INTRODUCCIÓN

La reivindicación de la emancipación de Andalucía de su situación de subdesarrollo, pobreza y atraso alimentó el impulso que llevó al pueblo andaluz a conseguir la autonomía plena en igualdad con las llamadas comunidades “históricas”. La andadura de la autonomía andaluza comenzó en un momento de fortísima crisis y de cambio que, ahora sabemos, marcaba el final del periodo dorado del capitalismo posterior a la segunda guerra mundial.

El sueño de una modernización que nos aproximara a las economías prósperas que los emigrantes habían conocido de primera mano se reveló como tal, un sueño. Tuvimos “la California de Europa”, el 92, los fondos europeos, la “segunda modernización” y la “sociedad del conocimiento”. Pero cuando se desató la crisis económica global en 2008 volvimos a la casilla de partida. Ciertamente muchas cosas han ido cambiando en estos treinta años, algunas para bien y otras no tanto. Pero persiste un dato: en 1985, recién estrenada la autonomía se alcanzó un 28% de paro; ocho años más tarde, en 1993, se llegó a otro máximo, esta vez del 33%. En el tercer trimestre del 2011 se ha alcanzado el 31% y sigue subiendo. Y eso a pesar de que la medida del paro se ha cambiado varias veces, cada una de ellas más exigente que la anterior.

Ahora se pretende que los problemas vienen de “vivir por encima de nuestras posibilidades”, de las rigideces del mercado de trabajo y de la falta de competitividad. Algunos, mejor intencionados, responsabilizan a la avaricia y los especuladores, la desregulación y los excesos, de la crisis. Como algo que no guarda relación con la “economía real”, “productiva”. Pero vivimos en una sociedad capitalista y para el capitalismo no hay más economía productiva que aquella que produce beneficios. La lógica del capitalismo es la que le lleva a acumular las contradicciones que tarde o temprano le conducen a la crisis en su pulsión por acumular capital. No se pretende aquí entrar en la explicación de la crisis sino reinterpretar la evolución de la economía andaluza utilizando las herramientas y categorías de la economía política marxista. De hecho, el periodo analizado se detiene precisamente a las puertas de la crisis, en 2007.

El trabajo que se presenta en este artículo no es original ni por el método empleado ni siquiera por poner el foco en Andalucía. Son muchos los investigadores y economistas que han aplicado las categorías del análisis marxista para ordenar la información que proporciona la contabilidad de la Economía oficial e intentar con ello medir conceptos tales como la explotación, la plusvalía, etc. En la bibliografía al final del artículo se presenta una relación de referencias que están en castellano, algunas de las cuales son accesibles en internet. De entre ellas, es obligatorio mencionar un trabajo de Emilio Díaz Calleja que en 1994 aplicó este método de análisis a Andalucía para explicar la distribución de la renta de una forma alternativa a la de la Contabilidad Nacional. En su trabajo aparecen facetas que aquí no se tratan como es la existencia o no de redistribución a través de los impuestos y gasto público. Pero como él mismo explica se trata de un análisis estático, es decir, de un momento del tiempo.

Hasta donde conozco no se ha intentado emplear este método de análisis para caracterizar la evolución temporal de la economía andaluza. Y si bien es verdad que una parte de la información que se obtiene haciéndolo puede deducirse también de la Contabilidad Nacional oficial, el empleo de las categorías marxistas permite una visión más cruda y menos parsimoniosa de la marcha del proceso de producción, explotación del trabajo asalariado y acumulación de capital que la que nos ofrecen las categorías convencionales del PIB y la renta nacional.

LA PRODUCCIÓN DE RIQUEZA EN LA ECONOMÍA ANDALUZA

La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un enorme cúmulo de mercancías.” El Capital. Libro 1, capítulo 1.

PIB, VAB y valor: aclarando conceptos

La Economía convencional analiza de la realidad económica de un país a partir del esquema denominado “flujo circular de la renta”. En su variante más simple este esquema describe la economía como el resultado de una relación doble entre dos sectores, empresas y familias [1]. Las familias se caracterizan y comportan como si fueran a la vez propietarios y consumidores. Como propietarios ponen a disposición de las empresas los factores productivos que poseen (trabajo, capital y tierras u otros bienes inmuebles y naturales) y reciben a cambio unos ingresos en forma de pago: salarios por el trabajo prestado, intereses por el capital y rentas por la propiedad inmobiliaria. Las empresas combinan esos factores de producción y con ellos crean productos y servicios que venden a las familias. Los ingresos que perciben las familias se usan precisamente para comprar esos productos y servicios que las empresas les ofrecen como consecuencia de la combinación de los factores productivos en su interior. Algunas familias no emplean todo el ingreso que perciben y lo “prestan” a las empresas. Ese es el capital por el que se paga un interés.

El esquema circular de la renta exige que todo lo que se pague por los factores productivos sea igual a todo lo que se produce lo que establece una doble circulación una a contracorriente de la otra: una es la circulación material, de los factores y productos, la otra es la del dinero. Las familias perciben las rentas con las que se pagan los productos; los precios que perciben las empresas por sus productos son lo que les permite pagar los factores. Así hacen su aparición los mercados: el mercado de bienes y servicios donde las familias compran a las empresas, y el mercado de factores (de trabajo, de capitales, de tierras) donde las empresas son los clientes y las familias los proveedores. Según este esquema, el dinero no es más que la contrapartida que facilita el intercambio que de otro modo debería hacerse a través del trueque. Como todo lo que se recibe tiene que ser igual a todo lo que se aporta, toda la producción tiene que ser igual a toda la renta [2].

