendan a las posibles mediante la aplicación de la materia que las destrezas de prácticas posibilitan experimentar por aplicarse, hacen necesarios unos métodos de aplicación de pre-objetos relativamente autónomos del sujeto que deslindan el espacio de la «ciencia» (Del Pino Berenguel, 2008: 83). Estos métodos de objetivación de la teoría utilizan una fase dialéctica, donde triunfa la racionalidad y la independencia posibles por el disfrute del goce que libra la enseñanza-aprendizaje de la materia destrezas de prácticas, y una fase de aplicación, donde lo único que las erige es la oquedad con la que se van a aprender por ser experimentadas como realidad para la teoría mediante la aplicación de pre-practicas.

                Ahora el impulso de plus-saber de sujeto satisface el autoconocimiento como objetos de las destrezas de prácticas, que pueden reducir a ideas con vista a su aprendizaje como materia, partiendo de su conocimiento como realidad para la teoría. Para ello, esta satisfacción actúa como la razón que se opone a las «supersticiones» y «creencias» —mágicas, religiosas, ideológicas...— que hay que descartar porque no proceden de la racional enseñanza-aprendizaje de las destrezas de prácticas, dando lugar al impulso de plus-saber tematizado como «sujeto racionalista». Surge así la concepción cartesiana del sujeto que obra, no para otro sino para sí mismo, para un «gozo» interior, mediante su voluntad libre que se determina  exclusivamente por los dictados de una razón autónoma que no depende de nada ni de nadie (Descartes, 1997: 221; 2006: 128); es decir y de acuerdo con Lacan, el sujeto del deseo que trata el psicoanálisis, el sujeto correlato de la ciencia moderna (Lacan, 1984: 837; 1987: 44). El plus-saber de sujeto que se impulsa por satisfacer la autoconceptualización de las destrezas de prácticas como materia, no actúa para otros sino para sí mismo, para un goce individual que persigue su deseo, para un plus-goce por la razón que desborda el goce de la enseñanza-aprendizaje de las destrezas de prácticas y que marca las fronteras del espacio subjetivo de la «ideología» frente al objetivo de la «ciencia» y, por tanto, frente a la aplicación de pre-objetos. Esquematizado:

El plus-saber de sujeto, para actuar libremente por la razón con vista al plus-goce que busca el deseo, tiene que ser impulsado, exteriormente de los métodos de objetivación y de aplicación de pre-prácticas, por la satisfacción de la autoconceptualización como materia de las destrezas de prácticas. Satisfacción del doble aspecto de su conceptualización como materia: de su autoconocimiento como objetos, a través de su dialéctización como materia por el cierre de la objetivación de la teoría, y de su conocimiento como realidad para la teoría, a través de su experiencia para la teoría por la aplicación de realidad y pre-prácticas. El único fundamento de la autoconceptualización como materia de las destrezas de prácticas es su aprendizaje de la teoría, para lo que éstas operan —incluso después de este aprendizaje— conocidas para la teoría y nacidas de ella con una certidumbre más firme que la que guarda cualquier fe en su Dios. El conocimiento teórico de las destrezas de prácticas, para la reducción de éstas a materia, interviene desdoblado en el anverso de su conocimiento para ellas mismas como objetos, que exhibe la forma de conocimiento de ideas para su aprendizaje, y el reverso de su conocimiento para la teoría como realidad, con vista a su enseñanza por experimentarlas en los métodos de prácticas.

 

Todo el desarrollo teórico de Marx en El Capital no es más que la explicitación de las clases para el caso particular del capitalismo y, sin embargo, en la maraña de borradores de su redacción apenas llega a balbucear unas palabras en lo que debería de haber sido su colofón: el último capítulo en el que, bajo el título de «Las clases», tenía previsto abordar directamente su conceptualización (Marx, 1981: 1123). No lo hizo y ahora estamos en situación de comprender que fue así porque existía una seria dificultad teórica y que la raíz de ésta se encuentra en el hecho de que cada forma específica de poder de clase y de producción de plus-trabajo es sostenida ideológicamente por la actuación de una determinada forma psíquica de plus-saber de sujeto. Marx solo puede, en las condiciones teóricas en las que se halla, dar por sentada la actuación del sujeto que sustenta la posesión capitalista de la fuerza de trabajo. Así, define genéricamente la fuerza de trabajo como el conjunto de condiciones físicas y psíquicas reunidas en la corporeidad de un sujeto que le permiten producir útiles; y establece que, para su conversión en mercancía, tiene que comportarse como libre propietario de sí mismo (Marx, 1975: 203-204).

