Tan sólo quiero hilvanar unas breves palabras de recuerdo a quien fuera primero maestro, después amigo y compañero de mi vida durante más de treinta años. Especialmente quiero recordar algunos libros suyos: Teoría e historia de la producción ideológica, su libro semina que nos enseñó a leer a todos los que fuimos sus alumnos en los años 80 y a los que vinieronl después. Quiero decir, que nos enseñó a interpretar los textos desde la ideología que los produce. También me parecen imprescindibles otras de sus publicaciones, y comienzo por los dos últimos libros que publicó en 2015: Entre el bolero y el tango: (o cuando los cuerpos hablan) y Para una teoría de la literatura (40 años de Historia), escrito a partir de su tesis doctoral, que en aquel momento dejó sin publicar, pero de la que quizá arranca toda su obra posterior… Y continúo con mi relación de imprescindibles: La norma literaria, Lorca y el sentido, De qué hablamos cuando hablamos de literatura, Formas de leer a Borges: (o las trampas de la lectura) y, por supuesto, De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, por ejemplo. O la reciente edición de Juan Antonio Hernández sobre Juan Carlos: Pensar la literatura. Entrevistas y Bibliografía (1961-2016), que él pudo conocer en pruebas, pero finalmente no llegó a tiempo a sus manos. Podría seguir citando obras que me parecen muy importantes, pero, por último, quiero sólo recordar uno de los libros suyos que más amo, y ya lo he repetido otras veces: El escritor que compró su propio libro, una lectura del Quijote especial, distinta. Desde sus presupuestos, desde su increíble lucidez. Pienso que no hay ninguna otra lectura del Quijote que se le parezca ni se le pueda comparar. Precisamente, el año pasado nos ofreció en la Feria del Libro de Granada una maravillosa charla sobre su Quijote. Fue quizá su despedida pública, pues la muerte le esperaba, traicionera, pocos meses después. Y tengo que añadir que se le quedó otro libro que yo deseaba mucho en el tintero: un estudio sobre Góngora y Quevedo que estaba terminando y perfilando en sus clases y que nos ha dejado con la miel en los labios. Cuando Juan Carlos Rodríguez explicaba en la pizarra las Soledades de Góngora, sus alumnos se quedaban (nos quedábamos) absortos, cual peregrinos «entre espinas crepúsculos pisando»… quizá esa misma dudosa luz del día que se lo llevó en el último octubre.
Finalmente quiero recordar aquí este poema, uno de los que le dediqué en mi libro Ficciones para una autobiografía, y que también era uno de sus preferidos:
El hueco de lo vivido
El río, «la calle más larga de Londres»…
Anne Perry
Y tras decir adiós despedimos la tarde.
Desde entonces un río
arrastra para siempre entre sus aguas turbias
aquel trozo de vida que quisimos guardar
en una imagen quieta.
Una foto pretende ser testigo del pasado,
de una tarde fugaz,
de un instante de luz.
No es lo que más me importa:
la verdadera foto ha quedado en el aire.
La imagen que más hiere
está pasando siempre, otra y la misma,
repitiéndose en mí,
igual que el Támesis escribe sin cesar
el corazón de Londres.
He vuelto del viaje y sin embargo
no regresé del todo,
algo me dejé atrás y algo me traje
que no entró en la maleta.
No me duele esta foto con su luz,
con su tarde brillando por mis ojos
y los tuyos, me duele aquel instante eterno
que no se fija ni se va,
aquel momento nuestro para siempre:
tú y yo, el río
y sus aguas revueltas.
El tiempo
corriendo con el día entrenublado
y el leve azul del norte.