Este análisis se vuelve más realista cuando se introduce un tercer sector, el Estado. Las familias y las empresas pagan impuestos al Estado y el Estado, a cambio, proporciona servicios e infraestructuras. Pero la introducción del Estado distorsiona el análisis de la producción puesto que ahora, además de producirse bienes y servicios para los mercados, se producen bienes y servicios que no se compran y venden en el mercado sino que los distribuye el Estado. Veamos cómo se produce esa distorsión.

La medida convencional de la actividad económica y de la producción de riqueza que nace del esquema citado emplea como variable para medir el valor de la producción en un año el PIB (Producto Interno Bruto) o, más concretamente cuando se habla de una región, como es el caso de Andalucía, el VAB (Valor Añadido Bruto). Como hemos dicho, todo lo que se produce tiene que ser igual a todo lo que se recibe. Una manera por tanto de calcular la producción total es sumar lo pagado en el mercado de los factores (trabajo, capital y rentas inmobiliarias y, ya que hemos introducido al Estado, los impuestos que este cobra sobre la producción).

De este modo, el VAB se divide en tres partes:

1. La remuneración de los asalariados; es decir, los sueldos y salarios brutos cobrados por los trabajadores más las cotizaciones sociales de las empresas, puesto que se supone que estas sirven para financiar prestaciones a los trabajadores (la seguridad social es un sistema de “reparto”).

2. Los impuestos sobre los productos y servicios; que recauda el Estado, básicamente el IVA (impuesto sobre el valor añadido).

3. El resto se llama genéricamente “excedente bruto de explotación y rentas mixtas”; se supone que incluye tanto lo que ganan bruto los autónomos y trabajadores por cuenta propia como los beneficios de las empresas y las rentas de los propietarios de la tierra y los bienes inmuebles.

La magnitud VAB sin embargo encierra varios inconvenientes para ser tomada como una medida de la producción de riqueza. El primero es que en el VAB no se considera el desgaste del capital fijo, es decir, el consumo parcial de máquinas, instalaciones, etc. Lo que en el lenguaje empresarial se llaman las amortizaciones o la depreciación. Sólo se considera lo que se consume inmediatamente en el proceso de producción. De ahí viene el adjetivo “bruto”. Es necesario descontar el denominado “consumo de capital fijo” para determinar el valor añadido neto.

Pero el principal problema que se deriva de tomar el VAB como medida de la producción de riqueza es que el objeto de la producción capitalista no está bien definido por el VAB. El modo de producción capitalista es un modo de producción histórico específico, pero no es ni la única forma de producción que ha existido ni siquiera la única que existe en la actualidad. Al principio de El Capital Marx escribió la cita que encabeza este apartado para explicar porqué tomaba como punto de su crítica de la Economía Política el análisis de la mercancía; la producción capitalista se caracteriza por estar dirigida al mercado y estar realizada por trabajadores asalariados contratados por capitalistas para producir mercancías. Sólo desde este punto de partida se puede entender el concepto de plusvalía y llegar desde ahí a comprender los determinantes de la dinámica del capitalismo.

En este punto es necesario establecer una distinción, ya clásica, entre la producción de valores de uso y la de valores de cambio. El “valor” tal y como lo concibe Marx es valor de cambio y sólo lo poseen las mercancías, es decir, aquello que se produce para vender en el mercado. Las mercancías además de valor de cambio tienen valor de uso, pues de lo contrario nadie las querría comprar. Pero la riqueza en una sociedad en la que domina el modo de producción capitalista estriba en el valor de cambio no en el de uso. Eso quiere decir que el trabajo empleado en producir valores de uso que no están incorporados en una mercancía, aunque sean necesarios para la reproducción social, no produce valor desde el punto de vista capitalista ya que:

• Los proporciona el Estado, remunerando el trabajo a partir de los impuestos; o,

• Se obtienen del trabajo no remunerado, fundamentalmente de las mujeres.

Dicho de otra forma, ni una parte del trabajo remunerado en la sociedad actual, ni la totalidad del trabajo no remunerado, producen valor de cambio. El VAB no tiene en cuenta el trabajo no remunerado y mezcla el trabajo remunerado productor de mercancías con el trabajo remunerado que sólo produce valores de uso que no se distribuyen a través del mercado.

El Estado no es la única forma de producción que no responde a la lógica capitalista. En una economía capitalista persisten unidades productivas no-capitalistas, aunque la forma dominante sea la empresa de capital. Es el caso de los trabajadores por cuenta propia, los miembros de cooperativas o las explotaciones familiares que no contratan asalariados. Estas empresas no-capitalistas sin embargo sí producen mercancías con valor de cambio.