Por su parte, Lacan reconoce el papel que juega el Otro en el que desempeñan los dioses en general (Lacan,1987: 53 y 67), en el del Dios que habla a los judíos (Lacan, 2008: 311) y sobretodo en el del Dios al que acude Descartes como garantía de la certeza de su razón (Lacan, 1987: 44; 2008: 23), pero no puede llegar más allá por una simple razón: se ciñe al Otro que localiza en el significante, al Otro en la forma «moderna» que aparece con el surgimiento de las teorías científicas a partir del siglo XVII, por lo que lo recluye en el lenguaje, o para ser un poco más precisos, por lo que lo excluye de su alcance político [15], esto es: del hecho de que cada forma específica de saber de Otro y de aplicación de pre-prácticas es formalizada políticamente para la constitución de una determinada forma histórica de pre-poder de estado.

 

IV

La solución a las dificultades y limitaciones de conceptualización del poder de clase del capital y del saber de Otro de la teoría hay que buscarla en el anudamiento entre la producción de plus-trabajo como plus-valor y la aplicación de pre-prácticas como pre-objetos; se encuentra en la particular articulación entre lo histórico y lo psíquico a través de la cual acaece históricamente el capital, con la forma específica de estado que requiere como correlato, y con vista a la cual opera la teoría, con la forma específica de sujeto que viabiliza como correlato. Hay que echar una ojeada, por tanto, a cómo la posesión capitalista de la fuerza de trabajo, a través de su conversión en mercancía, acontece mediante el conocimiento teórico de las destrezas de prácticas, con vista a su reducción a materia, y cómo este conocimiento teórico opera para esa posesión capitalista. Pero, como tanto esa posesión capitalista de la fuerza de trabajo como ese conocimiento teórico de las destrezas de prácticas aparecen e intervienen desdoblados en un anverso y un reverso, el anudamiento entre ambos también lo hace con:

  • Un anverso que anuda ambos anversos: la autoposesión de la fuerza de trabajo como valor y el autoconocimiento de las destrezas de prácticas como objetos.
  • Y un reverso que anuda ambos reversos: la posesión de la fuerza de trabajo como útil por el capital y el conocimiento de las destrezas de prácticas como realidad para la teoría.

 

Empecemos por este reverso, pues es sobre él donde se vertebran el conjunto de las relaciones de producción específicamente capitalistas y de aplicación específicamente teóricas. A través de él, el poder de clase del capital puede ser ejercido en su fase de producción sin la intervención directa de pre-poder de estado, haciendo posible la autonomía del proceso de valorización; y, con vista a él, el saber de Otro de la teoría tiene que ser impulsado de su fase de aplicación sin el advenimiento directo de plus-saber de sujeto, haciendo necesaria la autonomía de los métodos de objetivación.

El poder de clase del capital emerge históricamente en el momento en el que éste puede comprar la mercancía fuerza de trabajo. Para ello es necesario que los medios de la producción no sean poseídos por ésta, para que no pueda producir por si misma lo que necesita y tenga que venderse. Por su lado, para valorizarse, el capital tiene que adquirir como mercancías tanto los medios de producción como la fuerza de trabajo, de manera que el proceso de trabajo pueda ser realizado subsumido en su voluntad. Sin embargo, únicamente a través de ambas compras, esa subsunción del trabajo en el capital —y su posesión como útiles de la fuerza de trabajo y de los medios de la producción— no puede acaecer más que de manera formal: el proceso de trabajo aún puede ser controlado por la fuerza de trabajo, como sucede en otros modos de producción en los que la posesión por otros de ésta es realizada ideológicamente mediante una forma de plus-saber que lo permite y, por ello, el estado tiene que ejercer su pre-poder para habilitar esta posesión por otros en el propio proceso de trabajo. De forma que, a través de esta compra de los medios de producción y de la fuerza de trabajo, el capital solo puede alcanzar la subsunción formal del trabajo en el capital, la cual acontece durante la fase de transición desde otros modos de producción de plus-trabajo al modo de producción específicamente capitalista. Durante esta subsunción formal, el capital solo puede producir «plus-valor absoluto» —esto es: plus-valor obtenido a través del aumento de la cantidad de trabajo realizado por la fuerza de trabajo—, para el cual se requiere aun la intervención directa del pre-poder de estado que, por eso, opera en su forma absolutista (Marx, 1971: 54-58; 1975: 922-923).

