CABALLERO CASTILLO, Ernesto. Vivir con memoria. Córdoba: El Páramo, 2011. 544 p. ISBN 9788492904181
Ernesto Caballero Castillo, dirigente histórico del PCE durante los difíciles años del tardofranquismo y de la Transición, ha escrito sus memorias, que han obtenido el primer premio del certamen sobre Historias de vida convocado por el Archivo Municipal de Córdoba, cuándo esta ciudad aún estaba regida por el Ayuntamiento de IU.
Vivir con Memoria –cuyo título ya evidencia la intención del autor de vincular el desvelamiento del pasado con la militancia y la lucha en el presente– va más allá del valioso horizonte de recuerdos personales que tantos hombres y mujeres nos han entregado en los últimos años. Como ocurre con toda buena literatura, el libro de Ernesto atrapa al lector desde las primeras páginas, sacude o refuerza sus convicciones sobre los valores sociales del periodo, sobre el papel de los trabajadores y su nivel de organización y de conciencia, sobre la brutalidad y el nivel inhumano de la represión y violencia de la Dictadura.
Estas memorias pueden leerse linealmente, siguiendo el hilo conductor de una vida que se desenvuelve desde la infancia en el mundo rural y apartado del Valle de los Pedroches y la Sierra Morena cordobesa, inmersa en la sociedad fuertemente clasista de Villanueva de Córdoba. La nítida diferenciación entre propietarios y trabajadores sin tierra lleva a un potente encuadramiento ideológico de clase, que el niño Ernesto absorbe casi al mismo tiempo que la leche materna. La victoria del fascismo transforma esas vivencias en el diario ejercicio de la brutalidad y la exclusión, que aplasta al entorno de Ernesto hasta límites que hacen muy difícil la supervivencia. Incluso así, con el padre guerrillero ausente y finalmente abatido, con la madre perseguida y la familia casi deshecha, hay espacio para la ternura y cierta forma de alegría, que abraza al paisaje sereno de la dehesa, a los animales que pacen y sueñan, a los viejos oficios que ocasionalmente el aprendiz desempeña solo para poder comer.
Hasta esta menesterosa forma de vida le acaba siendo vedada. El recrudecimiento de la represión a finales de los 40, el hambre y las dificultades familiares llevan a Ernesto a abandonar el pueblo para unirse a la madre y hermanos en el desolado paisaje semiurbano del Barrio del Naranjo de Córdoba, un aglomerado de casuchas y chabolas surgido a la sombra de la vieja cárcel, lugar de la memoria del horror de la dictadura.
La ruptura con el mundo y el territorio de la infancia marcan al Ernesto adolescente. A pesar del pudor y la contención emocional que –como buen comunista– le impiden desvelar sus sentimientos más profundos, el lector puede atisbar en esta parte del texto una cierta sensación de desarraigo y soledad, en aquella Córdoba triste y desalmada de tabernas, prostíbulos y sacristía. La alargada presencia del padre y las latentes convicciones comunistas evitan cualquier naufragio y sitúan al joven Ernesto en el tercer tramo del libro y de su vida: el de militante tenaz, sensato y comprometido vitalmente hasta el tuétano en la lucha contra la dictadura, siempre desde la perspectiva de los intereses de la clase obrera. Esta posición, firme y sostenida en el tiempo de la larga agonía de la dictadura, a prueba de cárcel y ausencia, lo llevan a ejercer un liderazgo más moral que político, en un amplio espectro ideológico que iba más allá de los límites del partido, en una aplicación ejemplar de la política de alianzas que tanta influencia social dio al PCE, cuando se ejerció sin dogmatismo ni imposición autoritaria.
Pero hay otra forma de entender las memorias de Ernesto Caballero, sustituyendo la linealidad cronológica por una figura de círculos o planos que se entrecruzan. El primer círculo, el núcleo del libro, estaría formado por el yo-Ernesto más su circunstancia histórica, de forma que la trayectoria vital del personaje va ligada a los grandes cambios de España y de Europa: La República, la Guerra Civil, la posguerra y la Francia democrática que le abre nuevos horizontes. Así, la historia personal y la colectiva se nos muestran entrelazadas en una dialéctica persona-mundo que es sin duda uno de los logros del texto.
El segundo y tercer círculo combinan el recuerdo, el afecto y el ideario revolucionario, en una urdimbre que sostiene el devenir vital del personaje. Me refiero a la presencia invisible y decisiva del padre obrero, del padre militante, del padre soldado y guerrillero, que aparece sin velos en algunos de los pasajes más emocionantes del libro; me refiero también, como no, al Partido Comunista como andamiaje político y material que da sentido a las renuncias y a los contratiempos personales del camarada Ernesto. Quizás la mejor forma de resumir el significado de esta biografía consiste en constatar que, tras su lectura, nadie puede extrañarse de que el PCE fuera conocido por todos, en la calle, en la fábrica, en la universidad, como “El Partido” a secas. Hombres como Ernesto hicieron posible esta forma de reconocimiento social.