¿Quiere esto decir que la producción “no de mercado” carece de valor? Es evidente que la educación, los medicamentos o las bibliotecas son bienes necesarios. Por otro lado, la provisión de infraestructuras y otros servicios públicos es también necesaria para la producción de valores de cambio, formando parte de lo que Marx llamó las condiciones generales de producción. En este caso lo que se produce es una socialización del coste de esos elementos [3].

El trabajo doméstico que recae mayoritariamente sobre las mujeres produce bienes y servicios que son indiscutiblemente necesarios para la reproducción social, en muchos casos más de lo que lo son muchos adquiridos en el mercado, y sin embargo no se cuenta en el PIB, por razones ideológicas, históricas y sociales. A diferencia de la producción realizada por el Estado que se financia con los impuestos que se detraen de la plusvalía o de los salarios, el trabajo doméstico no retribuido no tiene reflejo monetario. He aquí una coincidencia de intereses muy conveniente entre el patriarcado y la ciencia económica: la invisibilidad del trabajo doméstico [4].

El cuadro adjunto intenta sintetizar cuanto hemos dicho hasta ahora:

 

 

Comprender la dinámica propia del capitalismo requiere aislar la parte capitalista de la economía del resto ya que la acumulación capitalista se produce a partir de la explotación del trabajo asalariado destinado a la producción de mercancías [5]. De ahí se sigue que para analizar la dinámica del capitalismo necesitamos pasar del VAB a otra categoría, la de valor para el mercado. La razón fundamental que explica las diferencias entre ambas categorías estriba en que la teoría económica ortodoxa no considera a la producción capitalista en su especificidad histórica, sino que trata toda la producción llevada a cabo en el modo de producción capitalista de igual forma, siempre y cuando la producción se realice bajo la forma de trabajo remunerado.

VAB y valor de mercado en Andalucía

Para poder pasar de la medida del VAB a la de creación de valor para el mercado debemos hacer, por tanto, las siguientes operaciones:

• Descontar del VAB las componentes ficticias, como es el caso de la atribución de valor como producción al hecho de tener una vivienda en propiedad, que equivale a suponer que los propietarios de las viviendas se las “auto-alquilan” generando, por ello, un valor [6].
• Descontar, además, aquellas producciones que aparecen en la Contabilidad Nacional bajo el epígrafe “Servicios de No Mercado”, es decir, los servicios públicos y el servicio doméstico fundamentalmente [7].

El siguiente paso es separar la producción capitalista de la no capitalista. Para ello, y teniendo en cuenta que por definición en la producción no capitalista no existe la plusvalía, podemos valorarla en función del trabajo empleado en ella suponiendo que los trabajadores autónomos ingresan por término medio lo mismo que los asalariados de su sector.

Haciendo los cálculos [8] para el caso andaluz podemos afirmar, por un lado, que el valor para el mercado es sensiblemente inferior a la cifra que da el VAB en el cual la sobrestimación es del 34%. Además se puede ver que la producción no capitalista supone del orden de un 10% del total de la producción para el mercado [9].

 

 

La dinámica de la economía, no obstante, viene determinada en último extremo por la dinámica de la creación de valor de mercado. Por eso tiene interés ver cómo ha ido evolucionando los diferentes sumandos del VAB: valor de mercado (capitalista o no), “valor” de no-mercado (producción, fundamentalmente pública, de bienes y servicios que no son para la venta) y el valor imputado a la propiedad de los inmuebles. Esto es lo que recoge la tabla 2.

 

 

A lo largo del periodo que vamos a analizar se han sucedido dos periodos de auge económico interrumpidos por una crisis. El primer periodo transcurre desde el inicio de la autonomía hasta la crisis post-92. Esta etapa se inicia con una paradoja; llega al gobierno la “izquierda” pero las políticas económicas mantienen el sesgo conservador de la transición. Todo lo más se racionalizan. En este periodo se consolida un nivel de paro estructural muy elevado que se ha convertido en un rasgo diferencial de la economía española y andaluza y que hoy se nos muestra con toda intensidad. Es el precio que se paga por contener la inflación. España entra en la Comunidad Europea y relacionadas con ese ingreso se producen la desindustrialización, las privatizaciones y la entrada masiva de capital europeo así como un proceso muy intenso de renovación y ampliación de las infraestructuras y una expansión del gasto público.

Entre 1993 y 1995 se produce una corta pero intensa crisis que señala el final del periodo anterior. El desempleo se sitúa en máximos históricos. De esa crisis se empieza a salir en 1996 a la vez que se produce un cambio de ciclo político, entrando a gobernar el PP con José María Aznar como presidente. La nueva etapa (1996-2007) se caracteriza por la liquidación definitiva del sector público empresarial, por la prioridad de los “criterios de convergencia” y la intensificación de las políticas liberalizadoras que ya venían practicándose en la fase anterior. Es también el periodo de culminación y puesta en marcha de la UEM.

Los sectores en la producción de valor  para el mercado

El análisis de la participación de los diferentes sectores en el valor producido para el mercado en Andalucía  arroja un resultado conocido: pérdida progresiva de la importancia relativa de la agricultura y pesca, así como de la industria manufacturera y aumento correlativo de los servicios. También ha aumentado el peso del sector de la construcción, que se encontraba en auge en el último año analizado, 2007. En esto la información que se obtiene no cambia cualitativamente mucho en relación a la que proporcionan las estadísticas que se presentan de acuerdo con el modelo convencional.