Por su lado, el saber de Otro de la teoría tercia psíquicamente cuando ésta tiene que enseñar la materia destrezas de prácticas. Por ello, es posible que los resultados  de la aplicación sean desconocidos para ellas, porque pueden aprenderse y no tienen que aplicar para sí mismas lo que posibilitan. Por su lado, por objetivarse, la teoría puede exhibir como materia tanto a las destrezas de prácticas como al resultado de la aplicación, en cuanto que los métodos de prácticas tienen que ser utilizados eyectados en su entendimiento. Sin embargo, únicamente con vista a ambas enseñanzas, esa eyección de las prácticas en la teoría —y su conocimiento como realidad de las destrezas de prácticas y del resultado de la aplicación— solo tiene que operar de manera potencial: los métodos de prácticas aún tienen que ser explicitados para las destrezas de prácticas, como sucede en otros modos de aplicación en los que el conocimiento para otro de éstas es utilizado políticamente para una forma de pre-poder que lo requiere y, para ello, el sujeto puede impulsar su plus-saber mediante la satisfacción de este conocimiento para otro de los mismos métodos de prácticas. De ahí que, con vista a la enseñanza del resultado de la aplicación y de las destrezas de prácticas, la teoría solo tiene la necesidad de activar una eyección potencial de las prácticas en la teoría que funciona durante la fase de transición desde otros modos de aplicación de pre-prácticas al modo de aplicación específicamente teórico. Durante esta eyección potencial, a la teoría le basta con aplicar pre-objetos con vista a la universalización de la causalidad de las prácticas utilizadas para las destrezas de prácticas —a los que denominamos «pre-objetos absolutos» (del Pino Berenguel, 2008: 85)—, por los cuales se viabiliza aún la activación directa del plus-saber de sujeto que, por eso, aparece en su forma racionalista.

Lo que facilita el control del proceso de trabajo por el capital, y por tanto la subsunción real del trabajo en el capital  —y la posesión real como útiles de los medios de producción y de la fuerza de trabajo por el capital—, es la conversión de los medios de la producción en instrumentos industriales a través del resultado de la aplicación de la teoría (Marx, 1971: 59; 1975: 451 y ss.). Y lo que exige la explicitación de los métodos de prácticas para la teoría, y en consecuencia la eyección efectiva de las prácticas en la teoría —y el conocimiento efectivo como realidad de las destrezas de prácticas y del resultado de la aplicación para la teoría—, es la reducción del resultado de la aplicación a ente técnico con vista a los medios de la producción del capital.

De manera que la articulación entre el poder de clase del capital y el saber de Otro de la teoría se realiza a través de la conjunción entre los útiles industriales que precisa la subsunción real del trabajo en el capital y la realidad técnica que propicia la eyección efectiva de las prácticas en la teoría, por la que los medios de la producción capitalista acontecen del resultado de la aplicación teórica y dicho resultado opera en dichos medios. Conjunción que es posible porque la realidad técnica es conocida, no a través de un experiencialismo «natural» [16] de los individuos, sino mediante la aplicación psíquica de pre-prácticas en la forma de pre-objetos con vista a la eyección de las prácticas en la teoría; y que es necesaria para que los útiles industriales sean poseídos, no con vista a un consumismo «cultural» [17] de la sociedad, sino para la producción histórica de plus-trabajo en la forma de plus-valor a través de la subsunción del trabajo en el capital.

La subsunción real del trabajo en el capital constituye, como mostró Marx, la característica fundamental que distingue la producción capitalista de otros modos de producción y da lugar a su forma propia y específica: la producción de plus-valor relativo (Marx, 1975: 618). En efecto, gracias a esta subsunción real, el capital puede aumentar la productividad del trabajo —puede producir una mayor cantidad de útiles realizando una determinada cantidad de trabajo— a través de la revolución continua de los instrumentos empleados en la producción, provocando la disminución del trabajo necesario para producir los útiles que tiene que consumir la fuerza de trabajo, con la consiguiente disminución de su valor y producción de plusvalía relativa.