Si retrocedemos hasta 1980, antes del inicio de la autonomía andaluza, la agricultura ha perdido dos terceras partes de su peso y la industria manufacturera se ha reducido a la mitad. La caída de la industria tiene dos tramos definidos, una más fuerte en los 80, años de la reconversión, y otra posterior más suave. La de la agricultura se ha producido justamente al revés, los años 80 se mantuvo cayendo lentamente y se aceleró la caída a partir del 2000. La explicación a estos cambios está por completarse, pero podemos identificar básicamente dos procesos diferentes: la reconversión industrial de los 80, de una parte; y la reconversión “silenciosa” que opera en el sector agrario y que se agudiza a raíz de la incorporación a la UE.

Son estas dos reconversiones las que determinan en gran medida el crecimiento de los servicios, siquiera por eliminación. Pero conviene destacar que el paso de una economía en la que los sectores “productivos” tradicionales a una donde pesan más los servicios puede dar una impresión errónea: la propia reestructuración y reorganización de la actividad productiva arroja como resultado un crecimiento aparente de los servicios en la medida en que una gran parte de la actividad que antes se hacía en las empresas pasa a “externalizarse” y deja de figurar en la rama en la que antes estaba para rezar como una actividad genérica de “servicios”. Pero la producción para el mercado, es decir, para la producción de plusvalía mediante la explotación del trabajo no ha disminuido porcentualmente. En un sentido capitalista estricto, la economía sigue siendo igual de productiva. Mención aparte merece el sector de la construcción cuya participación en el valor producido ha sufrido oscilaciones importantes, coincidentes con los propios ciclos inmobiliarios pero siempre en una dinámica creciente.

Entrando en las relaciones internas entre los diferentes sectores y ramas de la producción en Andalucía, conviene señalar dos situaciones singulares. La primera es la de aquellas ramas de la producción que cuando crecen inducen el crecimiento de otras ramas de la economía regional; son las denominadas ramas impulsoras. En Andalucía este papel lo desempeñan la agricultura y pesca, la industria extractiva y energética, la metalurgia, la fabricación de material de transporte y la construcción. De todas ellas la de mayor peso cuantitativo es la construcción. Dentro del material de transporte, destaca la emergente industria aeronáutica. Las demás no sólo tienen escaso peso cuantitativo sino que además están estancadas o en retroceso.

 

 

 

De otro lado están las ramas que además de tirar de otras deben crecer para hacer posible que las anteriores crezcan pues les suministran materias y componentes que necesitan; son las ramas estratégicas. En Andalucía son estratégicas la industria alimentaria y todas las ramas de servicios, a excepción de la intermediación financiera. La industria alimentaria es la más importante de todas las ramas manufactureras en Andalucía y la única en la que la región está especializada relativamente el resto de España. A pesar de ello su peso relativo ha ido decreciendo a la mitad en el periodo que va desde 1980 hasta ahora a la vez que se producía una profunda transformación del sector mientras se incorpora a la economía globalizada.

EL TRABAJO

La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre.” Crítica al Programa de Gotha.

La fuerza de trabajo en Andalucía

En una sociedad capitalista hay que diferenciar dos situaciones muy diferentes desde el punto de vita del trabajo: los propietarios de los medios de producción y los que deben vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Los trabajadores asalariados pueden estar ocupados bien en el sector capitalista de la economía, bien en la producción no mercantil. Desde el punto de vista subjetivo, da igual que la actividad que se desarrolle sea o no productiva en el sentido marxista. Son personas que reciben un salario a cambio de su fuerza de trabajo, o que querrían recibirlo en el caso de quienes están en paro.

Además del gran conjunto de los asalariados, en la parte mercantil de la economía nos encontramos a los propietarios de los medios de producción: trabajadores autónomos y otras formas económicas que no emplean trabajo asalariado y capitalistas [10].

El trabajo “invisible” es más complejo de insertar en este análisis: por un lado forma parte del “ejército industrial de reserva” del que hablaba Marx junto con las personas que están en paro, que viene a ser como la primera línea del frente de ese ejército; por otro, asume tareas indispensables sin la realización de las cuales no es posible la reproducción de la fuerza de trabajo empleada en la parte visible.

La población activa en Andalucía en 2009 la formaban 3.916.000 personas [11]. De ellas, el 87% eran asalariadas o estaban en paro. Comoquiera que las personas paradas, tal como se recogen en las encuestas, son asalariadas potenciales, inicialmente podemos pensar que la fuerza de trabajo que se “vende” o se intenta vender está formada por unas 3.382.000 personas. De ellas, 549.500 trabajaban en la administración pública, 1.839.700 trabajaban en empresas privadas y 992.800 estaban paradas. 

 

Entre los propietarios de los medios de producción hay que distinguir los que no contratan trabajadores y los que sí lo hacen. Estos últimos son los capitalistas propiamente dichos. El número de personas que trabajan como autónomos, sin emplear mano de obra asalariada  era de 313.500 a las que hay que sumar una pequeña cantidad de personas que trabajan en cooperativas. Hay un pequeño grupo de personas que trabajan en lo que se denomina “ayuda familiar”. Se trata de familiares de los propietarios de establecimientos o explotaciones que, con mayor o menor intensidad, trabajan para ellos sin recibir un salario a cambio. El peso del trabajo por cuenta propia es mayor en la agricultura (cercano al 30%) y ciertos servicios como comercio, hostelería y transporte, donde está por encima del 20%.