 Y esa transformación incesante de los instrumentos de la producción solo resulta posible, como así mismo indicó Marx, en cuanto que la ciencia se separa de la realización del trabajo —de la actuación del plus-saber de la fuerza de trabajo— y es compelida «a servir al capital» (Marx, 1975: 440), que le demanda el perfeccionamiento incesante de las técnicas resultantes de la aplicación teórica. Con vista a ello, la teoría tiene que universalizar la aplicabilidad de las prácticas —tiene que aplicar una anterior causalidad de realidad utilizando una determinada causalidad de prácticas—, lo que a su vez requiere la particularización de las prácticas posibles por aplicar la realidad que pueden experimentar las destrezas de prácticas y en consecuencia la particularización de los objetos de éstas. Ésta es la forma propia y específica de la aplicación teórica, que denominamos «aplicación de pre-objetos relativos», la cual viene dada por la eyección efectiva de las prácticas en la teoría como característica fundamental que la distingue de los otros modos de aplicación.

Mediante la subsunción real del trabajo en el capital  acontece históricamente la desposesión, no ya solo formal sino también real, de los medios de producción por la fuerza de trabajo. La fuerza de trabajo ya no solo aparece separada de la propiedad de estos medios, sino que también carece de un plus-saber de sujeto cuya actuación le permita poseerlos como tales útiles con vista a la realización del proceso de trabajo. Se completa así su conversión en mercancía: ya no tiene oportunidad alguna de dejar de aparecer como mercancía porque, no solo no puede adquirir la propiedad de los medios de producción, sino que tampoco puede conseguir plus-saber para utilizarlos por sí misma; porque ya solo puede utilizarlos subsumido a otros que detentan su posesión, no ya formal sino real, sean o no los que mantienen formalmente su apropiación [18]. Ya solo puede existir como mercancía, solo porque el capital la compra para realizar su explotación para valorizarse, lo que facilita que su interés de clase quede subsumido en el interés de clase del capital [19] y que su existencia histórica como mercancía aparezca como si se tratara de una existencia natural.  

Y para la eyección efectiva de las prácticas en la teoría funciona psíquicamente el desconocimiento, no ya solo potencial sino también efectivo, del resultado de la aplicación para las destrezas de prácticas. Las destrezas de prácticas ya no solo intervienen separadas del concepto de este resultado, sino que también carecen de un pre-poder de estado cuya constitución les demande conocerlo como tal realidad a través de la utilización de los métodos de prácticas. Se afirma así su reducción a materia: ya no encuentran apremio alguno que les lleve a dejar de intervenir como materia para que, no solo no tengan que exhibir el concepto del resultado de la aplicación, sino que tampoco tengan que ofrecer pre-poder por realizarlo para sí mismas; para que ya solo tengan que realizarlo eyectado en otro que rubrica el conocimiento, no ya potencial sino efectivo, de este resultado, sea o no el que refrenda potencialmente su conceptualización. Ya solo tienen que servir como materia, solo para que la teoría las enseñe por utilizar su incompletitud por objetivarse, lo que requiere que su certeza de Otro tercie eyectada en la certeza de Otro de la teoría y que su servicio psíquico como materia intervenga como si se tratara de un servicio cultural.

 

V

El anudamiento entre la subsunción real del trabajo en el capital y la eyección efectiva de las prácticas en la teoría culmina históricamente el poder de clase del capital y cimienta psíquicamente el saber de Otro de la teoría. Hace real la posesión por el capital del útil fuerza de trabajo, consumando su conversión en mercancía, y efectivo el conocimiento de la realidad destrezas de prácticas para la teoría, fundamentando su reducción a materia. Remata la disociación de los espacios del capital y el estado, porque el pre-poder no tiene que ejercerse directamente en el proceso de trabajo, y de la teoría y del sujeto, para que el plus-saber no pueda impulsarse directamente de los métodos de prácticas. Determina, así, la articulación entre la autoposesión como valor de la fuerza de trabajo, realizada ideológicamente a través de la actuación libre del sujeto por impulsar su plus-saber como plus-goce, y el autoconocimiento como objetos de las destrezas de prácticas, utilizado políticamente con vista a la constitución racional del estado para ejercer su pre-poder como pre-contrato:

Los sujetos sustentan ideológicamente el poder de clase del capital —esto es: la subsunción real del trabajo en el capital— a través de la actuación libre del deseo del plus-goce que viabiliza la compra-venta de la mercancía fuerza de trabajo en la fase de circulación del capital; y el estado formaliza políticamente el saber de Otro de la teoría —esto es: la eyección efectiva de las prácticas en la teoría— con vista a la constitución racional de la ley del pre-contrato  que requiere la enseñanza-aprendizaje de la materia destrezas de prácticas en la fase dialéctica de la teoría.