Por otra parte, las personas que trabajan y emplean a otras, los capitalistas, son 179.200. Como las personas que realizan tareas de dirección son en total 236.800, encontramos además de los empleadores, un sector de directivos asalariados, bien de las empresas privadas, bien de la Administración, que sin ser propietarios de los medios de producción actúan en nombre de estos.

Las tendencias generales del periodo que estamos analizando en cuanto a la evolución del trabajo son:

• Crecimiento del número de personas asalariadas: El porcentaje de personas así definidas (es decir, incluyendo a las paradas) ha ido aumentando en los últimos años desde un 82% en 1980 al 87% del total en 2009. En un sentido amplio podemos decir que a lo largo del periodo que consideramos se produce un incremento de la “proletarización”.

• Disminución del número de productores independientes: Aun que la Encuesta de Población Activa no los diferenciaba hasta 1987, entre ese año y 2009 el número de autónomos sin empleados, trabajadores de cooperativas y personas empleadas en “ayuda familiar” ha bajado del 16,4% al 9%.

• Aumento del número de empleadores: En el mismo periodo (1987-2009) han más que duplicado su porcentaje, de un 2,2% a un 4,6%.

 


 

En un contexto de aumento de la salarización (afectado puntualmente por las crisis), es interesante destacar que el porcentaje de asalariados de los servicios de no-mercado, lo que equivale en su gran mayoría a los trabajadores de la Administración y los servicios públicos así como de entidades sin fin de lucro u otro tipo de organismos, ha seguido una trayectoria ascendente sólo hasta mediados de los 90 para reducirse después.

Pueden identificarse dos fases:

• El despliegue de la autonomía y la expansión de los servicios públicos, desde 1982 en adelante.

• La contracción del sector público a partir de mediados de los 90 con la puesta en marcha de todas las políticas que conducen a la moneda única.

 

 

 

Las rentas del trabajo, el salario y la explotación del trabajo asalariado

Según la Contabilidad Nacional hay dos tipos de renta, la remuneración que obtienen los asalariados que está formada por los salarios y las cotizaciones a la seguridad social, y el resto, que se denomina excedente bruto de explotación y rentas mixtas.

La renta de los asalariados incluye las cotizaciones de la Seguridad Social puesto que con estas se pagan las prestaciones que se redistribuyen entre los trabajadores. Por lo tanto, aunque no vayan a parar al mismo trabajador que las genera sí van a parar genéricamente a la clase trabajadora. Suponer que toda la remuneración de asalariados en Andalucía equivale a lo que percibe la clase trabajadora en Andalucía puede suponer un pequeño error pues es posible que las cotizaciones totales sean mayores o menores que las prestaciones ya que la Seguridad Social es única a nivel estatal.

La participación de los salarios en la renta es sencillamente la parte del VAB regional que representa la renta de los asalariados. Para ver su evolución basta mirar la curva inferior en el gráfico 2. En ella se aprecia la fuerte caída de los salarios en los años ochenta (primeros gobiernos del PSOE), seguido de una recuperación a partir de la entrada en la UE hasta la crisis que siguió al 92. Remontada esta crisis los años del “boom” se caracterizan por un suave retroceso de la participación de los salarios en el VAB hasta la llegada de la crisis actual. 

 

 

Este retroceso visto en conjunto se agrava si se tiene en cuenta que los últimos años han sido años de crecimiento de la salarización, es decir, que una participación de los salarios en declive se tiene que repartir entre un número cada vez mayor de asalariados. Para medir esto podemos calcular la “participación ajustada de los salarios” que no es más que el porcentaje del VAB por trabajador que este recibe como salario. Esta se representa en la curva superior del gráfico 2. En ella se ve como el suave declive de la participación global (curva inferior) se acentúa si tenemos en cuenta el crecimiento relativo en el número de asalariados.

 

El cambio en la participación ajustada de los salarios explica cómo se reparten los avances de productividad, es decir, en qué medida el aumento de la producción por trabajador se traslada a su salario. Podemos diferenciar tres periodos:

• Hasta 1986 se produce una caída del salario real a la vez que crece la productividad.

• A finales de los 80 y primeros 90 el salario crece con la productividad.

• A partir de 1997 la productividad se estanca y el salario cae.

Podemos conjeturar sobre las razones para esta evolución que, por otra parte tiene cierta similitud con la evolución en el conjunto de España. La primera fase se corresponde con las reconversiones industriales, en las que la caída de los salarios acompaña a una mejora de la productividad en la medida en qué se están cerrando algunas de las empresas más ineficientes. La entrada en la UE y el alivio del paro a finales de los 80 señala el cambio en la tendencia a la pérdida de los salarios. La salida de la crisis de los 90 señala la aparición del nuevo modelo basado en el crecimiento del empleo sin crecimiento de los salarios. Así se ve en el gráfico 3 en el que se representa la evolución de productividad y salarios en Andalucía y España, tomando el valor de 1980 como base. Por cierto que en el gráfico se aprecia también como en el periodo estudiado tanto la productividad como los salarios, que ya de partida eran más bajos que en el promedio español, han retrocedido relativamente respecto a dicho promedio.