De esta manera, las disociaciones entre el capital y el estado racional y entre la teoría y el sujeto libre acaecen y operan en reciprocidad mutua, pues cada elemento de una de ellas se engrana con el elemento que se disocia en la otra:

  •  El sujeto libre se separa, como deseo de plus-goce subjetivo—, de la aplicación de pre-objetos, para que su actuación pueda realizar el contrato privado— de la compra-venta de la mercancía fuerza de trabajo que abre la producción de plus-valor que se separa del estado racional.
  • Y el estado racional se separa, como ley de pre-contrato público—, de la producción de plus-valor, porque su constitución tiene que utilizar el goce —objetivo— de la enseñanza-aprendizaje de la materia destrezas de prácticas que cierra la aplicación de pre-objetos que se separa del sujeto libre.

Esto es: las dicotomías privado/público y subjetivo/objetivo se conforman trabadas entre sí a través de la constitución entrecruzada de las disociaciones entre la producción de plus-trabajo como plus-valor y el ejercicio de pre-poder como pre-contrato, por un lado, y entre la aplicación de pre-prácticas como pre-objetos y el impulso de plus-saber como plus-goce, por otro. De esta manera, la esfera privada de la economía se encastra en el espacio subjetivo de la ideología, mientras que la esfera pública de la política prende del espacio objetivo de la ciencia.

El sujeto libre y su deseo subjetivo, como medio ideológico para la conversión de la fuerza trabajo en mercancía, y el estado racional y su ley pública, como resultado político por la reducción de las destrezas de prácticas a materia, se articulan como pivotes contrapuestos uno frente a otro: el primero, identificado con el individuo, como si existiera naturalmente y no mediante la satisfacción del saber de Otro de la teoría; el segundo, identificado con la sociedad, como si sirviera culturalmente y no para la habilitación del poder de clase del capital. Surge así la dicotomía entre individuo y sociedad, entre libertad individual y racionalidad social, entre sujeto como ser libre por naturaleza y estado como instrumento racional para la cultura, encubriendo las relaciones entre lo histórico y lo psíquico de las que es producto: en el mismo movimiento son tachados, por un lado, el cometido histórico de la libertad del sujeto en el poder de clase del capital y su cimiento psíquico en el saber de Otro de la teoría y, por otro, la raíz psíquica de la racionalidad del estado en el saber de Otro de la teoría y su papel histórico en el poder de clase del capital.

Lo idiosincrático del estado correlato del capital, por formalizar políticamente el saber de Otro de la teoría, es su racionalidad, como lo característico del feudo era su sacralidad por formalizar el saber de Otro de Dios. A través de esta racionalidad, el estado realiza el interés de clase del capital, habilitando la autoapropiación de fuerza de trabajo como mercancía, lo mismo que el feudo realizaba el interés de clase de los señores a través de su sacralidad. Por su parte, lo idiosincrático del sujeto correlato de la teoría, para sustentar ideológicamente el poder de clase del capital, es su libertad, como lo característico del siervo era su fe para sustentar el poder de clase de los señores. Con vista a esta libertad, el sujeto utiliza la certeza de Otro de la teoría, satisfaciendo la autoconceptualización de las destrezas de prácticas como materia, lo mismo que el siervo utilizaba la certeza de Otro de Dios con vista a su fe.

La forma más genuina del estado racional es la liberal, que corresponde al desarrollo pleno de la subsunción real del trabajo en el capital y a la producción de plus-valor relativo. Pero también aparece con otras formas, como la de estado absolutista durante la transición, donde predominaba la producción plus-valor absoluto, o las de los diferentes estados de excepción —fascista, dictatorial, bonapartista, etc. (Poulantzas, 1971: 6)— que responden a acoplamientos específicos entre la producción del plus-valor relativo y el absoluto. En todas ellas, aun si el pre-poder de estado se encuentra controlado por clases o fracciones de clase diferentes —e incluso clases de otros modos de producción, como ocurría con la nobleza en la España absolutista del Siglo de Oro (Rodríguez, 1974: 147)—, el estado racional, aunque superestructuralmente plasme otros intereses, infraestructuralmente realiza el interés de clase del capital y en particular del capital ligado a la producción, específicamente capitalista, de plus-valor relativo [20].