 

 

El análisis realizado hasta aquí se ha mantenido dentro de las categorías convencionales, es decir, participación en el VAB y en el VAB por trabajador. Pero si queremos analizar la explotación debemos focalizar el análisis sobre la parte capitalista de la producción pues ni en el trabajo autónomo ni en el trabajo asalariado en los servicios públicos y otros de no mercado se da la explotación en el sentido que Marx le atribuye a la palabra.

La expresión más simple de la explotación es la tasa de explotación, es decir, la relación entre la plusvalía extraída al trabajador y el salario que se le paga. Esta relación indica como está dividida la jornada de trabajo, qué tiempo se trabaja para producir un valor equivalente al salario y cuanto tiempo se trabaja para el empresario.

Para el cálculo de la plusvalía es necesario determinar el consumo de capital fijo, es decir, el desgaste de maquinaria, instalaciones, edificios y otros elementos de la producción que, como antes hemos dicho, debe tenerse en cuenta para diferenciar el VAB del Valor Actual Neto. La información estadística sobre este desgaste es muy precaria. En este caso hemos adoptado el criterio de estimar una plusvalía “bruta” y otra “neta”. Para estimar la plusvalía bruta basta deducir del valor de mercado capitalista la remuneración de asalariados correspondiente. Para la neta hay que deducir además el consumo de capital fijo. Este se ha deducido a partir del inventario de capital y de la inversión bruta anual que ofrece la base de datos MORES. Esta información no está disponible más que hasta 2003.

 

 

El gráfico 4 presenta la estimación de la tasa de explotación en Andalucía que hemos calculado en sus dos variantes, bruta y neta, y comparada con la media española en el periodo de referencia. La información que suministra este gráfico indica que:

• La tasa de explotación en Andalucía es superior a la media española; el promedio andaluz del valor neto está cercano al 100%, es decir, de cada hora que se dedica a producir, media se la lleva el capitalista.

• La explotación bruta en Andalucía y España divergen con el tiempo, es decir, la diferencia crece, especialmente durante los años 80 en los que se abre una brecha que ninguna convergencia posterior ha conseguido cerrar.

La tasa de explotación guarda una relación muy estrecha con la productividad y con los cambios que hemos indicado cuando hablamos de la participación ajustada en los salarios. Atendiendo a la tasa de explotación se observa con más claridad el mismo fenómeno señalado antes: los avances en productividad en el sector capitalista de la economía no se traducen en salarios sino en más plusvalía. Puesto que la participación ajustada de los trabajadores de los servicios públicos es del 100% por definición (ya que el VAB de los servicios de no mercado es justamente la suma de los salarios pagados a los trabajadores públicos) toda la pérdida de participación de los asalariados es directamente achacable al aumento de la explotación de aquellos que trabajan en el sector capitalista de la economía [12].

La tesis tradicional es que la regulación de la tasa de explotación (que en último extremo no es más que uno de los resultados más inmediatos de la lucha de clases) se efectúa a través del paro, el “ejército industrial de reserva” del que hablaba Marx. Si atendemos a la evolución del desempleo y la tasa de explotación observamos como los aumentos del paro se traducen en aumentos de la tasa de explotación, confirmando la tesis clásica.

 

 

Las variaciones que se presentan en el gráfico 5 permiten además establecer alguna hipótesis adicional. Entre 2000 y 2007 entraron en España cuatro millones de emigrantes, lo que ilustra la existencia de otro “contingente” del “ejército industrial de reserva” que no aparece en los datos del paro: los trabajadores inmigrantes. Sólo así se puede entender que la explotación pueda crecer en los primeros años 2000 a pesar de que el paro nominal es másbajo que en periodos anteriores.

EL CAPITAL

¡Acumulad, acumulad! ¡He ahí a Moisés y a los profetas!El Capital. Libro 1, capítulo 22.

La plusvalía y su reparto

Para completar este análisis preliminar es necesario ver cómo se acumula el capital a partir de la plusvalía generada en el proceso de producción capitalista. Para estimar la plusvalía obtenida en el sector capitalista de la economía debemos deducir del valor creado para el mercado la remuneración de asalariados. Si descontamos además el consumo de capital fijo tendríamos la plusvalía neta, si no lo hacemos tenemos la plusvalía bruta. Ciñéndonos a esta última podemos ver en primer lugar como ha ido evolucionando en el periodo considerado en comparación con la medida tradicional del crecimiento, el VAB.

 

 

El gráfico 6 nos muestra como la plusvalía varía con mayor amplitud que el VAB, lo que de una parte da cuenta del carácter anticíclico del gasto público, que es la componente fundamental del VAB de no-mercado, y, por otra, es congruente con el carácter motor de la producción capitalista para explicar la evolución de la economía en su conjunto.