Por su lado, la forma más característica del sujeto libre es la empirista, que corresponde al desarrollo pleno de la eyección en acto de las prácticas en la teoría y a la aplicación de pre-objetos relativos. Pero también opera con otras formas, como la de sujeto racionalista durante la transición, donde predominaba los pre-objetos absolutos, o las de los diferentes dogmatismos —religiosos, políticos, etc.— en función del ensamblaje específico que actúe entre la aplicación de los pre-objetos relativos y los absolutos. Pero en todas ellas, incluso si el plus-saber de sujeto se encuentra explicitado para Otros diferentes, el sujeto libre, aunque superestructuralmente utilice otras certezas, infraestructuralmente utiliza la certeza de Otro de la teoría.

La racionalidad con la que se constituye el estado realiza los intereses de clase del capital como los intereses públicos de la sociedad frente a los intereses privados de los individuos, y la libertad con la que actúa el sujeto utiliza la certeza de Otro de la teoría como la certeza subjetiva del individuo frente a la certeza objetiva de la sociedad. Se enmascaran de esta forma los intereses de clase del capital y la certeza de Otro de la teoría, como igualmente quedan velados entre bastidores su poder de clase y su saber de Otro; el primero, al dorso de la igualdad jurídica de los sujetos libres para la compra-venta de la fuerza de trabajo; el segundo, a las espaldas de la aconfesionalidad e independencia del estado racional por la enseñanza-aprendizaje de las destrezas de prácticas. De esta suerte, quedan en el centro del escenario, con toda la luz de los focos sobre ellos, el cara a cara entre el sujeto libre dueño de sí mismo, subjetivo y privado, y el estado racional legislador de sí mismo, público y objetivo; sin el destino de la producción de plus-trabajo que le espera al primero, ni el origen en la aplicación de pre-prácticas del que surge el segundo; como si la libertad del sujeto —como lo era la fe en Dios del siervo— no fuese el medio ideológico de una forma de explotación de la fuerza de trabajo y como si la racionalidad del estado —como lo era la sacralidad del feudo— no fuese el resultado político de una forma de incompletitud de las destrezas de prácticas.

Quedan ocultos entre bastidores el poder de clase y el saber de Otro y se colocan en el centro de la escena, como únicos protagonistas visibles, el pre-poder del estado como si fuera el único poder, como el poder, y el plus-saber del sujeto como si se tratara del único saber, como el saber; el primero, como instrumento cultural de la racionalidad; el segundo, como  esencia natural de la libertad. Sobre estos dos pivotes, encarados uno frente a otro como cultura y naturaleza, recaen entonces todas las contradicciones y conflictos que se derivan de la producción de plus-trabajo como plus-valor, por un lado, y de la aplicación de pre-prácticas como pre-objetos, por otro, que quedan fuera de enfoque detrás de ellos como unos métodos de objetivación fuente milagrosa de la racionalidad cultural de la escuela y como un proceso de valorización fruto no menos milagroso de la libertad natural del mercado. De ahí que este «poder» del estado y este «saber» del sujeto desplieguen sobre el escenario un papel abiertamente ambivalente: el «poder» tiene como fin la liberación pero también puede oprimir, el «saber» tiene su origen en la razón pero también en la superstición. Ambivalencia sobre la que se desarrolla la puesta en escena política e ideológica: los inevitables desajustes son achacados, según los diferentes intereses de clase y las diversas certezas de Otro que le corresponden, a algún «poder» opresor y/o algún «saber» dogmático que impide la «libertad» y/o contamina la «racionalidad», lo que se soluciona oponiendo el correspondiente y adecuado «poder» liberador y/o «saber» racional que restaure la «libertad» y/o la «racionalidad» perdidas.

Pero, bajo esta iluminada pugna superestructural política e ideológica, la racionalidad del estado sigue formalizando políticamente el saber de Otro de la teoría para continuar realizando infraestructuralmente los intereses de clase del capital; y la libertad del sujeto sigue sustentando ideológicamente el poder de clase del capital por continuar utilizando infraestructuralmente la certeza de Otro de la teoría. Y resguardados, el poder de clase del capital continua ejerciéndose, culminado en la subsunción real del trabajo en el capital, en la producción de plus-valor relativo; y el saber de Otro de la teoría sigue impulsándose, cimentado en la eyección efectiva de las prácticas en la teoría, de la aplicación de pre-objetos relativos. Lo que, sin embargo, no es óbice para que se vean acechados por el fantasma de que el primero puede dejar de acaecer históricamente y de que la segunda tenga que dejar de operar psíquicamente.

                           

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