La plusvalía se distribuye inicialmente en dos bloques: el primero lo forman los impuestos netos sobre los productos que van a parar al Estado y el resto queda para los propietarios de los medios de producción y se reparte entre la ganancia del sector financiero, el beneficio de las empresas y la renta de los propietarios de los bienes inmuebles que se emplean en la producción. Estos últimos, junto con el sector financiero, obtienen otras rentas que aquí no podemos determinar. En el caso del sector financiero, son los intereses de los préstamos que no van dirigidos a financiar la producción como por ejemplo los de las hipotecas de las viviendas. Los propietarios de los bienes inmuebles también obtienen rentas mediante el alquiler de viviendas o locales a actividades que no son de mercados.

Lamentablemente ni la base de datos MORES ni la contabilidad regional de Andalucía proporcionan información suficiente para estimar este reparto íntegramente. Para poder realizarlo debemos emplear ciertas hipótesis que pueden ser discutibles. No obstante, y con las debidas cautelas, se presenta una posible distribución de la plusvalía en tres grandes grupos:

• Impuestos netos sobre los productos (que sí se identifican en la Contabilidad Regional) [13].

• Intereses estimados [14].

• Rentas de la propiedad y ganancias empresariales brutas indiferenciadas.

 

 

Este reparto muestra el creciente peso de los impuestos y la caída relativa de los intereses producto simultáneo de la reducción del endeudamiento y de la caída del tipo de interés que se acelera a partir de la puesta en marcha de la UEM [15]. La evolución, en todo caso, es favorable a los propietarios de los medios de producción.

La acumulación de capital en la economía andaluza En una economía cerrada y sin ahorro obrero, la acumulación del capital no es más que el resultado de la reinversión de la parte de la plusvalía no consumida por los capitalistas en el proceso productivo, lo que Marx denominaba la reproducción ampliada. Pero en el caso que estamos viendo existe el ahorro no capitalista y además Andalucía no es una economía cerrada. Existe la posibilidad de que la plusvalía salga de Andalucía o de que entren capitales obtenidos fuera y, además, una parte de la inversión puede venir de los salarios (u otras rentas no capitalistas). Así pues no podemos establecer una correspondencia directa entre plusvalía producida y capital acumulado.

No obstante sí podemos presentar una panorámica sobre cómo ha ido evolucionando el capital fijo acumulado en Andalucía en el periodo de referencia para poder posteriormente hacer una estimación de la tasa de ganancia.

Convencionalmente se diferencian tres clases de capital en la contabilidad nacional:

• Capital productivo en sentido estricto, que se corresponde con las instalaciones y edificios, maquinaria, medios de producción y otros activos inmovilizados de las empresas

• Capital público, donde figuran las infraestructuras y los equipamientos.

• Capital residencial, formado por las viviendas.

En el periodo analizado hay dos ciclos en los que se acelera la inversión en Andalucía: el primero desde 1984 y 1990 y el segundo desde 1997 hasta la crisis. La dinámica de la inversión en cada uno de los periodos es diferente. En el primer periodo predomina la inversión pública y la productiva. En la segunda, la residencial sustituye a la pública manteniendo la productiva su peso.

 

 

 

La tasa de ganancia

La información que hemos visto hasta ahora nos presenta la evolución de la masa de la ganancia así como del capital, pero la dinámica del capitalismo viene determinada, en última instancia, por la tasa de ganancia, es decir, por la proporción entre la plusvalía y el capital empleado en su totalidad (constante y variable).

 

 

Las curvas del gráfico 9 informan de dos estimaciones de la tasa de ganancia:

• La primera es una medida que considera por el lado de los ingresos la plusvalía bruta total (incluyendo los impuestos sobre la producción) en relación con la inversión en capital fijo.

• La segunda es una estimación de la tasa neta, es decir, descontando de la plusvalía los impuestos y el consumo de capital fijo, sobre la inversión total (capital fijo y circulante).

La diferencia entre ambas curvas no impide ver que aunque aparentemente evolucionan de forma paralela, se advierte una caída más acusada de la tasa de ganancia por debajo del nivel inicial en la segunda parte del periodo analizado mientras que la plusvalía absoluta respecto del capital fijo se estabiliza.

Esa caída relativa debe atribuirse precisamente a los dos factores que diferencian a una tasa de la otra; la detracción de los impuestos y a incluir el circulante en el capital a considerar. Ambos son dos factores que han aumentado a lo largo del periodo considerado. Por una parte la implantación del IVA y las sucesivas subidas de los tipos del mismo han ido detrayendo una parte progresivamente mayor de la plusvalía generada.

Pero más importante es la caída provocada por el aumento del capital constante empleado en la producción que se expresa a través del crecimiento de la denominada por Marx “composición orgánica del capital” o proporción entre el capital constante y el variable.

 

 

El último gráfico que presentamos representa ese efecto en el que la evolución de la tasa de ganancia está determinada, en último extremo, por el crecimiento en la proporción de capital constante sobre el variable medido aquí por la relación entre activo fijo y circulante y remuneración de asalariados del sector capitalista.

A MODO DE CONCLUSIÓN PROVISIONAL

El análisis realizado permite obtener las siguientes conclusiones generales:

La producción mercantil supone cerca del 80% del VAB andaluz, más si descontamos la parte del valor producido que se atribuye al “alquiler” de las viviendas imputado como renta a sus propietarios que es, a todas luces, un valor ficticio. Este porcentaje ha permanecido más o menos constante a lo largo del periodo desde que arrancó la autonomía andaluza, lo que contradice la impresión a veces difundida de que el sector público ha crecido desmesuradamente.

De esa producción mercantil, un porcentaje creciente es producción capitalista en sentido estricto. En 1980 la producción mercantil de trabajadores independientes, agricultura familiar y cooperativas era un 15%. En 2007 apenas llegaba al 10%. La producción capitalista ha pasado, por tanto, del 85% al 90%.

Los asalariados son el 87% de la fuerza de trabajo en Andalucía, contando entre ellos a quienes quieren trabajar y están en paro. El 9% son trabajadores independientes. El resto son empleadores, es decir, capitalistas. Si incluimos en estos a los gerentes y directivos asalariados, el conjunto de capitalistas “en ejercicio” llega al 6%.

La salarización ha crecido en el periodo analizado en cinco puntos, al igual que los empleadores que lo han hecho en algo más de dos. Han perdido peso los trabajadores autónomos. Los trabajadores del sector público apenas han aumentado porcentualmente en un punto. Es decir, al igual que ocurre con la producción, y coherentemente con ello, se ha intensificado el carácter capitalista de la economía andaluza.

Pero el capitalismo andaluz sigue siendo un capitalismo de “segunda”. La productividad del trabajo ha retrocedido respecto a la española. Los salarios no han crecido con la productividad sino que se han retrasado, dando como resultado una participación menor de los trabajadores en el producto de su trabajo.

Ese retraso proviene de un aumento en la explotación del trabajo asalariado en el sector capitalista de la economía. Aquí se diferencian con claridad tres fases diferentes: en los primeros años ochenta se intensifica la explotación del trabajo, atenuándose a partir de 1986. Tras la crisis post-92, a partir de 1997 se intensifica de nuevo la explotación que sólo empieza a atenuarse en los años finales del “boom”.

El paro juega un papel muy explicativo de la marcha de la explotación. Los aumentos del paro se traducen en mayor explotación. Pero aquí se distinguen también las fases anteriores. Es llamativo como a partir de la recuperación en 1997 aumentos menores del paro se siguen traduciendo en un aumento de la explotación. Ello puede deberse a la aparición de un nuevo “contingente” del “ejército industrial de reserva” que no aparece en los datos del paro: los trabajadores inmigrantes.

Observando la evolución de la (masa de) plusvalía se percibe como la dinámica del VAB no es más que una versión atenuada de la primera. La breve pero intensa crisis que se produce después de 1992 se refleja en un descenso real de la plusvalía. El último periodo es un periodo de crecimiento de la plusvalía aunque va dando muestras de agotamiento antes de que estalle la crisis internacional.

El carácter abierto de la economía andaluza no permite, con la información que hemos manejado, establecer una relación entre la plusvalía y la acumulación de capital en la propia economía andaluza. Pero la dinámica de la acumulación del capital fijo distingue también dos fases separadas por la crisis de los primeros 90: una primera en la que la inversión pública juega un papel muy importante y otra posterior en la que la construcción residencial se sitúa por delante.

En todo caso, la tasa de ganancia en la economía andaluza reproduce la dinámica que dedujo Marx en su día. La acumulación de capital va dando lugar a un aumento de la composición orgánica que acaba socavando la tasa de ganancia. Aquí se ve también clara la separación en varios periodos: el primero de crecimiento de la tasa de ganancia a través del aumento de la explotación, el segundo de declive por la caída de esta y el más reciente, en el que la ganancia cae con más suavidad porque se vuelve a acentuar la explotación pero esto no consigue superar el efecto del aumento del capital empleado.

Como hemos advertido al principio una parte de la información que se obtiene mediante el empleo de las categorías marxistas puede deducirse también del análisis convencional, máxime cuando la base de esta información es la Contabilidad Nacional oficial. Pero la perspectiva adoptada desvela aspectos muchas veces intuidos pero nunca expuestos con claridad: hasta qué punto los éxitos exhibidos en tiempos de bonanza, así como los problemas de los momentos de crisis obedecen a las crudas leyes del proceso de producción, explotación y acumulación capitalista.

Este es un trabajo preliminar que debe servir para plantear objetivos más ambiciosos y concretos. A mi entender hay diversas vías para seguir: una de ellas es retomar el análisis que en su día hicieron Diego Guerrero y Emilio Díaz de la distribución secundaria; es decir, cómo operan los supuestos mecanismos redistributivos (impuestos sobre la renta, transferencias sociales…) para corregir, si es que lo hacen, las desigualdades implícitas en el modo de producción capitalista. Otra línea de investigación sería la de intentar descender en el análisis a sectores concretos de la economía andaluza como podrían ser, por ejemplo, el complejo agricultura-industria agroalimentaria, el sector inmobiliario y de la construcción, y otros. Por último sería necesario cerrar el ciclo de la acumulación donde se nos ha quedado abierto: la conexión entre la plusvalía generada y la inversión posterior, lo que nos llevaría a analizar la circulación del capital a través de los límites de Andalucía.

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